El adiós a Fermín Hontou, Ombú

Compartir esta noticia
Fermín Hontou

Obituario

Sus aportes ilustraron más de tres décadas de El País Cultural.

La partida de Fermín Hontou, nuestro querido Ombú (1956-2022) deja un vacío difícil de llenar, y eso no es un lugar común: ante el dolor, nada mejor que el silencio. Para el artista, sin embargo, las circunstancias son otras. Su obra lo ha trascendido, cobró vida propia más allá de él y le pertenece a la comunidad. En este caso a los lectores de El País Cultural. Publicó su primera ilustración en el suplemento el 29 de junio de 1990, un retrato de Fidel Castro en un número especial dedicado los años 60. Era en páginas interiores. El viernes 20 de julio, dos semanas después, Ombú ya estaba en tapa ilustrando un largo reportaje a Jorge Medina Vidal. La figura lunga y algo encorvada del poeta, ensayista y crítico literario quedó así fijada por su trazo en el imaginario colectivo. A partir de allí los lectores disfrutarían a Ombú durante casi tres décadas y media hasta el último, publicado el pasado 14 de agosto, un retrato del poeta T.S. Eliot. Dos retratos, el de Fidel y el de Eliot, son el inicio y final de una constante colaboración —que de forma paralela llevó en su querido semanario Brecha— y que también incluía la ilustración de cuentos de la contratapa del Cultural o textos difíciles, como el que trajo este cronista desde Japón sobre los experimentos con seres humanos en Manchuria durante la Segunda Guerra Mundial. Era un desafío editorial, no había foto o imagen que pudiera conjurar semejante horror. Sin embargo en el dibujo que Ombú entregó estaban todos los gritos del silencio.

Fue humilde, preciso, respetuoso de los tiempos de la prensa escrita y del tiempo de sus colegas, a pesar de que en 1990 ya era una figura mítica, la que había diseñado el famoso “dedo”, el logo de la revista El Dedo. Cuando El País Cultural tomó color en sus páginas fue un salto cualitativo para su expresión. Sobre todo con los retratos en acuarela que Cees Nooteboom supo señalarme extasiado.

Recibí la noticia de su muerte estando en Nueva York. Durante los días siguientes sentí que necesitaba un gesto íntimo de despedida, un brindis simbólico frente a un Delacroix del Met o el Klimt icónico de la Neue Gallery. Él y los creadores, los genios juntos, todos tocados por la vara mágica e inexplicable, por el trazo, el ritmo, el gesto y el color que todo lo dicen sin decirlo. Al final me despedí en silencio en la Little Island, esa isla artificial sobre el Río Hudson que es una obra de arte en sí. El agua del río susurraba plácida, el sol se ocultaba a poniente, los colores se apastelaban, cálidos, y Fermín estaba allí.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar