Por Ignacio De Posadas
Es la pregunta que Pilatos le hace a Jesús (Juan 18,38). Y cuya respuesta no le interesa oir.
Hasta hace poco tiempo, a nadie se le habría ocurrido sostener, (no públicamente, al menos), que mentir está bueno y que una persona o una sociedad podrían vivir basados sobre mentiras.
El Muro de Berlín cayó porque la sociedad que lo construyó quiso (o fue obligada a) funcionar de acuerdo a las ideas del llamado Socialismo Real, que eran falsas y la realidad terminó aterrizándolos, (al socialismo y al muro).
Pero lo que vemos hoy, parece ser la vuelta a la falsedad por otro camino.
-Millones creen que Trump ganó las últimas elecciones y que el asalto al Congreso no fue tal.
-Millones creen que la Sra. Kirchner es inocente, víctima de una conspiración judicial que quiere perderla.
-Millones creen que Rusia se está defendiendo de la Otan y combatiendo el nazismo en Ucrania.
Seguro pensamos que eso pasa en otros lados. A nosotros no.
Sin embargo, muchos aquí creen que los Tupamaros se alzaron contra la dictadura militar.
-Que en Uruguay impera el neoliberalismo, en manos de grandes fortunas e intereses financieros.
-Que vivimos en una sociedad empobrecida, salvo unos pocos millonarios.
-Que la gente se puede ganar la vida sin necesidad de formarse para ello.
-Que la realidad mundial tiene que adaptarse a lo que a nosotros nos gusta.
-Que atrás de toda necesidad hay un derecho y que alguien (otros) deben hacerse cargo de ello.
-Que podemos seguir manteniendo un sistema de seguridad social con cada vez más gastantes y cada vez menos aportantes.
Y que es posible convivir de manera estable y armónica en una sociedad donde lo que está bien o mal se decide según a mi me parece, como yo lo veo o como yo lo siento.
Lo clásico era que alguien mintiera para tratar de eludir la realidad.
Hoy vamos mucho más lejos: no nos interesa eludir o evadir la verdad, lo que queremos es manufacturarla.
En los EE.UU. eso hasta tiene un nombre (y todos sabemos la fuerza que da ponerle el nombre a algo): se llama alternative facts.
Hace años, en la zona del Parque Rodó había un genio que pintaba unos grafitis fantásticos. Arrancó cuando habían desmantelado el viejo Tren Fantasma, con uno que decía “Tren Fantasma, Ya!”. Después pintó una pared en la calle Sarmiento: “Si Groucho hubiera escrito ‘El Capital’, el mundo sería otra cosa”. Pero el más genial decía: “¡Basta de realidades. Sólo quiero ilusiones!”.
Por ahí va la cosa.
Marx creyó que la humanidad no había entendido cuál era la realidad (el materialismo científico, el determinismo histórico....etc.). Bolsonaro, Cristina Kirchner, Olesker, Boric, Castillo (el peruano), Castillo (el nuestro), y tantos otros que pueblan la vida política contemporánea, creen que hablando pueden cambiar la realidad que la gente ve.
El drama contemporáneo no es el escepticismo, es el espejismo. Como dijo Nietsche, ya no hay verdades, sólo interpretaciones.
El relativismo ha permeado no sólo a la política, sino también al derecho y a instituciones básicas de la sociedad como la familia (y la vida).
Una sociedad sin normas morales, objetivamente, no podrá contener ni la delincuencia, ni la decadencia. Una democracia librada a exigencias imposibles, esgrimidas hostilmente como derechos grupales o sectoriales, deviene rápidamente en objeto de menosprecio y rechazo.
¡Ojo! Tampoco caigamos en la ceguera complaciente del “¿y a mí qué?” o del “no te metas”. El desinterés y el aislamiento se han transformado en características de las democracias contemporáneas y caldos de cultivo ideales para el chiveo de minorías iluminadas (o inquietas).
En última instancia, la verdad es la manifestación de la realidad y no se puede vivir, al menos no en forma constante, fuera de la realidad o a sus espaldas.
Como Pilatos, no nos interesa oír la respuesta. Pero cerrar los oídos no impedirá que se produzca y tenga sus efectos.