Bob Dylan, el juglar que voló con el viento, cumplió 81 años

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Bob Dylan

Una biografía, sus memorias, y más

Toda la vida del músico admite dos o más versiones, que aquí se desmienten. A su vez, sus constantes cambios de actitud y estilo han irritado a sus fans.

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Duluth es una ciudad al Norte de los Estados Unidos ubicada en Minnesota, de mucho calor en el verano y temperaturas muy bajas en invierno. En ese lugar, el 24 de mayo de 1941 nació Robert Allen Zimmerman, al que el mundo conocería un par de décadas después con el nombre de Bob Dylan. Su abuelo paterno había llegado desde Europa del Este. Vivía en Odesa, puerto del Mar Negro, donde los judíos fueron perseguidos por el zar Nicolás II al hacerlos responsables de las penurias económicas que asolaban al Imperio Ruso. Varios fueron ejecutados en las calles lo que hizo que Zigman Zimmerman huyera hacia Estados Unidos. Alguna vez Elvis Costello se preguntó si habría alguna razón para que Dylan hubiera nacido en Duluth. Más allá de que a su abuelo le gustó Minnesota por la similitud con Odesa en cuanto al paisaje costero, llegar a ese lugar a causa de la persecución y represión a los más débiles puede ser un aspecto a considerar para entender la vida del cantante folk más importante de todos los tiempos. De Duluth Bob recuerda “…cielos de color gris pizarra… y los despiadados y aulladores vientos procedentes del gran y misterioso lago negro… La ciudad está construida sobre una cuesta, y siempre te ves subiendo o bajando”. Su padre Abe Zimmerman trabajó en la Standard Oil hasta que contrajo polio. Esa enfermedad le hizo perder su empleo. La madre de Bob, Beatrice Stone, más conocida como Beatty, era de una ciudad cercana, Hibbing. Tuvieron otro hijo, David Benjamin, y cuando Abe perdió el trabajo se mudaron a esa ciudad con la familia de su esposa. Una ciudad pequeña donde todos se conocían y las casas se engalanaban con la bandera de su país cada Día de la Independencia. En Hibbing tuvo una infancia normal. Jugar hockey sobre hielo, participar en desfiles o “saltar fácilmente a un tren… sujetarse de las escalerillas de hierro laterales para dirigirse a uno de los varios lagos de la zona y darse una zambullida”.

La figura de su madre fue central en la casa. Era una mujer popular en Hibbing, esa ciudad con cierto aire europeo. Una de las primeras cosas que Bob escribió fue un poema para el día de la madre donde concluía que sin su amor “él estaría muerto y enterrado”. Ella, con inocultable orgullo, mostró el poema a todas sus amistades. Un año después escribió otro poema para el día del padre donde se notaba la diferencia. La relación con su papá fue buena, aunque distante, dado el carácter reservado de Abe. En la casa había una radio que fue su primer contacto con la música. Por las noches sintonizaba una estación que pasaba blues. Conoció a Muddy Waters, Howlin’ Wolf y John Lee Hooker, entre otros. Se quedaba despierto hasta las dos o tres de la madrugada escuchando esas canciones y “después intentaba imaginármelas. Así empecé a tocar”. También prestó atención a las letras desoladora s del cantautor folk Hank Williams. Sintió que esa mezcla de música y palabra le ocasionaba una sensación parecida a la felicidad. Solamente faltaba tomar una guitarra, comenzar a tocar y transformar esa felicidad en canciones. Todo cambió cuando escuchó las letras contestatarias y la particular voz de Woody Guthrie.

El camino

Casi todo lo que ha pasado en la vida de Bob Dylan admite dos o más versiones. Ni siquiera hay certeza de las razones que lo llevaron a adoptar el nombre Bob Dylan. Parecía lógico que fuera por su admiración al poeta Dylan Thomas. Alguna vez lo negó y dijo que el apellido original elegido era en realidad Dillon, como el comisario de la serie Gunsmoke (La Ley del Revólver) Matt Dillon, que también era el apellido de una de las principales familias de Hibbing. Luego se desdijo y en su autobiografía Crónicas I reconoció que lo eligió pensando en el poeta británico y que le gustaba la sonoridad de ese apellido. Su paso por la Universidad de Minnesota también tiene dos relatos. En la versión oficial era un joven retraído, que se anotó en cursos de música y que interactuó poco con otros estudiantes. En la biografía escrita por Howard Sounes se asevera que integró confraternidades y tuvo buenos amigos. Lo cierto es que en ese lugar se acercó a la música folk. A fines de los cincuenta el rock explotaba en el mundo, pero Bob pensaba que algo faltaba a ese furioso ritmo. Las letras eran tontas y no llegaban a contar las historias que encontraba en el folk y en el country.

La literatura influyó en toda la vida de Dylan. En 1960, siguiendo los pasos del protagonista de En el camino de Jack Kerouac, se mudó a Denver. No tenía dinero, durmió donde pudo y sobrevivió con algunas actuaciones. Consiguió trabajo en un centro nocturno pero los otros músicos dijeron que no querían actuar con ese “mugriento vagabundo falso”. Tuvo un oscuro incidente en el que robó varios discos de la casa de un amigo donde había pernoctado. Dylan se había mudado a un hotel barato y escuchó llegar a la policía. Se dio cuenta que estaba en aprietos y tiró los discos por una ventana. Su amigo retiró los cargos. Quizás lo que más le dolió al amigo fue que años después, cuando Bob ya era famoso, se cruzó con él en una fiesta y el músico fingió no conocerlo.

A mediados de 1961, en un invierno especialmente crudo, llegó a New York. En dos años se transformó en la nueva estrella del folk. Ese trayecto, lleno de cafés y pequeños escenarios, comenzó gracias a otro libro, Bound for Glory, la autobiografía de Woody Guthrie. Dylan la leyó en una noche y la admiración que sentía por el cantautor se multiplicó. Guthrie estaba internado en el Hospital Psiquiátrico de Greystone Park. Padecía la enfermedad de Huntington, dolencia hereditaria que provoca el desgaste de algunas células del cerebro. Dylan llegó a la casa del músico, se presentó como su admirador y consiguió visitarlo en el centro asistencial. También hay diversas historias sobre ese encuentro, como casi todo en la vida de Dylan. Luego de conocer a Guthrie, Bob sintió que entendía su destino. Comenzaron sus actuaciones en cafés de Greenwich Village y poco a poco se corrió la voz. Había un joven cantante folk que tomaba las raíces del género para hacer crecer nuevas y frescas canciones. Los seguidores de Guthrie sentían que Pete Seeger, otra leyenda del folk, había tomado su antorcha para seguir denunciando injusticias a través de sus canciones. Era tiempo que Seeger se la entregara a Dylan.

Vagabundo original

“Cuando irrumpiste en la escena, ya eras una leyenda, un fenómeno sin limpiar, el vagabundo original” canta Joan Báez en “Diamonds and Rust” (1975), canción inspirada en el romance que mantuvieron en los sesenta. Báez fue su pareja y socia en la primera parte del camino, la que le abrió varias puertas cuando ella era conocida y Dylan era un desaliñado joven, con voz nasal, que quería hacer conocer sus canciones. Al tiempo, cuando la fama pasó para el lado de Dylan, él no devolvió el gesto. “Bob es de las personas más complejas que he conocido. Al principio intenté comprenderlo. Tiré la toalla. No sé lo que pensaba. Solamente sé lo que nos dio”, concluye la cantante en el excelente documental de Martin Scorsese No Direction Home (2005). Los cambios y las sucesivas máscaras que ha utilizado a lo largo de sus sesenta años de carrera, hacen que nadie pueda decir, a ciencia cierta que lo conoce. Logró afianzarse y su fama creció con canciones como “Blowin’ in the wind” “A hard Rain’s A-Gonna Fall”, “The Times They Are A-Changing” o “Tambourine Man”. En 1965 graba Highway 61 Revisited donde aflora el blues y el rock. En 1966 sale el excepcional álbum doble Blonde on Blonde. En las giras las actuaciones se dividían en dos partes. Una primera acústica y una segunda eléctrica con su banda de apoyo The Hawks, integrada por excelentes músicos que luego conformarían The Band. La gente escuchaba embelesada la primera parte, con Dylan tocando en solitario con su guitarra acústica y armónica. Cuando se sumaba la banda, los silbidos y abucheos acompañaban la segunda parte de los conciertos. El 17 de mayo de 1966, en el Teatro Free Trade Hall de Manchester, casi al final del show un espectador le gritó “¡Judas!”. Dylan, sorprendido, contestó “No te creo… sos un mentiroso”. Se volvió hacia su banda y dijo “Toquen jodidamente fuerte”. La versión salvaje de “Like a Rolling Stone”, canción que fuera votada en la revista Rolling Stone como la mejor de todos los tiempos, quedó en la historia como una adecuada y terminante respuesta.

Un par de meses después tuvo un accidente mientras conducía su moto cerca de su hogar en Woodstock. Todavía ese accidente genera dudas acerca de la gravedad del mismo. Se llegó a decir que estuvo entre la vida y la muerte, pero muchos sospechan que fue una buena oportunidad para huir de las presiones y tomarse un tiempo de descanso. Recién volvería a las giras ocho años después. Algunos dijeron que el motivo real era que intentaba dejar la heroína. Bob declaró que por ese tiempo consumía, pero luego lo desmintió. La prensa estaba acostumbrada a esos vaivenes. En sus primeros tiempos había inventado la historia de que era huérfano y que había sido criado por una familia en Nuevo México. Hasta que un periodista ubicó a sus padres en la platea de un concierto, los entrevistó y confrontó las dos versiones. Dylan, enfurecido, reconoció la verdad.

Versos en la guitarra

“No hay mayor gigante en la historia de la música estadounidense” dijo Barack Obama cuando lo distinguió en 2012 con la Medalla de la Libertad, máximo honor civil de Estados Unidos. A su pesar, Dylan ha representado a una generación que quiso cambiar el mundo. Ha dicho en forma reiterada que él no es símbolo de nada. Cuando se mudó a Woodstock, junto a su esposa Sara y sus hijos, vivió como una familia típica estadounidense. Varios de sus seguidores se sintieron traicionados. Lo mismo con los cambios que, álbum a álbum, introducía en su música.

Canciones que, como ha dicho, siempre empiezan por las palabras. La música le viene de todo lo que escuchó en su juventud, flota en el aire. Sus letras, cantadas en forma desganada algunas veces o con furia en otras, son las que lo hacen único. También la forma en que elige las palabras, cómo las entona, poniendo énfasis en el lugar adecuado. Muchos no soportan su voz nasal, su entonación, las veces que su voz parece murmurar, la reiteración de los ritmos, los cambios en cada actuación en vivo donde se revela como un guitarrista apenas correcto. Para entender la profundidad de la obra de Dylan hay que apreciar, en forma detallada, lo que dice y cómo lo dice, la sonoridad que logra con las palabras que forman frases que van más allá de su significado.

Cuando para sorpresa de muchos en 2016 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura, el fallo expresó que el músico había alcanzado “nuevos modos de expresión poética dentro de la gran tradición de la música estadounidense”. Al argumento de que lo escrito por Dylan se apoya en la música y que no tiene sustento propio, se respondió: “Si miramos miles de años atrás, descubrimos a Homero y a Safo. Escribieron textos poéticos para ser escuchados e interpretados con instrumentos. Sucede lo mismo con Bob Dylan. Puede y debe ser leído”. Como muchos suponían, Dylan no fue a la premiación. El vagabundo rebelde es un hombre de ochenta y un años que siempre hizo lo que quiso, más allá de las formas. No tuvo problemas en vender gran parte de su catálogo de canciones, negociarlas para ser utilizadas en comerciales, en algunos de los cuales ha intervenido, o desairar a cuanta invitación de reconocimiento le llegue. Cuenta Joan Báez que en aquellos primeros años Bob escribía sin parar. Ella quería entender el significado de lo que escribía, pero fracasaba. Un día se propuso comprender uno de sus textos. Luego de estudiarlo y leerlo varias veces, le dio su interpretación. Bob le dijo que estaba muy bien y le confesó: “En unos años la gente, los idiotas, opinarán sobre la mierda que escribo. No sé de dónde diablos sale. No sé de qué trata. Pero ellos escribirán acerca de lo que significa”.

BOB DYLAN. La Biografía, de Howard Sounes (edición ampliada). Reservoir Books, 2018. Montevideo, 651 págs. Traducción de Marta Arguilé e Ignacio Gómez Calvo.
CRÓNICAS I. Memorias, de Bob Dylan. Malpaso, 2019. Barcelona, 281 págs. Traducción de Miguel Izquierdo.
BOB DYLAN. Letras Completas 1962-2012. Malpaso, 2018. Barcelona, 1.297 págs. Traducción de Miguel Izquierdo, José Moreno y Bernardo Domínguez Reyes.

Los discos imprescindibles

Una discografía fundamental de Bob Dylan debería incluir: The Freewheelin’ Bob Dylan (1963), Highway 61 Revisited (1965), Blonde on Blonde (1966), Blood on the Tracks (1975), Desire (1976), Slow Train Coming (1979) Infidels (1983), Oh Mercy (1989), Time Out of Mind (1997), y Rough and Rowdy Days (2020).

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