por László Erdélyi
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“Lo que les tenemos preparado siempre es distinto, y siempre es bueno. Pero lo que les tenemos preparado ahora es completamente distinto y muy especial” decía Paquito D’Rivera anunciando a la cubana Camila Cortina, que iba a realizar un tributo a Thelonious Monk. Era el primer día del Festival Internacional de Jazz de Punta del Este, que ha llegado a su edición número 29 (de forma ininterrupida desde 1996), y muchos de los habitués de este encuentro sabían que Paquito no exageraba. Como director musical del festival pone todo su conocimiento y contactos en el mundo de la música para que cada año la grilla deslumbre, los músicos presentes den lo que no darían en otros escenarios, y los espectadores se retiren pisando el pasto a medianoche con esa extraña sensación de haber sido testigos de algo mágico, de epifanías musicales únicas, que en el silencio del campo los lleva observar la bóveda celeste estrellada tratando de comprender qué diablos sucedió.
Porque Camila Cortina hizo magia. Deslumbró ya antes de sentarse al piano con una elegancia, energía y belleza que atrajo todas las miradas. En el piano de cola fue pura energía, y no sólo se tragó el instrumento, sino que advirtió al público que también sería partícipe, animándolos a tararear. Se siente muy cubana, y trasmite esa nostalgia, habla de los cubanos que quedaron en la isla, y de esa gran mayoría que debió irse, como ella, y que ahora lucha en ese crisol de estilos y culturas que es Nueva York. La nostalgia es parte de sus arreglos como compositora. “Esta canción que viene ahora” advierte al público, “se llama ‘Ask me now’. Yo siento que Thelonious Monk era muy cubano, y de haber vivido en el siglo XIX habría sonado como un danzón. Esa es la imagen que les propongo, la de un danzón colonial, la Habana vieja”. Estuvo secundada por Noam Tanzer en el contrabajo y Julian Miltenberg en batería, y con la sorpresa al cierre del percusionista cubano Jansel Torres, uno de los puntos altos del festival.
Noruego en Brasil. Habría otras sorpresas. Una de ellos fue el guitarrista noruego Hans Mathiesen, venerado en su país, que le saca a su guitarra un sonido muy personal, uno que fluye suave, con las notas hermanadas en transiciones dulces a lo Earl Klugh en aquel inolvidable álbum junto a Bob James, One on one (1979). Pero cualquier premonición es fallida, y ahí volvemos a Paquito y su advertencia, la de esperar algo diferente. Porque Mathiesen ha apostado por la música brasileña, en un curioso periplo que viaja desde el frío norte escandinavo al calor creativo de Milton Nascimento, entre otros, acompañado con un cuarteto notable como lo es el baterista de Porto Alegre Kiko Freitas (mejor baterista del mundo según la revista Modern Drummer, 2019), y el contrabajista brasileño de larga trayectoria Augusto Mattoso. En el piano, a su vez, una leyenda del jazz norteamericano: el calvo Cliff Korman, músico, compositor y productor de discos de Ron Carter o Chuck Mangione, entre otras andanzas míticas. Este cuarteto dio los conciertos más originales y sorprendentes que se han escuchado por estas latitudes, con momentos epifánicos como ese homenaje a Nascimento donde Kiko Freitas, en un solo, logró un mix de ritmos jazzeros y samba tan mágicamente logrado, con tan buen gusto y sensibilidad, que fue como si en el tradicional Village Vanguard de Nueva York se hubiese instalado, de incógnito, toda la percusión de una escola do samba. El día 5 cambiaron la pisada, hicieron un homenaje a Erroll Garner (un maestro cuyo piano producía “un sondo rico, fuerte, intenso y también, al mismo tiempo, leve; ambos, él y el instrumento, iban danzando juntos” explicó Korman al público). Paquito justificó la presencia de Mathiesen ante los presentes: “Yo estaba en un crucero cerca de Noruega, queríamos ver la Aurora Boreal —que nunca apareció— y de pronto escuché a un guitarrista donde se me cayó la quijada de abajo, como decía mi tía, como si hubiera dos quijadas (risas del público). Desde entonces quedé enamorado de la forma de tocar la guitarra este hombre”.
La “pesada” llegó luego con el quinteto del también cubano Elio Villafranca. Prometía y cumplió, acompañado por Russell Hall en el contrabajo, Tony Jefferson en la batería, Brianna Thomas en voz, y el gigante Mark Gross en el saxo tenor, flaco, elegante, y centro de atención inmediata cuando abría sus solos, tal es el magnetismo y la magia dulce que le arranca al metal de su instrumento. Es “uno de mis saxofonistas favoritos, que me da miedo a veces cuando toca porque toca demasiado bien y luego yo no sé qué tocar” explicó Paquito al público, que respondió con risas. Pero no es cierto, porque él sí sabría qué tocar los días que subió como músico con el clarinete —y no como conductor— junto al uruguayo Maxi Nathan en el vibráfono, una figura esperada por el público por su virtuosismo y sonido distinto, que fue muy aplaudido.
Dedos en CTI. Los fanáticos que frecuentan el festival año a año, y que miran incrédulos cómo Francisco Yobino y su producción logran, con casi nada, montar un festival de esta envergadura (“el mejor festival de jazz del mundo”, insiste Paquito una y otra vez), saben que la banda que rompe el hielo en cada comienzo es “Amigos del Sosiego”, con el referencial Popo Romano en el contrabajo, el carioca David Feldman al piano, y la presencia arrolladora del trompetista argentino Diego Urcola. También traían una sorpresa. Cuenta Urcola que mientras investigaba los antecedentes de lo que iba a ser este “Tributo a CTI Records”, legendario sello de jazz de Nueva Jersey fundado en 1967 por el productor musical Creed Taylor y que usaba el estudio de Rudy Van Gelder (también técnico de sonido en los discos), se encontró con la figura del percusionista brasileño Airto Moreira. “Entonces apareció el tema ‘Fingers’, o sea, ‘Dedos’, y seguí investigando y descubrí que había grabado ese tema en CTI con OPA —los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso y el bajista Ringo Thielmann. La canción, de Ruben Rada había sido grabada por el famoso grupo Totem en Buenos Aires en 1971, y luego, en el 73, en CTI con Van Gelder. Para esta canción vamos a invitar a una persona muy especial, la nieta de Popo Romano, Juli Taramasso”. Es difícil explicar la alegría del público tarareando la letra y los acordes de ese tema tan uruguayo en la voz y el bajo de Taramasso.