LA POETA TRAS EL PREMIO CERVANTES
Considerado el Nobel de las letras hispanoamericanas, el Premio Cervantes a Ida Vitale renovó los votos de la autora con sus lectores uruguayos, en especial los más jóvenes. Un reportaje especial de Yelly Barrios y Sofía Kliche.
Nocturna, infatigable. Fueron nueve horas de entrevistas y conversaciones. Para ella quizá una charla más de las que tiene en librerías, ferias del libro, colegios o paraninfos. Se hicieron dos visitas a su casa nueva; la primera agendada, aunque ella no tenía registro, la segunda para encontrar respuestas a una pregunta: ¿se termina de armar algún día una biblioteca?
Invierno en el hemisferio sur. 2017. 19:16. Una tarde fría en Montevideo. Durante cuarenta minutos de viaje hasta su casa, repasamos ideas, dudas y modos de presentarnos. Ensayamos un comienzo que más tarde, cuando toquemos el timbre, se mostrará inútil.
—Hola, ¿Ida?, somos las periodistas. Tenemos agendada una entrevista.
— ¿Periodistas? ¿Qué entrevista?
La casa nueva de Ida Vitale está en Malvín a una cuadra del río que en Montevideo parece mar. El viento interfiere con el intercomunicador.
— ¡Ah, qué raro! Bueno, suban entonces, estoy en el tercer piso.
Ida Vitale abrió la puerta vestida de andar por casa y nos invitó a pasar. Estaba rodeada de cajas, libros apilados en varios rincones, una televisión antigua de fondo ancho, una radio, portarretratos de familia sobre una cómoda, dos agujas de punto enlazadas a un chal de lana azul a medio tejer en el sofá, el cuadro del antepasado que llegó de Italia en el siglo XIX. En las estanterías que forran las paredes de lado a lado y de arriba a abajo hay libros en riguroso orden alfabético. Se extienden como raíces a través de la casa. Del salón van al escritorio y del dormitorio al balcón que además funciona como invernadero.
Nos pide que nos acomodemos mientras remueve los papeles sueltos que tiene encima de la mesa. Busca su cuadro de actividades, un folio con un calendario que organiza junto a su hija Amparo. Lo encuentra. Es una agenda completísima de lunes a viernes. Y no, no aparecemos en el cuadro de citas de ese día.
—Mi hija hace este heroico trabajo y también hizo el de mudarme del otro apartamento que teníamos desde siempre, el de toda la vida. Hace 15 días que estoy acá.
Dejó su domicilio anterior en Pocitos por cuestiones prácticas, no encontrando sentido vivir sola en un apartamento tan grande.
—Traicioné a Pocitos. ¡Qué barrio! Ahí hay de todo, pero por lo menos acá, por ahora, no me voy a preocupar mucho por los libros.
— ¿Fue una decepción?
—No. A esta altura tengo que volver a reacomodar la vida. Eso es lo complicado. Todavía me queda desarmar la casa en Austin donde vivía con Enrique (Fierro). Voy a traer todos esos libros. En unas semanas me voy a levantar aquello.
— ¿Pensás volver definitivo a Uruguay?
—Y sí querida, tengo 93 años, mi marido murió y mis hijos y mis nietos están por acá.
— ¿Pensás en la brevedad del futuro?
—No, en este momento pienso en lo largo del futuro inmediato. Que voy a tener que hacer todo este trabajo sola en Austin. Tengo cantidad de amigos, pero todos están muy ocupados… A lo sumo podré conseguir algún fin de semana o día a la semana que me ayuden. Tengo que revisar toda la biblioteca, qué es lo que puedo traer, qué debo traer.
—Tenés tarea.
—Enrique me decía “tú te quedás acá hasta que se te dé la real gana”. ¿La real gana de qué? ¿Cuando esté sin capacidad? No, mejor ahora. Montevideo es un buen lugar para trabajar tranquila, aunque sé que me van a faltar las librerías.
— ¿Las de Austin?
—Las del mundo.
Entonces estornuda, se pregunta si apagaron la calefacción del edificio y se da cuenta del tiempo y de que no sabe qué horas son.
—Es medianoche.
— ¿Qué? No, no puede ser.
AÉREA. AIREADA.
Siguiendo el hilo de Ariadna que usa en sus poemas regresa a la infancia. La de una niña de ciudad que nació el 2 de noviembre de 1923 en el Prado y a la que llamaron Ida Ofelia Vitale Povigna. Evocó a su “heroica” abuela paterna que tuvo catorce hijos con Félix, el abuelo masón, abogado, que llegó al Cono Sur desde Sicilia “con Garibaldi o en esa época”.
En su poema «Abuelo» escribió: “No le conocí./ Pero su viento oscuro/ aún recorría los cuartos/ como para aventar una brasa de amor/ que alguien guardara./ Enardeció la casa con sus catorce hijos,/ eligió para algunos/ agrios nombres fantásticos:/ Pericles, Rosolino, Publio Decio,/ Débora, Clelia, Ida, Marc’Antonio,/ Tito Manlio, Fabrizio, Miguel Ángel./ Cuando un hijo moría a poco de nacido,/ el siguiente ocupaba su nombre/ y así borraba el luto./ No lo conocí./ Pero quizás, ya viejo/ hubiese sido blando conmigo./ No me hubiese servido.”
Publio Decio y Hortensia, los padres de Ida Vitale, nacieron uruguayos. Él fue fotógrafo, ella una mujer bella según dice su única hija. El matrimonio no duró demasiado. Él se fue a Estados Unidos y ella se quedó en casa.
—Fue un caso bastante raro, ella era, mmm, era, era muy bonita por cierto y su padre tenía una quinta. Todavía me acuerdo de esa quinta. Fue la primera vez que vi un vivero, él tenía uno privado. Me parecía tan increíble, el olor de las plantas, el olor de la humedad de las plantas que estaban dentro del vivero. Pero bueno, eso es todo.
— ¿Tu familia es longeva?
—Bueno, mi abuela creo que murió de 95, pero en general no eran longevos. Mi madre murió joven, mi padre también. Mis tíos también. El más joven murió joven, Pericles, cargando semejante nombre. Creo que son esos nombres que ya te complican la vida para siempre. Es mucho. Por ahí hay tantos que se llaman Dante y no les ha pasado nada, pero Pericles… en Grecia supongo que será normal.
Pericles le leía en italiano textos de la comedia del arte. De repente se atascaba, faltaban palabras en el relato o se perdía la continuidad porque quería quitarle un poco de carga a alguna escena subida de tono. “Me lo simplificaba y yo me ponía furiosa”. Los primeros años de escolarización fueron en casa con el apoyo de la tía maestra: Débora Vitale D'Amico, que tiene una calle y una escuela con su nombre en Montevideo.
A los niños se les imponen tareas. Es una manera de enseñar de a poco a cumplir con las obligaciones cotidianas. A Ida Vitale en casa le pedían que hiciera la cama, pero además tenía la tarea de limpiar la biblioteca. No era una imposición, más bien un pedido en el que la curiosidad comenzó a ganar al polvo. En aquella “bibliotequita” había textos en español, en italiano, en francés. La pequeña los ojeaba, preguntándose cuándo los podría leer.
—Después me empezaron a regalar libros. Me decían: “tenés que forrarlos para que no se estropeen. Si este es el primero, pegale una etiquetita y le pones 1 y después seguís”. Entonces así vino la idea de formar mi propia biblioteca.
— ¿Tus padres te fomentaron la lectura?
—No. Mi padre no. Bueno, había una amiga de mi tía, que era maestra también, y me traía (eso fue la tortura de mi infancia). Me traía libros de su sobrina que ya estaba casada, pero que le había dejado la biblioteca y entonces se sentía responsable de los libros. Me traía uno y yo tenía que leerlo en un día o dos para que me diera otro, pero ese se lo llevaba. De más grande me llevó a una librería y me compró un montón de libros. Leí todas las aventuras de Julio Verne con gran alegría de mi abuela que con mucha cortesía me preguntaba: “¿cuál estás leyendo?, ¿cuál puedo leer ahora?” Yo estaba fascinada.
![Ida Vitale](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2019/07/24/5d38b4aa1192b.jpeg)
Después una maestra en la escuela le pidió que leyera en clase “Cima”, un poema de Gabriela Mistral. Pasó un año intentando entenderlo. Con el tiempo llegó la respuesta y con ella las palabras y la poesía de pluma propia. La poeta.
INTERPELADORA. MINUCIOSA
Invierno en el hemisferio norte. 2018, Ciudad de México. En la sección Novedades de varias librerías destaca Shakespeare Palace, Mosaicos de mi vida en México (1974-1984), un retrato del tiempo compartido allí junto al poeta y su segundo esposo Enrique Fierro. Un recorrido por los afectos en los que hay geografías, colores, olores y personajes claves de la cultura iberoamericana.
En la portada Ida Vitale se cubre el rostro con la mano y por debajo esboza una sonrisa pícara, juvenil. Tiene los ojos cerrados. Es una foto de matiz canoso en la que solo el fular que tiene al cuello conserva un color intenso. Es el rostro vívido de una mujer y podría ser el de muchas mujeres de su edad. Esa edad en la que todos los rostros acaban por parecerse de una manera u otra. Una abuela como las nuestras. Un rostro familiar. Una foto de esas que querrías pegar en la heladera.
Ida Vitale conoció a Enrique alrededor de 1970. Los datos precisos se le escapan y no importan. Dice que una cosa es contar y otra es recordar los nombres y las fechas. Enrique Fierro —quien fue alumno de Ángel Rama, primer marido de Ida Vitale y padre de sus hijos Amparo y Claudio— obtuvo una beca de estudios en México. Empujados por ello y por la dictadura en Uruguay se fueron. Él tenía 33, ella 50. Dejaron atrás a algunos amigos, a parte de la familia y a Macedonio. “Tenía una carita muy linda. Era un perro color perro”. El nombre de la mascota era un homenaje.
—Un día vino Onetti a casa y me dijo, ¿cómo se llama tu perro? Y bueno, ¿ahora qué le digo?, pensé. Y le dije: Macedonio Fernández. Me respondió Onetti: “Ah, ¿y por qué no se llama Juan Carlos Onetti?”. Yo admiraba profundamente al Macedonio escritor, al que Borges quería mucho también. ¿Nunca leyeron Papeles de recienvenido? Era un libro precioso y ya no lo tengo. Tuve la primera edición.
La partida no fue repentina. México ya existía en el imaginario de ambos, incluso desde antes de conocerse. Pero fue la intervención de Julio Zamora Bátiz, por entonces embajador de México en Uruguay, lo que hizo girar la rueda. El diplomático conoció a Enrique cuando este dio una charla sobre el monarca Nezahualcóyotl en un ciclo de homenaje a México en Montevideo. “Espontáneamente averiguó cosas, ató cabos y resolvió ofrecerle una escapatoria en forma de beca”, narra en Shakespeare Palace. Fue una modesta seguridad económica para empezar de nuevo.
Ida Vitale llegó primero a una ciudad descomunal en la que los códigos de la petit Montevideo quedaron obsoletos. Desconocidos y amigos de amigos le facilitaron contactos, ella misma tocó puertas y en pocas semanas encontró trabajo —como traductora, editora, crítica literaria, ensayista, profesora— y el anhelado hogar en el que instalarse. Fue en un edificio de cuatro pisos en la calle Shakespeare a pocas cuadras del bosque de Chapultepec, sin dato preciso del número de puerta, que había sobrevivido al terremoto del 57. Paredes blancas, techo bajo y una escalera de peldaños irregulares. El Shakespeare Palace de Colonia Anzures, un barrio en el que perderse es dar un paseo, aunque sea nominal, por la literatura: Herodoto, Leibnitz, Goethe, Victor Hugo.
—México resultó el país más abierto y más solidario del mundo. Yo no concibo que en ningún lugar puedan recibir mejor que ahí. Yo había traducido bastante en Uruguay y fui al Fondo de Cultura Económica y empecé a traducir. En fin, esos diez años de México fueron como el trabajo de toda mi vida concentrado.
— ¿Tenías tiempo para escribir?
—Bueno, me lo hice, porque salió un libro de ahí. Es que México se impone como una experiencia nueva y muy removedora. México es muchas cosas, hay muchos niveles, muchas maneras de encararlo. Para alguna gente puede ser una ciudad ruidosa o inhóspita o extraña porque es muy distinta. Lo primero que necesitás es aceptación y acomodo a la comida. El mexicano muere si no come cosas terriblemente picantes.
— ¿Te adaptaste?
—No, nunca, porque es una cosa con la que ellos se crían desde chiquitos.
— ¿Te cuidas con las comidas?
—Simplemente hay algunas cosas que no me gustan tanto y no las como. No, no me cuido. Por ahora no me cuido.
—Mientras los médicos no te restrinjan nada.
—Buuueeeno —y estira la u y la e como cada vez que dice bueno con una dosis de picardía —Él quiso, pero no… parece que tengo algo de colesterol.
— ¿Parece?
—La manera de bajarlo rápido es eliminar el chocolate y creo que el chocolate es muy energético.
— ¿Sos de comer mucho chocolate?
—Buuueeeno, no considero que sea mucho, pero es una cosa básica.
— ¿Esa es la receta de la longevidad?
—No sé. Mi abuela, una de ellas, murió a los 95 así que todavía tengo unos años.
— ¡Ay, por favor!
—Bueno coman, para eso traje los sandwichitos.
![Ida Vitale](https://el-pais.brightspotcdn.com/uploads/2019/07/24/5d38b64323153.jpeg)
En México conoció a intelectuales, literatos y académicos como Jaime Sabines, Juan Rulfo, Octavio Paz. Compartió vida y amistad con Ulalume y Teodoro González de León, Carmen y Álvaro Mutis. Santiago Mutis, hijo del primer matrimonio de Álvaro, los evocó una noche de 2018 en Bogotá de esta manera: “Los recuerdo siempre juntos. La historia de una gran amistad en tiempos canallas”.
Designios, destinos o hechos fortuitos. Al cumplir una década Ida Vitale y Enrique se plantearon la posibilidad de dejar todo otra vez y regresar a Uruguay.
—¿Cómo fue dejar México?
—Y bueno, volvía la democracia y sentíamos que teníamos que volver. Uno siempre cuando está en su país rezonga mucho y cuando está afuera también rezonga. Hay cosas que hacen que uno se sienta obligado a volver. Mis hijos también querían. Volvimos y saqué una conclusión: en un país en donde ha habido un cambio tan grande no se sale de esa situación enseguida.
Por entonces Ida Vitale dirigió la página cultural del semanario Jaque. Enrique fue designado director de la Biblioteca Nacional. Pero antes de que terminara la década del 80 decidieron que debían irse de nuevo.
Se casaron y en 1989 se radicaron en Austin, Texas, donde él se incorporó al equipo de enseñanza del Departamento de Español y Portugués de la universidad. Una ciudad que para muchos es más mexicana que estadounidense.
—¿Por qué decidieron casarse?
—Hacía años que estábamos juntos y antes no habíamos sentido la necesidad. Además, a mí me parecía que era como absurdo pensar que aquello iba a tener… yo pensaba que a él se le iba a acabar la paciencia antes, pero duramos. Éramos muy distintos, pero coincidimos también en muchas cosas. Era más maduro que yo en algunos planos a pesar de la diferencia de edad.
Cuando el 21 de mayo de 2016 Enrique falleció, aquello que había sido un hogar en Austin se volvió un sinsentido.
—¿Cómo fuiste viviendo la pérdida de los integrantes de tu generación?
—Y bueno, de algunos me vengo a enterar mucho después. Eso es más normal, lo anormal es que yo esté viva. Lo curioso es cuando se muere uno de 40 años.
—Lo inexplicable.
—La muerte. Me da un poco de no sé qué. A veces el tiempo pasa y pienso en aquellos compañeros o en gente más joven. Algunos bastante más jóvenes. A mí se me muere gente en Uruguay, en México, en Estados Unidos. Es complicado. La muerte es una cosa a la que uno se va acostumbrando de a poco. De niña me parecía imposible que la gente se muriera y en mi familia hubo muchos muertos. Hay familias más marcadas que otras, no sé. No sé cómo esas cosas se reparten en la vida.
Y un silencio con abrojos.
PRECISA. IMPRESCINDIBLE.
Con el siglo XXI llegaron multitud de reconocimientos. El Honoris Causa de la Universidad de la República en Uruguay, el Bartolomé Hidalgo a la trayectoria, el Octavio Paz de Poesía y Ensayo, el Alfonso Reyes, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Internacional de Poesía Federico García Lorca, el de Literatura en Lenguas Romances de la Feria del Libro de Guadalajara y el Premio Cervantes 2018. Antes hubo, pero no tan famosos.
Ida Vitale se enteró de que se le otorgó el Cervantes, el premio más importante de las letras en español, unas semanas después de cumplir 95 años. “Pensaba que el período de los premios se había cerrado”, comentó, palabras más, palabras menos, en varias entrevistas. El tributo a la tarea de toda una vida. Ochenta años contando cosas. “Pero no pienses/ no procures/ teje”, escribió en “Obligaciones diarias”.
Ida Vitale tuvo entre sus maestros a José Bergamín, uno de los intelectuales españoles de la Generación del 27, exiliado después de la Guerra Civil y que vivió en Uruguay entre 1947 y 1954, y a Juan Ramón Jiménez, quien visitó el Río de la Plata siete años antes de recibir el Nobel de Literatura. Ambos intelectuales coincidieron en el espacio más no en el tiempo en aquel Montevideo que era la Suiza de América. El Uruguay de la Generación del 45 en el que la poeta era todavía una universitaria.
Hay una fotografía icónica en la que están reunidos los numerosos exponentes del grupo. En el centro de la imagen está Juan Ramón Jiménez, que durante su estadía dio dos clases y conferencias, y a su alrededor Zenobia Camprubí (esposa del poeta español), Manuel Claps, María Inés y Zulema Silva Vila, Carlos Maggi, Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Elda Lago, Manuel Flores Mora y por supuesto Ida Vitale. Unos están de pie, otros sentados, alguno aparece agachado.
—Eso fue una reunión en la casa de los Díaz que era en Punta Gorda, cuando Punta Gorda todavía era un poco selvática. Creo que nos sacamos la foto en el frente. Hay otra que estamos en un campo que había por allí. En esa no sé si está Juan Ramón o Bergamín. En ninguna están los dos.
Abril de 2019. Primavera en el hemisferio norte. La poeta llegó a Madrid acompañada de su hija y de sus nietas para recibir el Premio Cervantes y para cumplir en una semana con su agenda maratónica, esa que su hija lleva con esmero y cuidado. Un calendario completo con actividades organizadas y coordinadas con varios meses de antelación de la que participaron la Casa Real, el Ministerio de Cultura y la Dirección General del Libro de España, el Instituto de México en España, la Universidad Alcalá de Henares, la Complutense de Madrid, la Residencia de Estudiantes, el Círculo de Bellas Artes de Madrid, el ayuntamiento de Madrid y el de Juzbado, un pueblo de 300 habitantes en la provincia de Salamanca en el que existe un museo literario al aire libre.
El martes 23 de abril una lluvia fina cayó sobre Alcalá de Henares. En las calles la gente se agolpó para curiosear y aplaudir a los reyes Felipe VI y Letizia. En el Paraninfo de la Universidad les esperaba la homenajeada. El acto es protocolar. Primero se introduce al premiado, luego se explican los argumentos del jurado que lo seleccionó y finalmente se leen los discursos de cierre. Ida Vitale, con una notoria combinación de alegría y nerviosismo, recibió la medalla que materializa el premio y una escultura personalizada de Julio López, saludó a sus majestades y subió a la Cátedra. No todos pueden sortear la veintena de escalones que conducen hasta el lugar en el que los doctorandos leían sus tesis cinco siglos atrás.
La primera mujer en recibir un Cervantes fue la filósofa malagueña María Zambrano en 1988 quien debido a su delicado estado de salud no pudo asistir a la ceremonia. En 2011 el chileno Nicanor Parra tenía 97 y tampoco fue. El agradecimiento lo leyó su nieto Cristóbal Ugarte, de 19 años. La cubana Dulce María Loynaz estuvo presente pero su discurso lo realizó en su nombre el periodista Lisandro Otero. La escritora Ana María Matute tenía 85 en 2010 y se trasladaba en silla de ruedas por lo que cumplió con el protocolo desde el sitio que se le había asignado en el Paraninfo. En 2015 el mexicano Fernando del Paso hizo lo mismo. Ida Vitale no solo subió, también fue espontánea y dijo que prefería abrazar y hablar desde el alma antes que leer. Mencionó las bibliotecas de su vida y al tío Pericles, y habló sobre la poesía y el Quijote, y pidió que se le perdonara la audacia de hablar de Cervantes desde allí.
Ida Vitale, vitalísima.
EN PROSA. EN VERSO.
“Leer y releer una frase,/ una palabra, un rostro,/ sobre todo los rostros,/ y repasar, pesar bien/ lo que callan”.
— ¿Tenés algún inventario de tus libros?
—Ojalá. Eso me ahorraría muchos problemas. Tendría que hacerlo. Obviamente, perate… ¡Ah! —se incorporó de un brinco y se movió ágil hasta la biblioteca—. Está acá, Papeles de recienvenido, el que les dije de Macedonio Fernández. ¡Qué suerte!, mmm, qué curioso. No, este lo compré después. No, este era de Enrique. La edición mía debía ser esta misma.
Inquieta con la idea de perderse entre sus propios libros y no encontrarlos, Ida Vitale hizo huecos en las habitaciones para organizar de a poco su casa nueva en Malvín. Aunque siempre falta algo, no más sea el tiempo para concluir, o quizás sea eso mismo el motor para seguir. Igual que cuando era niña y su tía Débora le pedía limpiar aquella bibliotequita que parecía siempre muy bien desempolvada.
—Tengo un libro que me fascinó desde chica y que leí muchas veces. El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Selma Lagerlöf. Empieza con un niño majadero cuyos padres se van a la iglesia y él se quiere quedar y un gnomo viene y a él se le ocurre pedirle oro y el gnomo aguanta un ratito y al cabo lo castiga y lo convierte en pequeño, lo achica. La familia es tan pobre que solo tienen una pata que da señales de querer volar, él trata de sujetarla y la pata lo arrastra y ahí empieza el viaje. Aparecen personajes y leyendas y de cuando en cuando hay un capítulo muy aburrido con estadísticas y datos de las ciudades y la geográfica sueca. Era un libro para niños de las escuelas suecas. La última vez que acomodé la biblioteca le saqué el forro de aquella época. Sí que tenía mucho polvo. Ya está deshecho el pobre.
Los objetos, el recuerdo. Sobre la cómoda de madera antigua las fotografías.
—No estás en ninguna.
—No, yo me conozco. Esta es Amparo en París, este es uno de mis nietos de chico, el que escucha música clásica, este es el padre de Enrique, se lo tengo que dar a las sobrinas. Aquel es Álvaro Mutis y Carmen y alguno de sus tantos animalitos. A veces me encuentro con cosas que hace tanto... y las veo y digo ¡ah tengo esto acá! Siempre derivamos, siempre derivo.
Hay noches en las que se acuesta a medianoche, otras a las tres de la madrugada. Hay momentos en los que abre los ojos en mitad de un sueño y se le viene a la mente una palabra o algún nombre que quiso recordar durante el día y no pudo. No es noctámbula porque el silencio sea un motor para escribir, a veces permanece despierta ocupadísima con alguna tarea.
Corrige textos, reedita, picotea libros en casa. “Estos los estoy leyendo de nuevo, es inevitable, si estás mirando un libro te dan ganas de leerlo”. Da entrevistas: presenciales, telefónicas, vía internet. Al escribir su nombre en el buscador de Google aparecen en la pantalla millones de resultados en segundos, una cifra que aumentó desde que fue galardonada con el Nobel de las letras hispanas.
— ¿Conservas fotos de tu padre?
—Sí, mi padre era muy aventurero. En la crisis del 29 se fue a Estados Unidos a lo loco porque si en Uruguay había crisis era un reflejo de allí, así que no le fue muy bien. A mí me encantaba sacar fotos también, pero no sé si algún día van a aparecer. Me gustaba sacar fotos en París, en la luz tamizada, como estos días nublados de Montevideo. Me gustaba ser una fotógrafa de inviernos.
La fotógrafa de inviernos. La poeta. Esa que tan bien captó el fotógrafo mexicano León Muñoz Santini cuando la retrató con la mano en el rostro para la portada de Shakespeare Palace. Su mano nudosa y firme. Su herramienta de trabajo.
La obra de una vida. Algunos de sus libros publicados
LA LUZ DE ESTA MEMORIA (1949).
PALABRA DADA (1953).
PAZ POR DOS (1994). DONDE VUELA EL CAMALEÓN (1996).
PROCURA DE LO IMPOSIBLE (1998).
DE PLANTAS Y ANIMALES: ACERCAMIENTOS LITERARIOS (2003).
EL ABC DE BYOBU (2004).
REDUCCIÓN DEL INFINITO (2002).
MELLA Y CRIBA (2010). SOBREVIDA (2016).
SHAKESPEARE PALACE (2018).