Del cultor del slowcore

El disco póstumo de Sparklehorse, grupo que nació como una patada de caballo en la cabeza del rock

“Bird Machine” se titula, editado a diez años de la muerte de su creador Mark Linkous

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John Linkous
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por Alexis Borla
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Cantante, compositor, multi-instrumentista y productor, Mark Linkous, del que acaba de salir su disco póstumo Bird Machine, abandonó su adolescencia como motociclista afecto a las felonías cuando vio que bandas como Mötley Crüe se hacían famosas. Para corregir los horrores del Glam Metal creó Sparklehorse, que era una patada de caballo en la cabeza del rock. Funcionó como una banda casi itinerante llena de colaboraciones y centrada en un folk-pop lisérgico plagado de baja fidelidad.

Debutó en 1995 con el impronunciable Vivadixiesubmarinetrans-misionplot, que le valió ser telonero de los Radiohead, con cuyo vocalista intentaron hacer una versión del clásico de Pink Floyd “Wish you were here”, pero en la cual la voz de Thom Yorke apenas quedó registrada ya que fue grabada desde una conversación telefónica. Este vínculo musical condicionó la vida de Sparklehorse ya que en la previa de su primer recital con los británicos Linkous se intoxicó bebiendo un brebaje de antidepresivos y valiums hasta caer desmayado en el piso de su habitación. Quedó desparramado de forma tal que una de sus piernas quedó sin circulación sanguínea y cuando trataron de trasladarlo, Mark entró en paro cardíaco para luego estar clínicamente muerto durante unos minutos. Resucitó, quedó postrado en una silla de ruedas durante varias semanas y más adelante, en una entrevista recordando sus sensaciones, comentó que le asustaba “pensar que esa parte de mi cerebro que me permitía hacer canciones podría haber quedado dañada“.

Editó 5 discos sin los atavíos propios de un rockstar ni grandes hits radiales. El reconocimiento del extenso legado está en forma de colaboraciones musicales, de las que tiene tantas composiciones en carácter de banda como en posición de músico invitado. El abanico de artistas es enorme y va desde Nina Persson (de The Cardigans) hasta Tom Waits, pasando por Chris Walla de Death Cab For Cutie, Daniel Johnston, PJ Harvey, los Flaming Lips, el renombrado productor Steve Albini, Iggy Pop, Julian Casablancas (de The Strokes), Suzanne Vega, Vic Chesnutt y Black Francis (de Pixies). También se podría incluir el álbum Dark Night Of The Soul, proyectado junto al cineasta David Lynch y el afamado productor Danger Mouse. Los diez temas instrumentales compuestos se complementaban con un libro con fotos del director de Twin Peaks, pero el proyecto se detuvo por problemas con la discográfica. Finalmente, los músicos publicaron un CD vacío que venía con una esquela que decía “Por razones legales, el CD incluido no contiene música. Úsalo como quieras”.

Disparo al corazón. La edición tomaría forma unos meses más tarde pero para entonces el cuerpo sin vida de Mark apareció sin que nadie terminara de entender muy bien lo que estaba sucediendo. Ese disparo al corazón que en 2010 terminó con la vida de Linkous dio inició a uno de los mitos más grandes de la música alternativa en lo que va del siglo XXI. Sparklehorse fue el proyecto inacabado de un artista psico-folk post grunge que concibió una fauna poblada por mares dentados, pianos encendidos, camas hechas con manzanas, reyes de uñas y soles hechos de miel. Fue uno de los más destacados cultores del slowcore, un género musical en el que se busca tocar al ritmo más lento posible (como opuesto al hardcore), a pesar de que ese estilo, que cultivó durante gran parte de su carrera, lo alejó del gran público que nunca pareció comprenderlo. Colin Greenwood, bajista de Radiohead, resumió la sensación de muchos ante su muerte: “sus dos primeros discos fueron muy importantes para mí y me llevé su música de la gira a mi propia vida y a la vida de mis amigos también”.

Anti-réquiem. Mark Linkous murió justo en sus mejores años musicales pero todo parece cobrar un nuevo sentido con este disco póstumo, enhebrado y anestesiado entre cajones y papeles. La usual combinación de sonidos traídos del folk y el rock ahora recupera una melancolía necesaria que se expresa en forma de country psicodélico, el género que este mago oscuro conjuró durante unos 10 años en los que alimentó al público con su poesía dentada y un slowcore pegajoso.

Con la paciencia propia de una araña, el álbum Bird Machine esperó su cuarto de hora durante otra década más en la que Matt, hermano de Mark Linkous, fue fundamental para su estreno, pues trabajó de forma lenta considerando cada detalle. La producción, editada a comienzos de este año, estuvo a cargo del mítico Steve Albini, quien junto a la familia de Linkous trabajaron las 14 canciones que componen la placa.

Matt recuerda que “por esos años, él estaba escuchando The Kinks, MF Doom, Grandaddy, y The Beatles” y también tiene en su memoria alguna charla en la que su hermano le dijo que “quería hacer un disco más pop, sonando como Buddy Holly“. Sparklehorse supo salir ileso de discos más complejos que Bird Machine y ahora, de forma espectral, montó esta máquina de hacer pájaros, que tiene un nombre parecido a la creada por otro rupturista, Charly García.

“It Will Never Stop’ es el primer pájaro de la máquina, un tema pop punk enclaustrado en distorsión, efectos sencillos y baja fidelidad tapizado de zumbidos que, como abejas metálicas, van creando melosas texturas artificiales: miel sintética. Hay ocho canciones que bien podrían ser una sola y extensa súper-canción. Los compases lastiman con la precisión de un ave de presa y dejan cicatrices vivas en medio de un funeral sin música lacrimógena. Bird Machine acierta en todo porque hay que estar a la altura de un disco póstumo, no se trata (o no debería tratarse) solo de compilar un puñado de canciones inéditas (a veces ni eso...) y tirarlas disfrazadas con un montón de plumas para ver si algún nostálgico se enamora de nuevo de un artista que jamás tendrá tiempo de maldecir por lo que hicieron con su legado.

La canción “Listen to the Higsons” quiebra el disco en dos y da comienzo a un cierre electrizante. Tiene fuerza de hit y la luminosidad consagratoria de un himno. Además de funcionar como metonimia para un álbum que, ante todo, es un anti-réquiem. Bird Machine celebra la memoria de un artista fundamental para los últimos estertores de la música masiva, esa donde la única música convocante parece tener ritmos cansinos y centroamericanos con búsquedas más afrodisíaco-comerciales que artísticas.

Antes que despedir a Sparklehorse, Bird Machine lo trae y lo instala incómodo. “Te apuraste... mirá lo que te perdiste”, parece decirle a Linkous.

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