Wilfredo Penco
PROFESOR, INVESTIGADOR literario y lingüístico, ensayista, historiador, poeta, periodista: la docencia y la escritura marcaron como señas de identidad el quehacer de Juan Carlos Sábat Pebet durante decenios —medio siglo— en los círculos rioplatenses.
Había nacido en Montevideo, en 1903, en una casa del Cordón, en la entonces calle Lavalleja Nº 33, en un barrio que él, más tarde, evocó como "un tanto aldeano" y "un tanto dejado de la mano de Dios [...]. Algo despreciado, incluso, por quienes vivían en el lejano centro". Desde la infancia conoció los ambientes intelectuales del 900 junto a su padre, el profesor de dibujo y caricaturista de origen mallorquín Hermenegildo Sábat. De él heredó el talento como dibujante que, a la vez, sobre todo, trasmitió, patentado por las leyes de la genética, a uno de sus hijos, el que llevaría justamente el mismo nombre del abuelo.
Su memoria sobre su iniciación literaria en las primeras décadas del siglo XX, quedó vinculada asimismo con el padre artista y docente. Su registro casi telegráfico gira alrededor de una serie de imágenes, acontecimientos, opiniones y compromisos que muestran desde temprano una definida personalidad: "Veo en un amplio caballete de dibujo, las páginas modestas pero saturadas de idealismo, de una revista. Se llamaba Bohemia. Sonetos de mesa de café. Gachos sombreros. [Leoncio] Lasso de la Vega, Florencio [Sánchez], [José Pedro] Bellán. Algo de [Julio] Herrera y Reissig. El niño lee y se empapa de ese neo-romanticismo decadente. Palpitan ideales junto a él. Después, el 14. Sarajevo, Bélgica, el Marne. Juego de banderitas sobre los mapas. Curiosa inconveniencia o valentía inocente de quien asiste al colegio con la escarapela de colores opuestos a los de sus maestros. 11 de noviembre del 18. Conmoción en Montevideo, [Juan] Zorrilla [de San Martín] arengando desde la legación de los Estados Unidos. También recuerdos de Secundaria. Muchos docentes, algunos guías. Veo los sepelios de [Amado] Nervo y [José Enrique] Rodó".
PRÓSPERO Y LA ENSEANZA. El autor de Ariel y Motivos de Proteo se convirtió, desde los años jóvenes, en referencia ineludible, en modelo formativo para su concepción literaria y su quehacer docente. En particular, la relación de Próspero y sus discípulos proyectó vínculos sutiles que Sábat Pebet imaginó como los óptimos para que el maestro alcanzara la aproximación y el entendimiento necesarios en su delicada labor.
Rodó en la Cátedra (1931), es un compendio de fragmentos extraídos de varios libros y ordenados al servicio de la enseñanza de la literatura, además de explicar su propósito de "difundir [esas] páginas entre la muchachada universitaria", sobre la base de la experiencia recogida en las propias aulas. El antólogo se propuso rescatar a Rodó de objeciones y distanciamientos que ya entonces —a catorce años de su muerte— su obra venía acumulando. Con afán reivindicatorio sobre el paso del tiempo, en un lenguaje tributario del de su admirado maestro, proclamó que "todavía necesitamos mucho de las páginas de Ariel —libro de vidente— para fortalecer nuestro credo idealista, frente al alud del mercantilismo que vence los ligeros diques que le oponen tan solo algunos que, por ello, son llamados ilusos o débiles mentales; todavía —y siempre— es menester la lectura de Motivos de Proteo para encarrilar los impulsos vocacionales de la juventud".
Precedido por El verso castellano (1924), había publicado, bajo el título Pedagogía y literatura (1925), una versión desarrollada de conceptos metodológicos de enseñanza literaria, defendidos en la disertación con la que concursó como profesor de idioma español en la sección de Enseñanza Secundaria. En esa oportunidad sostuvo como primordial objetivo docente en la materia: "elevar el espíritu de la juventud" y forjar "sujetos comprensivos, que puedan afrontar con ventaja el problema de la vida". Además del cuestionamiento a "la propaganda positivista adversa a la difusión de las bellas letras", en el mismo texto pueden detectarse huellas de una prédica a favor de la implantación de la educación artística a nivel universitario. Lo hizo mucho antes de que se articulara el proyecto de creación de la Facultad de Humanidades en el Uruguay, proyecto en el que no tuvo, sin embargo, oportunidad de participar sino solo más tarde, cuando el instituto ya había sido puesto en marcha.
Consecuente con esta línea pedagógica, a la que se mantuvo apegado a lo largo de su extensa trayectoria, en Sublimación del hacer, ensayo dado a conocer en 1935, Sábat insistió en las "grandes armonías", en el concepto de vida, arte y enseñanza integrales, en la "polifacetización" del alumno, en el estímulo a "dos fuerzas psíquicas" que consideró "bastante divorciadas de la idiosincrasia criolla: la voluntad y la atención". Esa fue una nueva instancia, también, para declarar su fidelidad al pensamiento rodoniano, y reclamar su vigencia. "Lo que no ha dado Rodó", dijo, enfático, y aunque le comprendieran las generales de la ley, "son los discípulos ejecutivos capaces de llevar a la práctica sus enseñanzas. No dio el alumno que supiera vencer a Gorgias".
Sobre Rodó volvió una y otra vez. Confesó tener de él "un recuerdo directo muy vago. Apenas lo había visto —me lo había mostrado mi buen padre— en lo alto del Círculo de la Prensa". Después se acercó a su obra y quedó cautivado. Desde entonces, operó con tenacidad como uno de sus más activos propagandistas, lo que lo llevó a enfrentar, aunque con cierta cautela, las tendencias revisionistas del arielismo que han navegado durante decenios por tantas inflexiones y matices.
RETORNOS DEL ÁPEX. Del mismo modo que Rodó concibió Motivos de Proteo como un libro abierto, sin término forzoso, Sábat Pebet organizó Retornos del Ápex como una obra que quiso, desde el comienzo, por fuera de toda catalogación. Lo dijo, a modo de epígrafe, sin equívocos: "El autor no se ha propuesto autoclasificar este libro. Ruega que no se le clasifique". Para reafirmar ese propósito, en sus páginas incluyó poemas, breves ensayos, reflexiones, diálogos, análisis literarios, recomendaciones, semblanzas, paradigmas, idearios, recuerdos, materiales en definitiva heterogéneos pero cohesionados por un lenguaje articulador y consecuente en abordajes, percepciones y objetivos.
"Libro inquisidor", según Américo Castro, quien también observó que el autor quería, en esta obra, "salir de los marcos de la rutina y construirse un sistema de interpretaciones literarias más a tono con lo que un lector apto siente o barrunta al acercarse a una página densa de valores" (carta del 8 de diciembre de 1938).
En Retornos del Ápex, el autor se ocupó de problemas culturales, de procesos literarios, de los sedimentos y lastres de la historia. No escatimó el elogio a escritores clásicos y puso como modelo de afinidades a Fray Luis de León por su condición de "sujeto amplio y comprensivo". Saltó de la alquimia y juglaresca medieval a un anacrónico coro de Piéridas junto al que hizo aparecer la sombra de Quevedo y al entonces tan en boga Filippo Marinetti. Reunió en una cena imaginaria a Bergson, Benedetto Croce y Ortega y Gasset, que tanto influyeron en su evolución intelectual. Géneros artísticos, categorías estéticas, ritos y técnicas merecieron tesis en desarrollo o acotados comentarios. Reconoció, en tren autocrítico, sus deudas juveniles con la retórica.
En materia de enseñanza fue explícito su cuestionamiento a la fórmula del "magíster dixit", del mismo modo que se opuso a las definiciones previas y a las reducciones convencionales. Simpatizó con las sátiras de Chaplin en términos concluyentes: "Necesitamos mucho de Charlot para mejorar esta Humanidad". La llamada poesía pura, las relaciones entre música y poesía, la complejidad de Góngora, la sinestesia y Rimbaud dieron lugar a consideraciones particulares. Asimismo dedicó atención a la estilística, reivindicada como "producto puro de los valores afirmativos de la hora". Tuvo palabras para Virgilio, Homero, Proust y Baudelaire, en la comarca el infaltable Rodó y también el Martín Fierro. Desde una perspectiva axiológica que procuraba universal, desembarcó sin esfuerzo y levemente en orillas hispanoamericanas.
Para Alfredo Mario Ferreiro, uno de sus más distinguidos coetáneos y representante excepcional de la tímida vanguardia poética uruguaya en la tercera década del siglo XX, la obra de Sábat Pebet tenía "actualidad futura, que es la médula de lo inspirado" (carta del 23 de agosto de 1938). Con un sentido crítico penetrante y desde otro andamiaje generacional e ideológico, Carlos Real de Azúa le escribió al autor: "Me parece ocioso hacerle un elogio de su libro. Mucho hemos hablado y discutido sobre los temas que trata allí. Está usted tan ‘todo entero’ en él, que más que retorno, me parecería apropiado llamarle la ‘suma pebetiana’. Y no solo del Juan Carlos Sábat Pebet, profesor de literatura, el J. C. Sábat persona, con su comprensión, su afabilidad [...], su relativismo y su agnosticismo, tan humanos, pero que siempre he creído están escamoteándole algo de su ser sustancial. [...] Toda la obra está puesta bajo un mismo signo: Inteligencia, igualdad de trato para los viejos y para los nuevos. Muchos lo saben pero pocos sienten con la acuidad suya, que la belleza no es cuestión de almanaque" (carta de 11 de noviembre de 1938).
DE LA INVESTIGACIÓN A LA POESÍA. A Cervantes y a Goethe les dedicó estudios admirativos desde cuidadosas lecturas. Pero fue en José Alonso y Trelles en quien condensó sus primeros y mayores esfuerzos de investigación. Aún hoy se reconoce su trabajo, El Cantor del Tala (1929), como fuente principal de datos biográficos sobre el poeta de origen gallego que cantó en el lenguaje campesino del sur uruguayo.
Nueve cuadernos "Tabaré" con anotaciones diversas que constituyen los materiales preparatorios de esa minuciosa labor investigadora, una carpeta de copiosos originales y las respectivas pruebas de imprenta se conservan en su archivo, custodiados con fidelidad y devoción, tras su muerte, primero por su esposa y colaboradora Matilde Garibaldi y en la actualidad por su hija María Isabel Sábat.
Pero si "El Viejo Pancho" resultó motivo justificador para el análisis dilatado y la pesquisa paciente cuando el autor contaba con poco más de 25 años de edad, fue la historia del teatro uruguayo la principal razón de estudio y profundización a lo largo de su vida.
El texto de la conferencia que Carlos Reyles le encomendó sobre ese tema, en ocasión de las celebraciones del centenario de la primera Constitución del Uruguay, formó parte de la Historia Sintética de la Literatura Uruguaya (1931). Sábat Pebet siguió trabajando en los decenios siguientes, formó una colección extraordinaria de programas teatrales que difundió con gran amplitud en el país, preparó conferencias, escribió notas y finalmente organizó lo que sería su gran proyecto de investigación literaria sobre la historia del teatro en Montevideo, prácticamente concluido a su muerte, ya en pruebas de página que aguardan editor desde entonces.
Del mundo teatral de la Colonia le interesó, sobre todo, Juan Aurelio Casacuberta, "figura máxima de la escena" iberoamericana en la primera mitad del siglo XIX. Entre otras cosas le atrajo, tal vez por simpatía y afinidad, que hubiera sido "altivo y orgulloso, aun a costa de levantar resistencias", y un personaje peculiar, de origen portugués y vida aventurera. Otro de los personajes que le atrajeron fue Manuel Cipriano de Melo, a quien se debe la construcción de la modesta Casa de Comedias en Montevideo a fines del siglo XVIII y cuya fortuna se gestó en los márgenes del comercio de fronteras requerido por las nacientes aduanas. Entre los enfoques que ensayó sobre don Cipriano se destaca el que dedicó a inventariar su biblioteca, junto a la de María Clara Zavala, en un análisis enmarcado en el apasionante ámbito de las colecciones bibliográficas y librerías coloniales del Río de la Plata.
Lejos de ser un innovador, como poeta prefirió las estructuras clásicas, sobre todo el romance. Cuando optó por otras formas menos alineadas, no quiso traspasar los límites que le imponía el canon y en todo caso incorporó, a veces, algunas variantes del vocabulario de moda en su tiempo. Sus títulos ejemplifican una producción poética abarcadora de entusiasmos cívicos, exaltaciones patrióticas, ejercicios didácticos y también júbilos o dolores más íntimos o domésticos rodeados de una sostenida vehemencia. El lenguaje vibrante respondía a la perfección a su más sensible temperamento.
Como curiosidad, y bajo el seudónimo Rosales, "El Arriador", dio a conocer un libro de versos gauchescos, Rebencasos (1939), desafío a su ductilidad con el lenguaje y también, según confesó más tarde, como "una reacción enfermiza contra la sociedad, contra la incomprensión en el medio de mi obra seria e, incluso, contra lo que me veía obligado a enseñar diariamente".
Otras obras como Comprensión del hermano Jorge (1938), Indignación (1940), Romancero de Figueroa y otros ritmos (1941), Grito de América por Hungría (1958), "Darse" (1958) y las de publicación póstuma Sinfonía centenaria a Artigas (1977) y Romance del paso de los Andes (1979) exhiben sus tendencias e intereses poéticos.
Entre referencias bíblicas, leyendas e invocaciones a Espartacos, Centauros y Andrómacas; entre severos apóstrofes en tiempos de guerra y compromiso político ("Es el superdemonio de la superaudacia, / es el despeñadero de la canallocracia / [...] Monstruos de la mentira, violadores nocturnos"). Entre la Patria escrita con mayúscula y la devoción por la epopeya; entre calificados gestos heroicos y míticas tacuaras, se filtran algunos versos que penetran con frescura inusual como cuando en clave arenga: "A galope, ponchito / de Blanes".
En esta misma línea, que sobrevive a toda grandilocuencia, se define también un perfil a contrapelo del poeta, tal vez el menos perceptible y a la vez el más rescatable en una obra de otros caudalosos signos. Ejemplos demostrativos quedan en evidencia en algunos de los textos que dedicó a Francisco Acuña de Figueroa, versátil autor tanto del himno uruguayo y poemas de riguroso corte neoclásico, como de epigramas y otras piezas de singulares brillos lúdicos. Su mejor homenaje se concentra en estos versos: "Don Francisco, sin maitines, / don Francisco, sin charangas, / ni obsoletos ditirambos / me acerco a tu carcajada".
PERIODISMO EN LA CÁTEDRA. Una foto conservada por su familia lo muestra sentado frente al piano, con un gesto de felicidad que se irradia sobre los alumnos que lo rodean, justo en el momento en que es captado y registrado por la cámara. Es probable que esa imagen diga más de su vocación docente que cualquier otro documento.
Sábat accedió muy joven al profesorado y no lo abandonó durante casi cuatro décadas. Los liceos Bauzá, Zorrilla y Varela y el Instituto Alfredo Vazquez Acevedo, todos de Montevideo, lo contaron entre sus más destacados docentes. Estuvo también al frente, como director, del Liceo Nocturno y del Joaquín Suárez. Electo consejero de Enseñanza Secundaria, ejerció el cargo entre 1956 y 1959 y en el período también se desempeñó como su Director general. Examinador en las materias de idioma español y literatura, en los ámbitos educativos de los que formó parte, promovió centros de estudios, exposiciones, competencias literarias, contribuyó a elaborar programas, asesoró sobre temas artísticos, dictó conferencias, colaboró en publicaciones periódicas. También fue director de la Escuela Nacional de Arte Dramático.
Sus actividades académicas estuvieron relacionadas con el Instituto de Estudios Superiores, el Centro de Estudios del Pasado Uruguayo y la Facultad de Humanidades y Ciencias, y en su condición de miembro de número del Instituto Histórico y Geográfico y correspondiente de la Academia Argentina de la Historia. No obstante, su cátedra se hizo más intensa desde la tribuna periodística. Escribió con frecuencia en Mundo Uruguayo, Imparcial, Acción, El Plata. En el Suplemento Dominical de El Día, comenzó a colaborar en 1945, y sus publicaciones se hicieron más frecuentes entre 1949 y 1952. En ellas trataba una diversidad de temas: el teatro uruguayo en tiempos de la Colonia, la visita de Rubén Darío a San José, el recuerdo de Roberto de las Carreras, leyendas y curiosidades urbanas, tipos populares, la historia de la escuela uruguaya. Después pasó a escribir en El País, sobre todo en el suplemento para niños El Escolar. En esas páginas alcanzaron fama sus seudónimos Inchalá y Esepé. El periodismo le dio la gran oportunidad de complementar su obra docente y académica y de ese modo difundió variados estudios, desde el que concentró en las décimas de Julio Herrera y Reissig hasta los dedicados a la lengua charrúa.
Este año, al cumplirse el centenario de su nacimiento, en Buenos Aires y en Montevideo se le tributó un homenaje auspiciado por su viejo amigo José Luis Trenti Rocamora. También, en su recuerdo, se designó una calle del barrio Buceo con su nombre. l