Una escritura diferente
Llega una novela sobre el día a día en Cuba, una narración que no instala un relato despegándose del debate pro y anti Cuba, tan cerril.
No es fácil escribir sobre Cuba. Hay dos relatos instalados como el acero: el de los que defienden la revolución, y el de los que la atacan. No hay un tercer relato que se abra. O algo que, sin convertirse en relato, cuente lo que sucede en Cuba, el día a día de los que trabajan, estudian, se levantan cada mañana, aman, tienen sueños y buscan un mundo mejor para sus seres queridos, sin preocuparse mucho por la ideología.
Desde allí escribe Carlos Manuel Álvarez (Cuba, 1989), periodista y narrador hoy radicado en México, que ya ha publicado un notable libro de crónicas (La tribu, Retratos de Cuba), y del que llega su primera novela, Los caídos, donde aborda la vida cotidianas a través de la mirada de los integrantes de una familia cubana común. Una mirada que incomoda, porque deja al lector a la intemperie.
El hijo, la hija, el padre y la madre van aportando, en capítulos que se alternan, su mirada sobre la economía de escasez que impera en la isla, una que impone rigores a unos y los lleva a optar por diversas estrategias para sobrevivir, o que deja a otros en mejores condiciones para acceder a los bienes esenciales, sea alimento de buena calidad o nafta para el automóvil. Todo sucede en dos planos que mal o bien conviven: el de las ideas, el de los preceptos morales de la revolución (justicia, equidad, etc.), y el de la realidad pura y dura donde para sobrevivir se roba, se negocia, se engaña y se miente, sobre todo en aquellas áreas como la del turismo donde hay una mayor fluidez de bienes.
Es reveladora la madre cuando describe la situación de indefensión en la que quedaron los maestros cuando muchos colegas emigraron hacia la industria turística. A los que quedaron, sobrecargados, los padres comenzaron a alcanzarles comida a modo de agradecimiento. “Una madre me entregó envueltos en una bolsa de nailon, unos bistecs de pechuga de pollo”. Era la madre de un niño que ella solía tratar con desdén, porque no era buen alumno. Retorna a casa con el tesoro y se propone cocinarlo antes de que “alguna desgracia ocurriera”. Tendrán una gran cena. Los bistecs no son suficientes para todos. Deciden, con el padre, darle más a los niños (discusión que está en la mesa de muchos vecinos, si deben comer más los adultos o los niños). Pero los niños no comen. Juegan con la comida. No les interesa el bistec de pollo, en realidad no lo conocían. La cuestión es que no tenían hambre. “Si nos guiamos por nuestra memoria, no deberíamos haber sobrevivido” reflexiona la madre. La memoria indica que siempre hubo carencia, escasez. El relato así lo establece. Pero “no importa lo que nuestra memoria indique, hubo comida”.
Hace un par de años Martín Caparrós destacó el valor de la prosa de Álvarez, y añadió que en ella “está Cuba”. Como en la mejor crónica, que ahora devino novela.
LOS CAÍDOS, de Carlos Manuel Álvarez. Sexto Piso, 2018. Madrid, 130 págs.