Bryce Echenique y sus demonios de cada día

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Alfredo Bryce Echenique

ENTREVISTA EXCLUSIVA AL ESCRITOR PERUANO

Tras las acusaciones de plagio y el premio de la FIL Guadalajara, vuelve Alfredo Bryce Echenique con un libro que anuncia su retiro de las letras.

Alfredo Bryce Echenique me espera sentado en el sillón blanco de la sala de su departamento en el barrio exclusivo de San Isidro, en Lima. Son casi las seis de la tarde pero se le puede distinguir muy bien en la penumbra. Viste una camisa lila de manga corta, un pantalón gris y unos zapatos marrones relucientes. Las piernas cruzadas acentúan su distinción, pero la expresión en su rostro es la de un escolar aplicado, listo antes de la hora en que debe partir a su primer día de clases. Parece más bien un niño. Inspira ternura. Tras sus lentes redondos se esconden unos ojos pequeñitos que parecen desaparecer cada vez que los cierra con aprensión, como si por el aire viajasen las esquirlas diminutas de la realidad y no quisiese terminar herido.

Permiso para vivir (1993), Permiso para sentir (2005) y ahora Permiso para retirarme (PEISA, 2019). Estos son los tres libros que conforman la trilogía de sus “antimemorias”. Con el último —que acaba de presentar en Lima, Chile, Argentina, Colombia y México—, el autor de Un mundo para Julius, La vida exagerada de Martín Romaña y No me esperen en abril, anuncia su retiro de la literatura.

Dice que no ha sido difícil escribir esta última “antimemoria” —término acuñado por el intelectual francés André Malraux en 1968 que combina realidad y ficción—, que lo ha hecho “plácidamente”, aunque haya sido una experiencia totalmente nueva: Permiso para retirarme pudo concretarse luego de que el autor le dictase a una secretaria, por horas de horas, sus vivencias.

—Yo dictaba y dictaba y al terminar la sesión, releíamos lo que había escrito la secretaria e iba corrigiendo. Ya después, al terminar el libro, hice la segunda corrección. Fue la primera vez que hice algo así. Y será la última: en este momento estoy convencido de que será mi último libro. ¿Cómo será mi vida de aquí en adelante? Leer, oír música y ver a amigos, por supuesto…

—¿Seguirás bebiendo? ¿No hay una contraindicación médica al respecto?

—En absoluto.

—Acabas de cumplir ochenta años.

—Sí, pues. Me parece mentira haber llegado a esta edad.

—¿Nunca fuiste una persona muy culposa?

—Bueno, culposo sí he sido… Por ejemplo, no poder ver a un amigo... Eso me genera una culpa tremenda.

—Los afectos son importantes…

–Claaaro, son una de las cosas más importantes en la vida… Sí, sí, sí…

—¿Te quitaban tiempo para escribir?

—No, no… Yo me aislaba mucho al escribir; me iba de la ciudad, de donde vivía, y buscaba siempre una isla, un puerto… Sin ver a nadie… Meses…

—¿Se sufría pero se gozaba?

—No, yo no sufría; disfrutaba.

—¿Cómo procesaste las acusaciones de plagio en su momento, y cómo lo vives hoy?

—La fiscalía me absolvió. Es más, archivó ese caso definitivamente. Quedó totalmente enterrado para siempre. Tan solo es un episodio ingrato, nada más.

En 2012, doce intelectuales mexicanos criticaron, en una carta publicada en prensa, la concesión del Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara a Alfredo Bryce Echenique. En el texto se menciona respecto a las columnas que el escritor publicó en la prensa que “Hay cerca de 40 plagios de Bryce que han sido comprobados; por 16 de ellos ha sido multado y, por si quedara alguna duda, la multa ha sido confirmada hace menos de un mes por el organismo público peruano INDECOPI (Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de la Protección de la Propiedad Intelectual)”.

El martes 6 de noviembre de 2012 el escritor peruano declaró: “Hay algunos que quieren todos los premios para ellos… ¡Que se jodan!”. Al final, el premio se le entregó en su casa de Lima, sin cámaras.

EL ÚLTIMO CASANOVA.

—¿Qué es el amor para ti?

—¿El amor? Felicidad plena. Los recuerdos que yo tengo de mis relaciones amorosas son inmensos, hermosos e inolvidables. Por otro lado, yo conservo la amistad de personas desde hace décadas. Pero por el lado femenino, implica un entretenimiento… Lo que no es, de ninguna manera, un donjuanismo. ¡No hay una contabilidad de las conquistas! Eso no…

—¿Lo tuyo es el casanovismo?

—Sí. Y eso tiene que ver con “ocuparte de”; es querer dar… No se trata de la conquista, sino de la amistad. El amor combinado con la amistad. Y con el deseo, claro…

—¿Te hirieron a lo largo de tu vida?

—No muchas, no… Pero cuando me hirieron, me hirieron duro.

—¿Hay personas que merecen ser odiadas?

—Yo no he odiado nunca.

—¿Qué sentimientos te generan los ex presidentes peruanos corruptos?

—Son desagradables… Siempre pensé que la política no podía ser de otra forma. Toda mi vida he sido apolítico. He tenido dos amistades con el poder; tuve una amistad profunda con Felipe González, y con Fidel Castro, “la bestia” de Fidel… Éramos amigos; yo navegaba mucho con Fidel; mis años en Cuba fueron años muy bonitos…

—¿Crees que el hecho de que Alan García haya pasado el sombrero con una guitarra en un restaurante parisino, donde justo tú estabas con Julio Ramón Ribeyro, como cuentas en tu libro, se puede relacionar con la corrupción en sus gobiernos?

—No. Más bien creo que corresponde a la mejor época de su vida; un estudiante que canta para ganarse las propinas que le permitan estudiar, es algo conmovedor.

—¿Y luego lo viste a Alan?

—No, nunca más lo he visto. Salvo esa vez en París, cuando cantó en ese restaurante, con poncho y chullo.

—Según las encuestas es considerado el político más corrupto del Perú.

—Sí, esa es la idea que yo tengo. Es el capo de la mafia, sí. Y anda suelto. Todos están adentro menos él… Es un personaje despreciable.

Al día siguiente de esta entrevista, Alan García se disparó en la sien para no ser apresado por la policía.

COCA Y OTROS POSTRES.

—¿Siempre hay que estar a favor de los pobres, de los marginados, de los que no tienen voz?

—No necesariamente. Pero ha sido mi tendencia en la vida. Creo que es una cuestión de carácter, más que de una crianza en casa. En mi familia no recuerdo que hayan hablado de política nunca. Mi padre era totalmente apolítico…

—¿Tiene que ver con la compasión?

—Sí, eso sí. Yo sí he sentido compasión; he tenido muy buena relación con la gente necesitada, y he disfrutado de ello incluso. Cuando mi padre era un banquero importante y yo era un muchacho que estudiaba en San Marcos, donde había estudiantes de clase pobre, tuve muchos amigos que me enseñaron que no todo era color de rosa.

—¿Te gustó la gente rara?

—Sí. Amistades he tenido de todo tipo. Tenía un gran amigo que vivía en un corralón en Lima; era muy beato, sacristán en la iglesia de San Felipe. Quiso ser cura. Y los curas alemanes le dijeron que no, que tenía que quedarse donde estaba…

—¿Por cuestiones raciales?

—Raciales… Los curas de San Felipe. Me molestó enormemente…

—¿Y qué pensaste en ese momento?

—Que los curas eran una mierda.

—En tu último libro tu padre se refiere a los escritores y poetas como gente de mal vivir, oscura, corroída… ¿Nunca coqueteaste con ese cliché del artista?

—No, nunca.

—¿Eras más bien de los escritores dandis, como Tom Wolfe o Truman Capote?

—Nooo, no, eso sí que no, ni hablar. Los escritores norteamericanos que me interesaban y me interesan todavía son Hemingway y Fitzgerald, por su vida y su obra. Aunque con el único monstruo que he tenido amistad fue con Orson Welles. Fue un amigo muy divertido y entrañable. Loco y genial, genial, genial…

—Luego de leer tu libro me quedé sorprendido por la cantidad de veces que estuviste internado en hospitales psiquiátricos, en ciudades de Francia y España…

—Depresión, sí, sí, sí… Sobre todo por cuestiones de depresión. Nadie entiende a una persona que tiene una depresión nerviosa. Es muy fuerte.

—¿Nunca pensaste en el suicidio?

—Eso sí que no, nunca. Ni lo intenté. Siempre amé más la vida. El autocastigo no estuvo nunca en mí.

—¿A pesar de que te excedías con el alcohol? ¿Esa no sería una forma de autocastigo, de autoeliminación?

—No, no… Porque… Nunca fui un bebedor solitario… Nunca me he tomado unas copas solo… Ahora sí, de vez en cuando… Pero el alcohol nunca me impidió ser un trabajador muy formal, muy de horarios, con mucho orden…

—¿Marihuana fumaste?

—Una vez. Fue en la casa de unos amigos en París. Y me hizo un efecto rarísimo. Empecé a contar historias y no las acababa nunca. Y los amigos estaban felices. ¡Y era todo inventado!

—Quizá te hubiese ayudado para escribir. ¿Por qué no fumaste más veces?

—No… Después he estado ante un cerro de cocaína pero lo terminé soplando.

—¿Por qué no probaste?

—Lo que pasa es que la gente que tenía la coca era muy corrupta y peligrosa; eran mala compañía… Estaba en el Ed’s Bar, en Miguel Dasso (en Lima). Fue un bar muy famoso en los años 50 y 60. Eeeh… Eeeh…Y… Esteee…

—Estábamos hablando sobre por qué no habías probado cocaína…

—Ah, ya. Entró Julepe Tijero. Él había sido alumno del Santa María, donde había estudiado yo en una época. Mayor que yo. Vivía cerca de mi casa, en San Isidro. Él era lo más corrupto del mundo…

—¿En qué sentido corrupto?

—Con las drogas… Llevaba una vida licenciosa. Y llevaba una vida de gigoló; se casó con una actriz norteamericana y le sacó hasta el último centavo… Un día llegó con un cerro de coca y dijo: “Creo que le estoy haciendo mucho daño a Margaret”. Margaret O'Brien fue una típica actriz infantil de la época. Y éste le sacó hasta el último centavo…

—Y te puso en frente la coca…

—Me estaba haciendo un homenaje, porque era lector mío, con un cerro de coca… Pero yo se la soplé… Sí, sí, sí, sí…

—Muchas veces, la imagen que se tiene de los escritores es que son seres que experimentan, y que son hasta libertinos…

—Sí, sí, sí, eso es muy frecuente. Eso sí

—¿Lo tuyo eran más las mujeres?

—¿Mmm?

—¿Manifestabas con las mujeres tu lado libertino de escritor?

—¡Sí, pues! Puede ser por ahí… Pero eso se debió al hecho de ser profesor en París en el momento más favorable, digamos.

—¿Tu éxito con las alumnas, no?

—Por eso te digo. La rebelión de Mayo del 68 da lugar a todos los movimientos ecologistas, y a la libertad femenina, que distiende la relación entre los hombres y las mujeres, y que a mí me tocó vivir en la universidad, era un paraíso…

—Pero tú eras una persona académica…

—Un profesor impecable…

—Formal…

—Sí, sí, sí…

—¿Te vestías cómo? ¿Con saco y corbata?

—Con todo eso, sí.

—¿No ibas a tono con los melenudos que protestaban en las calles?

—No, no, no. Ni hablar.

—¿Por qué no?

—¿Aeh?

—¿Por qué no?

—Porque no era inherente a mi persona.

EL BUEN GUSTO.

—¿La poesía sana? Algo mencionas al inicio de tu libro.

—Yo creo que sí. Cicatriza. He leído mucha poesía, pero nunca la he escrito. Es bellísima, es un mundo iniciático.

—¿Te hace trascender?

—Así es…

—¿Cómo la música?

—También, mucho.

—¿Y el rock?

—Me gusta el rock. Me gusta mucho Creedence Clearwater Revival.

—¿Crees que los uruguayos, los escritores uruguayos, son gente de buen gusto?

—Los que he conocido no. He conocido a Eduardo Galeano, un buen escritor. Pero pasó de moda; era el paradigma del escritor comprometido. Pero caducó, él mismo renegó de todo antes de morir… ¿Y cuál era el otro? Ah, el insoportable Benedetti. Era un engreído, un tonto, un hombre impresentable, por lo arrogante…

—¿Conversaste con él largamente?

—Solo una vez, y con Mario Vargas Llosa. Felizmente que fue con Mario porque yo no hubiera podido estar a solas con Benedetti.

—¿Fuiste a Uruguay?

—No he ido nunca. La única vez que iba a ir, falló el avión y me harté. Me provocaba ir a Punta del Este por curiosidad turística pero nada más.

Alfredo Bryce Echenique. Permiso para retirarme

Permiso para retirarme (fragmento)

¿Qué piensas de la ayahuasca? César Calvo aborda el tema en “Las tres mitades de Ino Moxo”. ¿Nunca te interesó?
–No, ya con que Calvo lo practicara era suficiente.
–¿Lo conociste a César Calvo?
–Sí, lo conocí mucho. Él practicaba todas esas cochinadas.
–¿Era muy intenso?
–En todo. En gorrear, sobre todo.
–¿Qué gorreaba?
–Vivía de las mujeres. Les hacía daño. No amaba a las mujeres; las odiaba.

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