El inagotable Fernando Pessoa

Compartir esta noticia

Rodolfo Alonso, (desde Buenos Aires)

ES PROBABLE que poco hubiera importado a Fernando Pessoa (1888-1935), quien solía ahondar en su personalidad contradiciéndose casi de inmediato, franca o elusivamente, que sus preocupaciones del momento cambiaran de sentido en el contexto de otras épocas. ¿Cómo iba a poder imaginarse lineal, definitivo, explícito, quien hizo o vio hacerse en sí mismo, no uno sino varios creadores plenos y diferentes, los heterónimos, de personalidades y obras tan complejas como diferentes?

ÉXITO NO ES GLORIA. Una de las recientes publicaciones en castellano de la —al parecer— inmensa obra de Fernando Pessoa fue Eróstrato y la búsqueda de la inmortalidad (Emecé Editores, Buenos Aires, 2001). Para algún desprevenido, las palabras que abren ese volumen: "Me propongo examinar el problema de la celebridad", podrían confundirse quizá con la ineludiblemente fugaz audiencia que hoy otorgan los grandes medios masivos de nuestra sociedad del espectáculo, tan superficial y efímera como sus paradigmas. Pero apenas unas líneas después constatará que eran otros, en realidad antípodas, los parámetros de Pessoa: "La celebridad es la aceptación de que un hombre o un grupo de hombres son de alguna manera valiosos para la humanidad."

No era Pessoa un hombre capaz de deslumbrarse por resonancias fáciles ("Sé un periodista o sé un artista. Busca el éxito inmediato o la vida eterna"). Para probarlo, baste una anécdota, en este caso personal. Cuando Aldo Pellegrini, en 1961, me encargó lo que sería la primera traducción al castellano de los cuatro heterónimos de Fernando Pessoa, pero también su publicación inicial en América Latina, recuerdo muy bien lo arduo que fue obtener los derechos. Como si sus herederos se avergonzaran de aquel extraño desconocido, cuya vida fue lo más anónima posible, recluyendo bajo la humilde apariencia de corresponsal extranjero de casas comerciales la gestación de su "drama en gente", la múltiple y fecundísima obra de pensamiento y creación que lo poblaba.

Unos diez años después la situación cambiaba de raíz. Su renombre, primero legítimo y secreto, se hacía más y más público, hasta convertirlo en lo que Adolfo Casais Monteiro había intuido ya en 1958: "el más universal y el más portugués de los poetas de este siglo". Y una de las consecuencias más notables de semejante canonización fue que, a partir de entonces, del legendario baúl donde dormían los papeles inéditos, tantas veces incompletos y dispersos, de quien en vida sólo había publicado un título en su idioma: Mensagem (*), el entusiasmo fraterno y la pasión editorial harían surgir uno tras otro libros y libros de Pessoa, provenientes a veces de algún proyecto suyo más o menos coordinado pero también, en otras ocasiones, debidos al criterio de cada compilador.

Así, el volumen que nos ocupa reúne tres grupos de textos escritos en inglés (el otro idioma de infancia de Pessoa), que han sido articulados y prologados por Richard Zenith. Sería comprensible imaginar que la inquietud por la inmortalidad, aunque en él aluda como vimos a criterios estéticos de alta exigencia, resultaba algo usual para quien por un lado se ocultaba bajo tareas prosaicas y por otro aludía a la necesidad de coronar un "super-Camoens", entonces inimaginable y luego increíblemente concretado.

Pero para ello sería necesario olvidar no sólo la índole tantas veces oculta si es que no hermética de las preocupaciones más hondas de Pessoa, un creador de integridad ejemplar, sino que él mismo dejó sus propias opiniones al respecto, aunque tantas veces aparentemente contradictorias en realidad iluminadoras de una verdad más amplia, siempre cambiante, siempre creciente, porque decididamente humanísima nunca tampoco absolutamente definitiva: "El único destino noble de un escritor al que se publica es no tener la celebridad que se merece. Pero el verdadero destino noble es el del escritor al que no se publica".

LOS MUERTOS SON MÁS. En estas páginas recuperadas de Pessoa, que deberíamos encarar a la vez con devoción y prevención (cosa que intuyo no le disgustaría), podemos verlo plantarse sin desmedro ante los grandes: "El caso de Robert Burns ... es el ejemplo de genio ficticio";, "Swinburne pensaba como no podía y el desastre venía al decirlo"; "El cuervo, un poema no demasiado notable, digámoslo"; "En Milton hay muy poca acción", "Shakespeare es el ejemplo de un gran genio y un gran ingenio asociados a un talento insuficiente"; al mismo tiempo que, parangonándolo con Whitman, imaginaba que en el versificador popular brasileño Catulo da Paixo Cearense "está toda América Latina". Si es capaz de desnudarse hasta más allá de sí mismo ("No soy un místico, porque un místico es un hombre cuyos sentimientos se han verificado en su intelecto. No soy eso, pero soy algo de ese tipo sin serlo"),también logra iluminar a fondo las más agudas experiencias estéticas: "La literatura es la forma intelectual de dejar de lado todas las otras artes. Un poema, que es un cuadro musical de ideas..." Sin olvidar, incluso, la lucidez metafísica: "El hecho asombroso —el único hecho real— de que las cosas existen, de que cualquier cosa existe, de que el ser existe, es el soplo que anima todas las artes". O aludir a su época con la misma lucidez con que predice genialmente la nuestra: "El esfuerzo continuado que requiere producir incluso un pequeño poema bueno excede la incapacidad constructiva, la mezquindad del entendimiento, la futilidad de la sinceridad y la desordenada pobreza de imaginación que caracterizan a nuestros tiempos".

Con la rica ambigüedad de los fragmentos presocráticos, estos textos piden ser releídos, como incitaciones seductoramente contradictorias a ejercer nuestra propia inteligencia, nuestra propia integridad. Que en él puede surgir desde los aparentemente meros problemas profesionales, en realidad deletéreos, y que hoy nos parece ver groseramente amplificados: "Por un lado hay demasiada gente que escribe, que dibuja y que maltrata el arte de distintas maneras. Esto genera confusión. Por el otro lado, esta verdadera multitud de artistas hace de la publicidad y de la autoafirmación del más bajo nivel una defensa contra la oscuridad". O prodigarse en opiniones sociales, de claridad contradictoria: "No hay ningún argumento sociológico definitivo contra la esclavitud. De hecho, el único argumento es que es un crimen, y ése es el argumento sociológico definitivo". Y la sorprendente irrupción del más corrosivo humor negro: "Cada nación tendrá sus grandes libros fundamentales y una o dos antologías del resto. La competencia entre los muertos es más terrible que la competencia entre los vivos; los muertos son más." Pessoa sigue siendo, como se ve, felizmente inagotable.

(*) Acaba de ser publicado en Argentina: Mensaje, de Fernando Pessoa, traducción de Rodolfo Alonso (Emecé Editores, Buenos Aires, 2004).

Poeta plural

Agustín Courtoisie

EL PROBLEMA de la identidad recorre la historia de la filosofía –particularmente la filosofía oriental–, pasa por los impecables análisis de David Hume, y llega hasta nuestros días con obras como El yo dividido del "antipsiquiatra" Ronald Laing, o las de muchos autores posmodernos. Pero la vida y la obra de Fernando Pessoa constituyen un aporte muy profundo y sugerente en ese debate.

De su vida algo misteriosa, se recuerdan cosas simples: fue hijo de una madre mentalmente perturbada, modesto habitante de piezas alquiladas, publicó un solo libro en su vida, dejó una montaña de inéditos, y tuvo por único objeto de amor conocido a la mecanógrafa de la empresa donde trabajaba. De su obra versátil y múltiple en varios sentidos, se destaca el uso de varios heterónimos como Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos. Por eso, en un texto sobre el centenario del poeta, Luis Bravo ha dicho que Pessoa "para algunos, [fue] un loco que resolvió en forma inteligente su esquizofrenia".

Pessoa brinda en pocas líneas su propia definición por contraste del concepto de heterónimo: "La obra pseudónima es del autor en su persona, con un nombre que asigna; la obra heterónima es del autor fuera de su persona, es una individualidad completa fabricada por él". Y agrega "estas individualidades deben ser consideradas como distintas de las de su propio autor". Pero en vez de pensar en una "individualidad completa fabricada", que sugiere un cierto control del proceso, esto debe entenderse como una proyección virtual —e involuntaria—de los otros "yo", fuera de sí. Esta interpretación surge con claridad cuando manifiesta "parece que todo ocurrió independientemente de mí". O cuando declara: "me siento múltiple... siento vivir vidas ajenas a mí, como si mi ser participase de todos los hombres".

De las asumidas contradicciones de Pessoa, de sus plurales hebras doctrinarias, de sus recursos formales clásicos y modernos, o de su tendencia a creer que fingir es conocerse, podrían nutrirse seminarios enteros de filosofía de la identidad.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar