Terrorismo en Argentina

El atentado que se tragó todo: a 30 años de la AMIA, dos libros buscan un nuevo relato sobre el caso

Porque encontrarle sentido a la masacre todavía parece posible

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ATENTADO AMIA
Atentado terrorista en la AMIA
(Archivo El País)

por László Erdélyi
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El lunes 18 de julio de 1994, hace ya 30 años, una poderosa bomba destruyó el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en la calle Pasteur de la ciudad de Buenos Aires, matando a 85 personas. Fue a las 9:53 de la mañana, y dejó un saldo de dolor y horror que persiste congelado en el tiempo, una herida abierta que reclama no solo justicia, sino saber cómo ocurrió y por qué. Pero, a pesar de haber pasado 30 años, se sabe muy poco y no hay responsables presos. Casi no hay certezas pero sí muchas teorías. Demasiadas.

Dos libros recientes buscan responder a las preguntas sin respuesta, tomando como foco lo sucedido en los primeros 30 días luego del atentado. Después de las 09:53, del premiado cronista argentino Javier Sinay (n. 1980), lleva como subtítulo “AMIA: cartografía de un atentado”, y es un mapa de lo que se sabe y lo que no. Sinay lo describe como un verdadero laberinto lleno de trampas donde es fácil “creer” que algo ocurrió de tal o cual manera, cuando en realidad los datos que lo sostienen son pocos o endebles, en un mar de “pistas, delitos, operaciones e intereses” afirma. El otro libro es 30 días, La trama del atentado contra la AMIA de Alejandro Rúa, quien se hizo cargo en el año 2001 de la Unidad Especial de Investigación creada por el Estado argentino para asistir a la justicia en la investigación del atentado. Luego sería abogado de víctimas y familiares de víctimas agrupadas en torno a “Memoria activa”, de notoria presencia pública en sus reclamos de justicia.

Nada es nada. El libro de Sinay es, en esencia, una indagación frente a un enigma. El autor es un sabueso que debe tomar un caso no resuelto, encontrar datos concretos y ver si éstos hablan, iluminan, o callan bajo la perspectiva que da el tiempo. Hubo un crimen, y Sinay es el detective que, a su vez, intenta establecer un relato coherente de lo ocurrido. “En las novelas policiales de enigma, el caos solo se acaba cuando una solución revela un móvil y reinstaura el orden: eso, en el crimen masivo de la AMIA aún no ha ocurrido y tampoco ocurrirá en tres décadas”.

Por ejemplo, desde las primeras horas se impuso la teoría del coche bomba, porque se encontró el motor perteneciente a una camioneta Renault Trafic. Del supuesto conductor suicida no quedó nada que permitiera identificarlo o confirmar que existió. Del origen de la camioneta, peor. El motor hallado pertenecía a una camioneta siniestrada, se lo sacaron y lo montaron en una segunda Trafic sin puertas laterales en la zona de carga. Pero en el lugar del atentado, entre los escombros, apareció una puerta lateral de Trafic, o sea, de otro modelo. Si Sinay titula un capítulo “Las tres Trafic” dejando el misterio abierto, es porque es lo que hay y punto. “No sabemos nada sobre esa Trafic. Nada es: nada”. Se acumulan teorías, conjeturas o relatos que tratan de “explicar” las contradicciones, llenar las lagunas y calmar ansiedades, pero en los hechos la que explotó fue una, no tres, y no se sabe cuál. Sinay lo expone de forma dura, honesta, realizando una apuesta ética por la verdad. Aunque no convoque multitudes.

El caso de las tres Trafic es apenas una pieza de un enorme caso que tiene ya dimensiones colosales. Desde el comienzo, por ejemplo, se impuso la “pista iraní” como el origen del atentado, señalando a la organización Hezbollah. Nadie duda, a esta altura, de la capacidad de esta organización terrorista para reproducirse en cualquier lugar del mundo y cometer actos devastadores, aunque las pruebas concretas de esos crímenes son escasas. Pero no es la única pista, hay otras de menor peso, siempre alimentadas por teorías conspirativas apoyadas en “pruebas” endebles, sospechas, informantes dudosos con intereses ocultos, agentes, espías y doble agentes. El papel de la propia inteligencia argentina se cuestiona por sus rivalidades internas y sus “operaciones” que enturbiaron en lugar de aclarar, y porque no fue capaz de anticipar este atentado teniendo en cuenta el antecedente del ataque a la Embajada de Israel en Buenos Aires, ocurrido dos años antes. Está también el tema de la corrupción policial, expuesta al revelarse la trama en torno a Carlos Telleldín, la persona que vendió la camioneta Trafic a los terroristas; son policías violentos que extorsionan, parte de una cultura extendida en la policía bonaerense de entonces y por la cual muchos agentes terminarían presos. Hay también una situación judicial compleja, en un país que posee una justicia endeble. “Desde el fondo del osario humeante de la calle Pasteur, lentamente emergen los males y los mitos de la Argentina, un país que vive de las conspiraciones. Emerge la corrupción, emerge la impunidad. El Poder Judicial está podrido. (Pero no por completo)”. En los hechos, un juez y dos fiscales terminarían siendo apartados del caso, juzgados y condenados. Hay pedidos de captura internacional con alerta roja de Interpol de supuestos responsables iraníes del atentado, pero no hay nadie preso ni posibilidad de capturarlos o extraditarlos. También hay un fiscal muerto, Alberto Nisman, fallecido en 2015 de modo misterioso cuando estaba por acusar a la entonces presidenta Cristina Kirchner de encubrimiento por la firma del memorandum de entendimiento con los iraníes de 2013 (la muerte de Nisman es, para muchos, el tercer atentado). Hay pruebas que desaparecen. Y hay más. “El expediente del caso alcanzó dimensiones colosales y se digitalizó. 720 cuerpos. 146.000 fojas o páginas. (Los) 422 legajos. Probablemente sea el expediente más grande de la Argentina. Hay 775 líneas de teléfonos intervenidas a lo largo de todos estos años. Hay 134 sospechosos de haber tenido algún tipo de participación en el ataque, de los cuales 42 permanecen bajo investigación. Hay 70 personas sobreseídas. Hay ocho absueltas”. En determinado momento Sinay le pide al fiscal Basso, actual encargado del caso, para ver el expediente. “Quiero ver esa inconcebible bestia eterna, ¿será posible? Es posible, sí, claro. El expediente se encuentra en la fiscalía UFI AMIA. Basso me invita a verlo y a recorrer la fiscalía, dos cosas que de hecho son lo mismo porque el expediente ocupa la fiscalía entera, se expande en todos sus rincones y en todos sus ambientes. El expediente es la fiscalía y la fiscalía es el expediente”. Tal es su monstruosidad.

La búsqueda de justicia en el Río de la Plata se piensa de una manera diferente a la que impone la realidad en Oriente Medio. Un jefe del Mossad le dice a un ministro argentino que “nunca van a encontrar al culpable, porque nosotros no lo encontramos (...). Aquí en Israel hay cientos de casos en los que nunca pudimos encontrar a nadie”. Que Sinay haya escrito el libro pos atentados de Hamas del 7 de octubre instala además una sombra ominosa en el desarrollo del relato porque hay nombres que se repiten. Pero Sinay evita ese loop. Con coraje cambia la pisada y hace la pregunta necesaria, amarga, la que importa acá, porque de lo que los argentinos necesitan hablar es de su propia corrupción y encubrimiento, del desgaste institucional y la desidia, de la mentira y la desinformación. De la falla total del Estado argentino que no pudo proteger a sus ciudadanos. A treinta años del asesinato de 85 personas en la calle Pasteur el caso sigue impune y abierto. Nada es: nada.

También, como perdida entre las páginas, Sinay deja caer otra pregunta en apariencia inocente: por qué escribe. Es judío, no tiene conocidos entre las víctimas, y escribió antes un notable libro, Los crímenes de Moisesville, Una historia de gauchos y judíos (2013), vinculado a un episodio familiar. Mientras lo investigaba llegó a los archivos de la AMIA y allí descubrió que la mitad había sido destruido por el atentado. Ese fue uno de los motivos que lo llevaron a obsesionarse. Pero hay más. Creció en una Argentina peligrosa, la de los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, con asesinatos notorios como el de José Luis Cabezas, la explosión de la fábrica Río Tercero, o la misteriosa muerte de Carlos Menem Jr. Entendió que el peligro también podía alcanzarlo. Y hoy, a 30 años de los hechos, “sabemos tan poco de lo que realmente pasó”. Pero una cosa aprendió: “una de las cosas que el atentado de la AMIA deja claro es que todo el mundo cambia a lo largo del tiempo. No hay nadie completamente bondadoso. No hay nadie completamente malvado. Encontrar nuevos sentidos a la masacre de 1994 es posible”.

Thriller. El libro de Alejandro Rúa, 30 días, La trama del atentado a la AMIA, es la contracara exacta del libro anterior. Si en el de Sinay hay cambios de ritmo con historias fragmentadas donde solo expone lo comprobado, preguntas sin respuesta, agudas observaciones sobre la personalidad y los gestos de los entrevistados (es un fino observador), citas literarias (de Jorge Luis Borges sobre los enigmas, entre otras), y precisas observaciones sobre el ser argentino, en el de Rúa hay una historia relatada de forma lineal, trepidante, con ritmo de thriller. Uno de conspiraciones y asesinatos, espías y jihadistas, políticos, burócratas y policías corruptos.

El autor, por ejemplo, coloca al lector casi en los zapatos del supuesto integrante de Hezbollah, Samuel Salman El Reda, desde que pone pies en Argentina para organizar el atentado a la AMIA hasta que desaparece luego de ocurrido. La inteligencia argentina lo siguió en la previa, vio cómo hizo muchas llamadas internacionales desde locutorios, tomó café frente a la AMIA, y hasta habría logrado arrancar el motor de la Trafic homicida cuando éste falló en un estacionamiento cerca de la calle Pasteur. La tensión del relato mantiene al lector en vilo, tanto que se siente en una gran novela despreocupado por preguntarse sobre la solidez de las fuentes, de dónde salieron los datos. Rúa lo deja claro en todo momento: “fuentes de inteligencia”. Lo reitera una, dos, tres veces por página. Lo sabe por los espías argentinos, norteamericanos, israelíes. Se lo contaron, o lo dijeron para los expedientes. Y esa es la debilidad del libro, porque los espías —sobre todo de organismos como el Mossad o la CIA, muy sofisticados— son buenos para conseguir información útil, pero muy inútiles a la hora de hacer pública una historia verdadera. No pueden, y es lógico. Si cuentan la verdad, revelan procedimientos, identidades de colegas, códigos y acciones que por definición deben ser secretas para no perder eficacia. Entonces es legítimo afirmar que los espías mienten, aunque sus mentiras tengan una parte de verdad. Y más en lo que refiere a la inteligencia argentina, sumida en rivalidades internas y otras miserias que no les permitieron ver lo que parecía obvio: que se venía otra masacre como la de la embajada israelí.

Rúa afirma en la introducción que la información del caso, “en mi opinión, se ha ido consolidando”. Una conclusión desconcertante, sobre todo recordando la dura reflexión de Sinay, aquella de que nada es: nada.
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DESPUÉS DE LAS 09:53, AMIA: Cartografía de un atentado, de Javier Sinay. Sudamericana, 2024. Buenos Aires, 430 págs.
30 DÍAS, La trama del atentado a la AMIA, de Alejandro Rúa. Planeta, 2024. Buenos Aires, 320 págs.

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Una poderosa forma de memoria
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por Javier Sinay
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“Quizá no haya justicia, pero somos capaces de contar la historia una vez más. La pregunta es para qué. (...) Esa pregunta me inquieta durante algunos meses, mientras avanzo, leo el expediente y hago entrevistas. Hasta que, gracias a la antropóloga estadounidense Natasha Zaretsky, lo entiendo: ante la ausencia de justicia, la narración puede ser un espacio de reparación y una forma de contribuir a la lucha contra el silencio. La narración es una poderosa forma de memoria”.

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