Reedición de Vasili Grossman
Un gran narrador entre las balas.
La batalla de Stalingrado cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial. Ciertos relatos dirán que Stalin frenó a Hitler y destacarán las hazañas de generales o estrategas, pero no tendrán en cuenta a los millones de seres humanos que perecieron, sus sueños nunca realizados, sus ansias de felicidad nunca concretadas, o a los seres queridos abandonados. Esa humanidad es la que recupera el escritor Vasili Grossman con sus crónicas, tomando notas entre las balas y observando las contradicciones que hombres y paisaje instalaban entre las bombas.
Grossman era corresponsal del diario Estrella Roja, el órgano oficial del ejército soviético, además de un reconocido novelista ya elogiado por Gorki, Bulgakov y Babel. No era un corresponsal más. Su capacidad para poner al combatiente en el centro de sus crónicas, describir al ser humano venciendo las dificultades que se le presentaban para poder vivir un día más y cumplir su tarea, fue lo que lo convirtió en un héroe entre millones de soldados. Era un tipo de héroe que no podía contar con la simpatía de Stalin, porque si bien Grossman era un comunista idealista, nunca aceptó ser miembro del Partido Comunista. Stalin, con razones mucho menos claras, ya había mandado asesinar en las purgas a miles de escritores y poetas. Pero lo toleraba. Los soldados se leían a sí mismos en esos relatos, cada protagonista eran todos, y esa unidad era necesaria para echar del suelo patrio a los nazis.
El conjunto de crónicas reunidas ahora en Stalingrado, Crónicas desde el frente de batalla es un buen ejemplo. En “Alma de soldado rojo”, por ejemplo, el protagonista Grómov porta un fusil antitanque. A medida que transcurre el relato, el hombre crece desde su simpleza de campesino ruso a quien poco le importa ser un buen comunista; solo quiere sobrevivir un día más para luchar y quizá volver con sus seres queridos, proceso que el lector percibe desde dentro, como si estuviera allí sentado entre los escombros y el humo. O en “La batalla de Stalingrado”, con énfasis en los contrastes del paisaje: “El aire era insoportablemente puro y transparente; insufriblemente límpido era el cielo azul; el sol se mostraba implacable en su brillo; y pérfidamente traidora la turbulenta corriente de agua. Y nadie se alegraba de que el aire fuera puro, de que se respirara el frescor del río, ni de que el suave y húmedo aliento del Volga acariciara los ojos irritados por el polvo. Los hombres callaban…”. O cuando acompaña al francotirador Chéjov en “Con los ojos de Chéjov”: “Una sombra se deslizó por la cornisa. Sin ruido, pasó un gran gato siberiano con la peluda cola levantada. Miró a Chéjov y sus ojos brillaron con una chispa azul, eléctrica. Allá, al final de la calle, ladró un perro, al que otros corearon; se oyó la irritada voz de un alemán y un tiro de pistola; el desesperado aullido de un perro y de nuevo el ladrido alarmado, furioso, unánime. Los canes, fieles a su hogar, impedían a los alemanes merodear durante la noche por las viviendas destruidas”.
Las crónicas eran objeto de censura. Los oficiales a cargo buscaban cualquier señal de derrotismo o desvío ideológico. En algún pasaje la tensión del narrador desaparece para dejar paso a la arenga burda, lo que permite intuir que fueron intervenidas o reescritas por terceros con fines propagandísticos. En ese sentido Grossman fue cuidadoso a la hora de ocultar sus notas personales, porque mucho de lo que recogía en su trabajo de campo no se podía publicar (le pudo haber costado el pelotón de fusilamiento, pues estaba prohibido llevar diarios o anotaciones de tipo personal). Hoy, gracias a los archivos familiares, esas notas fueron recuperadas y permiten conocer infinidad de nuevos datos, por ejemplo sobre el otro gran héroe de Stalingrado, el francotirador Zaitzev, con información que no figura en la historia oficial con la que luego se lo mitificó (mito que Jude Law encarnó en el muy buen film Enemigo al acecho, dirigido por Jean-Jacques Annaud, 2001). O los horrores de los batallones situados a la retaguardia que disparaban contra los desertores (mataron a 13.500 en cinco meses), o la estupidez de una burocracia capaz de dejar sin alimento a batallones enteros porque faltaba una firma. O, ya más adelante en la guerra, para conocer los desmanes del Ejército Rojo contra la población civil en Europa, sobre todo cuando violaban de forma sistemática a las mujeres, algo que el escritor soviético registró en sus notas y la historiografía rusa nunca terminó de aceptar. O del exterminio, casi total, que sufrieron los judíos de Ucrania a manos de los nazis y que Grossman quiso retratar de forma pública, pero fue censurado: le dijeron que en la Unión Soviética no había jerarquías, sólo morían ciudadanos soviéticos. Entre los judíos desaparecidos en Kiev estaba la madre de Grossman, carga que él llevaría a lo largo de toda su existencia. (Un notable trabajo de comparación entre las notas y las crónicas de Grossman está en el libro Un escritor en guerra de Antony Beevor y Luba Vinogradova, Crítica, 2006).
Grossman encarnó en cierta forma a un héroe trágico, por su rebeldía ante las formas totalitarias que regían la vida de sus compatriotas. No era fácil mantener diferencias con Stalin, y sobrevivir. Pero pagó un precio. No vio publicada en vida su obra cumbre, la novela Vida y destino, considerada hoy una de las grandes novelas del siglo XX. Tampoco su otra gran novela, Todo fluye, su testamento literario, donde el protagonista vuelve en 1954 tras tres décadas de reclusión en campos de concentración para ver los desastres que el estalinismo provocó en la sociedad soviética. Ni el escrito junto a su colega Ilyá Ehrenburg, El libro negro, que recoge la tragedia de las víctimas civiles de los nazis por su atroz arremetida contra pueblos enteros, entre ellos los judíos. Grossman y Ehrenburg trabajaron con testimonios directos buscando un registro de la memoria para la posteridad, pero no tuvieron el visto bueno de Stalin y recién se publicó en Rusia en 1993. De Vida y destino se pueden encontrar en librerías hermosas ediciones de Lumen y de Galaxia Gutenberg; de Todo fluye y El libro negro está la edición de Galaxia Gutenberg. Todas muy cuidadas, con buenas traducciones al español (no figura el nombre del traductor o los traductores).
Stalingrado, Crónicas… es un breve libro con no más de 130 páginas tomado del más amplio Años de guerra (Galaxia Gutenberg, 2009), que reúne los textos escritos durante toda la guerra.
STALINGRADO, CRÓNICAS DESDE EL FRENTE DE BATALLA, de Vasili Grossman. Galaxia Gutenberg, 2018. Barcelona, 137 págs. Distribuye Océano.