Divulgación científica
Ataca muchos mitos, como el de la tostada que cae al piso siempre del lado de la mermelada; si se levanta antes de los diez segundos, igual toma bacterias, escribe Diego Golombek.
Una sensación extraña nos invade. Entramos a una casa donde nunca hemos estado y nos preguntamos: ¿Acaso no estuvimos aquí antes? ¿Cómo puede ser eso posible? A pesar de la confusión, conocemos el nombre de lo que nos pasa: se llama déjà vu. Nos puede ocurrir varias veces en un año, al ver una escena de una película, al leer un libro o al entrar a una habitación. “Pasa todo el tiempo”, dice el divulgador científico argentino Diego Golombek en su libro La ciencia es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas. Si se describiera esa sensación incómoda sería: “la suma de una sensación de familiaridad con otra de que algo anda mal”, escribe. Explica que déjà vu significa, en francés, “ya fue visto”, y que técnicamente se le llama “paramnesia”. Es más corriente que estos fenómenos paramnésicos nos ocurran en interiores y en las últimas horas de la tarde. También que le ocurra a los jóvenes.
Aunque es difícil producir un déjà vu en un laboratorio, las neurociencias tienen algunas repuestas. “Una posibilidad es que haya detalles en el ambiente que nos rememoran alguna situación pasada, pero que no la tenemos en la memoria consciente”. Golombek explica que hay un conflicto entre la conciencia y ese detalle, ese signo que percibimos, que “nos dispara una situación de familiaridad”. No poder identificar ese recuerdo es lo que nos produce incomodidad. El autor dice que tal vez se deba a que podemos retener recuerdos generales de una situación vivida, “pero no podemos precisarla”. Asegura que el estudio de los déjà vu brinda a los investigadores la pista de que la memoria no guarda los recuerdos como un cuento, “sino que atesoramos retazos que a veces nos disparan sentimientos que no tenemos idea de dónde salieron”.
El oficio de contar
Diego Golombek es escritor, divulgador científico y Doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad de Buenos Aires. Es también el director de la colección de libros de divulgación científica “Ciencia que ladra...” de la editorial Siglo XXI. Libros que se caracterizan por tener varios niveles de lectura para facilitar el acceso de diferentes públicos. Autor de más de cien trabajos de investigación científica, ha recibido por su labor como investigador y divulgador el Premio Konex y el Premio Bernardo Houssay, entre otros. Además es profesor de la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige un laboratorio especializado en el área de la cronobiología. Explica así qué es la disciplina en una entrevista concedida a Unesco: “estudia los ritmos y relojes biológicos; cómo nuestro comportamiento, nuestra fisiología y nuestra cognición varían a lo largo del tiempo, en particular en función del día solar”.
Conocido principalmente por su tarea de divulgación de la ciencia, condujo diversos programas de televisión como Proyecto G, que tuvo seis temporadas y que el público uruguayo pudo ver a través de Televisión Nacional (TNU).
Al comienzo de su libro La ciencia es eso que nos pasa… Golombek cuenta sobre las influencias que lo condujeron hacia la escritura y la ciencia, y al unir ambas, hacia la divulgación científica. Al inicio de su camino fueron los libros los grandes impulsores y más adelante, en la juventud, sus primeras publicaciones como periodista deportivo o en revistas de música. Esto último se aprecia a lo largo del libro: casi todos los capítulos tienen referencias a una canción o a un músico.
El principal impulso como divulgador Golombek lo hallará en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales cuando comenzó a estudiar biología. A partir de ahí publicará artículos en revistas como Muy interesante y en los principales diarios de la capital. Cuenta que allí empezó a tomar forma el oficio de “contar historias” sobre la ciencia. Su receta es simple: mantener el rigor científico y “consultar a los expertos y a las fuentes adecuadas”. Cumplidos estos requisitos, explica, es válido apelar a todos los recursos literarios, como el humor para comunicarse con los lectores y despertar en ellos nuevas inquietudes.
También cita a sus maestros, como el divulgador científico Leonardo Moledo, quien fuera director del suplemento “Futuro” del diario Página/12, de quien dice que supo “hacer de un suplemento científico uno de literatura”. Esa condición literaria es la que imprime a su libro, en una época “en que la ciencia está acorralada y trata de sobrevivir, en un curioso paralelismo con el periodismo científico”, y por esta razón es “imprescindible contar sus historias”. Sobre todo la ciencia que ocurre a nuestro alrededor, para así darnos cuenta de que conocer es valioso, “porque conocer y entender siempre es más mágico, más bello y más necesario que la ignorancia”.
El libro está construido en base a los artículos que Golombek publicó en la prensa, a los que modificó o reescribió por completo. Los temas que toca son muy variados, desde el oficio del científico, la ciencia de la belleza o la evolución de las especies, con capítulos interesantes sobre los gatos y la “ciencia felina”, o “la ciencia del baño” donde por ejemplo analiza el problema, muy debatido, de hacia dónde conviene que caiga el papel higiénico, si por delante o por detrás del rollo.
Además, trae una sección sobre historia de la ciencia con un capítulo sobre la visita de Albert Einstein a Buenos Aires el 25 de marzo de 1925. El físico alemán había estado el día anterior en Montevideo, pero apenas unas horas. Después de permanecer hasta el 24 de abril en Argentina, Einstein regresaría a Uruguay, quedándose hasta el 1º de mayo. En Montevideo daría conferencias públicas, visitaría la construcción del Palacio Legislativo y tendría el célebre encuentro con Carlos Vaz Ferreira en la Plaza de los Treinta y Tres. Golombek aporta extractos tomados de la prensa bonaerense, como Caras y Caretas, donde con ironía se habla de los “miles de admiradores” que esperaban con ansias la llegada del físico, u otros como La Nación, que se preguntaba si el prestigio de Einstein sería “sólo fugaz y llamado a extinguirse”.
La botica del Dr. Golombek
Como si se tratara de los anaqueles de una vieja farmacia llena de frascos color caramelo, con sus respectivas etiquetas, el libro del divulgador argentino contempla una gran variedad de temas a lo largo de sus páginas. Algunos capítulos poseen su atractivo en la información curiosa que despliegan, pero por lejos, los más interesantes son los que explican algunos fenómenos del cerebro, uno de los temas que más apasiona al divulgador y sobre los que ha publicado varios libros como Cavernas y palacios: en busca de la conciencia en el cerebro (1999), Las neuronas de Dios (2015) y Neurociencias para presidentes (2019).
En La ciencia es eso…, el lector encontrará capítulos sobre los efectos de las drogas sobre la percepción, qué ocurre con el cerebro durante la adolescencia, o por qué nos quedan resonando en la cabeza las canciones pegadizas.
En el capítulo de las canciones pegadizas y el porqué de su efecto duradero, Golombek invita con picardía al lector a que cante el clásico de Village People, “Y.M.C.A.” (que se pronuncia: uai – em – si – ei), prometiendo que la canción durará en el cerebro del lector unas veinticuatro horas. El nombre técnico es “imaginería musical involuntaria” que en inglés se conoce como earworm (gusano del oído). Explica que la mayoría de los “gusanos auditivos” se encuentran en canciones con letra: “Para ser pegajosa, la canción debe tener un ritmo fácil de seguir y melodía y letra repetitivas hasta el hartazgo”, aclara. La canción pegadiza, mientras la escuchamos, estimula la corteza cerebral auditiva, pero cuando esta termina “la corteza cerebral sigue cantando”. Para liberarse de estos “gusanos” propone como remedio “escuchar otra melodía pegadiza, o tocar una melodía con un instrumento”.
Ciencia felina
Desde el antiguo Egipto y quizá de antes, los gatos, esos primos pequeños del tigre, viven con nosotros y hasta nos han acompañado en nuestras migraciones. Quizá lo que más tengamos en común es la curiosidad. Por nuestra parte, esta curiosidad no ha llevado a desarrollar preguntas sobre los fenómenos del mundo y construir las ciencias. Una de ellas, explica Golombek, bien se podría llamar la ciencia felina. En uno de sus capítulos de su libro el divulgador relata lo que ha averiguado sobre sus mimados gatos. Por ejemplo, la fascinación que tienen por las cajas. Nada hará más feliz a un gato que una caja de cartón. Los investigadores han encontrado que los gatos prefieren los entornos cerrados, tal vez algo similar a un hueco en el tronco de un árbol, ya que les reduce el estrés y eso les mejora las interacciones con sus congéneres y con los humanos. También porque les encanta el calor y “sus preferencias están por encima de los 30º” centígrados; es que además de dormir al sol les gusta acostarse dentro de un ropero entre nuestra ropa.
Golombek aporta datos curiosos sobre estos felinos, como que sus lenguas capturan rápidamente el agua, “tan rápido que nuestros ojos no se dan cuenta”, o que tienen más vértebras a mitad de la columna que nosotros, lo que les permite alcanzar una gran aceleración cuando saltan o cuando inician una carrera.
A la comunicación con ellos el autor les dedica unos cuantos párrafos. Los gatos no nos entienden cuando les gritamos que dejen de afilarse en el sillón. “No pueden entender y relacionar el grito con el arañazo” al mueble. Al parecer “nos ven como un mono gigante que sólo está agrediéndolos porque se les da la gana, justo mientras están en una actividad típicamente felina”. Por eso se recomienda que cambiemos la estrategia, ya que con los gatos funciona mejor la recompensa que el castigo para que hagan o dejen de hacer lo que queremos.
Pero quizá lo que más tenemos en común con ellos es la capacidad de dar afecto. Así es como entablan un vínculo, por ejemplo, cuando nos lamen, “algo reservado sólo a los gatos más cercanos y es un honor ser incluidos en tal categoría”. O si comparten una presa con nosotros, por ejemplo, cuando nos traen una cucaracha a la cama. Sobran ejemplos de la larga amistad a través de los milenios “entre el Homo sapiens y el Felis silvestris gatus”.
Si las tostadas supieran caer como los gatos, del lado correcto, la vida sería más fácil. Pero es una realidad que las tostadas acostumbran a caer del lado en que les pusimos dulce. Una vez que tocan el suelo, su suerte está echada. ¿O no? Existe el mito de que si se levantan antes de los diez segundos las bacterias y microbios no llegarán a pegárseles. Golombek se encarga de destruir este mito, conocido como “la regla de los diez segundos”.
Cuenta al respecto sobre varios experimentos realizados en universidades de Estados Unidos. En el primero, en la Universidad de Illinois, inocularon bacterias en un piso y luego dejaron caer galletitas dulces y las dejaron unos segundos: “el resultado fue obvio, las bacterias se pegaron a la comida sólo por el mínimo contacto”. El segundo experimento comenzó estudiando qué bacterias, del tipo de la salmonela, pueden vivir en el piso por veinticuatro horas. No sólo encontraron que muchas seguían vivas en el suelo, sino que algunos cientos de ellas “seguían vivas al cabo de veintiocho días”. Luego repitieron el experimento anterior, y dejaron en el suelo comida unos cinco segundos. Cuando hicieron el conteo de bacterias vieron que se le habían pegado cientos de miles. Golombek recuerda el dato de que sólo “con unas diez salmonelas ya podemos enfermarnos”. Una tercera universidad volvió a repetir el experimento dejando unos segundos más la comida y encontró el mismo resultado. La conclusión es clara: “si algo se cae, tiene como destino la bolsa de la basura”.
Con experimentos tan sencillos como estos se pudo probar que “la regla de los diez segundos” es falsa. Esa es la importancia de hacernos preguntas y de experimentar. Por ello, divulgadores como Diego Golombek están empeñados en hacer que el conocimiento que ha construido y construye la ciencia a lo largo de las generaciones tenga una difusión lo más amplia posible, y si es con música y humor, mejor.
LA CIENCIA ES ESO QUE NOS PASA MIENTRAS ESTAMOS OCUPADOS HACIENDO OTRAS COSAS, de Diego Golombek. Siglo XXI, 2019, Buenos Aires, 350 págs.