El Barroco, devoto y pagano

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Ana Larravide

EN 1734, Simón Ferreira Machado "natural de Lisboa y habitante de Minas" describió la brillantez casi inimaginable de la procesión que recorrió Ouro Preto el 24 de mayo de 1733. "Figuras en danza, vestidas con telas preciosas de oro y plata, mostraban la variedad dentro del orden en las diferentes mudanzas de su arte: los Cuatro Vientos venían a caballo, vestidos en seda blanca con plumas sujetas por flores de diamantes; los seguía el Oro Negro, con un turbante enceguecedor por su riqueza; los siete planetas, con ropajes recorridos por la luz de los diamantes, recordaban la divinidad que cada uno representaba según la antigua idolatría y eran así glorioso triunfo del Sacramento Eucarístico, que precedían y honraban".

La visión de ese cortejo propone considerar el Barroco no sólo en su esplendor sino en el significado de esas figuras que participan en él: los planetas, la subordinación de la multiplicidad a la unidad, la religión, el poder económico.

CONCIENCIA CÓSMICA. Es posible imaginar otra procesión fantástica, con personajes espléndidos y audaces ensangrentados, revestidos de oro. Deslumbra la confusión de sus presencias entrelazadas; unos abren paso a otros que irrumpen, giran, se proyectan, desconocen los límites. Alienta en ellos un orgulloso impulso vital: son descubridores, constructores de la vida, saben tener más larga la mirada y la usan despiadadamente, penetrando en sí mismos y en el contenido del mundo. Es una expedición alucinante de aventureros del paisaje y del pensamiento. Copérnico transformando la antigua visión del mundo antropocéntrica en conciencia cósmica, Álvarez Cabral contemplando por primera vez la costa ondulante del Brasil, jesuitas inquebrantables, bandeirantes arremolinados en torno del galope de su bandera, afiebrados mineros, burgueses de Holanda, Papas avezados en política, cortesanos europeos, esclavos africanos penetrados de nostalgia, arquitectos mulatos... Impulsados por ambiciones distintas —el oro, manifestar la fe, la nostalgia, la multiplicidad del universo— expresan un arte que corresponde a una nueva conciencia.

UN ESPECTÁCULO TRANSITORIO. No hay un estilo Barroco sino tantos como grupos sociales lo produjeron: el Barroco cortesano y católico de la primera mitad del 1600, sensual, monumental, decorativo; después el Barroco clasicista, estricto y riguroso. La corriente naturalista holandesa procuró animar a los objetos e interiorizarlos. Y el Barroco brasileño sedujo con su esplendor. Los marca a todos el grave trastorno al que hubo de adaptarse el pensamiento: la sustitución de lo absoluto por lo relativo. El hombre deja de ser el centro del universo y de la obra de arte. Esa obra se convierte en espectáculo transitorio, al que se tiene la suerte de asomarse casualmente.

El Barroco pretende expresar el sentido dinámico de la vida, se resiste contra lo permanente y lo fijado de una vez para siempre.

ORO Y DIAMANTES EN BRASIL. Como eco de las cortes europeas, pero en armonía con la naturaleza desbordante, el Barroco nacido bajo la mirada de los Papas fue trasladado al paisaje pagano de Brasil. Las primeras construcciones no se apartan de la costa. En Pernambuco se encuentra la iglesia de San Cosme y Damián, del siglo XVI, la más antigua del Brasil.

Las referencias a "una sierra que resplandece mucho" llevaron a encontrar oro en 1663. La veta riquísima descubierta por Rodríguez Arzao y enviada a Rio de Janeiro provocó una avalancha de aventureros. Para mayor fiebre, en el norte se descubrieron diamantes purísimos: Tejuco será llamada Diamantina. En los cincuenta años posteriores a 1710 Brasil extrajo una inmensa cantidad de oro. Los quintos enviados al rey fueron suficientes para reconstruir y embellecer a Lisboa después del terremoto de 1755.

En semejante época confusa y desbordante, la religión —más que la lengua, los palacios o los cuarteles— fue el principio unificador y el arte se manifestó en las iglesias. El conde de Gobineau, de la embajada francesa, escribe en 1869: "No se puede decir que haya en las iglesias de Río un sentimiento religioso muy puro, muy elevado o muy severo. El país no las soportaría. Por el contrario, la religión y las cosas de la vida son encaradas de manera jovial. Las iglesias están cubiertas de alto a bajo con esculturas de madera en blanco y oro, de un trabajo maravilloso: frutos, flores, angelitos que son amores de Watteau. El púlpito parece una caja de bombones. En los días de fiesta todo es resplandor de velas y guirnaldas de rosas. Las imágenes de la Virgen están vestidas de seda, con collares y pulseras de lo mejor. No vi al Diablo, pero si lo representaran sería uniformado de general, con la Gran Cruz de la Orden de la Rosa, ofreciendo una pitada de tabaco a San Miguel".

EL BARROCO MINERO. Consolidada la colonia, los navíos que venían a buscar el palo-brasil traían emigrantes (no siempre voluntarios) y materiales de construcción, a veces fachadas completas, que ingenieros mulatos colocaban al pie de alguna fortaleza. Jesuitas, benedictinos, franciscanos y carmelitas desembarcaron también, desplegando en la arena de las playas los planos aprobados en Roma para algunos, en Porto o Lisboa para otros. Al principio del siglo XVII, se levantan en la región de las minas ciudades que una iglesia vigilará en cada colina; Ribeiro do Carmo, Vila Rica (que será Ouro Preto), Sabará, So Joao del-Rei, Sao José do Rio das Mortes... y Tejuco, escondida en las montañas de los diamantes.

En una generación todo cambió. A mediados del siglo XVIII, hombres vestidos como los cortesanos de Luis XVI se paseaban por los caminos escarpados de Ouro Preto. Abundan poetas, músicos, arquitectos, pintores, escultores. No hay monjes, expulsados por una razón fundamental: no pagan impuestos y dan así un pésimo ejemplo en una región donde todo se mide por gramos de oro.

"MUITAS CIDADES, MUITAS IGREJAS". Las parroquias y las hermandades rivalizaron en ostentación, para afirmar sus grupos sociales. Por detrás de las fachadas de las iglesias, originalmente simplísimas, se ostentan tesoros de otro mundo. Más que a las iglesias de Portugal o de España esto se asemeja a las de Praga, Viena, Munich. El gran hacedor es Antonio Francisco Lisboa, "El Aleijadinho" (el lisiadito), que vivió siempre en Ouro Preto, de 1730 a 1814. Su obra y su enfermedad son legendarias. Él realizó la fachada y las esculturas de San Francisco de Ouro Preto, el frontispicio del Carmen de Sabará, el plano de la iglesia de San Francisco en So Joo del-Rei. Esculpió los púlpitos de piedra, altar mayor y laterales de San Francisco de Ouro Preto. Y las figuras de madera para los Pasos del Calvario de Bom Jesus en Congonhas do Campo y los doce profetas del atrio de esa misma iglesia, su obra maestra. El Aleijadinho se multiplica en "muchas ciudades, muchas iglesias" como recita Drummond de Andrade: Sabará, Soo Joo del-Rei, Tiradentes, Caeté, Baro de Cocais, Catas Altas, Santa Rita, Duro, Nova Lima, Congonhas do Campo.

Los Pasos de la Pasión, en Congonhas, junto con las imponentes, vitales figuras de los Profetas del atrio de la Basílica y Santuario del Senhor Bom Jesus de Matozinhos, personifican el barroco brasileño. La evolución de las formas barrocas en el estilo minero produjo ciertos templos de planta curva que son creación local.

Este vistazo sobre una época brillante del Brasil, que hasta hoy asombra por su belleza, procura comprender el sentido del extraordinario traslado del Barroco, que en las cortes europeas postuló la subordinación de la multiplicidad a la unidad, y al otro lado del Atlántico quiso unificar, valiéndose de la religión, una de las más variadas y pintorescas civilizaciones.

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