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Juego que es arte y cultura

Demasiado para ser ciencia, pero casi: una mirada a la divulgación del ajedrez en el Uruguay de hoy

En el ámbito de la Universidad de la República

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Juego de mesa - ajedrez
Ajedrez
(Shutterstock)

por Juan de Marsilio
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Que el ajedrez es mucho más que un juego sólo pueden dudarlo personas de muy escasa formación y obtuso y excesivo sentido práctico. Dicen que dijo el gran filósofo y matemático Gottfried Leibniz (1646-1716): “El ajedrez es demasiado juego para ser ciencia y demasiada ciencia para ser juego.” Juego (y juego apasionante que se puede volver vicio, como les pasó a intelectuales de la talla de Don Santiago Ramón y Cajal y Don Miguel de Unamuno, a los que les costó mucho dejar las casillas y los trebejos para abocarse el uno a sus neuronas y el otro a sus letras), deporte, arte y, por su compleja teoría, también ciencia, el ajedrez es toda una experiencia en la vida de quien lo practica, tan luego sea como simple aficionado. Por eso es muy buena cosa que el Área de Cultura del Servicio Central de Inclusión y Bienestar Universitario de la Universidad de la República (Udelar) lleve adelante desde 2010 su “Espacio Ajedrez”, y haya publicado Ajedrez, cultura y sociedad, en el que aportan artículos especialistas de Argentina, España y Uruguay.

 

Lo que no es. A veces, para presentar o reseñar un libro, conviene comenzar aclarando lo que el libro no es, para que el posible lector no se llame a engaño. Este libro no es un manual de ajedrez, aunque en él se analiza algunas partidas clásicas, muy instructivas para el principiante, ni tampoco una historia sistemática del ajedrez, aunque su principal aporte sea histórico, ni un estudio neurocientífico del juego, aunque varios de los autores sean expertos en neurociencias. En cambio, es una bella ocasión para que quien juega valore la gracia que es el ajedrez en su vida, así como también sobre sus múltiples implicaciones con otros ámbitos de la cultura. Para quienes deban tomar decisiones educativas, sea sobre sus hijos, sea porque tienen a cargo centros educativos públicos o privados, este libro será decisivo, los ganará para la causa y comenzarán a hacer cuanto puedan para que el ajedrez tenga su espacio, tan útil cuanto apasionante, en aulas y patios de recreo.

 

Los números. A veces dicen mucho. Se ha calculado que las partidas de ajedrez posibles rondan las diez... elevado a la ciento veintitrés, es decir, un diez seguido de ciento veintitrés ceros. Esta cifra se reduce algo cuando sólo se piensa en las partidas que tengan algún sentido lógico: diez elevado a la cuarenta. El universo material, un poco más complejo que el tablero, está compuesto por apenas diez elevado a la ochenta átomos. Este dato es auspicioso y sobrecogedor. Por un lado la práctica del ajedrez prepara para la vida, que es imprevisible porque plantea tal cantidad de variables que no las podemos tener todas en cuenta al tomar decisiones, pero hay que seguir jugando con valentía y prudencia, como plantea el editor, físico, filósofo y padre fundador de los EE.UU. Benjamin Franklin (1706-1790) en su ensayo “La moral del Ajedrez”, publicado en 1779. En segundo lugar, el ajedrez ayuda a abstraer: cuando un jugador piensa una combinación o las consecuencias de una maniobra, las piezas ya no son trozos de madera tallada, ni sólo sus imágenes en la mente, sino conceptos. Por eso mismo el gran artista plástico de vanguardia Marcel Duchamp (1887–1968), cuando por unos años priorizó el ajedrez y fue criticado por ello, adujo que se estaba dedicando a la más abstracta de las artes. A trueque de ello, la obsesión ajedrecística puede mutilar en lo afectivo y social a un genio. En La defensa de Luzhin, novela de Vladimir Nabokov (1899–1977), publicada en 1930 y llevada al cine por Marleen Gorris, con un genial John Turturro en el rol protagónico, puede verse no sólo la misantropía del Gran Maestro Aron Nimzowitsch (1886–1935), sino que también un anticipo de las actitudes desajustadas y maniáticas de Bobby Fischer (1943–2008). Nabokov supo guardar el equilibrio: pudo ser al mismo tiempo gran novelista y brillante compositor de problemas de ajedrez.

Oriente y Occidente. Discuten los que saben si el ajedrez se originó en la India o en Persia. Lo que no se discute demasiado es que a Europa lo llevaron los árabes y que por toda la Edad Media no hubo grandes diferencias entre las versiones orientales y occidentales del juego. De pronto, entre principios del siglo XV y principios del XVI se producen cambios que cuajan en libros como Repetición de amores y arte del ajedrez de Luis Ramírez de Lucena (ca. 1465–ca. 1530) o el Libro para aprender a jugar al ajedrez, del portugués radicado en Italia Pedro Damiano (1475–1544). Esta transición, que acercó el juego a sus reglas y sentido actuales, está muy bien estudiada en el trabajo de José A. Garzón, “Jaques nuevos en viejos tableros”.

 

El tablero no es isla. En dos de los artículos se estudia el parisino “Café de la Régence”, fundado a fines del siglo XVII, y en el que, aparte de cocinarse buena parte de ese fenómeno que conocemos como Ilustración, al que le debemos entre otras cosas las garantías individuales y la separación de poderes, había sala de ajedrez. En ella, durante el siglo XVIII y primera mitad del XIX se dio un segundo salto cualitativo en la historia del juego ciencia. Los ilustrados amaban jugar, en especial Rousseau. Diderot prefería mirar (porque Rousseau le ganaba casi siempre). En el Régence comenzó a brillar François-André Danican, apodado Philidor (1726–1795), cuyo libro Análisis del juego de ajedrez, de 1749, introdujo un elemento clave en la teoría: la importancia de las cadenas de peones. Pero Philidor fue también un notable músico y sus composiciones aún se ejecutan. Como se ha escrito, no es raro que los grandes ajedrecistas tengan otros talentos, o que personas de destaque en arte, ciencia y política amen el juego y alcancen buen desempeño.

El volumen está diagramado con elegancia y muy bien impreso. Son de lamentar algunas erratas, sobre todo en fechas, aunque no llegan a impedir la comprensión ni a tergiversar el sentido del texto. Destaca el artículo inicial, “El nudo de la Regence”, que bien hubiera podido publicarse como libro por sí solo, a cargo de Esteban Jaureguízar.

AJEDREZ, ARTE Y CULTURA, de Esteban Jaureguízar (compilador). Udelar, 2023. Montevideo, 336 págs.

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