Sexo, virtud y estupidez

La ola de indignación de nuestra elite política y cultural ante las declaraciones de Zubía, deja en evidencia problemas muy serios.

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Uruguay tiene todo para ser un país de primera. ¿Por qué no lo logra? Uno de los motivos quedó en evidencia esta semana, con la polémica por las palabras del diputado Zubía en un programa de TV. Según las notas de prensa, el exfiscal colorado habría dicho que “una niña de 12 años puede estar contentísima de mantener relaciones con adultos”, lo cual generó una tormenta de indignación social.

De inmediato saltó una cuidada selección de nuestros periodistas mejorpensantes a declamar su agravio. Se sumaron, como no podía ser menos, otros paladines del lado de la luz, como la activista Andrea Tuana, o la abogada del consultorio de la UdelaR, que si ven un flash, igual posan para la cámara de las fotomultas. La “twitósfera” ardió. La Diaria editorializó con sentida condescendencia. Y hasta la sociedad de Pediatría sintió que debía marcar postura.

Ante tal conmoción social, el autor de estas líneas hizo algo que en tiempos antiguos se consideraba un paso previo ineludible antes de exaltarse. Fue a ver la entrevista. Y, hete aquí la sorpresa: Zubía no dijo nada terrible, ni agraviante para nadie con un mínimo de idea de leyes o experiencia vital.

Lo que dijo el diputado es que hay contextos donde una niña de 12 años puede sentirse halagada y feliz de ser cortejada por alguien mayor y concretar una relación sexual. Cosa que es un hecho de la realidad incontestable, reflejado en decenas de expedientes judiciales. ¿Por qué? Porque como bien explicó Zubía, eso para nuestra ley es una violación, ya que se considera que una niña de esa edad no tiene capacidad para consentir una relación sexual. O sea, que su opinión infantil, no habilita a un mayor a aprovecharse.

Una apostilla incómoda: muchos de los que se indignan con esto, creen que esos mismos menores tienen capacidad de decidir someterse a tratamientos de cambio de sexo. Nada, eso...

Volviendo a Zubía, este no hizo valoraciones, no exculpó en nada al mayor que comete ese delito. Más allá de su tono provocador, lo que dijo es lo mismo que se puede escuchar en cualquier clase de derecho penal, cuando se pasa por el árido tramo de los delitos sexuales. Allí se abordan todo tipo de aberraciones, porque la realidad las ofrece con cruel generosidad, y el derecho debe tener respuesta.

Entonces, ¿cuál es el problema? ¿A qué se debe toda esa impostada, y por ende falluta, indignación colectiva, que hizo que entre los sectores con influencia en la definición de políticas públicas no se hablara de otra cosa?

La razón principal no es la sensibilidad, ni la empatía, ni ninguna de esas palabras empalagosas tan de moda. El tema es que mucha gente necesita definir su lugar, su rol en el mundo, en base a opuestos. Son tan frágiles en su identidad, que necesitan sentirse bien por oposición a que habría en el mundo ogros, gente malvada, villanos como Zubía, capaces de festejar que una niña tenga sexo con viejos. Y así consolarse en un sentido abrazo colectivo, mientras degustan alguna granola orgánica, y se felicitan mutuamente por ser tan buenos ¿Leer? ¿Profundizar? ¿Intentar entender que hay detrás de una noticia? ¡Noo! No sea cosa que se los obligue a pensar, o a ver que el mundo es un poquito más complejo que su construcción de héroes y villanos al estilo Disney.

Esto es comprensible en activistas que hacen su sueldo explotando el sentimiento de culpa ajeno. Que lo haga un periodista, explica en buena medida el estado hoy del oficio.

Casi que el mismo día que todo eso ocurría, en Arocena y Otero, corazón del barrio más residencial de la capital, un cuidacoches y un expresidiario se enfrentaban a machetazos, a plena luz del día, frente a decenas de viandantes. Más allá de reconocerle a uno de ellos un estilo de pelea con dos espadas que habría generado una sonrisa cómplice de Miyamoto Musashi, el hecho muestra todo lo que está mal en el país hoy.

Para empezar, esos tipos nunca debieron estar ahí. Personas capaces de resolver sus dilemas a machetazos son, primero, un peligro para sí mismos. Segundo, una amenaza para cualquiera que pase. Y tercero, un golpe al corazón del sector comercial de la zona. Además, imagínese... Si eso pasa en Carrasco, los que vivimos más al oeste directamente tenemos que ir a comprar una 9 mm.

Esas personas debían estar en la cárcel, o en algún lugar con adecuada asistencia psiquiátrica, y donde no constituyan un peligro para el resto de la sociedad. La falla de las autoridades, sea la que sea, ante ese episodio, es inadmisible. Pero tiene una explicación.

Que en vez de usar el debate público para exigir al poder de turno que ponga fin a esta ola de marginalidad que convirtió la Ciudad Vieja en una película de zombies y la zona más elegante de Carrasco en el patio del Comcar, en vez de dar legitimidad social a políticas que ataquen este problema tan serio, nuestra elite se dedica a un onanismo (o enanismo) intelectual, con el único fin de sentirse mejor consigo misma.

Así está difícil.

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