Feminicidios en México
Treinta años después que un asesino matara a su hermana Liliana, decidió escribir sobre ella y sobre la cultura machista y feminicida de México. Un libro que resultó muy premiado.
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En El invencible verano de Liliana la escritora mexicana Cristina Rivera Garza narra la vida de su hermana, asesinada por su expareja en 1990. Valiéndose de entrevistas con amigos y con sus propios padres, de cartas y textos de su hermana, Rivera Garza rescata la figura de una joven llena de vida, inquietudes e incertidumbres y reflexiona sobre la importancia del lenguaje para visualizar la violencia que está detrás de los feminicidios y cuestionar cómo se han contado estas historias.
Rivera Garza habló de cómo fue reconstruir aspectos de la vida de su hermana, de la culpa y la vergüenza que persigue a los familiares de las víctimas de feminicidios y de la necesidad de narrar estos episodios entendiéndolos como parte de una violencia estructural contra las mujeres.
La pandemia como catalizador
—En el libro te preguntás por qué tardaste tanto en buscar el expediente de tu hermana, y quiero justo preguntarte eso, ¿por qué crees que pasaron casi 30 años para averiguar qué había pasado?
—La respuesta es como el esqueleto del libro. Por una parte está el proceso individual, personal, del duelo. Cada quién se tomará el tiempo que necesite, tiene sus propios ritmos. Pero por otra parte es el tiempo que ha tomado socialmente el construir un lenguaje capaz de contener otra versión de estas historias de feminicidio. Era muy difícil pensar en 1990 en escribir una historia como ésta, con este lenguaje y con esta perspectiva, por la predominancia de otro tipo de narrativas y otro tipo de explicaciones para esta violencia de género. Y por otra parte, haber encontrado los documentos de mi hermana detonó la posibilidad de escribir el libro de esta forma.
—¿Cuándo tomaste la decisión de contar la historia?
—Es un momento gradual, siempre. Estos grandes cambios radicales se van sedimentando poco a poco. El hecho de que habíamos entrado al periodo de la pandemia, del pensar que podía personalmente y en general, como comunidad, perecer en cualquier momento. La posibilidad de quedarme sin escribir el libro que más había querido escribir. Cuando empecé a buscar el expediente de mi hermana, el darme cuenta de que había una seria posibilidad de que no existiera ya más y de que por lo tanto el trazo institucional de su memoria fuera completamente borrado. Fueron muchos elementos como luces de emergencia diciendo, “este es el momento de escribir el libro”. Y también creo que ya a nivel personal hay que estar muy en una situación, no solo desesperada, sino sana, de ser también suficientemente serena y fuerte para poder contar esta historia. Entonces, no solo están los elementos que te empujan por desesperación, por frustración, por rabia, sino también los otros elementos: (estar) lo suficientemente serena y estable como para poder emprender una tarea de este tipo.
—En el libro hablás de culpa y de vergüenza. ¿Cuándo dejaste de sentir culpa y cuándo te permitiste, como decís en el libro, “interrumpir esa danza de la vergüenza y el dolor”?
—No estoy tan segura de que la culpa haya desaparecido del todo. Creo que intelectualmente entiendo muchas cosas ahora. Para mí leer el libro de Rachel Snyder, Sin marcas visibles, que cito mucho en mi libro, fue fundamental. Entendí mucho el proceso del duelo como algo no solo personal, sino como una situación generalizada que compartimos los que perdemos sobre todo mujeres, y sobre todo mujeres que son asesinadas por sus parejas. Entonces, no es que la culpa haya desaparecido por arte de magia, pero intelectualmente pude reconocer muchas reacciones y conductas y decir, “ok, esto se entiende, esto tiene sentido dentro de este marco”. Y digamos que entender eso, que escuchar con mucha atención el performance del colectivo chileno Las Tesis, de “no era su culpa, ni dónde estaba, ni cómo vestía”…
—El violador eres tú...
—Exacto. Son como momentos culturales que por una parte me ayudaron a mí a entender mi situación y por otra parte me indicaron que estamos en un mundo donde esta historia puede ser contada de otra manera. Estamos ya en un mundo donde ese lenguaje no es un lenguaje que se habla en voz baja, en las esquinas de la casa, con ocultamientos, con mucho dolor, sino también un lenguaje que está ahí afuera con rabia y con dolor, pero también en acompañamiento.
—Me decías que la culpa no se va del todo. ¿Quizás haya niveles de culpa? Me imagino que hoy la culpa no será la misma que hace 30 o 20 años.
—Bueno, porque ha habido muchas cosas. Ir entrevistando a los compañeros de mi hermana, ir leyendo sus cosas. Por una parte a mí me ha dado la oportunidad de ver a Liliana como ella se veía, como una mujer joven tomando decisiones sobre su vida. Era una persona con agencia, una persona que podía ver lo que todos podíamos ver en esa época y que no podía ver lo que tampoco nosotros no vimos. Entendí que Liliana no solo es una víctima pasiva de la violencia, sino también una mujer que estaba viviendo con gran alegría, con gran voracidad, su momento de juventud… hablar con sus amigos y que la recordaran como una chica dicharachera, inteligente, con gusto por la vida. Hubo muchos momentos en el proceso de ir construyendo el libro que me entregaron una Liliana en unas condiciones que dan como resultado el feminicidio, pero que también me permitieron ahondar en este otro lado de su vida. Y creo que contribuyó mucho en decir “ok, a pesar de la dificultad de las circunstancias, Liliana fue capaz de construir una comunidad a su alrededor, de gente que la quería, de gente que la admiraba, una comunidad dentro de la cual se sentía protegida”. Es decir, aquí, como bien lo decían Las Tesis, hay un asesino y la culpa es del asesino y eso es lo que debe de prevalecer.
—¿Cómo reaccionaron tus padres ante el libro?
—Bueno, ha sido un proceso, como te podrás imaginar, muy fuerte y muy difícil, pero muy saludable, muy benéfico. Y ahora cada vez que vamos al panteón sabemos que no somos tres nada más alrededor de la tumba de Liliana, sino que somos muchos más. Y la posibilidad de que un duelo muy acallado, muy forzosamente acallado, se haya convertido en una conversación y en un acompañamiento continuo, yo creo que las consecuencias positivas de esto son enormes, ¿no? Mi mamá está empezando a olvidar cosas, entonces, el tener todo esto en mente ha sido muy doloroso, pero también ha dado pie a reiniciar nuestra relación con estas memorias. La memoria la hacemos en familia, repitiendo cosas, repitiendo historias. Que si el tío tal hacía tal cosa y los nietos de tres generaciones después no lo conocieron, pero saben de ese tío por esa historia. Cuando dejamos de hablar de alguien, cuando esta prohibición patriarcal nos prohíbe hablar de alguien, la memoria de esa persona también va disminuyendo.
Un asesino integrado
—En el libro afirmás que no tener un lenguaje para poder decir “esto es un feminicidio” impide ver las señales que lo anuncian. En un momento del libro lo mencionás: “¿Había a su alrededor, a nuestro alrededor, el lenguaje que permitiera identificar y reconocer la cara del peligro?” ¿Crees que hoy hubieras tenido más herramientas para prevenirlo?
—Yo creo que por una parte, sí. Vemos una preocupación, un estado de alerta en nuevas generaciones, en mujeres. Hay una conciencia mucho más clara de qué conductas son amorosas y qué conductas son controladoras, tóxicas. Eso no quiere decir que todo el mundo entienda esto. Hace poco en México me dieron el premio Xavier Villaurrutia (de Escritores para Escritores 2021) y el presidente del premio (Felipe Garrido) durante la entrega, entre otros desaciertos dijo que en el libro tendría que haberse dado más énfasis al asesino. Y su explicación era que entendiendo la mente del asesino, esto se podría prevenir. Realmente aquí hay un problema de raíz, de una percepción que me parece radicalmente equivocada del fenómeno: el creer que el secreto de la violencia se encuentra en la psique individual de una persona, implica que no se ha entendido que estamos frente a una violencia que es estructural, sistemática.
—Creo que la de Garrido fue una lectura bastante desafortunada. En ese pedido, además, repite la lógica del asesino como un monstruo, cuando era una persona que funcionaba normalmente en sociedad.
—Así es, y aparte tienen a todo el sistema de su lado. Tienen a un sistema judicial que ampara la impunidad y tienen a todo el sistema civil también de su lado, familiares, amigos y vecinos que no denuncian. Entonces creo que esta teoría de que hay algo oscuro ahí, se cae si entendemos la sistematicidad de la violencia, cómo es estructural y cómo la impunidad, tanto a nivel de instituciones como a nivel de la vida cotidiana, contribuye a que los individuos violentos, agresivos, hijos sanos del patriarcado, estén seguros de que no les va a pasar nada y que pueden matar a mujeres sin ningún problema, sin ningún tipo de consecuencias.
—Garrido también dice que “los crímenes nos fascinan” y es cierto que hay una fascinación por el género True Crime. ¿Por qué crees que pasa esto?
—La cuestión interesante es ¿qué significa estar fascinado por algo? La palabra fascinar es muy tramposa.
—Casi una admiración…
—Sí, hay una admiración y hay una especie de parálisis también, ¿no? El que se fascina por algo un poco se queda como imposibilitado de hacer algo más. Entonces yo creo que por eso es importante interrogar radicalmente nuestras herramientas como escritores, el lenguaje, los géneros, las maneras en cómo contamos las historias. Esa manera de contar historias que fascinan, que te paralizan, que te impiden un pensamiento crítico, esas son las historias que se han centrado en la individualidad del asesino, volviéndolo glamoroso, extraordinario. Esa misma manera de contar esas historias contribuye a justificar el asesinato de las mujeres. Por eso creo que como escritores, y no solo como a escritores que les importe la cuestión de la violencia de género y el feminicidio, (sino) como escritores en general, creo que si queremos y creemos en una escritura que despierta, que alerta, que permite e invita al pensamiento crítico, pues esa escritura tiene por principio cuestionar las narrativas que heredamos, las formas de entender lo literario que heredamos. Y no lo digo nada más por cuestiones estéticas, que eso es importante, pero la estética, la ética y la política van juntas normalmente. Entonces, si seguimos reproduciendo estas historias que venden un montón, que Hollywood tiene una maestría en eso increíble, y que se arman de explotar el dolor, la violencia y el cuerpo de las mujeres, creo que si no tomamos eso como una tarea estética, y si no nos armamos y nos hacemos de otras herramientas para contar estas historias de otra manera, estaremos contribuyendo a esa fascinación que paraliza y que nos deja inermes, sin ninguna posibilidad de interactuar críticamente con el mundo. Por eso me parece importante regresar a ese tema, porque hay muchos todavía en el medio literario que bajo el afán, esta ilusión que tienen de que lo estético está separado de lo ético y de lo político, creen que esa solo es una cuestión de géneros literarios o una cuestión de belleza. Todavía funcionan con esta idea de que lo literario es un campo autónomo. Yo estoy muy de acuerdo con aquellos que creen que vivimos en una etapa de literatura post autónoma, donde lo literario y lo no literario se mezclan, de maneras, por cierto, estéticamente muy relevantes también. Entonces, en este tema, pero también en todos los temas, me importa mucho trabajar con mis herramientas como escritora para desmantelar esas narrativas, que son las que nos impiden ver críticamente, interactuar de forma crítica también con el mundo.
NOTA: Cristina Rivera Garza y su familia saben que el asesino de Liliana, Ángel González Ramos, huyó a EE.UU. casi enseguida de cometer el crimen y vivió en el sur de ese país con el nombre de Mitchell Angelo Giovanni. Allí habría muerto el 2 de mayo de 2020, ahogado. Todo ha sido corroborado por agentes del gobierno en Estados Unidos, pero ahora falta saber si ese Mitchell Angelo Giovanni, en efecto, era Ángel González Ramos de México. Desde hace un año que la Fiscalía de México está en esa labor.
Tamaulipas
Cristina Rivera Garza nació en Tamaulipas, norte de México, en 1964. Es quizá el sitio de México más violento y con menos presencia del Estado central mexicano. Además de El invencible verano de Liliana, motivo de esta entrevista, está llegando a librerías uruguayas otro libro suyo, Autobiografía del algodón, donde la autora sigue los pasos de aquellos hombres y mujeres que habitan su pasado familiar, obreros y campesinos que trabajaron la tierra que ahora conforma la frontera entre Tamaulipas y Texas, una región que alcanzó un alto nivel económico, social y cultural gracias al sistema de siembra del algodón.