Premio Ribera del Duero

Con la escritora y poeta Magalí Etchebarne: “En las mujeres el cuerpo está presente todo el tiempo”

Un libro con cuatro cuentos que incomodan por cercanos, familiares.

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Magalí Etchebarne

por José Arenas
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De acuerdo con algunas corrientes del Yoga, los huevos de obsidiana son herramientas ancestrales de empoderamiento femenino y bienestar sexual. Su origen está en antiguas prácticas del taoísmo chino y estos objetos, de orden sagrado, se han usado a través de los siglos para un mejoramiento de la energía corporal; embellecimiento, vitalidad, demora del envejecimiento, mantenimiento de una libido activa. En centros de venta suele aclararse que el huevo de obsidiana, también conocido como Huevo Yoni, no es un juguete sexual ya que la usuaria debe introducirlo en su vagina y mantenerlo allí durante el tiempo que crea necesario.

Sin embargo, su conexión con la sexualidad nunca se va, y esta piedra de lava volcánica que no ha llegado a cristalizar y que parece un diamante negro ovalado, ayudará a sus portadoras a sentir futuros orgasmos más intensos una vez que el uso haya hecho trabajar los músculos vaginales, el periné, y la energía de los milenios entre en el autoconocimiento de la mujer.

No sé qué hombre podría caminar con una piedra en el culo una semana, nadie, pero una mujer está dispuesta a andar con una piedra ahí.

Dice Magalí Etchebarne al referirse a uno de los temas que atraviesan los cuentos de La vida por delante, el libro con el que acaba de ganar el Premio Ribera del Duero publicado por Páginas de Espuma.
En dos de los cuatro cuentos que integran el libro aparece el objeto milenario como eje en parte de la acción que involucra a las protagonistas. Ese huevo que rejuvenece, esa piedra casi preciosa que mantiene una obligatoriedad con la belleza y el sexo activo, es como una marca más en el cuerpo femenino. Parece ser la forma en que la espiritualidad les exige a las mujeres lo mismo que podría exigirles cualquier propaganda barata de champú o yogur diet. Etchebarne cuestiona la manera en la que el cuerpo femenino responde o no a esos llamados. Qué pasa con las mujeres y sus cuerpos es un elemento central en estos cuatro cuentos inexpugnables.

—En un momento ya ni tenía que ver con el hombre, ya era algo más del orden del universo de las mujeres, de lo que están dispuestas a hacer con su cuerpo, que eso sí me parece que es algo con lo que las mujeres vivimos. El cuerpo está presente todo el tiempo, desde siempre, andamos con la conciencia constante del cuerpo. El cuerpo que se te empieza a transformar porque viene la menstruación, porque rápidamente dejás de ser joven y empezás a deteriorarte y ese deterioro es humillante. Y el cuerpo de una vieja es vergonzoso, obsceno, nunca sexual, o sea, hay un montón de ideas sobre el cuerpo… bueno, las que son madres, el parto, y todo lo que se hace en las mujeres. Yo abro Instagram y tengo mil videos, y hay videos con publicidades de jeringas que entran en la cara, yo no sé a quién eso le puede resultar invitante, pero hay algo, un algoritmo que considera que porque soy mujer me va a parecer seductor. Eso habla de que estamos muy dispuestas a hacer cosas ridículas y sumamente incómodas para mantener la belleza o lo que fuera, para responder a algo. Y esa piedra me parecía como una síntesis medio ideal, cómo una mina carga una piedra re incómoda, para mí. Quizás a alguien que la use le parecerá bárbaro.

Siluetas biseladas. Los cuentos que forman La vida por delante son fotografías certeras donde las mujeres ocupan un primer plano aún sin quererlo. Quizá el fotógrafo disparó el flash sin avisarles y una de ellas salió sufriendo, la otra salió muriendo, otra salió recordando —todas salieron recordando como si estuvieran malditas por la memoria— y otra de ellas salió fumando en la soledad, pensando en un presente doloroso y sin demasiadas resoluciones. Los hombres, en estas fotografías que Etchebarne narra con mano al rojo vivo, son siluetas biseladas. Están allí pero no. Se los nota, uno los reconoce, pero parecen estar desapareciendo de la escena. Tienen una figura presente, visible, y a la vez quieren correrse de cuadro, esconderse de la luz, saltarse de la bruma venenosa que esparcen los personajes cuando se ponen a practicar la esgrima de la memoria.

—Los personajes se ponen a recordar casi siempre, como que no podía evitar hacer que eso pasara, porque de alguna forma sentía que ese pasado explicaba el presente. El cuento estaba atrás, esos días presentes eran lo que me servía como para apoyar la cámara.
—Un elemento fundamental de la narración es la memoria. La idea en sí y el ejercicio que hacen los personajes.
Sí, yo creo que sí. Como la memoria, el pasado, que muchas veces se abalanza sobre ese presente. Eso era algo que ya un poco aparecía como en mi primer librito de cuentos, Los Mejores Días. Ya había algo así como del pasado, de esta idea de recuperar unos días, además de una ironía porque es una promesa que un personaje le hace a otro; “vamos a pasar los mejores días, vení”, pero después también parece que los días esos fueron los de la infancia. Hay un pretérito que se busca recuperar escribiendo, y a mí siempre me parece que escribir es como hacer memoria, como que es un ejercicio muy parecido, porque yo creo que con la escritura en general lo que trato de hacer es retener algo, y no retener porque eso me haya pasado a mí, sino porque quizás, a veces sí es algo que a mí me interesa, entonces lo guardo, me guardo una escena, me guardo una imagen, algo que alguien dice y siento que lo quiero usar. A veces por lo amargo, a veces por lo feliz. Que no se pierda eso. La memoria después se funde con la ficción, consciente o inconscientemente, como en la imagen del primer cuento, de la niña que recuerda, pero que no es posible que recuerde eso, entonces… sí, claro, un poco está forzado, pero porque es ficción y lo que me pasaba era que cuando estos personajes se ponían a recordar, aparecía lo ficcional. O sea, aparecía el relato. El relato se armaba de la capacidad de hacer memoria, y a veces no solo de hacer memoria, sino de algo que viene aunque uno no quiera.

Cada uno de los relatos funciona como una manera de ser/siendo en el tiempo. Las mujeres que protagonizan los textos habitan tiempos similares que, a su vez, se emparentan con la edad de algún personaje de otro cuento. Son coetáneas en parte de sus desgracias y de sus logros pero todas han vivido casi lo mismo: cuidar una madre anciana, ver morir una madre, tener relaciones fallidas, cargar con un cuerpo marcado, llevar una tristeza módica, estar asediada por preguntas, entregarse a lo que toca en ese momento, andar rozando los finales. Todas tienen una isla en cada relato, una habitación propia en el decurso del cuento donde se piensan a sí mismas, ya sea en primera o en tercera persona, sus voces se describen, se cuestionan, se analizan en el devenir. No recalan, necesariamente, en el monólogo interior, más bien es un ramalazo de dudas que les cae inesperadamente como si se les lloviera el techo por todas partes, al menos durante unos minutos. No pueden escapar de ser sus propias lluvias en esas escenas.
Yo siempre tuve en la cabeza, cuando me di cuenta de que quería reunir los textos e intentar hacer algo así como un conjunto de cuentos, que iban a ser cuatro y no más, y que para que fueran cuatro tenían que conversar. O sea, había cosas que iban a viajar, como la obsidiana, los personajes del primero al segundo, pero también más allá de esas cosas que, no es que son fáciles de hacer, pero quizás es como lo más común que elementos se repitan, que uno lo pudiera leer como si fueran cuatro partes de la vida. Por eso yo al manuscrito le había puesto, en el origen, un título que fue horrible y muy descartado, “La madre, el trabajo, la muerte, el amor”. Era solemne, pero a mí me gustaba porque tenía la solemnidad de un título que igual me divertía, porque hace contraste con los cuentos que creo que no son solemnes. Y menos los personajes que tienen unos desvíos tragicómicos, pero esos cuatro ejes me parecía que eran como cuatro temas que aparecieron al final cuando terminé de escribir y dije, “bueno, cuatro cosas de la vida, cuatro problemas de la vida”. En algún momento el último cuento iba a ser otro y yo decidí cambiarlo por este de una pareja, también para que no quedara todo en el ámbito de ser hija, de una persona que es hijo, hija, hermana, sino que también hubiera un relato en el que se abriera el conflicto ahí introduciendo a esta pareja. Así fue deliberado que conversaran, y no me imagino otro cuento formando parte de esto, no me imagino agregar otro ni quitar nada, es una unidad así, pudiendo conversar entre ellos. Que se puedan leer con independencia, pero que también si los lees todos, un poco recorran como unos problemas, entre comillas, de la vida.

—Y todo bajo un aura femenina…
Sí. Justo el otro día en una charla alguien me preguntaba eso, de los personajes que son mujeres. Es algo que siempre se remarca cuando escribe una mujer y hay personajes mujeres. Esa apreciación aparece. Para mí cuando están viviendo estas mujeres que son personajes o las narradoras, en los casos en los que las narradoras están en primera persona, la vida de los hombres también puede verse. Es un poco como los humanos en Tom y Jerry, porque quizás en algunos casos no los vemos del todo. El padre de la protagonista del primer cuento “Piedras que usan las mujeres” que es un poco difuso, es difuso pero a la vez hace cosas. Uno lo ve a ese hombre con desesperación por frenar el paso del tiempo, ya no con terapias alternativas o con técnicas, creemos, para ponerse cosas en la cara, pero sí con la desesperación de renovar la novia a lo Leo DiCaprio. Como que no puede envejecer tampoco, los chicos con los que se encuentran las protagonistas de “Temporada de cenizas” en la playa también aparecen por la mitad.

La frase que reúne estos cuentos, “la vida por delante”, y que da título al libro es una manera de sintetizar una promesa y un engaño. En realidad, caminar sobre la idea de una vida hacia futuro es ir sobre un sendero espejado en el que todo el tiempo uno debe elegir quedarse en la senda que transita o cambiarse a su reflejo. Allí, la posibilidad de salir lastimado es igual que la de tener un final feliz. Es el uso banal de la frase el que la vuelve una esperanza sin sentido. Hemos pensado tanto en la vida que nos espera, que no nos detuvimos a meditar si eso que nos espera es deseable, si es gris o si tiene sus chispazos de colores felices. Esa paradoja inquietante es la que toma Magalí Etchebarne para construir la esencia de estos cuatro cuentos que incomodan por posibles, por notoriamente familiares. Su escritura es delicada, sobria y eficaz. El tono de cada cuento es irreprochable, cumple con su misión de navajita.
En el último cuento se dice que se besaban como adolescentes porque lo eran, que tenían treinta años, que es la nueva juventud. Eso me gustó mucho, y pensaba, si de alguna manera el libro…
—Porque tenés treinta te gustó, quizás…

—Porque tenés treinta.
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LA VIDA POR DELANTE, de Magalí Etchebarne. Páginas de Espuma, 2024. Montevideo, 113 págs.

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