Educar para la libertad

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Raquel Guinovart

NOAM CHOMSKY, más conocido como lingüista y como activista político, se desempeña también como profesor desde 1961 en el MIT (Massachussets Institute of Technology), por lo que no es de extrañar que haya reflexionado sobre la democracia y la educación. El compilador de este libro ha reunido conferencias, artículos y reportajes de 1969 a 1999 en los que se puede apreciar cómo se entrelazan y explican entre sí las facetas de Chomsky como científico, intelectual y educador. Según él mismo explica, todas ellas son tributarias de su concepción antropológica: enfocar el problema de la educación supone tener una idea acerca de a quién se educa y para qué clase de vida.

Como científico Chomsky revolucionó la lingüística al sostener la hipótesis del innatismo de las facultades que permiten el desarrollo del lenguaje. Piensa que "el lenguaje depende de una dotación genética [como] las que especifican las estructuras de nuestros sistemas visual o circulatorio, o los que determinan que tengamos brazos en vez de alas." Esta teoría se opone a la concepción conductista que considera al cerebro prácticamente como una tabula rasa en la cual la experiencia y el adiestramiento imprimen los contenidos. Las consecuencias de estas diferencias de enfoque son cruciales en la construcción de una teoría educativa: mientras que para los conductistas la educación puede verse análogamente al proceso de llenar un recipiente vacío, para Chomsky debe entenderse más bien como la ayuda que se presta al crecimiento de un árbol joven que posee una naturaleza propia. En ese sentido opina, como Bertrand Russell, que la educación debe guiarse por "el espíritu de reverencia". "Russell era muy consciente de cuán poco sabemos en realidad acerca de los propósitos y objetivos de la vida humana. Por ello, la meta de la educación no puede ser dirigir el crecimiento hacia un fin específico, predeterminado, porque cualquier fin de este tipo debe establecerse por medios arbitrarios y autoritarios." Es necesario, en cambio, ofrecer un contexto complejo y estimulante que el niño pueda explorar de manera imaginativa para, de ese modo, despertar su impulso creativo intrínseco. Para Chomsky lo que caracteriza al ser humano es la libertad y es hacia ella que debe orientarse la educación en lugar de hacia el tutelaje, la dirección y el control.

En la misma línea entiende que debe considerarse la naturaleza del trabajo: no como una carga sino como una manifestación de creatividad humana. "Existe una visión opuesta, según la cual el trabajo constituye un producto que se vende en el mercado y que en sí mismo carece de valor intrínseco; su único propósito inmediato consiste en cubrir la posibilidad de consumir, pues desde este punto de vista las personas se interesan fundamentalmente por maximizar su capacidad de consumo, no por producir de forma creativa en condiciones de libertad". La educación funcional a esa perspectiva, es aquella que se ocupa de suministrar a los niños, técnicas y hábitos necesarios para que encajen en el mecanismo productivo, y no para que desarrollen su potencial natural. Lo mismo vale para la vida política, en la que puede alentarse al ciudadano a ser crítico u obediente.

Estas son algunas pinceladas de lo que el lector va a encontrar en esta antología. Por su propia naturaleza el libro incluye repeticiones, pero permite comprobar la coherencia entre las distintas facetas y épocas del trabajo del norteamericano. Las entrevistas de la primera parte ("Ciencia: la dotación genética") constituyen una introducción accesible e interesante a algunos aspectos del núcleo duro de su teoría lingüística. La segunda ("Antropología: el entorno cultural") muestra al Chomsky político, cuyas ideas resultan a menudo más sugestivas que bien fundamentadas, y más útiles como denuncia que como propuesta.

SOBRE DEMOCRACIA Y EDUCACIÓN, Volumen 1. Escritos sobre ciencia y antropología del entorno cultural, de Noam Chomsky (Compilador C.P. Otero), Paidós, Barcelona, 2005. Distribuye Planeta. 417 págs.

Cuentos

SUEÑO PROFUNDO, de Banana Yoshimoto, Tusquets Editores, Barcelona, 2006. Distribuye Urano. 172 páginas.

ES ESTE OTRO volumen de la autora de Kitchen, libro que colocó a la japonesa Banana Yoshimoto en el panorama de nuevos narradores fundamentales del mundo. Esta vez, se trata de un libro de relatos, una trilogía de nouvelles con un hilo en común: la sensación de irrealidad que a veces se sobrelleva en la vida, como por ejemplo, cuando a ésta se la gana el sueño.

Si se eliminaran las referencias geográficas o gastronómicas, si se borraran las palabras japonesas (explicadas por la traductora en notas al pie de página), tal vez, sin embargo, no sería difícil para el lector deducir que estos cuentos largos han sido escritos por una japonesa.

Hay algo radicalmente distinto a lo occidental aquí, algo que flota de modo casi imperceptible. Es prosa acotada, de una suavidad de terciopelo. Todos los personajes tienen una dimensión extraña, pese a la cotidianeidad en la que se mueven.

En el primer relato, "Sueño profundo", una chica, Terako, es presa de una necesidad imperiosa de dormir. Tiene un amante casado que fue su jefe, tiene trabajos ocasionales de oficina donde debe hacer fotocopias. Pero ese sopor la hace pertenecer a otra dimensión, y de hecho, un encuentro con una persona del mundo de los muertos la ata nuevamente a la vida, aunque parezca paradójico.

En el segundo relato, "La noche y los viajeros de la noche", otra chica, una simple estudiante de inglés, ha perdido a su hermano inteligente y bello. El recuerdo de éste (una imposible herida que no cicatriza) deambula entre la hermana, la prima y la ex amante del chico desaparecido. Un mundo de mujeres que penan como fantasmas en la nieve, lastimadas para siempre en un rincón secreto. La amante/novia es una norteamericana que se ha atrevido a mestizar su alma en el Japón. Todas se comprenden y sufren de soledad, celos y solidaridad por la otra, al mismo tiempo.

En el tercer relato, "Una experiencia", un verdadero cuento de fantasmas, otra chica se deja llevar no por el sueño profundo ni por las pesadillas sino por algo aún más devastador: el alcohol. La protagonista se emborracha cada noche, no puede no beber, no puede evitar bajar botella tras botella hasta caer como un saco. Es joven, bonita, inteligente, y es una alcohólica. Detrás de ella, hay una historia siniestra: el odio hacia otra muchacha que fue, por un lado, la rival en el amor, y por otro, el deseo lesbiano y solapado.

Otra vez el contacto con el mundo de los muertos es liberador, tranquilizador. El mismo país que produjo la tremenda película El ojo trae de nuevo a través de este libro de Banana Yoshimoto, la sensación perturbadora de que la vida y la muerte son un continuo del cual se va y se viene. Al menos en el inquietante imaginario de Japón.

A. B.

Novela

AFINIDAD, de Sarah Waters, Anagrama, Barcelona, 2005. Distribuye Gussi. 427 págs.

SARAH Waters encontró una forma feliz de hacer novelas. Nacida en Gales (1966), feminista, estudiosa de la época victoriana, Waters crea unas tramas estupendas, ubicadas en la muy rígida y represora cultura inglesa de la segunda mitad del siglo XIX, mirada desde el lugar de la transgresión social y sexual. Sus protagonistas son mujeres, lesbianas, sabiamente logradas desde su diferencia, como caracteres complejos. Su novela primera y anterior, El lustre de la perla, traducida en el 2004, también transcurría en la época victoriana y estaba centrada en el mundo del music hall londinense y de las mujeres que se travestían en el escenario. Ya tiene dos novelas posteriores a esta Afinidad, recién editada en castellano por Anagrama. Resultaría tedioso hacer una lista de los premios que ha recibido; las reseñas que se encuentran en Internet hablan de un éxito de público perfectamente justificado dado lo que por aquí se ha podido leer.

Las protagonistas de Afinidad son dos mujeres de mundos sociales contrapuestos. Selina Dawes es una médium espiritista que termina presa en la muy siniestra cárcel de Millbank acusada de estafa y agresión. Margaret Prior es una dama de treinta años, culta, edípica, con un intento de suicidio a cuestas que va camino de la soltería. Estos mundos paralelos, infranqueables, se cruzan cuando Margaret es incitada por un amigo de la familia a superar una depresión, motivada por la muerte de su padre, con algo de trabajo caritativo. Así se convertirá en una visitadora de la cárcel de mujeres. Con sabiduría, con conocimiento de una realidad que parece volverse palpable gracias a una recreación minuciosa, el lector podrá acercarse a una sociedad violenta, hipócrita, indiferente, que se perpetúa creando víctimas. Estas son mujeres, tanto de la zona miserable de la cárcel y sus adyacencias, como de los grandes e iluminados salones de la clase burguesa. De un lado el trato feroz del disciplinamiento carcelario, del otro la rigidez de una moral que solo dejaba para la mujer la posibilidad del matrimonio.

El escenario es atrayente y la trama vuela como en el folletín. Las dos mujeres protagonistas llevan un diario. El recurso es un poco convencional, pero funciona bien porque hace que el lector solo sepa lo que las mujeres perciben. Y este es un mecanismo esencial a esta intriga que mantiene su misterio hasta casi el final. Como en una buena policial, en las últimas páginas todo se devela y todo cierra. Antes, la narradora supo mantener el suspenso y el placer de la lectura gracias a la dosificación del grado de conocimiento y de misterio imprescindible que el lector debe tener a medida que la situación se desarrolla, a la excitación que el acercamiento a un ambiente exótico como el espiritismo provoca y al enervante deseo del crecimiento de una pasión secreta. Waters no solo engrana perfectamente el mecanismo, sino que pone al lector del lado de los buenos, de las mujeres reprimidas, sin caer en simplificaciones ridículas, inadmisibles en estos comienzos del siglo XXI. Por eso puede considerarse feliz su hallazgo, porque legitima su moral y su éxito.

C. B.

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