Afán cosmopolita

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Washington  Benavides
ARCHIVO EL PAIS

Recopilación mexicana de la poesía del más grande poeta uruguayo vivo.

CIERTO LO que dice el prologuista de esta antología, Sansueña, al comienzo del texto: es, por lo menos, extraño el hecho de que Washington Benavides no sea un poeta más conocido de lo que es a nivel internacional. No reconocido: difundido, publicado, circulante. Intenté subsanar este hecho cuando, con Andrés Sánchez Robayna, Blanca Varela y José Ángel Valente, realizamos Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000) (Galaxia Gutenberg, 2001): la inclusión de Washington Benavides no fue discutida. Tampoco, la del también poeta uruguayo Jorge Medina Vidal (1925-2007), compañero de generación de Benavides. Lo que ocurre en el caso de Benavides —y no en la de ese otro gran poeta, Medina Vidal, que merece ser, él sí, igualmente, las dos cosas: conocido y reconocido,como en el caso del extraordinario Salvador Puig (1939-2009)— es que su poesía es de un marcado afán cosmopolita —la palabra suena extraña y como perteneciente a otro modernismo, el de Rubén Darío, y no a este (post) modernismo global. Un fenómeno que, al menos en apariencia, dada esta época, llamaría la atención sobre sí misma y se haría con facilidad un lugar entre sus pares poéticos al menos en términos latinoamericanos y, con suerte, de lengua.

Lo raro sigue siendo cómo un poeta en un país como Uruguay de los sesenta-setenta, en el interior del país, en Tacuarembó, precisamente, lograra hacer contacto con el destilado de una cultura poética que hoy sorprende acumulada como un lujo del espíritu —"espíritu", aquí, tomado como relación con la totalidad, no como obediencia lexical a cualquier signo religioso, tan de moda ahora en Occidente con Papa geopolítica-peligrosa-mente cercano— como en un Oriente más amenazante que en siglos.

AMPLIA MUESTRA.

Los arqueólogos que hurgan en el pasado de Benavides se pasman ante la universalidad de intereses de un poeta como él situado en esa región defendiendo —y ofreciendo— provenzales, chinos, objetivistas norteamericanos y metafísicos ingleses. Y brasileños. Y todos los que pasaran el tamiz de su sensibilidad y salieran vivos del otro lado como en el cuento "Qué lástima" de Paco Espínola.

Sansueña recoge una amplia muestra de la poesía de Benavides a través de 19 libros, desde su segundo libro, El poeta (1959) hasta El mirlo y la misa (2000), y pasa por dos grandes momentos de su obra: Las milongas (1965) y Hokusai (1975) que ofician como los dos polos de atracción de su (s) poéticas (s). La primera, de raíz fuertemente tradicional y popular, y la segunda una espléndida muestra de la vertiente dominante de la poesía de Benavides: multicultural, intercultural, metalingüística, dialógica. El pintor Hokusai le sirve de pretexto para armar la escritura de un libro insólito hasta el momento de su aparición en las letras uruguayas (pero, dada la posición culturalista de la literatura uruguaya, previsible): una poesía que habla de tú a tú con grandes maestros del arte y la poesía tanto occidental como oriental. Aquí reside una de las atracciones mayores de la poesía de Benavides y al mismo tiempo lo que podría verse como limitación: el trato no con los originales lingüísticos sino con traducciones —con la excepción de idiomas muy cercanos al castellano como el portugués.

Esto es una característica de gran parte de la poesía latinoamericana de la primera mitad del siglo XX cuando pasa el ciclo histórico de las vanguardias (1910-1930, aproximadamente) que habían prometido salvar el tema cargando las tintas del problema poético en una cuestión de lenguaje y no tanto de lengua. Aún con esa precaución, hay que recordar que el movimiento de Poesía Concreta brasileño hizo hincapié en el fundamental aspecto de la traducción (o versión) de poesía —"transluciferación", llegó a nombrar Haroldo de Campos a su traducción de unos fragmentos del Fausto de Goethe. Pese a eso, la poesía de Benavides salva la valla con una especie de reconocimiento de esa precariedad de aproximación, resaltando el tema de la actitud poética, no tanto de la verbalización. De este modo, hay una especial construcción de una poética emblemática —para nombrar el fenómeno de alguna manera— donde los autores son "pares" de aventura en términos de una (mito)poética personal, pero también resultan emblemas de lo poético. Se trata de crearse una genealogía poética, es decir, de construirse un "amparo" poético en medio de un mundo especialmente desolador.

Ese estado-de-mundo cultural también indica la posibilidad de decir(se) a través de la dimensión del otro, de dialogar con ese otro suprimiendo tiempo y espacio. Se entabla entonces una especie de conversación espectral situada en un aquí y ahora devastado en el que no sólo hay que hacerse valer sino también justificar la presencia simbólica del interlocutor. Bernart de Ventadorn, Ramón Lull, John Donne, Ezra Pound o el pintor Hokusai forman una zona recurrente en la poética de Benavides, le son "familiares" a esa poética, el hablante los convoca en un tú a tú. Pero aún así, pese a la familiaridad establecida por esa afinidad/afectividad líricas, una poética dialógica como la de Benavides necesita justificar la presencia de ese otro ausente, de ahí la espectralidad resultante. De modo que esta poética pide ser leída en el tiempo como la puesta en práctica de una serie de coordenadas que indican un estado de la poesía en un ámbito que quiere fisurar y al mismo tiempo abrir (se) espacio hacia otros lugares de respiración posible. Esto es explicable y, si se mira bien, la única posibilidad de sobrevivencia si se es consciente de la propia condición marginada.

NO ERA TAN MALO.

El arco tendido de la apertura llevada al límite en que la sitúa Benavides pone en juego una contradicción de la cultura uruguaya, ubicada ahora en pleno cuerpo poético: la de la identidad que muchas veces consiguió reconocerse en términos de comunidad más que como voluntad plural, como una decidida vocación de resta. Un culto "a lo menor" —el Jacinto Vera de Líber Falco, los personajes de Morosoli, el universo "cerrado" de Felisberto, el "mundo inventado" de Santa María de Onetti— en la cultura literaria uruguaya de gran parte del siglo XX, riñó con una vocación plural a la que parecía destinado el mismo estado-nación. Ironía o destino, hoy se descubre que "lo menor" no era tan malo.

Para colmo, uno de los emblemas de la poesía de Benavides, el pintor Hokusai, es lo contrario del prototipo del artista occidental, el artista-ráfaga, el excepcional tira-todo, el Gran Otro, o Gran Niño: Rimbaud, que a los 19 años ya había acabado con el problema del poema. Admirable, por cierto. No por prodigio de velocidad: por su poesía extraordinaria. Pero Hokusai es lo contrario:

"...a los 110 años
todo lo que haga
ya sea un punto o una línea
será la vida…"

SANSUEÑA, ANTOLOGÍA POÉTICA DE WASHINGTON BENAVIDES, con prólogo y compilación de Diego Techeira. FCE, 2016. México, 298 págs. Distribuye Gussi.

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