por Ionatan Was
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Hubo un tiempo hacia fines de los noventa y principios de los dos mil cuando la movida nocturna estuvo centrada en la Ciudad Vieja, con sus muchos bares y boliches bailables. Pero en un momento la movida cambió —porque todo cambia— con una traslación hacia el este, centrándose en la zona del Cordón Sur y Parque Rodó. En especial en el Cordón, donde hasta hoy mismo hay una amplia oferta de lugares donde comer, tomar cerveza o escuchar música, y poder hacerlo cualquier día de la semana. Esta migración trajo consigo ese término moderno que dieron en llamar gentrificación: la transformación de un espacio deteriorado o en declive, a partir de la reconstrucción o rehabilitación por cambios en las dinámicas del mercado y el aumento de la demanda por espacios comerciales y residenciales. Esta es la definición más formal. En su momento, además —año 2014— apareció un libro que graficaba a las claras el espíritu del nuevo barrio: Cordón Soho, de Natalia Mardero. Hace un par de años el libro tuvo su cuarta edición, y además, este mismo 2024 y con el apoyo de la Dirección Nacional de Cultura, apareció en librerías el cómic asociado también llamado Cordón Soho.
Tal vez haya quienes leyeron el libro y no el cómic, o viceversa, o incluso quienes hayan leído ambos. No hay ley que diga que una alternativa es mejor que la otra. No obstante, para quien quiera adentrarse en estas lecturas y visiones, conviene empezar por la novela, que en rigor se trata de una nouvelle, también llamada novela corta. El dibujo con sus múltiples colores invade los ojos, y todo aquello que a partir de la sola palabra el lector había imaginado, luego se puede confirmar o desmentir con la imagen (en este sentido, atención al personaje Pablo, que en el cómic no se ve como se lee).
Universo propio. Siempre ocurre que en la novela, y hasta en los textos más simplones, el primer párrafo es también un primer sacudón, un incentivo para lo que sigue; o por el contrario un freno. En Cordón Soho ocurre más bien lo segundo. El pasado indefinido (formas verbales con acento en la última “o”) se repite hasta veintiuna veces en media carilla. La cacofonía dificulta algo la lectura, aunque matizada con lo que viene después, cuando muy rápido el lector se adentre en el mundo de Valentina.
Lo que es decir: un encuentro de amigos, la noche de sábado en su esplendor. Luego vendrá el almuerzo familiar, que apenas se menciona, pues lo importante acá es precisamente la madrugada anterior con su código propio, los amigos y las amigas de Valentina (todavía en 2014 no se había instalado el lenguaje inclusivo); cada uno con sus intereses, desde el cine hasta las artes visuales, pasando por la música de los dispositivos, omnipresente. El libro dedica sus buenas partes a estos detalles. Valentina y su clan además tienen una especie de lenguaje propio, que si no se manifiesta directamente por ella, sí lo hace a través del narrador, algo así como su alma gemela que cada tanto se sale con palabras como dealer, beatnik, tweed, preppy, junkie, y otras.
La vida pasa por las fiestas, los bailes, los mensajes de celular, incluso las drogas; y en menor medida el trabajo, por cierto no muy bien pago. Todas las interacciones sociales son con gente más o menos de la misma edad, salvo por la madre o el jefe del trabajo, ambos casos por temas de plata, y que igual apenas se esbozan. El universo etario fundamental no baja de los veinte ni pasa de los treinta.
Las preocupaciones de Valentina podrían ser un reflejo del joven uruguayo de clase media/media alta. Empezando por el apartamento, un monoambiente del Cordón. Y siguiendo por el trabajo, los amigos, y por qué no también las inquietudes sexuales (ninguna referencia al estudio). En particular, Valentina conoce a Carolina, con la cual coquetea desde un primer momento hasta sentir los vaivenes del erotismo, de la frigidez a lo más erógeno; aunque por otro lado está Pablo, el compañero de trabajo con el cual habrá algún tímido acercamiento.
El barrio. No hay ninguna referencia directa ni clara hacia lo que es el barrio Cordón; y mucho menos al Cordón Soho, esa conjunción de palabras que tan linda suena y que seguro, para más de uno, genera cierto rechazo. Las diferentes locaciones no tienen nombre ni clave, y si no es por el título pegadizo, el lector podría ubicarle el apartamento, el edificio, el boliche o la oficina en cualquier parte. Hay sí menciones explícitas a la Ciudad Vieja o el Prado, o la rambla adonde Valentina anda en bicicleta, o la pintada Playa Ramírez de los paseos a pie. El barrio Cordón, el barrio anónimo tiene, eso sí, una cosa bien montevideana, como dice la siguiente frase: “Cruzaron miradas y sonrieron, y volvieron a prestarle atención a las baldosas rotas, a la caca de perro que debían sortear”. Muy romántico, y muy actual.
Entonces el Cordón Soho es una cosa más bien implícita, que a partir del título impregna el relato y el dibujo. Mucho más que las calles o el barrio, Cordón Soho remite a un estilo de vida con su cadencia propia, como lo es la primera juventud, paso previo a la adultez, el matrimonio y los hijos.
Remite incluso a una forma de hablar y de comunicarse, como se nota en los diálogos, algunos algo cargados. Diálogos muy de la calle, toscos y hasta anunciados, aunque al resumirlos sí encajan en el cómic. Tal vez en cualquier otra novela constituirían una falencia, pero en Cordón Soho el lector muy pronto aprende las reglas, y no se va a pellizcar por ejemplo con el ‘sale fiesta el sábado con la vecindad’, o el subsiguiente ‘ponete linda que tenemos que tirar unos pasos’.
Es cierto que la idealización del lugar es tan evidente como necesaria para un proyecto así. Aunque también hay una idiosincrasia uruguaya, como en algún tiempo el cine quiso mostrar: el barrio innombrado venido a menos, las calles decadentes, los amigos de la cuadra. Una rutina propia, la inercia adormecedora como reflejo social. Cordón Soho tiene eso mismo: una nostalgia muy de por acá.
CORDÓN SOHO, de Natalia Mardero. Estuario, 2022. Montevideo, 119 págs.
CORDÓN SOHO CÓMIC, de Natalia Mardero (guión), Lucía Álvarez (dibujo), Agustina Mandacen (color y fondos) y Nicolás Peruzzo (layouts y rotulado). Estuario/MEC, 2024. Montevideo, 86 págs.