por László Erdélyi
.
Parece una historia lejana, pero sucedió hace algo más de diez años. Los más jóvenes la ignoran, y si tratan de enterarse cómo sucedió les llegará el relato de una lucha de David contra Goliat, de Uruguay solito contra las poderosas tabacaleras y la cultura del tabaco en el mundo mientras el resto miraba, en un proceso que podía terminar mal, con el país humillado. Al final Uruguay ganó, y eso significó una victoria en varios planos, pero sobre todo de los fumadores pasivos que debían tragarse el humo de compañeros de trabajo, familiares y amigos que se suicidaban lento con un cigarro en la boca, pero lo hacían con pose y elegancia. Fumadores que a su vez gritaron “¡fascismo!” cuando el Estado les dijo que debían ir a fumar a otra parte.
Pero el Estado no fue el primero en actuar. Algunos David del ámbito médico hacía años que veían cómo algunas enfermedades se presentaban de forma continua entre sus pacientes fumadores, y se les morían. Esos médicos veían cómo una industria, la tabacalera, multimillonaria y ominosa, no advertía de esos daños potenciales (lo sabían), y cuando era acorralada por datos científicos o estadísticas, o por intentos de regulación, siempre lograba zafar. En todo el mundo. Hasta que los poderosos decidieron dar una lección y ponerle límites a un pequeño rebelde, Uruguay, a modo de ejemplo para el resto. La Philip Morris lo demandó por sus políticas antitabaco en una corte internacional. Eran millones de dólares en costos de abogados. El país no podía asumirlo. Salió a pedir plata, y comenzó la paranoia.
La historia, así contada, tuvo sin embargo protagonistas que hasta el día de hoy siguen en un cuasi anonimato. También tuvo hitos que se olvidaron, y algunos egos enormes que parecen llevarse todo el crédito. Hubo política, mentiras y engaños, como también profundas discusiones filosóficas sobre el alcance de la libertad individual y la potestad de los Estados para limitarla. Algunos sintieron que esa historia merecía ser relatada en toda su complejidad. Santiago Pereira Campos, testigo experto en el arbitraje Philip Morris contra Uruguay, era uno de esos, pero —con honestidad— entendió que le faltaban herramientas para hacerlo. Pensó entonces en un joven y premiado cronista uruguayo, Emiliano Zecca (Fray Bentos, 1985), autor en 2020 de un libro notable sobre un tema delicadísimo, Ángeles de la muerte, Los enfermeros que iba a ser asesinos seriales. Pereira Campos le dijo que ese juicio merecía ser narrado. Y Zecca aceptó la compleja, larga y atribulada tarea, la de narrar una suerte de rompecabezas difícil y contradictorio. Así, con el apoyo en la edición de Inés Bortagaray, de la Fundación Gabo, y el impulso de Martín Caparrós, llega ahora la que quizá sea la historia definitiva, el libro El humo, la patria y la tumba.
Anónimos. Cuando el juicio terminó en 2016 y todo fue alegría, la Presidencia de la República informó a la población que “el estudio de abogados que defendió a Uruguay felicitó al Presidente Vázquez” y que “la defensa exitosa de Uruguay contra las impugnaciones opuestas por Philip Morris Internacional estuvo dirigida por Miguel Toma, secretario de Presidencia, y Daniel Gianelli, embajador de Uruguay ante los Estados Unidos de América”. Esta es la versión oficial. No es la que cuenta El humo, la patria y la tumba.
El principal protagonista en el libro es el médico uruguayo Eduardo Bianco. En 2010, cuando se enteró que Philip Morris había presentado la demanda contra Uruguay, Bianco envió de inmediato un email a todos sus aliados en la región con el aviso “nos atacan”. Pero ya hacía veinte años que les decía a sus pacientes que dejaran de fumar. Era cardiólogo, y su trabajo en las calles de Montevideo, de aquí para allá en una ambulancia con un enfermero y un chofer lo llevó a intuir que allí había algo de interés para su especialidad. “En sus horas libres leía sobre cesación del tabaquismo, aunque no fuera su obligación” escribe Zecca. No sabía inglés, y todavía no existía Internet. Tampoco sabía que en Estados Unidos la lucha contra el tabaquismo llevaba años, que el sindicato de las azafatas venía luchando para limitar el humo del cigarrillo en la cabina del avión que ellas se tragaban de forma pasiva. Poco a poco se enteró de cosas, conoció a Jeffrey Wigand afirmando en 1999 que las tabacaleras manipulaban la nicotina para hacer más adictivos los cigarrillos, y también a otros nombres y otras luchas que estaban preocupando a la industria. Comenzó a viajar a encuentros, y a tejer redes. Conoció a Beatriz Champagne, de la Fundación Interamericana del Corazón, la mujer que “le abrió la cabeza” reconoce. Ella lo contrató como coordinador de la fundación para Latinoamérica. Bianco quería que Uruguay participara de las discusiones del Convenio Marco para el Control del Tabaco que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estaba impulsando. A instancias de Champagne, Bianco participó desde el inicio en esas negociaciones. “Se los llamó ‘pioneros’. Se decía que eran ‘voces en el desierto’” relata Zecca, que luchaban contra una industria que parecía tener una forma monstruosa, por su forma de accionar. “No era una conspiración, o una teoría conspiranoica, era una estrategia de escala mundial con recursos y movimientos coordinados para resistir”. Pero Bianco insistía. El Convenio Marco se había votado en el Parlamento uruguayo, y tenía las simpatías del Frente Amplio por manifiesta voluntad de Tabaré Vázquez. Era 2004, y el presidente era Jorge Batlle. El médico se movió y logró que Batlle firmara el decreto. Luego Bianco tendría protagonismo en las demás instancias, las que llevaron al gobierno de Vázquez a radicalizar las posturas contra las tabacaleras, y a participar del juicio desatado por la Philip Morris. Cuando envió el email “nos atacan” enterado del inicio del juicio, uno de ellos iba dirigido a Patricia Sosa, de la campaña Tobacco-Free Kids, quien habló con su jefe, y ellos luego hablaron con Michael Bloomberg para que apoyara a Uruguay. “Bianco había tirado la primera ficha del dominó”. Bloomberg se haría cargo de los costos legales de Uruguay en el juicio.
Hay más anónimos en esta historia. Por ejemplo el cardiólogo Edgardo Sandoya, que le decían “el loco” porque se enojaba cuando alguien prendía un cigarrillo en la ambulancia; el encuentro entre Bianco y Champagne en Canadá fue propiciado por él. Sandoya tenía bien claro la asimetría que existía entre la información que manejaba la industria tabacalera, y lo que ellos podían hacer. Era una tarea “casi imposible”. La industria tenía mucho dinero para sesgar los estudios o relativizar las pruebas. “Todo es muy sucio, está lleno de trampas, se modifica lo que no da el resultado esperado para engañar a los no entrenados” explica Sandoya. La mala ciencia como problema humano, tema del que la cultura uruguaya no es ajena. “Muchas veces se enseña medicina basada en ‘eminencia’ y no en ‘evidencia’. Ir contra eso me trajo muchos dolores de cabeza”.
Otros nombres posibles para una narrativa más justa son, por ejemplo los de Winston Abascal, director del Programa para el Control del Tabaco del Ministerio de Salud Pública, y de especial protagonismo en el juicio; la abogada uruguaya Andrea Barrios del equipo legal de la defensa, que presentó una teoría novedosa sobre el derecho de marcas uruguayo, y que fue destacada por los jueces del arbitraje; o Ana Lorenzo, compañera de Abascal, ambos en primera línea para convencer a los propios ciudadanos uruguayos que era bueno dejar de fumar, y que recibiría en 2019 el Premio del Día Mundial Sin Tabaco entregado por la OMS, premio al cual ni siquiera sabía que había sido nominada. Para sorpresa de todos, Uruguay tuvo otro nominado para el premio, Miguel Ángel Toma. Zecca destaca que el Estado uruguayo nunca felicitó a Abascal por el galardón.
Contradicciones. El libro El humo, la patria o la tumba no tuvo apoyo unánime a la hora de ser investigado. Algunos protagonistas prefirieron no estar. Miguel Ángel Toma es uno de ellos. Considerado un abogado brillante y metódico, supo ser el sostén jurídico del segundo gobierno de Vázquez, y tomó protagonismo en esta historia durante el gobierno de Mujica cuando se instaló la sensación de que Uruguay perdía el juicio y que debían llegar antes a un acuerdo con la tabacalera. Vázquez, enterado, pateó el tablero furioso, y promovió a Toma para tomar las riendas del asunto en una reunión sucedida en Presidencia convocada por Mujica, y relatada de forma vibrante por Zecca. Allí los abogados del estudio norteamericano Foley Hoag, en particular su principal abogado, Paul Reichler, aceptarían la opinión de Toma, un recién llegado. Les dijo que así iban a perder, que había que cambiar la estrategia y centrarse en temas de salud. Luego dirigió la delegación y pasó a ser la voz y los ojos de Vázquez en el asunto. Zecca también aborda el episodio cuando las cámaras enfocaron a Toma en el Estadio Olímpico de Roma, en la tribuna, entre 70 mil personas, por el que el presidente Luis Lacalle Pou le inició un sumario administrativo por presuntas irregularidades cometidas en viajes oficiales.
Otro aspecto rico del libro es la forma cómo Zecca relata la acumulación de paradojas y contradicciones. “Somos nuestras propias contradicciones” escribe Pereira Campos en la introducción. Por ejemplo, la que enfrenta a la Salud Pública de una comunidad con la larga y rica historia que el tabaco tiene en la vida, en el arte, en la guerra y la paz, o en el placer como decisión individual y privada. Quizá hoy suene extraño para los más jóvenes, pero la movida antitabaco en Uruguay tuvo fuertes detractores. Hubo amargas discusiones entre amigos, familiares o compañeros de trabajo. El empuje final de Tabaré Vázquez conjuró desde lo político cualquier desviación apoyado en su imagen de médico y político que defiende la vida —el cáncer ya había devastado a su propia familia— aunque su protagonismo no estuvo exento de contradicciones. Así ocurrió “cuando se impuso sin convencer” vetando la ley a favor del aborto votada en el Parlamento. Para los defensores del aborto era inadmisible que defendiera la vida persiguiendo a los fumadores, pero no defendiera el derecho de las mujeres a disponer de su cuerpo. Esto es abordado de forma clara y honesta por la entonces Ministra de Salud Pública, María Julia Muñoz, aunque su estilo provocador e irritante no convoque simpatías. Ella firmó como ministra el veto estando a favor del aborto.
El libro, más allá de la épica David contra Goliat con sus sucesivas batallas, intercala capítulos de carácter reflexivo para enriquecer el debate, por ejemplo sobre el humanismo. También cita a notables fumadores como Cristina Peri Rossi, o la opinión de Paul Auster sobre las contradicciones que arrastra el debate. Auster falleció de cáncer de pulmón, como Tabaré Vázquez.
.
EL HUMO, LA PATRIA O LA TUMBA, de Emiliano Zecca. Random House, 2024. Montevideo, 330 págs.
Efecto farmacológico
.
“Para el principiante fumar un cigarrillo es un acto simbólico: ya no soy el nene de mamá, soy fuerte, soy un aventurero (...). Cuando se desvanece la fuerza del simbolismo psicológico, empieza el control del efecto farmacológico para sostener el hábito”.
Philip Morris, 1969.