Esther Perel sobre la infidelidad, y sin prejuicios

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Esther Perel

Un best seller que no es best seller

La terapeuta belga Esther Perel le da mil vueltas al asunto de la infidelidad para entenderlo, logrando un libro duro que también fue éxito de ventas.

Primer prejuicio: es un best seller y es autoayuda (aunque no se defina como un manual para superar crisis). Solo eso puede conspirar contra las ganas de abrirlo para cualquiera que prefiera leer sobre infidelidad en obras de ficción como Madame Bovary de Flaubert, Anna Karénina de Tolstoi, Intimidad de Kureishi, La Regenta de Clarín, La modificación de Butor, etc. La portada lo promociona como un libro “útil” y “entretenido” y es obvio desde el dibujo de tapa: una caja de fósforos con dos adentro, uno recto y otro volcado hacia la derecha, muy cerca de un tercero que está afuera, listo para raspar y encender llama. En la contratapa hay tres fósforos desperdigados y fuera de la caja, y uno más en la solapa. El subtítulo pregunta: ¿Estamos hechos a prueba de infidelidades? La contundente respuesta del libro de Esther Perel es que no, nadie, nunca. Ni matrimonios aburridos ni matrimonios felices, ni parejas abiertas ni superados del poliamor. Como decía Emily Dickinson: “el corazón pide placer primero, luego ser excusado del dolor”. Pero esa plegaria casi nunca se cumple y en El dilema de la pareja esta aclamada terapeuta belga nacida en Amberes en 1958 le da mil vueltas al asunto y trata de entenderlo.

Cruzar el Rubicón

Perel interpela al lector y asegura contar, debidamente protegidos por el anonimato, casos que pasaron por su consulta. Parejas de todo tipo, género, raza, posición económica y nacionalidad, que vieron afectada, suspendida o liquidada su aparente estabilidad por un engaño. No los estigmatiza desde el juicio moral, si bien señala que “no recomendaría un amorío más de lo que recomendaría tener cáncer”.

Lo primero es preguntarse de qué hablamos cuando hablamos de infidelidad. Hoy, en el siglo XXI, en la era digital, sigue siendo una noción tan elástica como ayer, cuando los matrimonios se concertaban y el “amor” era una larga y trabajosa construcción en el tiempo. Lo sigue siendo en buena parte del mundo. Lo cierto es que no hay una definición universal de infidelidad, aunque Perel tiene la suya. ¿Es tener sexo con otra persona fuera de la pareja primaria, es mirar o pagar por porno en línea, es mantener el perfil abierto en un sitio de citas, es chatear eróticamente, es tener cuentas secretas en Facebook, es cuando hay interacción físico/erótica? ¿En qué consiste realmente “cruzar el Rubicón”? No por nada Perel toma la referencia al cruce de Julio César que decidió su destino y el de Roma.

El relato del adulterio es complejo por donde se mire. Hay un qué y un porqué, habla de un contrato roto (hay que ver cuán claro y explícito fue el contrato y si ambas partes lo interpretaron igual, y si lo renegociaron o no), pero también de posesividad, de los “barrios rojos” personales, de los celos —hoy políticamente incorrectos—, de intimidad desplazada, de dominio y poder, etc. En la mayoría de los casos el dolor, el estrés postraumático y la venganza forman parte de las respuestas a esa traición de la confianza; en otros, más resilientes, surge la vía de la restauración y el crecimiento. Dice Perel que “Nuestras parejas no nos pertenecen; solo están prestadas, con la opción de renovarse —o no—.” La afirmación suena aséptica, lógica, irrefutable. El ideal romántico del Amor la borra de un plumazo. La infidelidad ataca la idea de que éramos especiales y de que el otro también lo era. Es un ataque directo “a una de nuestras más importantes estructuras psíquicas: nuestra memoria del pasado. No solo secuestra las esperanzas y planes de una pareja, también alza un signo de interrogación sobre su historia”. “Estamos dispuestos a conceder que el futuro es impredecible, pero esperamos que nuestro pasado sea confiable”, dice la autora. De los griegos para acá, ficciones completas afirman que no lo es.

Contradicciones andantes

En sus experiencias clínicas Perel ha oído múltiples justificaciones para validar esa red de engaños: “soledad, años de carencia sexual, resentimiento, arrepentimiento, negligencia marital, juventud perdida, necesidad de atención”. Ha visto personas que engañan porque consideran, paradójicamente, que solo por esa vía sus matrimonios se preservarán; otras que ven en el adulterio un antídoto contra la muerte (sic); otras que canalizan por ahí venganzas de todo tipo; o los que buscan en esa aventura una nueva versión de sí mismos.

Una parte (pero solo una) del problema está en la aspiración a la monogamia, que antes significaba “una persona para toda la vida” y hoy significa “una persona a la vez”, y en esa persona el amante espera que se concreten a la vez estabilidad, pasión, cariño, perdurabilidad, compromiso. Comprar esa ilusión puede desembocar en una quiebra hipotecaria.

La infidelidad, con todo, no es la única mentira o el único secreto (ni siquiera el peor) en una pareja, y este libro habla de otros. Confirma lo que ya se sabe, que el ser humano es una contradicción andante que miente y se miente (sobre amor, sexo, dinero, trabajo, etc.) y esa mentira básica hacia sí mismo facilita la entrada de todo tipo de excusas para todo tipo de acciones. Perel dedica algunos fragmentos a analizar las mentiras intramaritales, un diseño prêt-à-porter para las extramaritales. Por ejemplo, cita el caso de una paciente que durante veinte años de sexo con su marido no solo no tenía orgasmos sino que le molestaba el olor de él, pero no consideraba el asunto tan grave como para terminar el matrimonio ni se animaba a conversarlo. En otro pasaje confronta el viejo dicho que afirma que las mujeres usan el sexo para conseguir amor y los hombres usan el amor para conseguir sexo. Debajo de ese clisé, y por más territorial que sea la mujer y conquistador que sea el hombre, las necesidades emocionales y las necesidades sexuales están presentes con independencia de género. En el fondo profundo de cualquier transacción sexual hay un componente emocional, aceptado, ignorado o temido.

Perel sostiene que la infidelidad “incluye uno o más de estos tres elementos constitutivos: secretismo, alquimia sexual e involucramiento emocional”. El secretismo intensifica la carga erótica, la noción de aventura y clandestinidad. La alquimia sexual, término que la autora elige poner en vez de “sexo”, deja entrar en la definición de infidelidad a aquellas relaciones que no consuman el acto sexual: “todos sabemos que la renuncia puede ser tan erótica como la consumación”. Y el involucramiento emocional abre la puerta a la palabra más peligrosa. Esa que el inefable Ambrose Bierce comenzó definiendo en su Diccionario del diablo como “Locura temporal que se cura con el matrimonio…”. Amor.

EL DILEMA DE LA PAREJA, de Esther Perel. Planeta, 2021. Trad. César Galicia. Buenos Aires, 326 págs.

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