Clásico estadounidense
Con la llegada de una nueva traducción de la novela Confesiones de un artista de mierda, damos las pistas para ingresar a su extensa obra.
Con la llegada a librerías de una nueva traducción de la novela Confesiones de un artista de mierda de Philip K. Dick (1928-1982), cabe pensar en posibles puertas de entrada a su obra para el lector nuevo de ciencia ficción.
Entre 1951, año en que publicó su primer cuento, y 1963, cuando obtuvo el prestigioso premio Hugo por su novela El hombre en el castillo, Dick escribió veintidós novelas de las cuales doce fueron publicadas en diversas colecciones especializadas en ciencia ficción, siete fueron editadas póstumamente y tres se perdieron. A la vez, en esos años publicó 85 cuentos, veinte de los cuales fueron reunidos en sus dos primeras colecciones de relatos, A handful of darkness, de 1955, y The variable man, de 1957.
Si se piensa en estos años como los de su etapa de formación, es fácil ver lo que ahora se consideran temas eminentemente “dickianos”; por ejemplo, en Lotería solar (1955) aparecen los poderes psíquicos empleados por gobiernos totalitarios para dominar a la población, y en Tiempo desarticulado (1959) las realidades simuladas. Del mismo modo, cuentos como “Humano es” (1955) y “La segunda variedad” (1953) proponen androides indistinguibles a simple vista de los seres humanos (al igual que en la posterior ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de 1968, que Ridley Scott llevara al cine como Blade Runner).
Una lectura exhaustiva de las novelas y los cuentos pone en evidencia que Dick está haciendo uso de virtualmente todos los tópicos trabajados por la ciencia ficción de su tiempo, como si tomara al género por un lenguaje y se propusiera experimentar con su gramática, o como si su abordaje fuera un hackeo al ADN del género. La crítica posterior encontró ecos de escritores específicos, pero a la vez parece claro que en la vertiginosa máquina de escribir dickiana todo lo dicho por la ciencia ficción precedente fue remixado y resignificado, en un proceso que arrojó obras maestras como Ubik (1968), Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1964) y Tiempo de Marte (1964), por citar apenas tres novelas de la década de 1960 que establecieron a su autor como uno de los escritores de ciencia ficción que más permeó la cultura pop y, de paso, el trabajo de los académicos.
Sin embargo, entre 1951 y 1963 Dick no se sintió jamás satisfecho ni con sus experimentos literarios ni con el prestigio que iba construyendo lentamente en el mundo de la ciencia ficción. No porque despreciara al género (por el contrario, siempre disfrutó de su lectura) sino porque tenía otras ambiciones: quería convertirse en un escritor mainstream, y por esto entendía, naturalmente, ser un escritor realista.
Entonces, mientras escribía y publicaba textos pulp con títulos como “Muñecos cósmicos” (1957) o “El señor Nave Espacial” (1953), se esforzaba a la vez por crear libros “literarios” concebidos desde una oposición —que el propio Dick daba por sentada— entre la literatura “seria” y las ficciones de género, o de entretenimiento barato. Y esa “seriedad” —esa noción dickiana tan idiosincrática como propia del sistema literario de su época— de lo que es o debe ser la “alta literatura”, lo lleva inexorablemente al realismo del tipo costumbrista, con historias de matrimonios en crisis, pueblos chicos, trabajos alienantes y gente un poco rara, un poco pintoresca, un poco insoportable.
Son diez las novelas que escribe en esa clave (once si contamos Gather Yourselves Together, comenzada hacia 1948, es decir antes de los primeros intentos de escritura de cuentos de ciencia ficción), y todas ellas las envía a su agente, esperanzado. Pero pasa el tiempo y ninguna editorial se interesa; los rechazos van apilándose, y un día de 1962 el correo trae una caja con todos los manuscritos devueltos. “Impublicables”, es la sentencia de muerte de la agencia. Desilusionado, Dick ya no volverá a intentar la escritura de novelas “literarias”; tendrán que pasar, en cualquier caso, casi veinte años para que se aparte de su querida ciencia ficción, y la novela resultante —La transmigración de Timothy Archer, en la que sobrevive una suerte de vestigio sobrenatural pese a su apariencia realista— sólo se publicará pocos meses después de su muerte, en 1982.
Consagración
Dick —que fallecería en 1982— pasaría de ser un prolífico escritor de ciencia ficción con fama de inestable y excéntrico, a iniciar un camino que lo llevaría al éxito mainstream. Entre 2007 y 2009, por ejemplo, la serie Library of America (un emprendimiento editorial que establece el canon literario estadounidense), publicó 13 de sus novelas presentadas cronológicamente en tres tomos, los segundos de esa colección dedicados a un autor de ciencia ficción, a la vez que películas como Blade Runner y El vengador del futuro, basadas en textos suyos, pasarían a ser reconocidas como clásicos del cine de los ochenta y de la ciencia ficción audiovisual.
Este reconocimiento póstumo, como cabía esperar, terminó por propiciar la publicación de aquellas novelas realistas rechazadas. Así, la última en aparecer fue Voices from the Street, en 2007, precedida por Gather Yourselves Together (1994), The Broken Bubble (1988), Mary and the Giant (1987), Humpty Dumpty in Oakland (1986), Puttering About in a Small Land (1985) y The Man Whose Teeth Were Exactly Alike (1984). La que falta, Confessions of a Crap Artist y que ahora llega como Confesiones de un artista de mierda (llevada al cine en 1992 por el director francés Jérôme Boivin, bajo el título Confessions d’un Barjo), fue publicada originalmente en 1975 y es, por tanto, la única de este ciclo de novelas realistas en no haber aparecido de manera póstuma.
En castellano el panorama es algo complicado, y más si pensamos en la disponibilidad de algunos títulos. De las novelas realistas recién mencionadas, la primera en ser traducida a nuestra lengua fue Puttering About in a Small Land, publicada por la editorial Arcor en 1988 bajo el título Ir tirando; la segunda debió esperar hasta 1992, y se trató precisamente de Confesiones de un artista de mierda, que publicara la editorial Valdemar. Y eso fue todo, al menos hasta 2021, con la aparición de Mary y el gigante y La burbuja rota a cargo de la editorial Minotauro, junto a una nueva traducción de Confesiones de un artista de mierda, que retiene el título de la edición de Valdemar (lamentablemente, porque se trata de una opción poco feliz: más correcto habría sido Confesiones de un delirante, o quizá ...de un chanta) y, en el peculiar esquema de selección de textos distribuidos en Uruguay que ejerce el Grupo Planeta (dueños de Minotauro desde 2008), termina por ser la única de estas novelas en librerías montevideanas.
Es interesante la manera en que Minotauro ha terminado por “apoderarse” de la obra de Dick. El catálogo “clásico” de esta editorial, es decir el que incluye los libros que publicó entre 1953 (cuando apareció la primera edición de Crónicas marcianas) y los primeros años de la década de 1990 (cuando el núcleo de la editorial ya había migrado de su sede histórica en Argentina a Barcelona), Dick es un notorio ausente. De hecho, sólo una de sus novelas, El hombre en el castillo, fue publicada por Minotauro en 1974: precisamente la que Dick escribiría en los últimos momentos de su proyecto literario-realista y, sin dudas, la más accesible entre sus obras maestras al lector que no frecuenta la ciencia ficción. Las grandes novelas “cienciaficcioneras” de Dick, entonces, fueron publicadas por sellos con menos pretensiones literarias: Ubik en la colección SuperFicción de la editorial Martínez Roca, Sueñan los androides con ovejas eléctricas en la colección Nebulae de la editorial Edhasa, o Una mirada a la oscuridad en la editorial Acervo. Basta con señalar que Dick no perteneció a la nómina de Minotauro, al igual que escritores también ausentes como Isaac Asimov y Harlan Ellison, por nombrar dos de los más clásicos o canónicos del género.
Esto empieza a cambiar recién en 2001, con la publicación de Lotería solar y VALIS, seguidos al año siguiente por Ubik (1976, Martínez Roca) y en 2003 por Simulacra (1988, Martínez Roca), Los clanes de la luna alfana (1990, editorial Miraguano), Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1979, Martínez Roca). Así, sucesivamente, el resto de la obra, con la excepción de algunas antologías de relatos vueltos redundantes por los volúmenes de Cuentos completos, casi todas las novelas realistas y algunos títulos aislados, como la hermosa Gestarescala —el mejor de los clásicos “menores” de Dick— y la póstuma Radio Libre Albemuth.
Por dónde comenzar con Dick
Quien desee empezar a incursionar en Dick haría bien en leer la novela El hombre en el castillo. Más allá de su descollante ambientación ucrónica (o de historia alternativa), en la que se propone un mundo en el que Alemania y Japón ganaron la Segunda Guerra Mundial, la novela apenas comulga con ese ímpetu enciclopédico para con los tópicos del género que hace la obra dickiana y presenta en su lugar, en plan “realista”, las historias más o menos entrelazadas de un grupo de personajes que viven en una zona del territorio estadounidense controlada por los japoneses.
A partir de esta novela, se puede seguir con La penúltima verdad, Una mirada a la oscuridad y Sueñan los androides con ovejas eléctricas como transición hacia el núcleo duro compuesto por los títulos más radicales y desafiantes: Ubik, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, Fluyan mis lágrimas dijo el policía y VALIS.
A su vez, con las novelas realistas de 1951-1962, el consenso de la crítica no les fue del todo favorable. Por ejemplo, en el libro Idios Kosmos: Claves para Philip K. Dick (1990) —uno de los primeros textos dedicados a Dick escritos en castellano—, el filósofo y crítico argentino Pablo Capanna describe a estas novelas como “verbosas y extensas, excesivamente detallistas y carentes del humor que caracterizaría a la obra madura de Dick”. Más allá del juicio de valor, vale la pena acometer su lectura, en particular si ya se ha pasado por los títulos más importantes de su bibliografía. Confesiones de un artista de mierda es la mejor opción para empezar.
En esta novela, más allá de su relato de la ruptura trágica de una pareja, y del interesante uso estructural de narradores múltiples (tres de ellos protagonistas, uno en tercera persona omnisciente), el trabajo sobre uno de los personajes —Jack Isidore, cuya narración abre el libro— es particularmente atractivo, en buena medida porque de alguna manera parece ofrecer una forma embrionaria de lo que se encuentra en las posteriores VALIS y Una mirada a la oscuridad, con sus personajes delirantes capaces de opinar sobre mecánica cuántica y cerámica minoica con la misma soltura y la misma ridiculez. Isidore cree en la tierra hueca habitada por monstruosos hombres-topo, en el “peso de la luz” y en teorías conspirativas sobre la Segunda Guerra Mundial, todo registrado minuciosamente en los cuadernos “científicos” que compilan sus “investigaciones”. Es tentador comparar este impulso investigador autodidacta, y de escritura desaforada, con los proyectos filosóficos de uno de los narradores de VALIS, por ejemplo, en una suerte de nexo entre una zona primitiva de la obra dickiana y su etapa tardía.
Esto no quiere decir que el único interés que pueda tener Confesiones de un artista de mierda en particular, o el ciclo de novelas realistas en general, sea el de ofrecer pequeños destellos de lo que Dick haría mejor o de manera más fascinante en libros posteriores. En definitiva, quien se asome a Confesiones… sin tener mayor idea de quién es Philip K. Dick o qué escribió en su vertiginosa trayectoria literaria, encontrará una novela algo morosa, muy consciente de sí misma y bastante misógina, cuyo tema principal podría ser el daño infligido sobre algunos hombres por mujeres a las que otros hombres infligieron daños comparables o quizá peores; en esa línea digamos “de género”, la novela recurre a lugares comunes de representación de lo masculino y lo femenino en su tiempo y lugar, con mujeres obsesionadas con la masculinidad de sus maridos o sus amantes y, de paso, hombres incapaces de lidiar con mujeres a las que sienten como una amenaza a sus privilegios de masculinidad. En medio de este “realismo”, las obsesiones conspiranoicas de Jack Isidore parecen delatar a una ciencia ficción delirante que intenta abrirse camino, y quizá en esa línea de lectura metaliteraria se esconda la más íntima tensión dramática de la novela: un libro escrito, acaso, contra la desbordante imaginación especulativa de su autor.
CONFESIONES DE UN ARTISTA DE MIERDA, de Philip K. Dick. Minotauro, 2021. Barcelona, 294 páginas. Traducción de Juan Pascual Martínez Fernández.