Hans Asperger, el autismo y la psiquiatría nazi

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Hans Asperger

Conocido por el Síndrome de Asperger

Nuevos documentos vinculan al pionero del autismo, Hans Asperger, a los programas de eutanasia nazi. Pero hay más.

El nazismo es un catalizador histórico sin rival, dijo una vez un historiador chileno. Su sola presencia separa las aguas de manera radical entre el bien y el mal, entre buenos y malos. Está sucediendo con los recientes hallazgos documentales sobre el pionero del autismo, Hans Asperger, mientras desarrollaba sus investigaciones en la Viena del nazismo. El bueno de Asperger, el que se esforzaba por describirse a sí mismo en sus artículos científicos como empático con sus pequeños pacientes, el que diagnosticó por primera vez un conjunto de síntomas en un paciente como “psicópata autista” (1944), está siendo cuestionado por la documentación de época. Una que lo muestra cínico y carente de empatía en el trato con sus pequeños pacientes, un trepador que aprovechó la desgracia de sus colegas judíos y se adaptó a los dictámenes de la psiquiatría nazi, o que participó de los programas de “eutanasia” que promovía el credo nacionalsocialista, esos que buscaban asesinar a los niños “irrecuperables” desde el punto de vista de la enfermedad mental, pequeños a los que consideraban “vidas sin valor”.

El responsable de esta “bomba” histórica es el investigador Herwig Czech, autor del libro Hans Asperger, Autismo y Tercer Reich, un estudio conciso y documentado que revela a partir de datos obtenidos en cartas, informes médicos y diversos documentos de época que se creían destruidos (reproducidos a color en el libro), cuál fue el vínculo de Hans Asperger con la psiquiatría del Tercer Reich. Un período de su vida del que se sabía muy poco, y que el propio Asperger en un par de oportunidades buscó endulzar en la posguerra, algo que también aprovecharon dos autoras muy influyentes, Lorna Wing en 1981 y Uta Frith en 1991. Ellas construyeron una versión idealizada de este pionero, con afirmaciones tajantes sobre el amor que le profesaba a esos pequeños pacientes, sobre cómo los defendía frente a los psiquiatras nazis con graves riesgos personales, o que incluso habría sido un héroe de la resistencia antinazi.

Los hallazgos documentales lo desmienten. Czech construye otra versión, la que él considera la “verdad histórica”. Es un tema emocionalmente delicado por la fuerte evolución que han tenido hasta la actualidad aquellos primigenios hallazgos sobre el autismo. El panorama terapéutico que hoy se conoce como TEA, “trastorno de espectro autista”, con sus diagnósticos y tratamientos, ha ayudado a miles de niños y padres a tener una mejor calidad de vida. Es más, el “Síndrome de Asperger” ya es un tópico popular en la literatura y la televisión, con personajes de ficción que tienen alguna variante de ese trastorno y que luchan por integrarse a una vida normal en términos afectivos y laborales. Esos personajes se han instalado en el imaginario popular, son queridos y a veces poseen rasgos heroicos. No es un dato menor a la hora de evaluar estos nuevos documentos.

Vida polarizada

La innovación psiquiátrica en Viena tenía sus antecedentes. Erwin Lazar fundó en 1911 la Clínica Infantil Universitaria como parte del Hospital General de la ciudad bajo la idea de una nueva e integradora disciplina, la Heilpadagogik, una pedagogía curativa que buscaba recuperar a la mayor cantidad posible de niños de las garras de la enfermedad mental, mejorando su calidad de vida.

Asperger comenzó a trabajar en dicha Clínica en 1931 cuando era dirigida por el psiquiatra nazi Franz Hamburger. Tuvo un rápido ascenso, amparado profesional y políticamente por Hamburger. Eran tiempos fáciles para algunos y difíciles para otros, sobre todo para los judíos, que comenzaron a emigrar. La vida social austríaca estaba muy polarizada, incluso en las universidades, donde comenzaban a predominar las ideologías misóginas y racistas en un contexto de idearios antijudíos y pangermánicos. Ahí marchó para Estados Unidos el que entonces era colega de Asperger, Georg Frankl, un psiquiatra infantil prestigioso y mayor que él que luego cobraría fama junto a Leo Kanner en la Johns Hopkins.

“No hay ninguna indicación de que Asperger simpatizara activamente con el movimiento nazi antes de 1938” afirma Czech. Sin embargo la generación “a la que pertenecía Asperger, tendió a acomodarse de inmediato al nazismo”. De los nuevos documentos recién hallados, “el cuadro que emerge es el de un hombre que consiguió dar impulso a su carrera bajo el régimen nazi, manteniendo una actitud política e ideológica ambigua. Esto no se debió únicamente a las oportunidades que se crearon para los profesionales como Asperger tras la expulsión de los médicos judíos a partir de las turbulencias políticas tras la anexión de Austria a la Alemania nazi en 1938: Asperger consiguió adaptarse al régimen nazi y fue recompensado con oportunidades profesionales por sus afirmaciones de lealtad (documentadas), se unió a diversas organizaciones afiliadas al Partido Nacionalsocialista aunque no al propio partido, legitimó públicamente las políticas de higiene racial, incluyendo las esterilizaciones forzosas y, en diversas ocasiones, cooperó activamente con el programa de ‘eutanasia’ infantil. El lenguaje que empleó para diagnosticar a sus pacientes a menudo resultaba particularmente duro —incluso si lo comparamos con los informes escritos por el equipo de Spiegelgrund, la infame institución vienesa dedicada al programa de ‘eutanasia’ infantil— desmintiendo la idea de que intentó proteger a los niños bajo su cuidado mejorando sus diagnósticos”. La psiquiatría nazi pregonaba que si los niños no podían ser reeducados, y por lo tanto convertidos en seres “útiles”, debían ser eliminados.

Hay casos de “irrecuperables” que comprometen seriamente a Asperger, pues lo muestran como un activo participante del mecanismo de exterminio de Spiegelgrund. Es el caso de la niña Herta Schreiber, de casi tres años, que examinó en su clínica el 27 de junio de 1941. Había sufrido una encefalitis, lo cual le provocó serios trastornos físicos y mentales. El informe diagnóstico de Asperger recién hallado dice: “Trastorno severo de personalidad (¿postencefalítico?): retraso motriz muy severo; idiocia con irritabilidad; convulsiones. En su hogar, la niña debe ser una carga insoportable para la madre, quien tiene que cuidar de cinco niños sanos. Un ingreso permanente en Spiegelgrund parece absolutamente necesario”. En el apartado de imágenes del libro de Czech hay una foto de la pequeña Herta. Llora, con gesto de dolor y una angustia infinita. Nos observa. En ese cruce de miradas está el mundo. En Spiegelgrund la reciben y, bajo la dirección del nazi Jekelius, escriben en un formulario enviado a Berlín que la niña no tiene ninguna posibilidad de recuperarse. Un día después de cumplir los tres años muere de neumonía, causa común de muerte en ese lugar ya que era inducida con medicación. Lo curioso es que hasta la madre de Herta sabía lo que le esperaba a su hija en dicha institución. Una nota hallada en el expediente de la niña habla de que la madre solicitaba ser informada de la situación, pues entendía que “si no se la puede ayudar, sería mejor que muriera”.

¿Acaso Asperger no sabía lo que ocurría en Spiegelgrund? Difícil. “El conocimiento de que se producían asesinatos masivos (de enfermos mentales) bajo el eufemismo de ‘eutanasia’ no estaba limitado a un círculo reducido, era un hecho ampliamente conocido entre la población vienesa. Durante la campaña de asesinatos conocida como Aktion 4, en 1940, los familiares de los pacientes llevaron a cabo protestas públicas ante el hospital psiquiátrico Steinhof en Viena. No pudieron impedir que aproximadamente 3.200 pacientes de este hospital fueran transferidos a la cámara de gas de Hartheim, pero con sus actos de protesta dieron muestras de una gran valentía”. Se descubrió el testimonio de una enfermera vienesa, Andy Wödl, quien se opuso de forma infructuosa al traslado de su hijo Alfred a Spiegelgrund en febrero de 1941, porque sabía cuál sería su destino allí. El escándalo trascendió fronteras. “En otoño de 1941, la Royal Air Force (RAF) arrojó octavillas desde el cielo donde se mencionaba tanto al hospital Steinhof como el nombre de Jekelius en conexión con el asesinato sistemático de pacientes”.

Otro caso que compromete a Asperger es su participación en un comité de 1942 para evaluar el traslado —o no— de un remanente de 220 niños del servicio infantil del hospital psiquiátrico de Gugging hacia Spiegelgrund. Los primeros 106 ya habían sido enviados a la cámara de gas. Era el único clínico del comité. Ninguno de los niños trasladados luego a Spiegelgrund sobrevivió. “El episodio revela que las autoridades confiaban en Asperger para actuar como experto en la selección de los niños que debían ser eliminados”.

Niños judíos

El autismo es un trastorno donde el paciente muestra dificultad en la interacción social, pero posee niveles normales de inteligencia y buena adquisición de lenguaje. Del autismo primigenio definido por Asperger hasta la noción hoy vigente de TEA, el “trastorno de espectro autista”, se ha recorrido un largo camino. Al día de hoy el número de niños que reciben este diagnóstico ha crecido exponencialmente. En todos los casos los actores fundamentales de los tratamientos, los terapeutas y los padres, deben llevar a cabo su tarea en un marco de gran contención y empatía hacia los niños.

“En sus publicaciones, Asperger proyectó una imagen de sí mismo como médico benevolente, optimista y afectuoso con los niños que tenía a su cuidado. Ésta es la imagen que queremos poner a prueba con nuestra investigación” escribe Czech. Los informes de Asperger sobre varios niños judíos admitidos en la clínica son reveladores. Están los casos de los niños judíos de 13 años Alfred S. y Walter Bruckner, el de Ivo P. de 11 años, o el de la niña Marie Klein, admitida con nueve años a fines de 1939, cuyo informe deja constancia de los estereotipos con que se hablaba en la clínica sobre “lo judío” o “el carácter judío”, en un contexto antijudío de persecución, estigmatización y desamparo creciente. Cualquier paranoia, a esa altura, estaba justificada. Sin embargo el buen médico sabía que mejor no hablar de ciertas cosas. “Otra de las pequeñas pacientes de Asperger, Lizzy Hofbauer, una niña judía de 12 años, fue ingresada en 1939 a causa de trastornos mentales severos (y dice el informe de Asperger): ‘Dos días antes del ingreso actuaba como una loca, hablaba de una persecución antijudía, se mostraba atemorizada en extremo, ella misma se preguntaba si estaba confundida o loca. Creyó que un conocido judío había muerto ahorcado, pero fue posible convencerla de que eso no era cierto’”. Entendían que la niña sufría de “irritabilidad paranoica”. Asperger ignoró el contexto de forma deliberada; todos sabían que las familias judías venían siendo expulsadas de sus viviendas, que eran golpeados o detenidos en las calles, y que la mayoría de las sinagogas habían sido destruidas. De hecho Marie Klein murió en las cámaras de gas de Sobibor, y el pequeño Walter murió realizando trabajo esclavo en 1945. Como en muchos otros informes, el que Asperger remitió sobre el niño Ivo P. estaba rematado con el saludo “Heil Hitler”.

La prudencia del historiador

El posfacio del libro, escrito por el psicoanalista Enric Berenguer y titulado “El lado oscuro de clasificar a las personas”, no sólo destaca el rigor de Czech como historiador, sino que trata de poner en contexto las nuevas revelaciones.

Porque más allá de poder juzgar el compromiso político de Asperger a partir de algún hecho público, como sí ocurrió con su compatriota Kurt Waldheim, secretario general de la ONU y luego presidente de Austria (acusado de crímenes de guerra), hay otra cuestión que estalla incómoda en el terreno de la clínica. Siempre que hablamos de autismo hablamos de empatía, actitud fundamental para cualquier acercamiento terapéutico. “Herwig Czech, con su exquisita prudencia, dice que (las actitudes de Asperger) son una muestra de una completa falta de empatía. ¡No deja de ser curioso en quien alcanzó la celebridad por diagnosticar una modalidad del autismo!” señala Berenguer.

Czech insiste en que sus hallazgos deben ser puestos en un mayor contexto, pues aún falta una investigación más amplia sobre la vida de Hans Asperger. Una que profundice en sus motivaciones y el contexto de alguien que mandó a la muerte a muchos niños, y que ayudó, quizá sin saberlo, a muchos más.

HANS ASPERGER, AUTISMO Y TERCER REICH, En busca de la verdad histórica, de Herwig Czech. NED ediciones, 2019. Barcelona, 222 págs. Traducción Enric Berenguer.

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