Bogotá es literatura
Disfrutable antología latinoamericana que incluye a dos uruguayos: Valentín Trujillo y Damián González Bertolino.
La renovación literaria encontró un énfasis en Bogotá 39, selección de cuatro decenas de escritores latinoamericanos menores de cuarenta años, organizada por el Hay Festival y la ciudad de Bogotá en 2007, cuando la Unesco la nombró Capital Mundial del Libro. Diez años después la experiencia se ha repetido con la segunda antología de los 39, publicada en catorce países por editoriales independientes, en este caso Estuario Editora, que fue elegida por el programa para su difusión en Uruguay.
La arbitrariedad del número recuerda que Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad a los 39 años y esa justificación quiere promocionar la camada de los nuevos en el continente, escritores que en su mayoría ya han publicado libros de poesía, cuentos o novelas, de las que aquí se dan fragmentos, junto a relatos éditos y otros inéditos. La iniciativa es fruto de una nostalgia y de una tensión. La nostalgia es la del impacto del boom literario de los años ‘60, una suerte de Maracaná irrepetible en las canchas y librerías, que regresa con quimérica expectativa. La tensión es la del mercado y la cultura, donde editores artesanales o de escala reducida pelean un espacio de mayor diversidad bajo la hegemonía de los grandes grupos españoles, cada vez más concentrados y monopólicos, como sucede en otras áreas de la circulación del libro (cadenas de librerías y grandes superficies, plataformas en la web, Amazon, etcétera). Pero pese a que el emprendimiento es protagonizado por las llamadas editoriales independientes, muchos de los escritores acá reunidos alternan entre editoriales grandes y chicas, varios tienen agente literario y promedian la madurez.
Desde hace ya muchos años nadie encuentra un sesgo común a los protagonistas de sucesivas generaciones y esta antología, presentada como selectiva de “los mejores”, no es la excepción. Unos transitan por un realismo que recrea la voz de mafiosos y canallas vinculados al mundo de los narcos y a escenarios criminales, de ineludible vigencia en muchos países del continente; otros ensayan formas de la intimidad o la llamada autoficción, recostados sobre gestualidades y entornos mínimos, hay retratos de experiencias jugadas a la intensidad de su expresión y, por su realización o promesa, destacan algunos relatos especialmente atractivos.
Entre los de mayor logro cabe mencionar “Un hombre sin suerte”, de Samanta Schweblin, integrado a su libro Siete casas vacías (Páginas de Espuma, 2015). El vértigo de una emergencia familiar coloca a una niña en una situación sexual peligrosa, a pasos de una ambigua indiscriminación entre víctimas y victimarios. Un cuento magistral por donde se lo mire. “Valentina en las nubes”, del peruano Juan Manuel Robles, es fragmento de un relato más extenso y atrapa por un planteo original que reúne las invasiones de la tecnología sobre la privacidad de las personas y los conflictos de la vida de una pareja. Es un buen ejemplo de cómo opera la buena literatura de anticipación frente al germen de las ideas que hacen pie en el presente.
El interés del texto de Carlos Manuel Fonseca, titulado “La marcha hacia el sur” es, en verdad, una promesa: se trata de un fragmento de su reciente novela Museo animal (Anagrama, 2017). Fonseca nació en Costa Rica, desde hace unos años es profesor de literatura en Cambridge, y en estas secuencias muestra un recorrido por las poblaciones de la selva centroamericana, cargado de matices y aproximaciones precisas a sus paradojas. El oscuro vigor de “Chaco”, el cuento de la boliviana Liliana Colanzi, integra su volumen de cuentos Nuestro mundo muerto (Eterna Cadencia, 2017), y narra la perturbadora relación de un niño con un indio mataco que, después de muerto, se alza en la mente infantil como un siniestro “vengador”. El relato explora las posibilidades narrativas de un psiquismo que fusiona los delirios de la fantasía y los de la realidad.
El escritor colombiano Juan Esteban Constaín, bajo el título de “Villa Torlonia” presenta un fragmento de su novela El hombre que no fue jueves (Random House, 2014), dedicada a recuperar la vida y obra de Gilbert K. Chesterton, a partir de un intento de canonización del escritor inglés por el papa Pío XI, en agradecimiento a un servicio secreto brindado a la iglesia en 1929. Con buen brío, el fragmento recrea la curiosa entrevista que ese año Chesterton mantuvo con Benito Mussolini en su residencia de Villa Torlonia, extraída de un archivo del escritor. Con paralela inquietud histórica Valentín Trujillo presenta un relato inédito que evoca el trastocamiento de la vida en Maldonado a partir de la forestación de los médanos de la costa, y en un tono más personal Damián González Bertolino narra un accidente en el que corrió riesgo de vida, mejor apoyado en la soltura de su prosa que en la ambición narrativa (“Tapón/1981”).
La escritora mejicana Laia Jufresa también aborda la presencia de la muerte en la edad infantil, en su relato “2004”, la difícil elaboración del duelo por una hermana pequeña, narrada con encanto y eficacia expresiva. Otro mundo familiar contado desde la infancia es el que acerca la escritora peruana María José Caro, “Árbol de Navidad”, una Nochebuena malograda por la borrachera del padre y los vanos intentos maternos de proteger a sus hijos en un hotel de paso, donde la protagonista se asoma, poco a poco, a las intemperies de la soledad. Y otro logrado relato del desamparo es el de la escritora brasileña Natalia Borges Polesso, “Tal vez un animal”, relato del encuentro de una muchacha con un gay en una fiesta, de la que salen juntos para compartir sexo y mutuas confesiones sobre la dura lucha por abrirse camino en una sórdida precariedad. “Creo que uno se apega mucho a decir que lo humano y la humanidad son algo bueno siempre —concluyen—. Pero que lo que uno realmente quiere decir es bondad, solo que no es así. La humanidad no es ni de lejos algo bueno. Mira alrededor.”
“El florecimiento de la edición independiente en América Latina en los últimos diez años expone nuevas formas de circulación de la literatura, menos centralizadas y por lo tanto más diversas, más ricas en propuestas regionales y locales” dice Margarita Valencia en el prólogo a esta edición que busca potenciar un camino lleno de ripios, sin sostén financiero y de futuro incierto. Por último, cabe anotar que luego de sucesivas preselecciones, en esta oportunidad el jurado definitivo estuvo integrado por Leila Guerriero, Carmen Boullosa y Darío Jaramillo.
BOGOTÁ 39. NUEVA NARRATIVA LATINOAMERICANA. Estuario Editora, 2018. Montevideo, 123 págs.