Poesía de España
Recibió el último Premio Cervantes. Se presenta ahora la nueva antología de Francisco Brines, Desde Elca, una colección de poemas publicada por Pre-Textos con inéditos.
Elca, en Oliva, localidad de Valencia, es la casa natal del poeta Francisco Brines (Oliva, 1932) a la que regresó muchas veces, en su vida y en su poesía y en la que ha decidido envejecer y morir, donde ha recibido la noticia del Premio Cervantes 2020. La ha destinado, junto con su biblioteca de más de treinta mil volúmenes, a servir como centro cultural luego de su muerte. Desde Elca, su reciente antología personal, acaba de ser publicada por la editorial valenciana Pre-Textos, la que hace poco perdió los derechos de publicación de los libros de la última premio Nobel de Literatura, Louise Glück, hecho que tuvo una sonada repercusión mediática. Brines es uno de los últimos representantes vivos del grupo poético español de los ’50.
El poeta y el lector
Aunque la voz de Brines es personal, por su tono elegíaco, hay que emparentarlo con el poeta latino Horacio y el griego de Alejandría Constantino Kavafis (1863–1933). También es posible hallar puntos de contacto entre su obra y los tramos más reflexivos de la poesía de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. De la Generación del ‘27 recibe influencia de Luis Cernuda y Vicente Aleixandre.
La suya es una poesía de imágenes expresivas y plásticas, sobre todo cuando describe el paisaje mediterráneo. En la poesía de Brines el paisaje no vale sólo por lo que pueda sugerir, sino por el placer estético de haberlo contemplado, y rememorarlo. Su poesía es a la vez sensual, melancólica y reflexiva, tanto respecto a los problemas metafísicos como a la poesía en sí misma.
Brines considera al lector como autor del poema, por su vivencia estética y afectiva a partir de la lectura. Como escribe en la introducción: “El lector no es el autor del texto, pero sí lo es del poema, quiero decir, de ese texto escrito transformado por él en emoción. Naturalmente, para que se cumpla esta premisa es necesario que el texto posea calidad, pues sólo así podrá lograrse, desde su virtualidad, una legítima emoción. Se necesitan, pues, un autor y un lector, ambos capaces de crear la poesía, cada uno desde su propio lugar.” Por eso mismo el poeta debe ser lector de su propia obra, con sumo rigor crítico, y antes de eso, voraz lector de poesía, y no sólo para proveerse de herramientas técnicas. Porque la poesía es a la vez nutricia y adictiva. Como dijera el poeta en un reportaje: “La poesía nos alimenta por dentro, en silencio, porque los que leen poesía la necesitan como unos drogadictos.”
El poema es, además, un momento de trascendencia que, de algún modo, vence de modo cualitativo al tiempo y la muerte, como puede leerse, por ejemplo en “El ángel del poema”, del libro La última costa.
Tiempo y memoria
El tiempo y su transcurso, con las pérdidas que causa; la memoria, vivida a la vez como consuelo por lo perdido y como sal en la llaga de la nostalgia; la muerte concebida como caída final en la nada y como angustia en los días de vivir, que sin embargo no impide amar la vida y su belleza: tal el complejo mundo temático de la poesía de Brines. También busca darle sentido provisorio a la existencia, la plenitud a término del amor y la juventud. Antes de eso la infancia como período en el que la muerte no es algo a tener en cuenta. Como dice el poeta, refiriéndose a su infancia de hijo bien querido: “ERA un pequeño dios: nací inmortal.” (primer verso de “MIS DOS REALIDADES”, de Insistencias en Luzbel).
Por eso la importancia de la casa de Elca en estos textos. Es el ámbito donde la madre y la infancia, ya perdidos, y que sin embargo están, pues el que ha envejecido puede, aunque de modo insuficiente, sentirse de nuevo el niño o el joven que fue. En palabras de Brines: “HE bajado del coche/ y el olor de azahar, que tenía olvidado/ me invade suave, denso./ He regresado a Elca/ y corro,/ no sé en qué año estoy/ y han salido mis padres de la casa/ con los brazos abiertos,/ me besan,/ les sonrío,/ me miran/ —y están muertos—,/ y de nuevo les beso.” (“REENCUENTRO”, poema inédito que abre esta antología).
Lucidez y serenidad
En su enfoque del tiempo y la muerte, Brines conjuga estoicismo y epicureísmo, porque aunque no le sea grato ir rumbo a la nada, lo asume con serenidad, sin dejar de ser capaz mientras tanto de gozar de las bellezas del estar vivo, no menor entre ellas el paisaje, que seguirá ahí sin inmutarse cuando él deje de estar.
Esta aceptación de la muerte no está exenta de cierto humor, como puede leerse en “EPITAFIO ROMANO”, del libro Aún no: “‘NO fui nada, y ahora nada soy./ Pero tú, que aún existes, bebe, goza/ de la vida..., y luego ven.’/ Eres un buen amigo. / Ya sé que hablas en serio, porque la amable piedra/ la dictaste con vida; no es tuyo el privilegio,/ ni de nadie,/ poder decir si es bueno o malo/ llegar ahí./ Quien lea, debe saber que el tuyo/ también es mi epitafio. Valgan tópicas frases/ por tópicas cenizas.” El hecho de tener que morir y saberlo, en Brines, es un factor de hermandad entre los humanos de cierta sensibilidad. Y la propia partida es un volver a reunirse con los amados, aunque sea en la común inexistencia. Como remata Brines en el poema que cierra esta antología, “LA ÚLTIMA COSTA”, del libro homónimo, que alude a la muerte: “Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco,/ en el viaje aquel de todos a la niebla.”
La selección
Este libro, que incluye siete poemas inéditos, está construido como un conjunto coherente en tono y estilo, y no como una selección de sucesivas muestras representativas de los distintos libros y períodos del autor. Por ello, y en consonancia con las preocupaciones permanentes del poeta, pero reflejando el estado presente de su transcurso poético y humano, los libros más representados son los últimos dos, El otoño de las rosas (1986) y La última costa, (1995), en los que los temas de la vejez y la cada vez mayor cercanía de la muerte, presentes desde el inicio de su obra, se intensifican a la vez que se refinan todavía más.
Este libro es a la vez una bella oportunidad de recapitular la obra de un poeta mayor, pero también una excelente puerta de entrada para los lectores que por primera vez se acerquen a su obra.
DESDE ELCA, de Francisco Brines. PreTextos, 2020. Valencia, 128 págs.