Uruguay puede convertirse, en plazo razonable, en un país desarrollado. Ya contamos con algunas condiciones relevantes para alcanzar ese objetivo, como una de las mejores institucionalidades políticas del mundo, pero carecemos del mismo nivel de instituciones económicas, lo que no nos ha permitido alcanzar el mismo ingreso por habitante que los países líderes.
Una constatación histórica relevante la marca el hecho de que Uruguay supo estar a la par de los países más ricos del mundo en términos de producto por habitante. Hacia 1870, un país abierto al mundo que recibía migración a ritmo vertiginoso logró ese objetivo. A partir de entonces, con el crecimiento del Estado y las primeras leyes proteccionistas de fines del siglo XIX, comenzó nuestra involución.
En términos matemáticos este rezago se explica por nuestra baja tasa de crecimiento de largo plazo y por nuestros ciclos económicos muy pronunciados. A nuestro país le ha ido mal en las dos cosas, crecemos poco y hemos tenido crisis muy profundas.
En uno de estos problemas en los últimos años hemos tenido avances significativos. En efecto, la nueva institucionalidad fiscal procura evitar el comportamiento procíclico del gasto público que está detrás de todas nuestras crisis. La mejora en los indicadores fiscales en los últimos tres años como consecuencia de aplicar una regla fiscal que realiza un estudio estructural de las finanzas públicas y pone un tope anual al incremento del gasto y del endeudamiento es clave para mejorar nuestro problema con los ciclos económicos.
El otro aspecto fundamental para evitar crisis -o suavizarlas- es la apertura al mundo. En este aspecto la política del gobierno ha sido claramente acertada y se han alcanzado algunos logros, pero queda mucho camino por recorrer. No es fácil lograr una apertura importante partiendo de una situación de escasos acuerdos e integrando el bloque comercial más proteccionista del mundo.
El otro gran tema, lograr una tasa de crecimiento más alta, también presenta avances, pero la propia Comisión de Expertos que creó la nueva institucionalidad fiscal ubica nuestro potencial de crecimiento de largo plazo en el 2,1%.
Es indispensable, por tanto, incrementar esta tasa y para eso es necesario procesar algunas reformas estructurales. La clave pasa por incrementar la productividad de la economía, para eso también es importante la apertura de la economía, así como una profunda reforma del Estado que reduzca costos, impuestos y burocracia, desmonopolizar empresas públicas, darle mayores grados de competencia a distintos mercados y mejorar nuestra acumulación de capital humano, para mencionar las principales.
Las trabas que se le han puesto al avance de algunas de estas reformas dan cuenta de los problemas culturales que enfrentamos. Nuestro conservadurismo, en su sentido más básico, no en tanto doctrina, nos juega una mala pasada muchas veces, en especial cuando pesadas corporaciones como la de los funcionarios públicos se abroquelan contra la más mínima variante. Es por eso que para ser un país desarrollados necesitamos avanzar en reformas estructurales, pero para lograr hacerlo antes debemos procesar un cambio cultural en el que se mejore sustancialmente la comprensión por parte de los uruguayos de los beneficios de la libertad económica.