Elvio E. Gandolfo
LAS DOS ESCRIBIERON relatos que tienen que ver con rupturas violentas de la ley, léase asesinatos. La inglesa P. D. James nació en 1920 y sigue viva y bien, con 90 años. La texana Patricia Highsmith nació en 1921, se hartó de Estados Unidos y se fue a Europa en 1963, donde falleció (a lo Borges, en Suiza) en 1995.
Casi toda la obra de P. D. James se enmarca en la más estricta novela policial de corte inglés. Inventó un inspector (y poeta en los ratos libres): Adam Dalgliesh, por momentos insoportablemente depresivo. Sus dos mejores novelas, curiosamente, no se enmarcan en el género: Sangre inocente, muy dura (bien podría haberla escrito Patricia Highsmith), e Hijos del hombre, de ciencia ficción: un futuro negro, que bien podría haber inventado su inspector Dalgliesh, donde ya no nacen niños y está todo mal. Fue bien llevada al cine por Alfonso Cuarón en 2006 (Children of Men, con Julianne Moore y Clive Owen) . Reposada en la vida diaria, P. D. James estudió en Cambridge, y trabajó 30 años en la burocracia pública inglesa. Desde 1963 publicó casi veinte libros (o sea 19).
Patricia Highsmith tuvo una infancia y una adolescencia complicadas, que detalla una gruesa biografía de Joan Schenkar, hace poco traducida por el sello Circe. Tal vez sea esa matriz psicológica la que ha dotado a sus libros de un perfil tan peculiar que a veces se vuelve difícil llamarle meramente policiales. Comenzó con un gol: Extraños en un tren, llevada de inmediato a la pantalla por Alfred Hitchcock. Siguieron más de treinta libros, entre novelas y recopilaciones de cuentos. Su obra maestra también es atípica: El diario de Edith detalla dolorosamente el derrumbe de un ama de casa yanqui durante la guerra de Vietnam. Su personaje Tom Ripley dio origen a cinco novelas, y varias adaptaciones al cine, empezando por A pleno sol, donde lo interpretaba Alain Delon. Sus historias suelen concentrarse en las víctimas, o mejor aún, en las víctimas que pueden convertirse en asesinos. Son insidiosas y a la vez nítidas, y llevan al lector, más de una vez, a desear la salvación del personaje, por torcido que parezca a primera vista.
Cada una de estas dos consumadas autoras escribió un libro más bien breve sobre su oficio. En el caso de P. D. James el libro es muy reciente (2009). En inglés se llama, con cierta discreción, Talking about Detective Fiction; la traducción del título en castellano es un poco disparatada: Todo lo que sé sobre novela negra. En realidad la novela negra solo ocupa un capítulo breve, sobre sus tres maestros clásicos: Chandler, Hammett y Ross MacDonald.
El libro de Patricia Highsmith tiene un título largo en inglés: Plotting and Writing Suspense Fiction (Tramar y escribir narrativa de suspenso), reducido a la simple palabra Suspense en la versión del sello Norma de Colombia, (en Buenos Aires integra una reciente selección de obras de Highsmith del diario Clarín para kioscos). En castellano, fue publicado por primera vez en 1966. En una traducción previa de Anagrama, al título se agregaba el subtítulo "Cómo se escribe una novela de intriga".
LOS VIEJOS TIEMPOS. El libro de P. D. James está escrito por encargo de la Bodleian Library de Oxford. Educadamente, James se sintió obligada a hacerlo. El resultado es un libro breve, fluido y aun así levemente árido. Deja bien en claro que su zona de preferencia es la policial inglesa escrita en la Edad de Oro, en los años ´30 a ´40, denominada a veces "novela-problema", o "novela de enigma", donde lo que importaba era trazar el crimen con la complejidad de un rompecabezas. Como ejemplifica ella misma: "Las desafortunadas víctimas morían por chupar un sello envenenado, por el vapuleo mortal de las campanas de una iglesia, por el golpe de un tiesto que les caía encima, acuchilladas por un carámbano o envenenadas a través de las uñas de un gato y, en no pocas ocasiones, aparecían muertas en habitaciones cerradas a cal y canto con una estremecedora expresión de terror en el rostro". La cita propia aumenta con otra ajena, de William Trevor: "Se producían asesinatos en Mayfair, en trenes, en dirigibles, en los salones del Palm Court, entre actos. Los golfistas tropezaban con cadáveres en el green. Los jefes de policía se los encontraban en sus propios jardines. En West Cork (el pueblo de infancia de Trevor) no teníamos nada similar".
A despecho de esas citas, gran parte del libro es ocupado por autores y novelas de ese tipo. Comienza por un pasado muscular y exitoso, con Sherlock Holmes de Conan Doyle, los novelones geniales de Wilkie Collins, y el Padre Brown de Chesterton. Después se toma cierto tiempo en analizar a Agatha Christie, en quien respeta su capacidad para los diálogos filosos y la descripción de pueblitos paradigmáticos.
Fuera del género, James admira las novelas de Graham Greene; dentro de él, destaca a cuatro narradoras de la Edad Dorada, a quienes llama "Cuatro mujeres formidables". Son la propia Agatha Christie, Dorothy L. Sayers, Margery Allingham y la neozelandesa Ngaio Marsh.
El análisis es amable y sutil en los detalles, a veces ubicando a la autora en su época, tan distinta a la actual en el género. O se pregunta por el enigma principal: por qué una autora talentosa como Marsh, por ejemplo, no era simplemente una escritora, como Emily Brönte, en vez de "bajar" al género. "¿Por qué se dedicó a ello con tanta regularidad y escribió treinta y dos novelas en cuarenta y ocho años?", se pregunta. Y se contesta: "Las escribió rápido, fundamentalmente para procurarse unos ingresos regulares suficientes para vivir, vestir bien y poder continuar con su principal afición, que era la promoción del teatro -sobre todo de las obras de Shakespeare- en su Nueva Zelanda natal". También subraya el hecho de que cada una de ellas ocultaba un secreto: un hijo ilegítimo, una fuga convertida en escándalo nacional, la falsificación de la fecha de nacimiento.
Como acordándose de pronto del presente, de su presente, P. D. James agrega un nombre más cercano al fin de siglo XX: su favorita es la norteamericana Sara Paretsky. Pasa a dar datos sobre su oficio en "Cómo contar la historia: El contexto, el punto de vista y los personajes". El tono se vuelve un poco más arcaico: cita como autoridades al poeta W. H. Auden, a E. M. Forster o a Ivy Compton Burnett
Hay fenómenos culturales, de lectura, que están atados en exceso a su momento de producción y éxito. Con la "novela de intriga" inglesa pasa algo parecido a lo que ocurre con la "novela objetivista" o "novela nueva" francesa (Robbe-Grillet, Butor, Nathalie Sarraute): cuando se repite la experiencia de la lectura, suele ser un trabajo cuesta arriba. Pasó con dos o tres intentos de reeditar los mejores títulos de la colección El Séptimo Círculo. El viejo gancho ha desaparecido en las obras de autores antes clásicos como Michel Innes, John Dickson Carr o Patrick Quentin, que respetaban con esmero el formato. Sobrevive en cambio en "desobedientes" o francotiradores como Leo Perutz, Vera Caspary o Margaret Millar .
EL OSCURO CORAZÓN. El libro de Patricia Highsmith tiene más o menos la misma extensión que el de P. D. James, pero rinde mucho más. Mantiene además toda la frescura, a pesar de los más de 45 años transcurridos. En parte puede deberse a su origen.
Escrito en un momento de dinamismo personal y creativo (se había animado a irse a Europa, había sido adaptada ya dos veces con éxito al cine: Extraños en un tren y A pleno sol), comienza por un par de advertencias. Primero, que el libro no es un "manual al uso"; segundo, que el talento tiene tanta importancia como la suerte y lo que hoy llamamos "el mercado": "Tal vez, para un escritor, mucha de la suerte provenga de gozar de buena publicidad en el momento indicado".
En el origen hubo un encargo, como en P. D. James: The Writer`s Inc. de Boston le pidió un libro "para ayudar a los escritores en su oficio y facilitarles la tarea de encontrar mercado para sus trabajos". Por otra parte, Highsmith opina: "Es imposible explicar cómo se escribe un libro logrado, es decir, un libro legible". A su modo de ver eso es lo que vuelve tan entretenido el asunto: "la permanente posibilidad del fracaso".
Desde el punto de vista de la enseñanza de un oficio, el libro funciona a pleno, porque mezcla el conocimiento de primera mano, gracias a la práctica, con bruscos datos personales. Además hace hincapié en factores importantes en todo relato, no solo en los de género: la verosimilitud (que poco tiene que ver con la verdad fáctica), la estructura, los bruscos cambios de velocidad o de tono.
Los ejemplos tienen que ver con libros ahora clásicos de la autora, como Extraños en un tren, El talento de Mr. Ripley, o Mar de fondo. De modo previsible, se concentra en La celda de cristal, ambientado en su primera parte en una cárcel, y publicado dos años antes, en 1964. Le dedica un capítulo entero, contando los tanteos, cambios, rechazo o aceptación de las sugerencias de los editores. A esa altura es una ventaja que Highsmith hubiera trabajado incluso en la escritura de guiones para TV, porque le agrega perspectiva.
Poco afecta a respetar las normas de "la policial", prefiere definir lo que hace como "suspenso": "narraciones en las que existan amenazas de violencia física y peligro, o el peligro y la acción sin más". Para ejemplificar que el marco de libertad es mayor, agrega: "pienso que la mayoría de los libros de Dostoievski podrían ser considerados libros de suspenso si se publicaran hoy por primera vez", y remata: "Debido a los costos de producción, no obstante, seguramente le pedirían que los abreviase".
El concepto o la idea básica es crucial, pero después puede cambiar varias veces. Exige sin embargo concentración. La falta de ideas no tiene por qué ser resultado de un destino. Una razón puede ser que "el escritor se rodee de la clase de personas equivocada, y a veces hasta de personas, sean de la clase que sean". Para más precisión agrega: "a veces son justamente las personas que nos atraen o aquellas de las que estamos enamorados las que actúan tan eficazmente como lo haría la goma aislante respecto de la chispa de la inspiración".
yo soy así. Parte de la personalidad de Highsmith va apareciendo en consideraciones breves pero contundentes. "Nunca me resultaron estimulantes los demás escritores. (...) Me llevo mucho mejor con los pintores. (...) Los pintores están acostumbrados a usar sus ojos, y es bueno que los escritores hagan lo mismo". Sus seguidores ya saben que buena parte del poder de convicción de sus novelas (muchas veces dedicadas a hacer verosímil lo inexplicable), se basa en su poder de observación.
Puede llamar la atención, sobre todo después de enterarse de sus detalles biográficos, que en buena medida los consejos u opiniones exhiban un básico optimismo. Dice por ejemplo que nunca faltarán las ideas, porque en el lugar de donde vienen (a menudo el inconsciente) las hay de sobra. En el otro punto del péndulo, aconseja ser ahorrativos, guardar los viejos manuscritos inéditos, porque muchas veces descansa en ellos la posibilidad de resolver un problema actual.
A veces el dato personal tiene rango de confesión: "No entiendo a la gente que le gusta hacer ruido; por consiguiente, les temo, y dado que les temo, los odio. Se trata de un círculo vicioso de índole emocional". Más literario es el origen de muchos de sus rasgos en una amada abuela, de la que da un detalle memorable de la relación entre ambas, a través del tiempo: "Hace no mucho, le eché un vistazo a un zapato mío casi totalmente gastado que había tomado la forma de mi pie, y en él vi la forma, o la expresión, del pie de mi abuela, tal como lo recordaba a partir de sus pantuflas y de los zapatos negros de tacón bajo que solía usar cuando salía". El gastado objeto provoca el emocionado recuerdo de una ida juntas al cine, para ver Sueño de una noche de verano. Dice que recuerdos así la inspiran, no como otros (los celos) que "a lo más que se asemejan es al cáncer, que todo lo va devorando sin dar nada a cambio".
En el terreno de lo práctico, como muchos escritores anglosajones, aconseja tener libretitas a mano, para ir apuntando ideas o frases. Y tratar de escribir siempre, todos los días. Ya más relacionado con su obra, defiende la idea estructural de la indecisión, porque "es la sencillez misma". Muchas veces, sin que ocurra nada, la indecisión establece el suspenso, la tensión. Da un ejemplo en detalle: su novela Crímenes imaginarios.
El motivo por el que se dedicó a escribir es otro rasgo personal: "La razón por la cual me dedico a crear es el aburrimiento que me infunden la realidad y la monotonía de la rutina y los objetos que me rodean". El sistema de contradicción sigue en pie y aclara que aún así a veces se provoca a sí misma el aburrimiento, mediante la rutina.
Ya no tan relacionado con ella misma como con su obra está la explicación de su rechazo a las ideas sobre la justicia (con seguridad P. D. James piensa distinto): "La pasión del público por la justicia me resulta aburrida y artificial, ya que ni a la vida ni a la naturaleza les afecta si la justicia se lleva o no a cabo".
En el capítulo "Las dificultades" vuelve a insistir en la necesidad de dejar aflorar el inconsciente, en vez de acorralar un tema o una atmósfera con la pura inteligencia. Insiste además en la necesidad misma de que haya dificultades, siempre que tengan que ver con que el autor esté involucrado a fondo con el libro, y quiera encontrar la solución. Tampoco le quita el sueño el tema del punto de vista, un tanto obsesivo en los talleres literarios. En cuanto al uso de la primera persona le resulta más difícil que el seguimiento de un personaje en tercera persona. Entre otras cosas, le molesta escribir tantas veces "yo" (obligatorio en inglés).
Siempre con esa mezcla de seguridad y contradicción, de humor y precisión, de datos sobre un oficio y perfil personal, el libro es una buena manera de conocerla mejor, y conocer más el género un poco esquivo que la tiene como a una de sus generadoras principales (otra es Ruth Rendell, a quien P. D. James solo menciona al pasar).
TODO LO QUE SÉ SOBRE NOVELA NEGRA, de P. D. James. Ediciones B, 2010. Barcelona, 2010. Distribuye Ediciones B.
SUSPENSE, de Patricia Highsmith. Norma, 2010. Colombia, 150 págs. (hay edición del diario Clarín de Buenos Aires).