"La invasión rusa es un acto criminal" dice el filósofo alemán Boris Groys

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Boris Groys

Pensar la guerra

Cree que los rusos no están entendiendo su propia cultura, y que la opinión pública mundial se ha vuelto muy pro Estados Unidos. En breve llega su nuevo libro traducido.

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La caída de la Cortina de Hierro visibilizó aspectos del arte contemporáneo ruso que habían conseguido una resonancia clandestina en el resto de Europa en los años de la Unión Soviética. Entre otros, la emergencia de los artistas nucleados bajo el movimiento Sots (un acrónimo por Soviet Pop Art) que se destacaba por su irreverencia ante los postulados del Realismo Socialista. Nacido en Berlín en 1947, Boris Groys se graduó en Filosofía y Matemáticas en la Universidad de Leningrado (San Petersburgo) y fue un intelectual muy activo en ese círculo de artistas disidentes del régimen soviético. Su regreso a Alemania en 1981 fue el inicio de una trayectoria que lo reveló como uno de los pensadores más originales de su generación ocupando posiciones en la filosofía, la crítica y la curaduría de arte occidentales. Su audaz relectura del ready made como insumo de la estética estalinista lo puso en el centro de la nueva teoría del arte con títulos como Volverse Público (2014), traducido al castellano y publicado por la editorial Caja Negra. La indagación de los años soviéticos lo llevó a rescatar una escuela de pensamiento cuyos textos reunió en Cosmismo Ruso (Caja Negra, 2021), donde cuestiones como el posthumanismo y la explotación comercial del espacio fueron advertidas con un siglo de anticipación. Antes de la salida de su nuevo libro, Filosofía del Cuidado, habló con El País Cultural sobre la invasión rusa a Ucrania.

El estalinismo borrado

—Dado que usted es en parte ruso y vivió varios años en la Unión Soviética, ¿cómo percibe esta guerra?
—Más allá de las razones históricas que llevaron a este conflicto, la invasión rusa a Ucrania es un acto criminal de agresión que solo puede ser visto desde ese modo. No hay margen alguno para tener otro punto de vista.

—En su libro Stalin. Obra de arte total usted explicó las vanguardias del Estado comunista, y su expresión en obras a gran escala de la vida cotidiana. ¿Cuánto de aquello sobrevivió al temible dictador y permanece en los años de Putin?
—La Rusia contemporánea es un estado capitalista que encuentra su modelo en un país pre-revolucionario donde se combinan autocracia y capitalismo. No hay que perder de vista que la desestalinización fue puesta en marcha ya en los años 50. Hoy, cualquier asunto relacionado con el modo socialista de vida es rechazado por la ideología oficial.

—Usted formó parte del Movimiento Sots, un sabotaje al Realismo Socialista que suele relacionarse con la mirada que el Pop Art tuvo sobre la sociedad de consumo en occidente. ¿Hay algo así en la Rusia de Putin? ¿Qué piensa del activismo de performers como Pussy Riot?
—No creo que las acciones de Pussy Riot sean especialmente ofensivas sino que la reacción oficial ha sido desproporcionada. Y esto se debe a que las performances fueron hechas en una iglesia en un momento en el que el poder buscaba reestablecer el lugar de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el país. Para la Iglesia también fue una oportunidad para movilizar a los creyentes. Por cierto, está claro que en Occidente la religión cristiana no cuenta con un apoyo masivo semejante por parte del Estado.

Nazis de ayer y hoy

—Desde los primeros días de la invasión, Putin ha estado hablando sobre la “desnazificación” de Ucrania. ¿Qué quiere decir? ¿La palabra ‘nazi’ tiene el mismo significado hoy que en los años 30 y 40?
—Bien, durante la Segunda Guerra Mundial organizaciones nacionalistas ucranianas —en diferentes niveles— colaboraron con los alemanes y en algunos casos atentaron contra el estado soviético. Hoy, el estado de Ucrania está usando los símbolos de estas organizaciones como propios. Eso le da a Putin un blanco fácil. Por otra parte, los nacionalistas rusos hacen notar el hecho de que la bandera rusa contemporánea se parece a la de la organización ROA (Russian Liberation Army) que colaboró con los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces, para esta facción el mismo gobierno de Putin es un régimen de ocupación, colaboracionista, impuesto por Occidente.

—¿Qué opina del presidente ucraniano Zelensky? ¿Es una suerte de Ho Chi Minh posmoderno?
—No creo que se pueda comparar a estas dos figuras. Ho Chi Minh fue un símbolo de la resistencia anti-norteamericana y anti-occidental. Zelensky es un político pro-Estados Unidos. Más aún, la imagen que proyectan en los medios tienen distintas genealogías. El éxito de la imagen de Zelensky prueba que la opinión pública global se ha vuelto más pro-Estados Unidos que hace 50 años.

—Zelensky y muchos de los expulsados por la guerra aseguran estar luchando por los valores de Europa contra lo que no los representa (Rusia). Es como si el problema expuesto en ¿Qué Hacer? (Nikolai Chernyshevsky, 1863) siguiera ahí. ¿Qué es lo que está fallando en la integración de Rusia a Europa, y a la comunidad internacional?
—Rusia se opuso tradicionalmente al Oeste y ha sido vista como una amenaza por Occidente. Este problema se remonta al conflicto en el cristianismo de Oriente y Occidente, ente Bizancio y Roma. Y no debe perderse de vista que Rusia es heredera de Bizancio, y Occidente de Roma. No creo que Rusia se pueda integrar alguna vez a Occidente. Se trata de un territorio enorme con una tradición muy diferente. Eso no quiere decir que no haya que buscar una manera pacífica de co-existencia.

—Los ensayos que usted compiló en el libro Cosmismo Ruso adelantan las tecnologías de la poshumanidad que hoy explora la ciencia. Esa clase de utopía estaba en relación estrecha con la revolución del 17, pero luego fue olvidada. ¿Cómo pueden esas ideas utópicas relacionarse hoy con la idiosincracia rusa?
—En Rusia están redescubriendo muchas tendencias y actitudes de su pasado cultural que fueron olvidadas, sepultadas, por décadas. Creo que es un proceso muy productivo porque es la única manera en la que los rusos van a empezar a entender su propia cultura.

—Semanas atrás, la pintura “Bailarinas rusas” de Edgard Degas fue renombrada como “Bailarinas ucranianas”, solo porque una ciudadana ucraniana encontró los colores de la bandera de Ucrania representados en la obra. Es otro nivel en la cultura de la cancelación, como si Europa quisiera borrar cualquier trazo ruso en su cultura. ¿Está de acuerdo con este tipo de bloqueo artístico?
—Lo veo bien. Es una demostración de la extraña actualidad que poseen los artefactos culturales del pasado. ¿Quién hubiera imaginado que Degas podía ser actualizado de esta forma? ¿Que estas bailarinas podrían tener una nueva vida desde este ángulo? Encuentro el asunto muy productivo.

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