Fútbol y cultura popular

“Cuando escucho la palabra pasión saco un revólver” dice el sociólogo Pablo Alabarces sobre el fútbol.

Entiende que Cavani vino a Boca por la gloria, al contrario que Messi, que eligió una liga menor, la MLS, para seguir destacándose.

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Nacional vs Boca Juniors
Edinson Cavani en Boca Juniors
(foto Nicolas Pereyra/Archivo El País)

por Fernando García
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“¡No lo bajen, pero no lo suban!”. Así lo pide Pablo Alabarces (Buenos Aires, 1961), sociólogo y licenciado en Letras, a los empleados de este café muy cerca de la plaza Flores, en el centro geográfico de Buenos Aires. Es que la música de Ricardo Arjona interfiere en la conversación que mantiene con El País Cultural, y ruega, al menos, que los aforismos empalagosos del cantautor no impidan sus respuestas. Alabarces dicta desde hace años un seminario de Cultura Popular en la Universidad de Buenos Aires y es un rara avis en el campo académico capaz de profundizar en la carrera de un ídolo de masas como Palito Ortega (Un muchacho como aquel, 2022) pero, sobre todo, en el fútbol, volviéndose casi el único referente de las ciencias sociales dedicado al deporte que mueve la aguja emocional del país. Autor de libros de consulta obligada como Fútbol y Patria (2002), Crónicas del Aguante (2004) y Héroes, machos y patriotas. El fútbol entre la violencia y los miedos (2014), su voz resulta pertinente para analizar al fútbol pos-Qatar en el comienzo de las eliminatorias para el nuevo mundial en 2026. “Pánico antipopulista”, describe Alabarces, un bielsista de la primera hora, cuando se le pregunta por qué a la sociología le tomó tanto tiempo ocuparse de un asunto central en la cultura sudamericana.
—¿Cómo sería eso?
—Creer que dedicarse a estos temas equivalía a perder el tiempo en tonterías que solo podían explicarse de manera populista. Ningún investigador puede comprender una sociedad ignorando su cultura popular.
—En los últimos meses me resultó curioso que usted expusiera, a través de twitter, cierto hartazgo con Messi. ¿Por qué necesitó hacerlo?
—Sí, me tiene harto. Dicho esto abro el análisis. No cabe duda de que ha sido el mejor jugador de todos los tiempos, y esto dicho por alguien que ha visto todo, desde Pelé para acá. Tampoco me caben dudas de que tanto para ganar la Copa América como el Mundial de Qatar fue decisivo. Pero no se puede endiosar a un tipo cuya carrera está manejada desde un punto de vista estrictamente mercantil. Durante veinte años han vendido de un modo brillante una mercancía muy exitosa. Y ya. Messi no es un símbolo plebeyo, nacional-popular, heroico…

—¡Es que usted está hablando de Maradona!
—Y no es Maradona… Ni tampoco quiso serlo.
—¿Y está mal eso?
—A ver, tampoco es que Maradona fuera inmune al mundo del pecado como todos nosotros. Pero incluso así sus pecados eran mucho más simpáticos. En Messi ya hablamos de evasión impositiva y cosas de ese talante. Lo que me resulta acaso más irritante es que en él se nota demasiado el plan de combinar lo mercantil con lo emotivo. La clave del fútbol está en el hecho, justamente, de que su plus valor es emotivo. Pueden llamarlo amor, pasión, identidad. Pero no hay nada comparable en el mercado de los bienes simbólicos y materiales. Quienes manejan la carrera de Messi pretenden trabajar sobre eso. Es decir, no puede ser solamente un gran jugador sino que además debe ser símbolo de algo. Mi punto de ruptura fue su llanto cuando se fue del Barcelona. Si realmente ahí tenía un compromiso afectivo se hubiera quedado. Messi puede tomar cualquier decisión porque su capital material y simbólico se lo permite: irse a jugar a la China, a Arabia Saudita o a Miami. Eligió ir a Miami. Una decisión grasa pero inteligente en términos deportivos. ¿Por qué? Porque es una liga menor. Entonces eso le permite seguir destacándose y batiendo récords a los 36 años. Se trata de cálculos con los que yo puedo disentir, y eso le importa un bledo al 99,99% del planeta, pero no me los hagan pasar por decisiones afectivas o pasionales, por favor. Me resisto a la idea de transformarlo en un objeto de devoción colectiva.

—¿Diría que es una devoción menos genuina de la que tuvieron Maradona o ídolos locales como Bochini o Francescoli?
—Es que él no intenta trabajar sobre una liga política.
—¿Liga política?
—Lo digo en el sentido de un mercado político de afectos, identidades y pasiones. Hablo de establecer vínculos fuertes con la comunidad. En este sentido cualquiera de las otras figuras que nombraste han sido más fuertes. Si él hubiera vuelto a Newell’s de Rosario una vez terminado su contrato…

—¿Como hizo Suárez volviendo a Nacional de Montevideo?
—Es un ejemplo. Él podría haberse planteado terminar su carrera en el club donde empezó descartando el valor de mercancía. Volver, ganar menos plata, pero intentar sacar campeón a Newell’s. Y no lo hizo.
—Pero nunca se había proyectado un partido de fútbol en la pantalla de Times Square hasta su llegada al Inter de Miami. ¿Eso no es más importante?
—La lista de celebridades que lo fueron a ver jugar a Los Ángeles es asombrosa. Pero eso no tiene nada que ver con la cultura del fútbol, y está jugando en una liga de tercer nivel. Repito. A nivel deportivo fue una decisión inteligente, pero no compro el plus valor afectivo de la mercancía.
—La pelota no se mancha.
—Exacto. Maradona fue el mayor productor de frases populares, pero con la idea de que la pelota no se mancha se equivocó, porque la pelota ya está manchada. De sus frases es acaso la que más prescribió. Hay una codicia nunca vista. Es una idea que en la Argentina se venía asomando: la expulsión de las clases populares del fútbol. Pero ya llegó. Lo popular igual va a seguir por las barras bravas, pero al mismo tiempo vamos ver lo que vimos por televisión en Qatar. Un público de capas medias altas (el 5% de la población argentina que estaba en condiciones de ir a Qatar) le da características de masa a lo que sigue siendo un comportamiento de elite.

Una relación inexistente.
—¿Cómo analiza la decisión de los jugadores de la selección argentina de no ir a saludar al presidente Alberto Fernández a la Casa Rosada?
—Me pareció mal en términos tradicionales. Toda delegación deportiva más o menos exitosa en la historia argentina fue a saludar a las autoridades políticas de turno. Una autoridad política no es un símbolo partidario y la Plaza de Mayo es nuestro espacio simbólico común. Por otro lado, es una decisión coherente con el escenario que estamos describiendo. La idea es, al fin, transmitir una idea de prescindencia minuciosa y radical. Ninguna foto con nadie.

—¿No está eso acaso en relación con que ni uno solo de los jugadores de campo que ganaron el mundial eran de clubes locales?
—Ahí hay algo interesante. Yo empecé a trabajar el tema del fútbol en el año 90, 91 y en el 98 afirmo muy enfáticamente en Fútbol y Patria que nunca hubo una relación estable de los hinchas con la selección Argentina, sino que fue variando con el tiempo. La figura de Maradona fue un momento muy intenso y al salir del centro ese vínculo se cortó casi por completo. Ni siquiera su reaparición como técnico consiguió reponerla. La aparición de Messi marca el inicio de otra etapa con un pico particular en Brasil, triunfo que se amplifica por haberle ganado al rival más clásico. Hubiera sido lo mismo si pasaba en Uruguay. Esta relación del público futbolero y no futbolero con la selección venía cambiando antes. En 2019 tuve acceso a una encuesta encargada por la cerveza Quilmes preocupada por cómo adaptar su lenguaje patriotero. Me invitaron como consultor a un par de reuniones con los creativos y yo les señalé que no solo estaba en desacuerdo con ese discurso, sino que ellos apelaban a una relación inexistente. La encuesta marcaba tres puntos salientes. La figura de Messi como recambio generacional y un público en que las mujeres y los niños tenían un lugar tan destacado como el del universo masculino adulto. Esos tres elementos se combinan en la Copa América y en Qatar. Volviendo a la pregunta no sólo era una selección for export sino que sus dos símbolos mayores nunca jugaron en la primera división: Messi y Dibu Martínez. Nunca jugaron en clubes de la primera división argentina.

—¿No será ese el cortocircuito entre el fervor desatado el 20 de diciembre de 2022 y ellos viéndolo todo desde helicópteros?
—Creo que todo fue un poco disparatado. Hubo quienes conjeturaron la pavada de que era una selección neoliberal pero también Luis Alberto Quevedo, un sociólogo al que aprecio, sostuvo que “el anda pa’allá bobo” de Messi era una postura contra el poder. Por favor. Putearse con un holandés o insinuar que la Conmebol favorece a Brasil no alcanza para maradonizarse. Lo mejor sobre este grupo de jugadores es el documental Sean Eternos los Laureles (2022), un bodrio atómico hecho entre la Copa América y Qatar. Otra vez el intento de presentarlos como una banda de amigos que aman profundamente a la Argentina y que son fieles a la pasión, pero sobre todo leales a Messi. Por eso, parafraseando a Goebbels, cuando escucho la palabra “pasión” en el fútbol saco un revólver.

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Pablo Alabarces
(foto Paula Ribas)

Inflexión geopolítica.
—El Mundial de Qatar marcó también un punto de inflexión geopolítico. Los clubes árabes quisieron disputar la Champions y se les negó.
Arabia no está en Europa. Pero no es el caso. Yo hice mi doctorado en Inglaterra en un momento en el que Rupert Murdoch quería comprar el Manchester United. Se dio un largo debate porque Murdoch era el dueño de Sky TV que tenía los derechos televisivos del fútbol y eso le daba una posición de privilegio. Entonces el mismo Blair le bajó el pulgar a la operación. Los hinchas ingleses en general rechazaban la venta del club que se terminó vendiendo igual. Un grupo de ellos, que se había puesto al frente de la batalla, fundaron el club United Manchester que vegeta en las últimas divisiones. Ese fue el inicio de todo esto. Después vinieron los oligarcas rusos y más tarde los árabes. La guita negra rusa de ayer (país que al menos tenía tradición en el juego) se transfirió a los capitales árabes que manejan la Premier League y el PSG. Y por eso se sienten ahora con derecho a participar de la Champions aunque no formen parte del continente. Es lo mismo que la norteamericana MLS quiere hacer con la Copa Libertadores, y que lo va a terminar consiguiendo. En Europa les va a costar más. Pero ya va a llegar. El fútbol es perfecto como mercancía global. Incluso en el segmento femenino. De ahora en más lo que vamos a ver son una serie de negocios, más o menos turbios, en torno a la cancha.

—También cabe una autocrítica como hincha-espectador. Todos sabíamos que la infraestructura de Qatar se hizo con mano de obra esclava, pero cuando llegó el día encendimos la televisión. ¿No le pasó a usted también?
—Pero ahí hay una trampa. Las críticas a Qatar tenían mucho eurocentrismo. Los mismos países que no tuvieron problema en violar todos los derechos humanos en las colonias cuestionaban ahora la homofobia qatarí cuando no lo hicieron antes con Rusia. También creo que ese mundial no debió haber sido hecho en Qatar y en esas condiciones. Pero Argentina organizó una copa del mundo bajo la peor dictadura de la historia. ¿Qué podemos decirle a Qatar?
—¿Cómo se encuadra en este contexto la presentación estelar de Cavani en Boca Juniors?
—Cavani vino por la gloria, por el fútbol. Vino a darse un gusto. Hizo todo lo contrario que Messi yéndose a Miami. Y el ritual de la presentación encaja en la lógica del espectáculo actual, pero también en aquel de Maradona cuando fue presentado a la comunidad del Napoli en 1983. Entronca en esa tradición.

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