Edición independiente

Elvio Gandolfo y sus novelas breves: una literatura a contrapelo de las demandas del mercado

La editorial cordobesa Caballo negro acaba de publicar sus cinco novelas cortas en un volumen

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Elvio Gandolfo
Elvio Gandolfo
(Archivo El País)

por María Eugenia Villalonga
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Una muy buena noticia acaba de dar la edición independiente con la publicación de las novelas breves de Elvio Gandolfo llevada a cabo por la editorial cordobesa Caballo negro.

Su responsable, Alejo Carbonell, cuenta que esta publicación obedece a un viejo proyecto compartido con el autor de una obra construida por fuera de las demandas del mercado literario, y a lo largo de una vida dedicada al trabajo con la literatura, no sólo como narrador y poeta sino como traductor, editor y periodista cultural. Los años en los que trabajó en la imprenta fundada por su padre, Francisco Gandolfo, y más tarde en la revista que ambos dirigieron desde 1968 hasta 1976, El lagrimal trifurca, lo formaron en esa doble perspectiva dirigida hacia la poesía y hacia los géneros populares con la que, en su propia literatura, logró una síntesis magistral.

Novelas, cuentos, ensayos, poemas y numerosas colaboraciones en medios culturales a ambos lados del Río de la Plata lo convirtieron en esa clase de escritor “a dos orillas” empeñado en “desterritorializar” su obra, para crear, como Juan Carlos Onetti —del cual es deudor— un mapa propio.

Reunidas en un solo libro con una fuerte idea de unidad de obra, es la oportunidad de volver sobre un verdadero creador de atmósferas y personajes desmarcados de su contexto y a la vez, profundamente arraigados en su tiempo.

Encuentro fortuito. El libro abre con La reina de las nieves, de 1977, donde Gandolfo ensayará una lectura desviada —y gran homenaje— de la novela Los adioses de Onetti. Más cercano al policial de enigma que al policial negro, el relato comienza con Felipe, un antihéroe urbano, jubilado puesto a detective, cuyo antiguo patrón lo contrata para averiguar el paradero de su hija. Con el telón de fondo de la dictadura argentina, unos pocos elementos (una foto, dos direcciones) y su experiencia como lector de “novelitas” policiales en serie, vuelve a la ciudad donde vivió. Es en ese viaje en tren donde ve por primera vez a la muchacha —tópico onettiano por excelencia— que lo sacará de su apatía y proverbial desgano.

Pero si hay una experiencia que lo modifica es la del descubrimiento de la alta literatura. Si las novelitas policiales acompañan sus días de monotonía y alienación (gran tema de la narrativa breve de Gandolfo), el encuentro fortuito con la novela Los adioses de Onetti (al que jamás nombra) lo sacará del marasmo de esa permanente confusión e indecisión que es su vida. Toda una teoría de la lectura se despliega en este texto que utiliza el género policial, no para inscribirlo en él, sino como materia narrativa. Su lectura se convierte en un desafío, le provoca esfuerzo, le molesta no acceder en forma directa a las escenas, pero a pesar de eso, no se asimila a la visión del almacenero, propia del sentido común; percibe una trampa más allá del misterio. Esta nueva experiencia de lectura hace que ya no le sirva como pasatiempo.

Se podría decir que la trama del relato se superpone a la lectura que su protagonista hace del texto de Onetti. Cuando Felipe escucha, detrás de una puerta, una pelea de su amigo con su novia, sus conjeturas contaminan el relato, de la misma manera que ocurre con el almacenero en Los adioses. Y como en la narrativa breve de Onetti, lo imaginario toma el lugar de la realidad y el cruce con el género fantástico le permitirá construir una ciudad que en este caso podrá ser Buenos Aires, Rosario, Montevideo o Londres, una ciudad húmeda, neblinosa, donde sus personajes, “hombrecitos grises”, habitan espacios sórdidos y cuya única salida a una vida miserable es la fantasía erótica representada en la imagen de una muchacha o en el ensueño maravilloso donde poder encontrar a “la reina de las nieves”.

Lo irrecuperable. Algunos autores que teorizaron sobre el género nouvelle como Ricardo Piglia, sostienen que éste está ligado a la estructura del secreto, que se constituye en el motor de la trama. Eso lo acerca al policial, pero al que le han dado una vuelta o torsión, remitiéndolo a lo sórdido, lo sucio.

Eso está relacionado con lo reprimido del psicoanálisis y lo omitido de la lingüística y deja sin explicar la causalidad. Su lectura, cercana a una tarea de traducción, no estará dirigida a interpretar sino a entender lo irrecuperable, algo que ocurrió antes de que comenzara el relato y que no se sabe a ciencia cierta qué fue.

Como relato enmarcado, el narrador siempre será alguien que cuenta lo que ve, por lo que mantiene una distancia con respecto a lo narrado y a la vez está implicado. En cuanto a aquello que no se narra ocurrirá siempre en un espacio cerrado: una cabaña, un cuarto o guardado en un mueble al que no casualmente se lo ha llamado “secreter”. Porque la idea que rige la nouvelle es la de que todos tenemos una doble vida ominosa.

En el relato El instituto, de finales de los 60, un viejo edificio de enseñanza de inglés, espacio laberíntico con reminiscencias góticas (y referencias inequívocas a Borges, con críticas a su voz “hueca y solemne” y a sus tramas como elucubraciones intelectuales), albergará a un grupo variopinto de estudiantes alrededor de la figura de una joven y recién casada profesora, objeto de deseo desviado, a tono con el clima enrarecido que construye.

Narrado desde el punto de vista de un personaje que podría ser cualquiera de los alumnos, observa a la profesora en cada uno de sus detalles al límite del acoso, tensando el clima y ahondando el tedio de una clase que, a fuerza de tropiezos y nerviosismo, se estira hasta el hartazgo.

La muchacha, imagen del deseo que, en su percepción, deviene una suerte de muñeca articulada, tendrá en este relato características fantásticas cuando el protagonista imagine una posible traducción de su apellido, que de Devilacqua se transformará en Diablagua, anticipando el momento en que se desata una lluvia torrencial que desintegra los límites. Ahí un grito aterrador de ella despierte las fantasías desbocadas de todo lo temido y deseado a la vez.

Pero es Caminando alrededor, de 1970, la pieza elegida para darle nombre al libro, el que quizás más resonancia tenga en los lectores actuales, a los que invita, junto con Calvino, desde la cita que abre el texto, a “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

El protagonista, habitante ilegal de un edificio al borde del derrumbe, sobrevive luego de la muerte de la mujer que amó, en una ciudad sitiada por la represión estatal. Como lumpen y desclasado, observa el colapso político desde un lugar tangencial, que le permite vislumbrar lo que la costumbre oculta, que tanto podrá ser el espectáculo del atardecer visto desde una terraza clausurada o la belleza que encierra la imagen de una mujer comiendo sola en un restaurante, con las que corta esa “sucesión de días opacos, idénticos entre sí” vividos en la oscuridad deprimente de su departamento en ruinas. Ver, desde otro punto de vista, el detalle trivial de lo cotidiano en un mundo hostil y acabado quizás sea la mejor representación del proyecto literario de este autor. Y frente al misterio de la desaparición y posible muerte de sus amigos, un elemento venido del fantástico, la aparición de una hilera de hormigas que caminan en dos patas, resulta una señal de la distopía futurista que sólo algunos pocos pueden percibir.

Pero es en Rete Carótida, de los años 80, —el andrógino nombre de la protagonista del siguiente relato— donde el misterio se tiñe de un terror indefinido, cuando el solitario y taciturno protagonista reciba la visita de una mujer de edad imprecisa. Esa mujer es pura masa monstruosa de colores estridentes que adoptará diferentes disfraces a lo largo del relato, para aparecérsele primero como un esperpento carnavalesco, luego como una vecina gorda, vendedora a domicilio o abuelita que teje en la plaza, y le entregará, cada vez, un sobre con fotos pornográficas. Eso lo llevará, lentamente, a la locura, cuando el rechazo y la atracción que le provocan le hagan descubrir la experiencia de lo abyecto.

Una frase escuchada al azar por el protagonista del último relato, Escamas, piel, de comienzos de los 90, trae el recuerdo de un amor que lo marcó para siempre y el misterio encerrado en esa mujer con la que vivió una experiencia sensorial única, la de sentirse vivir en un presente eterno.

Algo del orden de lo ominoso se filtra en el pasado de ella, que retorna cuando un viajante de comercio —gran narrador oral y lector de novelas policiales— relata. Como el almacenero de Los adioses y el protagonista de La reina de las nieves, fisgoneando a través de una grieta de una habitación de hotel, describe al misterioso personaje que fuera pareja de ella y descubre el horror de las marcas en su cuerpo que la dictadura le dejó.

Lectores silenciosos. Alejo Carbonell, el editor de Caballo negro, cuenta que este trabajo es el fruto de un proyecto de años: la idea de reunir las cinco novelas breves en un volumen. “Empezó a tomar forma verdadera hace unos meses y apareció en setiembre. Él sugirió apenas un cambio en el orden de las novelas, y lleva ese nombre porque de las tres primeras novelas breves de Elvio creo que era la menos conocida. A su vez, como la realidad siempre le da nuevas oportunidades a la ficción, Caminando alrededor tiene un tono y una atmósfera profundamente actuales.”

Considera que es necesario leerlo o mejor, releerlo, porque, según su criterio, Gandolfo es uno de los narradores más importantes que ha dado la Argentina. “Su imaginación, su manejo de los géneros, sus climas, sus personajes y sus historias, tienen un nivel parejo en toda su obra. Es algo que a mí me pasa con Fogwill, con Hebe Uhart, con Moyano... más que volver están siempre presentes.” Sus personajes, lúcidos en su derrota, y agobiados por un peso existencial, recorren los espacios de la ciudad —el puerto, los bares, habitaciones sucias de hoteles y departamentos ruinosos— bajo el peso de un clima extremo donde no existen ni el otoño ni la primavera. Ese clima parece ensañarse con ellos. Es una literatura a contrapelo de las demandas del mercado, que su editor reconoce y valora en la misma medida. “No creo que Gandolfo haya hecho ningún esfuerzo en quedar alineado ni a contrapelo, simplemente se dedicó a escribir. Cada tanto viene una oleada de reconocimiento y reseñas, pero en definitiva eso no tiene nada que ver con la literatura.”

La difusión que esta nueva edición de su obra está teniendo es muy buena, entiende, pero no le sorprende. “Con las redes pasa algo muy loco: la gente lee un libro e inmediatamente lo postea y comenta algo. Ese rebote tan veloz a veces les sirve a las editoriales para intuir cómo viene la recepción de un libro. Los libros de Gandolfo siempre tienen repercusión porque tiene un enorme universo de lectores silenciosos que esperan cada publicación suya”.

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