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por Gera Ferreira
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Fernando López Lage (Montevideo, 1964) es director, docente y curador de la Fundación de Arte Contemporáneo (fac). Allí se dio esta charla. Tiene una larga trayectoria como curador, donde destacan “CP 2003” de Clemente Padín (Subte), “Vislumbres” de Marcelo Brodsky (fac), “Bordes” de Margaret Whyte (Premio Figari, 2014), y en 2022 acompañó las muestras de Elena Caja y Elaiza Pozzi con textos curatoriales. Como artista expuso en numerosos museos y ha publicado los ensayos El color Pharmakon (2018) y Madmaxismo (2021).
—¿Luego de El color Pharmakon seguiste con el tema del color o fue algo puntual?
—Es una especie de ADN. Hay un color que en Montevideo es complicado porque te lleva a romper con una tradición hegemónica que tiene la escuela de Torres García, con la paleta baja gris, beige, marroncito. Vengo de la escuela de Longa, que hizo una irrupción con muchísimo color, con una mirada subjetiva, influenciada por cosas que pasaban en el mundo, la caída del muro, el punk y el postpunk. Ahí caímos nosotros.
—¿En qué año?
—Por el 86. Lo de Longa fue un lugar bastante interesante. Nos costó bastante posicionarnos y no fuimos bienvenidos, porque los intelectuales de la postdictadura intentaron retomar lo que habían dejado.
—Ustedes eran un poco la contracultura.
—Sin saber. Yo tenía mucho interés en la política, en la filosofía y también un montón de posturas estéticas y conceptuales. Entonces se generó un Frankenstein demoledor. Los de Torres García te decían ¿y eso qué es?
—Cambió el tratamiento del color.
—El Pharmakon viene un poco de ahí, por un lado se plantea en Uruguay como un exceso, esa cosa de intentar igualar. A su vez, tiene el poder de decir cosas y curar, porque el color también es político. Y por otro lado, cuidado que te podés envenenar, que te podés morir.
—El aspecto más medicinal.
—Esa metáfora en realidad tiene que ver con la literatura y la filosofía: el Pharmakon está metido en todo, es ese borde impreciso.
—Lo bravo en tu caso es identificar el lugar desde donde hablás, si como artista o del plano académico. Es una mezcla, ¿lo ves así?
—Mi vida como artista es así y tiene que ver con todo, no solo con el acto de pintar. La gente piensa que los pintores son gente que pinta y no piensa, que se expresa. La expresión está muy vapuleada. El arte no necesariamente expresa. Eso quedó pautado del Romanticismo.
—Elegiste trabajar como referente, aunque no te cuadra mucho la idea de hacedor de escuela.
—Claro, la gente se acercó cuando empecé a trabajar en clínicas, a desarrollar proyectos, no como un profesor que pinta lo que le gusta, o que digan quiero pintar como él.
—Pero has tenido influencia en artistas que han salido de la fac. Quieras o no, participás en la generación de procesos, si se quiere históricos.
—Exacto, pero yo esa cuestión de la escuela, no.
—Te fue bien.
—Sí. También es un laburo diario ir viendo cómo este monstruo se va formulando. Siendo pintor no puedo estar 24 horas pensando en la pintura, me mata. Además me molesta el término artista plástico.
—¿Te molesta?
—Lo odio. Porque está asociado con lo artesanal. Uno es artista mirando la pared también.
—Es una denominación muy clásica, ¿hay otra alternativa?
—Pasa que ahora está demodé, vinculado con la personalidad y los materiales. ¿Si no tocás el material nos sos artista? Yo que sé.
—Ser artista te pone en un lugar de no clasificación. Habría que agregarle un complemento.
—Exacto. Mis facturas dicen Fernando López Lage: artista.
—Viste que igual en la tradición —y no solo uruguaya— el artista está por debajo del resto en lo profesional.
—Sí, claro, y el artista plástico en el fondo, junto con la danza contemporánea. Si estás diez años escribiendo un libro, pensaste durante no sé qué cantidad de horas, ¿cómo hacés para que ese trabajo te lo paguen?
—La casa de los escritores presentará un proyecto para proponer leyes. ¿Cómo lo ves?
—Ojalá se pueda enmendar la ley porque hay que remover el concepto de la cultura del trabajo.
—El trabajo intelectual es difícil de tasar.
—Claro. Si vos estás pintando un cuadro y mirás la mancha durante ocho horas, pensando si está bien o mal, la gente dice que eso no es laburo, pero es el mismo laburo que todos.
—En tus entrevistas no te toman como escritor, sino como artista. ¿Cuál es el perfil que te atrae?
—No me considero escritor.
—Tenés dos libros.
—También podría escribir una obra teatro y no ser director de teatro.
—No trates de zafar...
—No me gusta estar en un lugar fijo. Aparte escribo mal, me ayuda mucha gente.
—El color como herramienta política asociada a un problema. Eso me gustó. ¿De donde nacen esas reflexiones?
—Durante 30 años intenté pensar cómo sistematizar estos pensamientos. Porque es una cosa bastante inapropiada, y además no tenía ninguna formulación como para decir okey, esto es una postura, sino que son fragmentos.
—Una de las discusiones presentes en el libro es la que opone el modelo posmoderno con el universalista, castigando los cruces donde hoy se cuestiona el estatuto de autor, el binomio vida y obra, autor y sujeto, sumado a la cultura de la cancelación. ¿Cómo ves esto?
—No tengo las repuestas. Realmente vivo en el mundo del cuestionamiento. Las nuevas formulaciones del capitalismo están pautadas incluso por lo alienígena: es un delirio pero andá a hablar con Elon Musk o Jeff Bezos y el turismo en la luna. ¿Hay capitalismo extraterrestre? Sí. En ese capitalismo, ¿se puede aplicar la lucha de clases? No.
—Pero, ¿cómo hacemos para valorar los productos culturales cuando al público se lo bombardea con tanta cosa?
—Es un tema del lugar que ocupan. La política también está metida allí.
—Y está dictada por grupos y personas que avalan o rechazan…
—Sí, pero la vida privada de las personas y la obra son cosas muy distintas.
—Logré que lo dijeras.
—La cultura de la cancelación me parece un asco.
—Termina pegando en la sensibilidad de los creadores, no podés tocar esto o lo otro.
—Es que no podés tocar porque hay heridas abiertas. ¿No tenés otra cosa para hablar?
—Sería una cuestión de tema entonces.
—Las mujeres, las personas LGTB, las personas afro la están pasando mal, ¿por qué te meterías ahí a naturalizarlo más? No lo hagas. Veamos cosas hechas por ellos, ponele, quiero más de eso. Igual te repito que estoy en contra de toda censura en el arte. ¿Hay límites? Sí. ¿Cancelo? No. Soy un problematizador.
—Lo independiente te lleva a lo privado. Lo otro es trabajo social con devolución a la comunidad, ofrecer cosas gratuitas...
—(Niega con la cabeza).
—Digo gratuitas y te saltan los ojos.
—Yo solo trabajo por plata. He dado algunas becas.
—Sos un empresario.
—Sí. Soy muy poco artista. Bah, no el artista que muchos esperan.
—Un Páez Vilaró recargado.
—(Se ríe y reniega, pero le gusta).
Pensar de nuevo todo.
—Algo que me pasa con este tipo de ensayos, se lo dije a Marta Peirano a propósito de Contra el futuro (2022), es que no me queda claro a quién le hablan. ¿Cuál es tu público?
—No soy académico, soy un tipo que hace cosas, las piensa y las tira en diferentes formatos. El libro es uno. No pienso en el público, sino en la gente con la que hablé.
—Para un lector común esto puede ser mucho y para uno especializado es liviano, porque junta lecturas pero no hace un salto reflexivo mayor.
—Me he sorprendido mucho con la gente que uno piensa que no va a entender nada, y a veces entiende mucho más que la que está formada. También que la gente que más se resiste es la más formada y con la que estoy más en desacuerdo.
—Hay pocas fuentes de pensadores uruguayos, ¿no?
—Te oigo.
—¿No hay?
—(Cara de póker)
—Pará, ¿y un Juan Fló?
—Sí, por todo lo contrario. Conozco esa línea, pero no estoy de acuerdo con nada de lo que planteó él ni su cátedra.
—Torres García también teorizaba.
—Sí, pero son casos específicos que van en contra de mis reflexiones. Son tipos que vapulearon al arte y el pensamiento contemporáneos. O sea, si no te gusta, no digas nada. No lo desautorices desde un lugar de cátedra.
—Pero ahí el pensamiento crítico funciona. Lo podés tomar o no. No me parece que la operación sea no hacer crítica.
—Claro, me preguntabas cuántos referentes hay en Uruguay. Ninguno, porque Humanidades y Bellas Artes están pautadas por el mismo pensamiento.
—Me refería a nivel teórico.
—Te podría decir que rescato algunas cosas de Luis Camnitzer, y después no me interesa nada porque no estoy de acuerdo con la postura universalista y modernista de Uruguay. No creo en esa ficción, no compro el cuento.
—Insisto, ¿qué pasa acá con la crítica de arte? Esta idea de afinar el gusto con una valoración, creo que hay un rol ahí...
—Yo no y me parece bárbaro que desaparezca. Me parece que la crítica, ya sea de arte, de cine o de literatura, son un horror. Me parece más interesante el ensayo como disparador. Si viste la última película de alguien o leíste el último libro, escribí, pero no me digas si el libro es válido, o cómprelo, o como pasaba antes, “no vaya, no vale la pena”. O sea, ¿what? Eso no. Yo leo mucha crítica, pero no se llama más crítica, porque esa crítica de arte es autodidacta.
—No, para mí acá la gente se rehúsa a discutir, lo cual genera un gran empobrecimiento de todos.
—Roberto de Espada, que sabía mucho, hizo una crítica de una muestra de Teresa Puppo en el Cabildo y la destrozó. Ok, es válido, pero en el medio le dijo que mejor se fuera a su casa a lavar los platos y lo publicó en diario El Día.
—Durísimo.
—Te digo un caso extremo para entender lo ontológico en la crítica de arte. También cuando te dicen que algo es genial, o que fulano es un genio. Vos decís, ¿perdón?
—Ta, pero tampoco todo está tremendo.
—Es tóxico. Fijate en Twitter.
—Twitter no es referencia de nada.
—Cómo que no.
—Es un parlante.
—Es un lugar para la filosofía también. Si seguimos pensando en los formatos fetiches, como los libros... no digo que no estén, me encantan, pero...
—La cultura como si fuera un tweet necesita revisión.
—Entiendo, pero no nos podemos quedar en el formato.
—Digo circulación de pensamiento, llamale Twitter, llamale prensa.
—Estamos de acuerdo. Lo que no estoy de acuerdo es cuando un crítico dice esto es una mierda. No le llamo crítica a eso.
—¿Qué te parece lo que hacen en la revista La Pupila?
—(Silencio mortuorio) ¿Qué?
—Tu cara no expresa mucho. De nuevo, ¿dónde está ocurriendo la crítica de arte hoy?
—No hay. La Pupila escribe cosas muy sesgadas, que igual me parece correcto, pero no escribe todo el mundo ahí...
—¿Quién legitima, quién dice, che, vayan a ver esto?
—Hay otros legitimadores en Twitter, en Instagram.
—Pero es un público fantasma.
—Es el público del siglo XXI.
—Que tal vez no necesite que le digan qué leer. No me puedo quedar en eso.
—Obvio, estoy de acuerdo con que vos existas.
—Gracias.
—Jaja. La crítica y la curaduría tuvieron un lugar específico en determinado momento. No le otorgo tanto poder a las opiniones. Creo cada vez más que todas las cosmovisiones tienen su propio acercamiento a las cosas. ¿Habrá que seguir siendo humanista?
—Esa es una de tus tesis centrales en Madmaxismo, que de hecho no me quedó claro a qué le llamás.
—Una forma de evitar el mundo, desde una sensación de apocalipsis que está dada por lo industrial y el entretenimiento. Muchos problemas suceden al mismo tiempo.
—Problemas mayores para preocupaciones humanistas.
—Potenciar la idea de que todos sean críticos desde sus propias formas de estar en el mundo, es más interesante que haya una persona para decir esto no, esto sí.
—Tus libros son una manera de decir esto sí, esto no.
—No porque esté escrito debe ser la verdad.
—¿Entonces faltan críticos o gente a la que interese la crítica?
—No falta nada. Pensemos de nuevo todo.