El próximo viernes 22 de abril
Varios libros -entre ellos una autobiografía erótica- esperan a los lectores en las librerías, a pocos días de la entrega del premio por parte de los Reyes de España.
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En noviembre de 2021 se conoció la asignación del Premio Cervantes (la más importante distinción literaria que otorga España) a Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941). En pocos días, el próximo viernes 22 de abril de 2022, los Reyes de España le entregaría el galardón en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
Su obra nunca resultó indiferente: fue tan tempranamente agitadora, como atendida y celebrada. Con veintidós años publicó un libro de cuentos, y a los veintisiete su primera novela, Los museos abandonados. Al año siguiente recibió el Premio Novela del semanario Marcha por El libro de mis primos (1969). Antes de exiliarse definitivamente en España, adonde llegó en 1972, dio a conocer un intenso libro de poemas, Evohé (1971). Desde entonces ha publicado en forma sostenida y los reconocimientos de críticos y lectores son unánimes, valorando distintas facetas de su obra.
Sólo tres uruguayos han ganado el Premio Cervantes (Juan Carlos Onetti inauguró la saga en 1980), y del total apenas seis han sido mujeres. En este quinquenio fueron dos uruguayas, ya que Ida Vitale lo ganó en 2018. Cuando se dio noticia de su premiación, Peri Rossi manifestó a la prensa española que se definía como “una francotiradora” (a TVE), “siempre muy crítica con la vida política y social”, afirmando que “toda su extensa obra se puede resumir en profundizar en la búsqueda y el análisis de la asimetría de las complejas relaciones personales” (al diario El País de Madrid).
La mujer pronunciada
Alguna vez Peri Rossi ha declarado su adhesión a la fórmula de Hemingway, acerca de que “la novela gana por puntos y el cuento y la poesía por knock out”. La idea se ajusta a la obra, porque Evohé es un “croos a la mandíbula”, desde su célebre comienzo: “Una mujer me baila en los oídos”.
Se trata de un libro de versos concentrados, potentes, lúcidos y conmovedores que ya justificaría por sí solo un lugar señalado en la poesía en castellano. Y no únicamente por la intensidad y franqueza con que libera la expresión del erotismo (profundizando caminos abiertos por Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou, Idea Vilariño) y por la exaltación del amor lésbico, sino también por la densidad conquistada en el dominio del vocablo y del ritmo.
Evohé, cuyo título refiere a los gritos de las bacantes en las fiestas en honor al dios grecolatino del vino y la sensualidad, celebra la erótica del lenguaje, ejerce una forma de metalenguaje que corporiza las palabras y dota de palabras a los cuerpos. El conjunto se desarrolla en un texto que va rodeando la identificación mujer-palabra, como puede advertirse en este fragmento nodular: “La palabra/ mi mujer/ trenzadas/ me desgarran/ trenzan de mí/ trenzan para mí/ […] Yo las veo caminar/ mi mujer/ la palabra/ […] de lejos no podría identificarlas/ mi mujer/ de cerca las confundo/ la palabra./ Si es de noche/ mi mujer/ hago el amor con ellas/ la palabra/ de modo que ellas dos queden satisfechas/ conclusas/ varadas en mis rodillas/ porque yo las he tomado, recogido,/ asido./ Yo las ordeno/ mi mujer/ la palabra”.
Además, el recorrido de Evohé va legitimando a la enunciante como sujeto creador, lo que resulta subversivo porque contradice un lugar común. La escuela becqueriana había recogido la versión romántica de la tradición del hombre creador, consolidando simétricamente la idea de la mujer musa, objeto amoroso pasivo que estaría en el origen de la poesía y sería, a la vez, destinataria privilegiada (“Poesía eres tú”). La novedad o rebelión de Peri Rossi radica en que es una voz femenina de autora (de autoridad) la que dota a la amada de existencia por la palabra, una impronta de dominio antes atribuida preponderantemente al varón.
Aun así, se percibe por los intersticios de esos mecanismos de imposición autorial una ambivalencia de poderes propia de la dialéctica amorosa del amo y el esclavo, que afecta a amantes y amados, hombres y mujeres, y que se expresa en el revanchismo de la superioridad: “Yo le voy dando palabras con que se vista,/ le arrojo una letra como un vestido,/ le largo una sílaba como una sandalia/ y así cubierta/ de las palabras con que la he ceñido,/ sale a la calle, a engañar amigos”.
Pero hay un desplazamiento de las convenciones que empodera a la que escribe: “Mujer, vuélvete. Palabra, regresa. […] Mujer vestida de palabras, cuando quieras, te desnudo. Quedarás laxa y tersa, tenue e ingrávida./ Te desvanecerás como humo”. Creación y criatura logran una distancia mayor y más segura, consolidándose un poder explícito de la palabra (del lenguaje y del poema), aun si se compara, por ejemplo, con los recordados versos de Idea Vilariño: “Aquí/ Lejos/ Te borro./ Estás/ borrado” (Poemas de amor, 1957).
Última prosa
La insumisa es el más reciente libro de Peri Rossi, que salió simultáneamente en Montevideo (Editorial Hum) y en Palencia (Editorial Menoscuarto), en 2020. Aunque no hay coincidencias específicas en la portación de nombres, se trata de un libro de memorias de infancia y primera juventud, y el lector uruguayo podrá gratificarse en el reconocimiento de calles y comercios, hábitos y mitos compartidos, tradiciones caseras que se remontan a los años cuarenta y cincuenta, algunas caducadas y otras aún vigentes.
Los estereotipos de género, relacionados con los modelos familiares y sociales de esas décadas, aparecen muy marcados en el relato, así como el estupor con que la niña los descubre y trata de encajarlos en imposibles series lógicas. Esta protagonista estelar no sólo no se identifica con los mandatos que corresponden a la feminidad, sino que se siente atraída por lo que parece corresponder a los varones (los pantalones, el campo y las faenas rurales, la exploración científica) y está siempre presta a la acción para defender al “bello sexo” (verá el lector el porqué de esta fórmula irónica). Un lugar aparte merece la relación con los libros, ligada a la familia materna, pero en especial a un tío soltero, particularmente celoso de la exclusividad del conocimiento. Hay un coto implícitamente vedado a las mujeres, en cuyo centro está la escritura, como potestad y producción que sostiene la distinción y la valía de la masculinidad.
Además de todo esto, considerando su velada estructura, La insumisa (2020) es una autobiografía erótica, en el sentido más puro del término: narra una vida desde el momento en que la “persona” puede reconocerse como tal, en el descubrimiento del amor por la madre como “otra” de la que se depende y a quien necesita, hasta la estabilización del amor adulto, aceptado bajo la cláusula de la generosidad. Por eso el libro se cierra con la historia de un regalo.
La madre ocupa, en el relato de los primeros años, un lugar ambivalente de irradiación y da origen a una carencia emocional que se manifestará en relación a los sucesivos objetos de amor. La niña, la púber, la joven es siempre excesivamente pródiga, insuficientemente correspondida, mendicante siempre del “papel de hija preferida, para el cual tenía una honda vocación nunca satisfecha”.
La figura paterna no sale mejor parada. Por el contrario, el padre arbitrario, violento, bebedor, también frágil y acomplejado, refuerza la representación de una narradora poderosa y omnisapiente, ya que en la voz de la niña asume conocimientos y reflexiones propios de la vida adulta, resultando el relato una vindicación, un resarcimiento y una venganza. El texto discurre echando mano a pistas del psicoanálisis, de modo que lo rigen esos modos de verosimilitud que atañen al “pequeño teatro familiar” y sus no pequeños dolores. El final del libro, que engarza varios puntos de fuga, logra el cierre de esas heridas dando cabida al amor que sólo puede cumplirse si hay correspondencia; se despliega si es posible recibir, además de dar.
Navegar es necesario
Al parecer, en la Edad Media europea existían barcos destinados a trasladar personas afectadas por la locura, que eran desterradas de las ciudades, itinerando de sitio en sitio, o llevadas a puertos lejanos donde se hacían vagabundos. En el Renacimiento, las “naves de los locos” adquirieron un valor simbólico, cuya expresión más conocida aparece en el cuadro de El Bosco (1450-1516). El barco lleno de enajenados representó la humanidad pecadora y desencaminada, el homo viator en busca del sentido de la existencia. Por otra parte, el loco reaparece en la cultura como personaje ambiguo, como un chivo expiatorio: encarna los defectos y sufrimientos de una sociedad, liberando de ese peso al resto, a la vez que permite la expresión de lo reprimido.
La novela de Peri Rossi La nave de los locos explota la tradición de la “nave de los locos” en su sentido literal y en sus sentidos simbólicos, se configura como un relato de aventuras que parten de un transtierro no deseado (condición con que la autora siempre se identificó). Equis, el protagonista de La nave de los locos, viene de una innominada ciudad con mar, y peregrina de ciudad en ciudad, permaneciendo en algunas por temporadas (sólo si “van a dar al mar”), atraviesa una temporada en una isla, como los viajeros míticos. El exilio es, en este marco, la imposibilidad de conformar hogar, pero también significa la libertad del desarraigo, la pura disponibilidad, la ruptura como experimentación, de la cual da cuenta la heteróclita forma narrativa, que arrasa con buena parte de las convenciones novelescas.
La condición de exilio trasciende cualquier situación política —sin eludirla, ya que hay referencias históricas a la dictadura, a los presos y torturados—, para alcanzar una dimensión existencial que se apropia de metáforas bíblicas, mitos literarios e innumerables citas culturales. Hay en La nave de los locos permanentes desplazamientos, una isla que se llama “Pueblo de Dios”, un país “Ombligo del mundo”, un “Paraíso Perdido”, y viajes alucinatorios que, sin embargo, encarnan por momentos condiciones muy reconocibles de abyecciones e injusticias que apuntan a la crítica social.
La autora, por su parte, colecciona barcos artesanales y sellos vinculados a barcos y a viajes por mar. Gusta de recordar que inició su exilio en un viaje en barco —el “Cristóforo Colombo”— que partía de Montevideo rumbo a Italia, tocando puerto en Barcelona, adonde la llevó “el amor”. En La insumisa identifica ese viaje con el que hicieron en sentido contrario sus bisabuelos genoveses inmigrantes, lo que le permite comprender tardíamente las heridas familiares, al sentir ella misma la situación de extranjería como orfandad, un estar “sin patria, es decir, sin madre”.
Se ha dicho que la obra de Peri Rossi es “un recordatorio perpetuo del exilio”. Pero también propone alivios para las penas del desterrado, como en el poema “Habitación de hotel” (2007): “¿Cuál es mi casa?/ ¿dónde vivo?/ Mi casa es la escritura/ la habito como el hogar de la hija descarriada/ la pródiga/ la que siempre vuelve para encontrar los rostros conocidos/ el único fuego que no se extingue”.
EVOHÉ, de Cristina Peri Rossi. Hum, 2021. Montevideo, 96 págs. (reedición).
LA INSUMISA, de Cristina Peri Rossi. Hum, 2020. Montevideo, 216 págs.
LA NAVE DE LOS LOCOS, de Cristina Peri Rossi. Hum, 2022. Montevideo, 184 págs. (reedición).