CON EL ESCRITOR GIOVANNI RODRÍGUEZ
Autor de la novela policial Los días y los muertos, que también es un retrato de su país.
VAN aproximadamente 40 muertos en las protestas, algunos por golpes, la mayoría por disparos de la Policía Militar, la guardia pretoriana del presidente.Hay tomas de calles por todos lados y pocos se atreven a salir de sus casas. Algunos, como nosotros en mi colonia, estamos imposibilitados de salir pues la calle de enfrente está tomada. Sólo dejan pasar a gente por alguna emergencia. La mayor preocupación es que nos quedamos sin víveres y no se ve que esto vaya a arreglarse pronto. Lo más seguro es que la cosa se pondrá mucho peor". Así define la situación actual en su país el hondureño Giovanni Rodríguez, periodista, autor de tres libros de poesía, uno de cuentos, otro de ensayos y tres novelas, una de ellas galardonada con el Premio Centroamericano y del Caribe de Novela "Roberto Castillo" 2015, Los días y los muertos, que retrata un país y una sociedad tan hundidos como indica su nombre. También es docente en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras
El 26 de noviembre de 2017 hubo elecciones presidenciales en Honduras y aunque los primeros resultados daban ganador al opositor Salvador Nasralla contra el presidente en funciones Juan Orlando Hernández, el manoseo posterior de los escrutinios determinó que este último siguiera en el poder, en medio de un toque de queda, violencia generalizada y flagrante olor a fraude. Tanto que el Secretario General de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, pidió —sin éxito— que se realizara un nuevo llamado a elecciones.
Giovanni Rodríguez, nacido en 1980 en San Luis, en las tierras altas del occidente de Honduras, vive desde hace años en la húmeda y caliente San Pedro Sula, lugar del que reniega y al que no termina de acostumbrarse. Estudiante tímido y provinciano, se ha vuelto con el tiempo un individuo escéptico y sarcástico, "más cabrón" según dice. Ha visto y escrito la parte de abajo de la realidad de su país, más pequeño en extensión que Uruguay pero con más de ocho millones de habitantes, sumido en la violencia, el narcotráfico y la corrupción. En el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Rodríguez conversó sobre estos temas a partir de la publicación de Los días y los muertos, fluido ejercicio de novela negra en el que un periodista de policiales llamado López —alter ego parcial— se mete a resolver un asesinato pasional y descubre o confirma que las raíces del crimen están por todas partes.
PRENSA Y PRIVILEGIOS.
—En tu novela un periodista de policiales se convierte en héroe improvisado. ¿Cómo funciona ese cuarto poder en un contexto de violencia cotidiana generalizada?
—En Honduras el periodismo funciona, en un alto porcentaje, como medio para obtener privilegios. Hace algunos años Alberto Arce, un periodista mexicano que trabajaba para el diario The New York Times, dijo que el 95% de los periodistas hondureños eran tarifados. Esta declaración enfureció a un amplio sector de la prensa nacional, que desde entonces tampoco ha hecho mucho para desmentirlo. De hecho, a partir de junio de 2009, con el Golpe de Estado al presidente Manuel Zelaya, el periodismo aquí empezó a jugar un papel vergonzoso, aliándose con los sectores poderosos y falseando la información para protegerlos. Y en la actualidad ha vuelto a aparecer su peor rostro, pues Juan Orlando Hernández, que participó en las elecciones generales a pesar de que la Constitución prohibe la reelección, lo controla casi en su totalidad, del mismo modo en que controla la Corte Suprema de Justicia, el Congreso Nacional o el Ministerio Público: con sobornos. Así que el rol fundamental del periodismo, que es el de decir la verdad, aquí ha sido sustituido en la mayoría de los medios de comunicación por el rol de decir sólo lo que conviene al que mejor paga. En los últimos días han sido asesinadas decenas de personas en las protestas contra el monumental fraude electoral, pero lo que la mayoría de los medios destaca en sus noticias es un camión militar supuestamente incendiado por los manifestantes y los daños a la economía que están causando las tomas de carreteras.
—Los basureros de cadáveres eran parte notoria en novelas de Fernando Vallejo años atrás, cuando Colombia era un hervidero de guerrillas y narcos. Hoy esa situación en parte la vive Honduras. ¿Cómo comenzó y cómo crees que se revertiría?
—Cada cuatro años las campañas políticas llevan como uno de sus temas bandera el combate a la delincuencia, a la inseguridad, pero una vez que el candidato llega a la silla presidencial eso se olvida. Se busca mantener a raya a los criminales aumentando el presupuesto al Ministerio de Seguridad, sacando a los militares a las calles o creando la Policía Militar, lo que genera la sensación de que estamos en una guerra permanente, pero poco o nada se hace para combatir desde la prevención. Faltan centros educativos, hay un alto índice de desempleo, salarios injustos, y cero interés del gobierno por la cultura. Un país sin demasiadas oportunidades para el desarrollo humano tiene altas probabilidades de producir delincuentes.
—Fuiste cronista de policiales: ¿Cómo fue esa experiencia en el día a día y cuánto influyó en tu presente de escritor? ¿Cuánto hay de Giovanni Rodríguez en el periodista López?
—Bueno, quizá las imágenes violentas que capté en aquellos días sean lo único mío que decidí prestarle a López. Como cronista policial me tocó enfrentarme a un mundo que hasta ese momento sólo había visto a través de la televisión o de los periódicos o por los relatos de otras personas. No me costó demasiado acostumbrarme a las escenas criminales; a la segunda semana de estar ahí ya los cuerpos mutilados o con orificios de bala en la cabeza o atados de pies y manos dentro de costales ya no me afectaban como al principio. Fui tomando conciencia de algo alarmante: la sociedad hondureña se está acostumbrando a la violencia y está perdiendo su capacidad de asombro ante la muerte diaria; eso fue lo que me sucedió a mí y lo que me motivó a escribir Los días y los muertos.
MODO "GARCÍA MÁRQUEZ".
—Con esa novela ganaste un premio importante que lleva el nombre de Roberto Castillo. ¿Quién fue Castillo y qué peso tiene en la literatura hondureña?
—Es el mejor autor de ficciones que ha tenido Honduras, nos puso al día respecto a la literatura mundial. Fue un pensador, un académico y un escritor de primer nivel. Es una lástima que su obra no sea muy conocida fuera de Honduras, ni dentro. En fin, su influencia en las nuevas generaciones de narradores hondureños debería ser mayor pero no lo es, desafortunadamente.
—En tu novela se habla del "tropicalismo chabacán" de Gabriel García Márquez...
—Fue tanta la influencia del boom en Honduras, y específicamente de Gabriel García Márquez, que en los años 80, después de que ganó el Nobel, muchos parece que solo podían escribir narrativa en "modo García Márquez". Surgieron algunos imitadores, pero en el mejor de los casos, de ellos lo único "garciamarquiano" que uno podía encontrar eran las anécdotas rurales ambientadas en pueblos tipo Macondo. Se digirió tan mal a García Márquez que los intentos de imitarlo derivaron en cosas muy parecidas al costumbrismo.
—Tu novela arranca de un incidente pasional que involucra a un letrado, y luego echa una mirada más amplia sobre la violencia y la esencia del mal. ¿Fue una manera de decir que todo está podrido y no hay salvación por el arte ni por el amor?
—Quise mostrar que la violencia en países como Honduras puede tener diferentes motivaciones, no solo las motivaciones lógicas. En mi novela un muchacho, aprendiz de escritor, asesina al que probablemente es su mejor amigo, empujado por los celos. El asesino es un tipo normal, sin aparentes motivos para convertirse en criminal. Esto es lo que observa López, el periodista y protagonista de la novela, y es sobre eso que indaga después, porque empieza a pensar en la violencia y en el mal como algo que involucra directa o indirectamente a toda la población de un país, a su conciencia colectiva, y no sólo a quienes participan en actividades delictivas. Aquí la violencia es como una bomba cuyas ondas expansivas llegan muy lejos del punto de la explosión. Honduras es un país hundido en el delito, y cuesta pensar que algo así pueda tener salvación.
—¿Qué vidas valen algo en Honduras y cuáles no valen nada?
—Parecen valer mucho las vidas de los gobernantes. Andan protegidos por guardaespaldas pagados con nuestros impuestos o por miembros del ejército asignados a ellos permanentemente, mientras que el ciudadano común puede perder la vida en un asalto en el transporte público y su muerte, si coincide con otras muertes violentas el mismo día, ni siquiera es mencionada en los medios de prensa.
—¿En qué rango figuran las profesiones de periodista y/o novelista?
—Es peligroso ser periodista en Honduras pero no por lo que podríamos suponer: decir la verdad y enfrentarse a los intereses mezquinos de los poderosos, sino precisamente porque muchas veces el periodista establece alianzas con gente encumbrada en el poder (con narcotraficantes o políticos) que al verse traicionada o chantajeada se vuelve peligrosa. Muchos periodistas han muerto durante los últimos años en Honduras. En cuanto a los escritores... la influencia que podría tener un escritor sobre la opinión pública es casi nula, y además, la gente que podría verse afectada por lo que pudiera escribir un novelista está más interesada en ganar dinero que en leer literatura.
—¿Cómo se llegó a esto?
—Honduras tiene una ubicación clave en el mapa del narcotráfico; generalmente se usa como puente para la droga que viene de Sudamérica y va hacia México o Estados Unidos. Durante los últimos años se han comprobado los nexos entre el Gobierno hondureño y narcotraficantes importantes del continente. El narcotráfico, con sus luchas de poder y sus venganzas, es una de las principales fuentes de la violencia en Honduras durante los últimos años, pero ahí están también las "maras" con las extorsiones y el sicariato, y en el nivel más elemental las personas que viven en condiciones de pobreza extremas, con hambre, enfermedades y desempleo, que muchas veces se ven orilladas a la delincuencia y que terminan siendo artífices o víctimas de muertes violentas.
—¿No te dan ganas de irte de tu país?
—Sí. En la novela más importante de Roberto Castillo, La guerra mortal de los sentidos, hay una frase que se repite en boca de muchos personajes y que tiene que ver con su decisión, en determinado momento, de "irse a la mierda". Creo que Castillo resumió ahí, en buena medida, ese deseo permanente del hondureño de que querer huir, porque sabe o presiente que cualquier otro lugar podría ofrecer mejores oportunidades que Honduras. Yo viví tres años en España, volví hace siete y ya quiero irme de nuevo, porque esta patria que se supone debería ser la mía y la de muchos hondureños, ya casi no lo es porque nos la han robado.
SALDAR CUENTAS.
—¿Cómo es el panorama cultural, qué autores llegan, por ejemplo, a las librerías hondureñas?
—Solo lo obvio: los autores del boom, las celebrities del momento: Ruiz Zafón, George R.R. Martin, Diana Gabaldon, Stephen King (que llega a todo el mundo), Murakami, Paul Auster. Así que si un hondureño quiere estar al día con la literatura latinoamericana o mundial tendrá que comprar en Amazon, buscar en las librerías del extranjero o encargarle libros a los amigos que viajan. Lo de Latinoamérica Viva en la FIL Guadalajara fue muy gratificante pues me permitió conocer a autores que quizá sólo conocía de oídas; estar ahí cerca de ellos no sólo para escucharlos sino también para contarles algo tuyo frente a un público expectante fue una buena experiencia.
—¿Estás escribiendo algo ahora?
—Hace poco terminé una nueva novela en la que el personaje López de Los días y los muertos aparece nuevamente.
—Por eso, en medio de tanta muerte, lo dejaste vivo...
—Sí, aunque no será el protagonista de la historia tendrá un papel muy importante dentro de ésta pues resulta que ha decidido ser detective. Será el primer detective de novela hondureño; un reto divertido. Cuando estaba escribiéndola, sabía lo que quería contar, pero me costaba encajar la figura del detective en una ciudad como San Pedro Sula. Pensé entonces que sólo podría lograrlo si me lo tomaba con humor; por eso es que la novela finalmente tiene mucho de parodia y de humor, aunque tenga como tema de fondo la gran cantidad de asesinatos de mujeres en Honduras. En ella trato de jugar con los elementos básicos de la novela negra: un detective, un caso por investigar, una trama oscura con tintes de violencia y corrupción y una femme fatale.
—¿Te sentís condicionado a la hora de escribir por toda esta urgencia del contexto?
—No, nunca he escrito nada por compromiso, ni social, ni político ni de ningún tipo. Lo que escribí hasta ahora fue producto de la persistencia de ciertos temas en mi conciencia, temas que me molestaban en su momento: la alienación religiosa, la violencia, la maldad de ciertos individuos... Creo que saldé algunas cuentas conmigo mismo de esa manera. Ahora estoy pasando por una fase en la que siento que escribo para divertirme y porque le huyo a la solemnidad de los que escriben por una razón distinta, aunque esto contradiga un poco a las razones de antes. Yo tuve la suerte de convertirme en lector en una época en la que no había demasiadas distracciones, como ahora. Las tardes en mi pueblo eran aburridísimas, no había mucho que hacer ahí, y encontré en los libros una posibilidad de diversión. Leí mucha poesía al principio y quizá por eso mis primeros libros publicados son de poesía, pero luego, cuando leía narrativa me daba cuenta de que me interesaba mucho por la forma de la narración más que por el fondo, así que empecé a indagar en eso. Siempre pensé que una buena trama y una historia simple pueden combinarse para hacer una buena novela. Así que en mis inicios como narrador invertí muchas horas tramando historias en lugar de sólo contándolas. Borges, Sabato y Cortázar me pegaron desde el principio, luego Onetti, Donoso y los otros autores del boom. A la literatura europea fui llegando después. Y aunque parezca extraño, a la hondureña llegué mucho después de leer a los anteriores.
—¿Cómo sale Honduras de la situación actual, de este aparente fraude electoral, etc.?
—Creo que este país, su pueblo, merece una oportunidad de liberarse de toda la porquería que lo ha estado embarrando a lo largo de la historia. Ahora estamos pagando con muertos el empecinamiento del actual presidente por quedarse en el poder, a pesar de que la reelección está prohibida en la Constitución de la República. Su Gobierno, que debía terminar el 27 de enero, ha sido el más corrupto en la historia de Honduras. Se ha encargado de saquear las instituciones del Estado, entre otras cosas para financiar su campaña política, y muchos de sus miembros están involucrados con el narcotráfico. Esto es hoy un "narcoestado". La comunidad internacional debería observar con mayor atención lo que está ocurriendo en Honduras, eso sería un principio de cambio.