Putin y las dos revoluciones

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Se cumplió un año exacto de la invasión rusa a Ucrania. La invasión tuvo un inicio increíble: acusaron a Zelensky de ser un nazi. Olvidaron que era judío y que había perdido parientes en diversos pogromos. Y pasaron por alto la naturaleza de la propia Ucrania: un cuarto ruso y tres cuartos europea. Zelensky mismo se identificaba con los valores europeos contemporáneos: democracia, libertades, parlamentarismo, respeto por los derechos humanos y honradez y transparencia en la gestión pública.

El lunes 20 de febrero del 2023 estuvo Joe Biden en Kiev para ratificar todas las promesas, en especial que EE.UU. acompañaría a Ucrania mientras ese país lo necesitase. Como si fuera la guerra de Gila (“¿Está el enemigo?”), le habían anunciado a Putin que Biden estaría en Kiev, para que al ruso no se le ocurriera bombardear la capital y poner en peligro al jefe de los americanos, porque eso, se entiende, tendría una respuesta espectacular y, además, se sabría hasta dónde quería llegar Putin.

Por lo visto no pensaba llegar demasiado lejos. Se juega con la cadena, pero no con el mono americano. Es muy peligroso. Los rusos les habían visto llegar a Europa dos veces y ambas triunfantes. Una tercera vez, durante la Guerra Civil, inmediatamente después de la revolución rusa de 1917, cuando se enfrentaron “rojos” y “blancos”, Trotsky, que fue el artífice del triunfo “rojo”, dejó dicho en sus memorias que, afortunadamente, los americanos no se empeñaron en que ganara el ejército “blanco”. Habría sido muy cuesta arriba derrotarlos.

Vladimir Putin sabe que “Los diez días que conmovieron al mundo” no fue el relato infantil de la revolución bolchevique escrito por John Reed, sino que los diez días prodigiosos fueron, precisamente, en la tercera semana de febrero de 1917, hace hoy 106 años. Porque en Rusia, es cierto, hubo la revolución bolchevique de octubre, pero varios meses antes sucedió la revolución de febrero de 1917, que era la realmente democrática, y se materializaron todas las protestas en contra de Nicolás II, Zar de todas las Rusias, hasta el 2 de marzo, en que renunció, tras intentar, infructuosamente, dejarle el trono a su hermano Mijáil Románov. Éste más tarde resultó asesinado.

Lenin salió de Suiza en un tren que llegó a Rusia junto a veintinueve de sus bolcheviques más íntimos. Fueron fletados en un tren blindado por el alto mando alemán a la estación de trenes de Finlandia. Pocas veces salen tan bien las operaciones de inteligencia. Allí los esperaban suficientes camaradas para descarrilar la verdadera revolución rusa de febrero-marzo, lidereada por Alexandr Kérenski. Era el momento de Kérenski. Se le tenía por un excelente orador. Quizás el mejor de la Duma. El alto mando alemán le pasó a Lenin un dossier del personaje. Lenin llevaba exiliado 17 años. No lo conocía, pero sabía de sus actividades. Su objetivo era destruirlo. Recibió dinero de la inteligencia alemana para hacerlo añicos. Con esa plata montaron el partido.

Hoy vuelve a resucitar Alexandr Kérenski. Dicen que cuando murió en New York en 1970, a los 89 años de edad, sus últimas palabras fueron: “Rusia es más poderosa que Lenin y Stalin, juntos. Sobrevivirá”. Nuevamente es el momento de la revolución de febrero.

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