La uruguaya Premio Cervantes
Es un libro sobre el goce, la memoria y la capacidad de disfrutar el tiempo que queda.
Es difícil saber cuándo comienza a gestarse un libro. El reciente de poesía de Ida Vitale, Tiempo sin claves, reúne poemas de los últimos años: ocho dedicados al poeta Enrique Fierro, su esposo, fallecido en 2016, y otra serie de poesías posiblemente anteriores y posteriores a esa fecha. Es el libro de “después de los ochenta”. Ya no hay claves, ya no funcionan los códigos que habilitan maneras de estar en el mundo. El sujeto está solo, con su muerte y sus muertos; pero también con su goce, su memoria, y su capacidad de disfrutar de lo que queda.
Ítalo Calvino y más
Cuando tenía ochenta y un años, Vitale publicó El ABC de Byobu, un libro de prosa poética muy distinto a este último, pero imprescindible para entender el tono contenido, preciso, delicado que lo caracteriza. En japonés, “Byobu” remite a un biombo formado por paneles decorados. Es un límite y un objeto bello. El de Vitale es un ser de pertenencia incierta que “sospecha su existir oscuro”: al hablar abre paréntesis y no siempre encuentra la oportunidad de cerrarlos, ama la exactitud y la brevedad, pero “no se sustrae a la deriva” a la hora de hacer un relato, se siente con derecho a distraerse de sí mismo y es capaz de proponerse como aspirante al Ministerio “de conocimientos inútiles”. Piensa que “mientras uno espera algo que no llega, un autobús o el cumplimiento de una esperanza, la demora se hace más tolerable si entre tanto se acepta mirar el mundo”.
El ABC del Byobu puede ser leído como un ejercicio de “levedad”, en el sentido que le diera Italo Calvino (nacido el mismo año que Vitale) al enumerar los rasgos que debía tener la literatura de este siglo XXI. Invitado por la Universidad de Harvard a dar seis conferencias para el año lectivo 1985-1986, muerto antes de partir para EE.UU., Calvino dejó escritas cinco de las “seis propuestas para el próximo milenio”: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad. El autor de El barón rampante, entre otras narraciones estupendas, afirma que la “levedad” define a su trabajo de escritor: “mi operación ha consistido las más de las veces en sustraer peso”. Lejana de la frivolidad, esta es una “levedad del pensar” que se nutre de inteligencia y curiosidad. Tal vez pudiera considerarse que la obra de Vitale comparte todas las características proyectadas por Calvino, pero lo más sensato, en este momento, es ceñirse a las más evidentes: la ya señalada “levedad”, y la “exactitud”, referida al uso de la palabra que persigue las cosas y quiere adecuarse “a su variedad infinita”. Al trasladar esta noción al mundo de Vitale surge la necesidad de especificar el genérico “cosas”. Habría que distinguir plantas, animales, personas, libros, cuadros, palabras, ideas, situaciones, emociones, etc.
En 2003 Vitale publicó De plantas y animales y, tres años después, Léxico de afinidades. La invitación es a conocer y jugar. La prosa de estos libros acepta el caos y lo transforma en un orden proliferante e imprevisible (más allá de la secuencialidad alfabética de Léxico de afinidades). Sumados a El ABC del Byobu, el trabajo con la sensibilidad realizado con la prosa de estos libros tal vez haya hecho posible la gracia y el humor en una obra de despedidas como Tiempo sin claves. Esta confluencia empapa de magia y seducción a la profunda melancolía que está en la base del poemario. La curiosidad y el deseo son un motor que no cesa en esta poesía última, atravesada por interrogaciones sin respuesta. Es nueva la defensa de la lentitud. “Caminar despacio, a ver si, tentado el tiempo, hace lo mismo” dice el poema “Recursos” que abre el libro. La ironía es tan sustancial en este Tiempo sin claves como en sus obras anteriores. La tercera unidad del libro es un fragmento que empieza con la pregunta: “¿Será tan malo vegetar?”
Imágenes del tejido y la memoria
No hay en Tiempo sin claves, que suma pérdidas, regodeo en el sufrimiento. El dolor se dice sin dramatismo, la carencia surge a partir de la enumeración de situaciones concretas: “Ahora el sol tan solo pone sombras/ En mesa sin mesura, a cualquier hora,/ puesta a caer la música, sin eco,/ inútilmente, a la invención le falta/ la sonrisa que me la justifique,/ sin espera del cuento, suave impulso/ que ponía sentidos en tu vida”. El sujeto persiste en la afirmación de su lugar en el mundo, y la duda sigue siendo el camino. Decía el poema “Se elige” de Oidor andante (1960): “Diezmada, desangrada,/ cortada en tantas partes/ como sueños,/ quiero, no obstante,/ esta y no otra manera/ de estar viva”. Y en este Tiempo sin claves confirma la aceptación de su presente y sus circunstancias a pesar de la “merma de prodigios”. Termina el poema “Repaso” con la imagen: “el pobre yo privado de sus bríos/ pero cercano siempre de su llama”.
El lenguaje continúa con su potencia para nombrar y trasmutar la realidad. Las imágenes del tejido y la memoria concurren nuevamente. No son un atributo de la vejez, pues se encuentran desde los primeros libros de Vitale. El poema “Obligaciones diarias” de Cada uno en su noche (1960) convoca las imágenes de las tareas cotidianas y el ovillo que se desvana “interminablemente” “como en las vueltas de otro laberinto”. Dice la última estrofa: “Pero no pienses,/ no procures,/ teje. / De poco vale hacer memoria,/ buscar favor entre los mitos./ Ariadna eres sin rescate/ y sin constelación que te corone”. En este poema el tejido contiene todo el mito. Contada brevemente, la historia de Ariadna (o alguna de sus versiones) dice que entregó a Teseo —encargado de entrar al laberinto y matar al Minotauro— el ovillo que le permitiría salir. Pidió al héroe que se la llevara para evitar las consecuencias de su traición. Teseo lo hace y la abandona. Dioniso se casó luego con ella, la llevó al país de los dioses y le regaló una diadema que se convirtió más tarde en una constelación. Esta Ariadna de “Obligaciones diarias”, con la que se identifica el sujeto de la poesía, es autosuficiente: no precisa de Teseo y Dionisos, fantasmas de una tarea que no necesita recompensa. Así es el acto de escribir. En esta poesía, la palabra es el tejido, el laberinto y la salida. El poema “Elefante de hoy” de Tiempo sin claves comienza: “La memoria su leve tela teje,/ segura de aferrarse a puntos firmes; araña sabia en vientos y en estorbos, avanza aupada en rostros intocables”. El tejido/escritura alcanza a sostener un mundo siempre en riesgo de perderse. Dicen los versos finales del poema que cierra el libro “Sin el nombre del pájaro”: “Qué soledad, como de ser sin alma/ o con más alma de la conveniente./ Alguien un día estará solo, oyendo/ esta misma tristeza y este canto,/ disperso entonces lo hoy entrelazado”. Después de la lectura de este Tiempo sin claves solo queda celebrar que no se apague la “llama” ni el “canto” y continúe el tejido.
TIEMPO SIN CLAVES, de Ida Vitale. Estuario, 2021. Montevideo, 88 págs.