por Fernando García
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En el mediodía del 11 abril 2024, el filósofo francés Eric Sadin (1973) manifiesta la queja del intelectual. No la que tiene que ver con los temas que vino a desarrollar en Buenos Aires y Montevideo relacionados con sus libros La era del individuo tirano y La vida espectral (Caja Negra) sino con las tribulaciones de su agenda. Anoche más de quinientas personas rebalsaron el rectorado de la Universidad de Tres de Febrero en el barrio de Retiro y en pocas horas deberá hacer sus maletas rumbo a Montevideo. “No doy más. Mañana quiero el día libre. Necesito descansar, ¿no te parece? Me queda otra conferencia y es demasiado”, le dice a su encargado de prensa en el lobby de un hotel boutique de Palermo donde también lo espera su traductora. La opción de Sadin por no utilizar el inglés como lingua franca con sus entrevistadores parece política: el francés como la cadencia del pensamiento crítico frente al complejo (“tecno liberal” dirá) de Silicon Valley que cambió para siempre la forma de relacionarnos.
Apasionado de su propio discurso, la sobredemanda no le impide a Sadin tomarse casi una hora y media para esta conversación apocalíptica (en los términos de Umberto Eco) que termina con una cita virtual. “En seis meses nos escribimos y si me equivoqué le enviaré una botella de champagne”, dice de su pronóstico sobre el gobierno de Milei en Argentina y la escalada de las inteligencias artificiales (IA ) generativas.
Choque histórico.
—En todo su análisis aparece un concepto: que hemos sido empoderados para no tener poder.
—En las últimas décadas hemos sido cada vez menos actores de nuestras propias vidas; agentes de engranajes más grandes en una empresa. En el transcurso de la vida política las masas conocieron momentos de invisibilidad e inutilidad junto con la angustia por la precariedad laboral. Ese sentimiento empezó a ser masivo en los países industrializados a partir de los años 80 por un enfoque tecnócrata de la sociedad. A partir del siglo XXI esos mismos individuos fueron provistos de instrumentos que les daban la impresión de una centralidad de sí mismos. Es lo que llamamos la “era del acceso”. Acceso a cantidades de información a través de la que se creó la economía de datos de las plataformas. Así, los individuos recuperaron su centralidad sintiendo que, por un determinado flujo de servicios, el mundo venía a ellos. Eso creó una renovada posibilidad de autoridad, sobre todo a partir del crecimiento de las redes sociales que yo prefiero llamar “plataformas de expresividad”. Entonces, en el mismo momento en que las personas fueron desposeídas tuvieron la impresión de que podían hacer valer su palabra. El drama es que es una ilusión.
—Sentir que se tiene el poder en la mano cuando no se tiene la posibilidad de cambiar casi nada…
—Siempre tenemos la posibilidad de cambiar. Sucede que las masas se dejaron engañar por décadas y ahora hablan desde el rencor y una generalizada sordera, porque cada uno construye su propio relato. Son versiones individuales de los hechos a partir de sucesivas desilusiones, con ganas de ser expresadas en público con el objetivo de ajustar cuentas. Esto lo analicé como la era del individuo tirano. Nos atañe a todos.
—En su conferencia usted se refirió a ese “ajuste de cuentas” en relación a la Argentina. Abriendo el zoom, ¿es un ajuste de cuentas del poder económico contra lo que conocimos como Estado de Bienestar?
—Lo que yo llamo el ajuste de cuentas se refiere a que vivimos en una sociedad donde hay masas de individuos que creen que han sido perjudicados. El Estado de Bienestar, el pacto social, no fue cumplido. Esto empezó en los 70, siguió en los 80 y no paró de empeorar. La idea de un individualismo democrático hecho de una libertad individual atada a un proyecto común donde todos encontrarían su lugar, se rompió. Se convirtió en una ficción que siguió siendo enunciada por mucho tiempo por los responsables políticos. Ya nadie puede inscribirse en ese pacto. ¿Qué queda? Los individuos y sus tragedias por un lado, y por otro, los instrumentos que les hacen creer que tienen visibilidad cuando solo se trata de una ilusión de poder. Una combinación que alimenta el rencor y el veneno de la crispación en la sociedad sin que se estimule ningún tipo de acción. Esto lleva a que se haya activado un potente loop psiquiátrico. Volviendo a la pregunta, mi concepto de ajuste de cuentas es del lado de la gente común. La ideología del poder de la que participa alguien como Milei es la que cree que todo lo que se puso en funcionamiento hace 60 años ha sido un error histórico y hay que destruirlo, porque para ellos la organización social es lo que nos ha conducido a la catástrofe actual. El discurso es culpar a todos quienes trabajaron por mantener el pacto social como los culpables, y es un discurso que excita a las masas de hoy. Pero veamos qué pasa de aquí a seis meses con esas mismas masas. Esa es la diferencia entre un eslogan, la ideología y la cruel realidad de los hechos. Hay un líder que les promete libertad absoluta para hacer las cosas a sectores frágiles que no tienen cómo hacerlo; que no tienen medios para seguir esta ideología alocada, fuera de toda realidad, que va a terminar en un desastre. Con esto quiero decir que esas masas necesitan que se les dé opio todo el tiempo. Para decirlo en términos de Marx, Milei les está dando opio todo el tiempo… El lazo entre Milei y las masas es indisociable del uso de las tecnologías digitales. En ambas direcciones. En la forma que tiene él de utilizar esas plataformas de expresividad, y cómo esas masas alimentan esa mecánica del resentimiento. Así mantuvo esa adhesión satisfaciendo la frustración. Esas lógicas no hubieran cobrado cuerpo hace treinta o cuarenta años de forma tan horizontal y directa.
—Usted asegura que no sirve establecer comparaciones entre épocas. ¿Y la historia, entonces?
—La excentricidad de esta época no se puede comparar con nada. Podríamos decir que estas décadas del siglo XXI se parecen a los años treinta del siglo XX. Hay similitudes que pueden hacerse, pero todo es muy distinto, en parte por la sucesión de desilusiones. Hace veinte años que vivimos en shock. Un chico de quince años vive aturdido: ha pasado la pandemia, luego la guerra de Ucrania —que sigue— y ahora Medio Oriente. ¿Estamos orgánicamente listos para vivir así? La salud mental ha tenido un gran deterioro en todo el mundo y eso está documentado por la OMS. Vivimos bajo los efectos de un electroshock.
—¿Es posible reestablecer el pacto social?
—No somos más una sociedad, sino masas de individuos. Así es como hay que pensar las cosas. ¿Qué significa esto en el marco de la acción política? Creo que lo que nos corresponde es crear colectivos de individuos actuantes capaces de trabajar por el bien común cuidando la biósfera. No podemos seguir esperando la panacea de los representantes políticos. Ya estamos fuera del marco de aquel pacto social que mostró sus limitaciones, muchas veces. En lugar de decir que no hay más dinero para políticas públicas hay que invertir para que la sociedad recupere el control de sí misma. Necesitamos ser más actuantes de nuestro destino. Un esquema así nos haría sentir más útiles y realizados trabajando por el bien común. Es la única vía posible.
—¿Cómo se lleva a cabo algo así?
—Es muy difícil, claro, porque como estamos ahora hay que asumir que no hay capacidad alguna de reflexión común. Es trágico, pero es así. Esta es la época de las pasiones tristes y la negatividad. Es demasiado tarde. Hay un loop en repetición que va a traer algo todavía más venenoso que lo que hemos visto. No quiero parecer un adivino, pero lo que viene es peor. Cualquier acontecimiento a escala microscópica puede desatar la peor de nuestras pasiones.
—¿Una guerra civil no declarada?
—Algo así, una guerra civil de baja intensidad. Aunque en una guerra civil hay polos identificados y ahora no, lo que sí veo es que asistiremos a fenómenos que solo van a alimentar ese loop psiquiátrico. No diré más que eso. Seguimos pensando que vivimos en una sociedad, pero nuestras representaciones no se acompasan respecto a lo que pasa.
—¿Qué quiere decir?
—Que ya no estamos viviendo en sociedad, y no nos dimos cuenta. Derechos y deberes, proyectos comunes y también obligaciones. Todo eso está en retroceso hace tiempo y quizás ya estemos habitando su final.
—¿El “No Future” de los Sex Pistols?
—No, en ellos el futuro como idea todavía estaba. Ahora vivimos atrapados en los flujos del presente. Ni siquiera tenemos posibilidad de pensar el futuro. Pero nos han dado instrumentos para decirle a todo el mundo “soy un inútil” desde las plataformas. Los likes funcionan como bálsamo por unos segundos. Vivimos dándole plata a la corporación de Silicon Valley denunciando la explotación capitalista desde sus propias plataformas.
—Es una trampa.
—Exacto.
—¿Qué espera de sus lectores? ¿Sacarlos de esta trampa?
—No sé si puedo esperar tanto. En principio estoy agradecido de tenerlos en Uruguay. Me hace pensar que los libros todavía pueden tener poder en el sentido de plantar ideas y propagar análisis.
Inteligencias artificiales.
—¿Qué peligros traen las IA?
—Cuando veamos que a partir de una simple instrucción (prompt) generamos una imagen en tiempo real, como la del Papa Francisco con una campera blanca, el régimen de la representación estará en crisis. Ya no sabremos cuál es la naturaleza ni el origen de una imagen. Esto es lo que llamo el régimen de la indistinción generalizada.
—¿No estaría poniendo esto en cuestión la ontología misma del arte?
—Por supuesto. El arte es la movilización de nuestras facultades intelectuales y creativas. En este momento hay sistemas de IA capaces de realizar tareas que eran propiedad de nuestras facultades creativas. Llegamos a un momento en el que hay sistemas que pueden producir imágenes y sonidos que vienen a discutir la naturaleza del régimen simbólico. Hay oficios creativos que se volverán inútiles. Estamos en la víspera de un huracán que va a traer nuevos trastornos sociales, y esto es de acá a seis meses. Me perturba cierta forma de cinismo en aquellos artistas que se dedican a jugar con las ideas generativas. Nada tiene que ver esto con la tradición de Marcel Duchamp o del Pop Art. Estamos jugando con fuego. Los artistas creen que van a poder dominarlo y quizás sea posible, pero no están midiendo las consecuencias y cómo va a poner en cuestión el rol del artista.
—Ya lo dijo Jimi Hendrix en 1967 cuando preguntó “Are You Experienced?” ¿Es una pregunta vigente?
—Es muy interesante plantearlo. Estamos hablando en la pospandemia y ese fue un tiempo que nos privó de lazos fértiles de sociabilidad, de celebrar la experiencia sensible. El gran oxímoron de nuestro tiempo es vivir en un aislamiento colectivo permanente, absortos en el tecno liberalismo y sus dispositivos. A aquella frase hoy la reformularía así: ¿Son ustedes lo suficientemente libres? Hagámonos esa pregunta de ahora en más.