En mi columna pasada mencioné la amenaza que suponen los mediocres para una sociedad que pretende desarrollarse e ir a más.
Hice referencia a que una parte de la oposición (no toda, felizmente) parece haber elegido comportarse de esa manera.
Es decir, oscilar entre la medianía y la mediocridad, actitud que solo se justifica en la tesis de cuanto peor, mejor; vieja estrategia de los voluntarismos que se autodenominan progre.
Resulta interesante el análisis de los movimientos de la oposición, y de las posiciones que marcan sus jugadores. Es muy revelador, dado que nos muestran como son, como nos ven a quienes integramos la Coalición de gobierno, y por ende como pretenden enfrentarla en el legítimo juego democrático de obtener el poder. De este lado hay que estar atentos, porque cada jugada del adversario, por lo menos hasta ahora, dice mucho más de su delicado ecosistema interno, que de su comprensión del universo político externo.
En una entrevista bien reciente Pancho Vernazza desnudó con su característica lucidez el accionar de estos actores políticos, y fundamentalmente ratificó una gran verdad: en Uruguay no hay grietas.
Y esto sin duda es motivo de alegría para todos.
Pero estratégicamente complica al Frente Amplio, ya que preferiría que esta existiera.
Por eso lo de cuanto peor, mejor.
Porque en una sociedad atemperada, donde las diferencias políticas se procesan sin grandes estridencias, el discurso ruidoso que gusta a los nostálgicos de la revolución cubana, los barbudos, y el fracasado hombre nuevo, ya no cuaja.
En quince años de gobiernos que iban a hacer temblar hasta las raíces de los árboles lo único que sucedió fue que los añorantes revolucionarios se adaptaron rápidamente a la puerta giratoria del poder, y a cambio de comodidades olvidaron la revolución. No se acordaron de ella ni un poquito.
Porque si algo esta claro es que las revoluciones no se hacen desde el sillón, ni viviendo del Estado, y mucho menos a caballo de subsidios. Hoy no se hacen tampoco con violencia ni imponiendo, se hacen con orden, plan, trabajo, sacrificio, método, y control de resultados. Y de eso no hubo nada.
Fracasaron en seguridad, en comercio internacional, en economía, en educación, en trabajo. Embocaron unas pocas.
Pero conocer el poder de cerca, tenerlo atado corto durante tres lustros no les dio más sapiencia ni la humildad característica de los grandes, solo les dio soberbia.
Y como se sabe, la soberbia no es buena en política, porque la frustración de no detentar el poder, lleva a algunos al miedo, el miedo a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimiento, y este al lado oscuro.
Por el bien de la patria, por el futuro de las nuevas generaciones de orientales, sería bueno un cambio de talante de la oposición.
Está bien que marquen al Gobierno, es su rol y su tarea, pero estaría buenísimo que de verdad encararan por lo menos una revolución confortable, una revolución comodona y posmoderna que incluso haciendo pie en el relativismo (lamentable) que tanto los enamora, les permitiera sin esfuerzo apoyar lo que hoy es bueno, criticar lo mejorable, y ponerse a sumar en lugar de a restar. Solo con eso estarían cumplidos.
Porque esta Patria que pisamos cada día es de todos, de todos los orientales. Y todos debemos velar por ella.