por Alexis Borla
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Es una de las mejores noticias del incipiente ambiente indie en la música uruguaya. Durante los últimos años Jhona Lemole ha desarrollado una prolífica carrera en la cual forjó varias de las melodías que mejor expresan el sentir montevideano. Llega ahora con un nuevo disco, Deforme.
Hijo de la ciudad. Las letras que sonaban inquietas y curiosas en el primer disco de Lemole, Monstruo familiar, construyeron un relato cuando llegó En el bosque, su segunda placa, que perfectamente podría haber sido editada como un disco doble junto al primero. A un ritmo compositivo realmente febril, Jhona Lemole disparó más canciones, con especial énfasis en las texturas cuando editó Amuleto y Adoración, en 2019 y 2020 respectivamente. Su obra tomó forma de tetralogía y permitió conocer el arte de un poeta hijo de la ciudad, con los mismos claroscuros y preguntas que Montevideo engendró. Mares embravecidos, desasosiegos solitarios, lunas compañeras del abandono y la fantasmática de cuerpos que ya no están fueron fetiches con los que Jhona interpeló en canciones laberínticas, que escapan a la gastada estructura de verso-coro-verso.
La carrera solista de Lemole se solidificó con la edición de Celebrar (2021), un disco que corría el riesgo de volverse empalagoso y hasta regodearse en la melancolía, pero que su autor supo conducir para escapar a los lugares comunes. Luego vino Demoledor, ya en formato banda, con quienes editó Folclor, e hizo presentaciones en Buenos Aires. Irreverente, este constante bosquejo musical se impuso sólo frente a Jhona sin que él parezca tener claro si estaba creando música o traduciendo musas, que más que visitarlo directamente lo hacían padecer un síndrome de Estocolmo que lo mantenía constantemente inspirado. El disco fue un vampiro emocional que se alimentó de quien lo escuchó. Sugerentes silencios, letras inquietas e incómodos compases guiaron al oyente a completar los huecos con recuerdos, aromas y humedades.
Deformación programada. Curtido por esta fecunda carrera, Lemole volvió ahora al estudio con un nuevo proyecto: Jhona Lemole y La orquesta Deforme. Esta vez lo acompañaron Micaela Artigas en voces, Santiago Pepe en teclados, el bajo de Paulo Amorín, la batería de Ale Caper, y las guitarras de Federico Ravera y Facundo Bonilla, quienes protegieron a Lemole en su incursión sónica en formato banda y más enchufado que nunca. El disco, Deforme, editado en diversas plataformas digitales, consolida su oficio y ofrece a Lemole desbordando sus propios límites, porque deforme no significa sin forma sino carente de regularidad.
El rodaje de casi 10 años de carrera transformaron a ese cantautor tímido que susurraba poemas encima de melodías mínimas en un completo músico que ahora también hizo sus primeras armas como productor, bajo la atenta tutela de Santiago Peralta (ex ET y los problems, Riki Musso), quien además hizo las mezclas, masterizadas por Juan Stewart (Jaime sin tierra).
Las bienvenidas participaciones de Laura Gutman, Viviana Stagnaro, Selina Tarallo y Olivia hicieron que Deforme sea versátil, fruto de una constelación de talentos resumida en 8 intensas canciones.
“Casa de los horrores” abre la placa, con Lemole atrincherado en un parque de atracciones, que no es otra cosa que un lúgubre y edulcorado espacio consagrado a la evasión del dolor, una auténtica pesadilla. Desde ahí deshilachamos un álbum que transita momentos de perpetua vibración donde la luz por momentos enceguece y “el viento se lleva el humo de la habitación”. Referencias a la vernácula escritora Mariana Enríquez, confesiones intoxicadas que purgan penas, bossa novas con aires a Nick Cave y niveles maníacos de detalle como cuando canta “Veo brillar todos tus premolares” hacen de Deforme un disco impredecible, lleno de destellos inimitables mediante secuencias asociativas lógicas. El impulso que alcanzaron con tracks como “Invencibles” hace pensar en la consagración de un artista hasta ahora subterráneo.
Jhona Lemole y su Orquesta Deforme parecen haber navegado a través de ríos oníricos que le dan un aspecto único a sus composiciones, convirtiéndolas en poemas que exploran sensibilidades y dolores inflamables. Sería imposible que una Inteligencia Artificial arribe a tierras vecinas a las que nos lleva Deforme, porque para llegar ahí primero hay que tener un grado de emotividad y procesamiento afectivo que sólo tecnologías como las lágrimas y las risas pueden desarrollar. La IA de Jhona Lemole no es de Inteligencia Artificial, es de Inteligencia Artística, y parece entender al dedillo cuándo repetirse y cuándo innovar.
Deforme es algo que todos necesitamos que suceda, el disco con el que toda persona con sentimientos tiene que chocarse al menos una vez en su vida. Indócil y con los límites poco definidos, le hace frente a esa torpe cinemática automatizada de movimientos silenciosos y al tanteo que la vida fatua del urbanita on demand amenaza en convertirse. Un aire de protesta trasunta el largo de la lírica del disco, como un reclamo ante la insípida ansiedad que bloquea los silencios y espacios en blanco necesarios para administrar la cantidad de estímulos a la que estamos sobrexpuestos. Tom Waits amaría Deforme porque es un disco compuesto con ética autoral. Existe una conexión moral entre la música que Lemole ha construido durante sus discos anteriores y sus escuchas, vínculo que reside en la práctica de cierto tipo de modestia artística, una intimidad que asume un compromiso con las emociones como espejo de lo que somos pero no dejamos ver: escucharlo hace posible la riqueza de significado antes que la claridad del mismo.
Esta es la ética de Lemole, un músico que no busca ser famoso ni subir fotitos a Instagram. Te lleva a un viaje somnoliento que evoca tus emociones, para descubrirte vulnerable frente a la brutal belleza de lo inesperado. Si su estilo no está más allá de todo tipo de orden establecido, no es un disco de Jhona Lemole. Esa sobredosis de puntos suspensivos permite que escapar de la vida en Modo Avión sea una narrativa que ahora tiene canciones que te acompañan.