Para muchos es ocasión de regalos, dados o recibidos. Para otros, de encuentro familiar, a veces después de muchos meses de separación.
Pero la Navidad puede ser también otra ocasión, una ocasión de naturaleza muy diferente.
Al mismo tiempo de los regalos y los rencuentros, el 25 se puede vivir otra realidad. La realidad de una historia muy especial. Especial por su contenido, pero también porque es una historia viva que fue y que sigue siendo. Que no es un recordar, sino un revivir.
Una historia imposible de dimensionar: la de nuestro Creador, que no solo nos creó por amor (hasta ahí es relativamente fácil de entender), pero que luego, como le pagamos mal ese amor, nos envía nada menos que a su propio Hijo, para ablandarnos el corazón y así permitirle entrar en él.
La Navidad es un acto de amor inaudito (“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos…” Juan 15.34), que además, se manifiesta cargado de mensajes complementarios. El amor del Dios creador y regulador del universo que se manifiesta en lo opuesto al poder y a la riqueza. Su Hijo nace, porque así EL lo quiere, pobre e indefenso y a poco de nacer tiene que exiliarse para que no lo maten, junto con sus padres.
Entre otras cosas, el mensaje dice que no quiere dominar. Ni siquiera convencer propiamente: quiere ofrecer o, más exactamente, ofrecerse: si te sentís, vacío, triste, desesperanzado, no precisás pedir hora con mi secretaria, estoy ahí, en el pesebre, de puertas abiertas, acercate cuando quieras.
Una historia viva, que ocurrió hace más de dos mil años y que continúa ocurriendo hoy: en Navidad, muy especialmente, como ocasión, pero también antes y después. La invitación es permanente.
Pero ,dirán quienes no creen: “¿Por qué tendría que darle bola a esa historia?” “¿Qué pruebas tengo de ella?” “Y (cuántas veces subyace) ¿Cuál es el precio?”
Bueno, si realmente estás interesado en explorar algo distinto a un día a día que no termina de explicarse y de explicar tu vida, esta ocasión no está planteada ni como una inversión, precedida de una brochure henchida de datos del mercado, ni como una invitación a un pare de sufrir.
Sí, es una ocasión. Para acercarse a ella no es estrictamente necesario tener fe (y para alcanzar la fe no basta con apretar los dientes).
Se empieza por mirar. Mirar alrededor y ver que, en medio de una realidad cada vez más huérfana de valores, más enchufada en urgencias pasajeras, más poblada de egoísmos, más dividida, entre los míos y los no míos, hay algo radicalmente distinto: aquello que Jesús le dice a los discípulos de Juan el Bautista cuando le informan que Juan, pregunta si él es el Mesías: “Vayan y cuéntenle lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan… los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Lucas 7,21)
No es una receta de superación personal, ni para asegurar un más allá lejano.
Es la invitación a vivir ya, hoy, junto a Cristo (“estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo” - Mateo 28), en una relación de amistad (“no los llamo siervos… sino amigos…” Juan 15,24)
Entonces, ¿ver para creer? Y sí, acercarse sin prejuicios ni temores, tantear, preguntar, meditar, con la mente y, sobre todo, el corazón, abiertos
Pero, se me dirá: “mirá la Iglesia, tan cuestionada, con sacerdotes acusados de gravísimos pecados, ¿acaso eso no es prueba suficiente de que Dios no existe?”
Pues no. Al contrario, solo la existencia de Dios y su compañía constante, explica que, aún con tanta miseria humana, la fe y el mensaje de amor, perviven llenos de vigor, siempre renovados. Ahí está el testimonio de esa Iglesia, poblada de pecadores, transmitiendo el amor de Cristo a los pobres, a los enfermos, a los que están solos y marginados.
La verdadera Navidad no es una ocasión de compra desplegada en una vidriera. Está ahí, pero hay que aproximarse a ella. No con una tarjeta de crédito, sino con un corazón abierto, despojado en lo posible de soberbia, buscando un sentido para mi vida.
Hay dos palabras clave en el anuncio del Señor a María de que concebirá a su Hijo. El primero es “alégrate” y el segundo “No temas” (Juan 1, 18). Con ellas, comenzá el camino.
¡Feliz Navidad!