César Aira, el escritor que no quiere que lo tomen en serio

Compartir esta noticia
César Aira

Nuevo Aira en librerías

Acaba de llegar La ola que lee, de César Aira, una recopilación de artículos y reseñas de 1981 al 2010

Todo el mundo lo repite y César Aira (1949, Pringles) no quiere que le digan que es un escritor prolífico. El adjetivo le molesta o lo agobia la repetición. Tiene un centenar de novelas publicadas, relatos, artículos y reseñas, y cuando probó pasar un tiempo sin escribir, al volver redobló la apuesta. Así que sí, es reprolífico. En lo creativo su libertad es total, no lo cercena lo políticamente correcto ni lo incorrecto, ni molde alguno, ni la necesidad del producto acabado y perfecto. Lo admite: “Descubrí que si uno hace las cosas bien, todo puede terminarse demasiado pronto, al menos pueden terminarse las ganas de seguir, el motivo o estímulo válido, dejando en su lugar una inercia mecánica. De modo que haciéndolo no tan bien (o mejor: haciéndolo mal) quedaba una razón genuina para seguir adelante: justificar o redimir con lo que escribo hoy lo que escribí ayer”. La huida hacia adelante es su ars narrativa, la que asoma en su obra y la que declara en una ponencia de 1993 en Mérida, recogida ahora en La ola que lee, un compilado de artículos y reseñas que van de 1981 a 2010.

Parte de esos artículos versan sobre libros y autores, y aunque Aira no parece agresivo a la hora de bajar el hacha, no se corta: tilda a Severo Sarduy de “escolar aplicado”; llama “simulacro” a la literatura del boom; tacha de “deprimente” El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez (“floja incluso para un Premio Nobel”, así también se despacha contra ese Olimpo al que quizá un día pertenezca); sitúa Respiración artificial de Piglia como una de las peores novelas de su generación. Pero en realidad los cañones no apuntan contra individuos. Es más bien contra una concepción de la literatura —de la que participan escritores, lectores, editores y prensa, y en definitiva: todos— como profesión seria, vanidad y gloria. Es inevitable que en ese bombardeo caigan otras figuras: la televisión, el posmodernismo, los intelectuales (se ceba en los de izquierda, pero los fustiga a todos a partir de su autovictimización, infantilismo, narcisismo, etc.).

Borges es figura intermitente en estos textos, por ejemplo cuando comparte su rechazo por la literatura infantil. Dice Aira: “Razonando mi propia aversión a la literatura infantil, yo agregaría que lo que la hace subliteratura es que no inventa a su lector, operación definitoria de la genuina literatura, sino que lo da por inventado y concluido, con rasgos determinados por la sospechosa raza de los psicopedagogos: de 3 a 5 años, de 5 a 8, de 8 a 12, para preadolescentes, adolescentes, varones, niñas; sus intereses se dan por sabidos, sus reacciones están calculadas”. Inventar al lector: declaración de autoridad que en rigor pocos escritores llevan a término y menos si escriben pensando en el lector.

¿Quiénes quedan en pie? Pocos. Para Aira se sostienen Manuel Puig, Copi, Alberto Laiseca, Osvaldo Lamborghini y alguno más, figuras periféricas cuando no malditas de la literatura argentina. Rescata al colombiano Fernando Vallejo: “Como suele suceder en los grandes escritores los contrarios se conjugan en una figura superior y única: en su caso, un frenesí de pesimismo se resuelve en esperanza, la misantropía en amor”. Defiende el ejercicio lúdico y desobediente de un todavía joven Pablo Katchadjian que se propuso juegos malabares con las leyendas: le salió bien El Martín Fierro ordenado alfabéticamente y chocó contra un muro llamado María Kodama cuando quiso hacer lo mismo con El Aleph engordado, reformulación de “El Aleph” de Borges. Aira defendió esa cruzada, ese ir hacia adelante, contra la museística de la imaginación.

Y, también, tiene encantadoras declaraciones tremendistas: “Me espanta que me juzguen por mis libros. Me siento vagamente insultado, siento el riesgo de una mutilación, cuando alguien se toma en serio un libro mío”. Uno sospecha que miente a cara de perro, pero si es la excusa loable para que escriba uno más, todo bien.

LA OLA QUE LEE, de César Aira. Edición y prólogo de María Belén Riveiro. Literatura Random House, 2021. Buenos Aires, 333 págs.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar