El uruguayo en Escocia
Gustavo San Román publica un voluminoso Companion de José Enrique Rodó que faltaba en ámbitos académicos del hemisferio norte. Una obra que la adjudica arielismo, por ejemplo, a José Mujica.
A Companion to José Enrique Rodó del académico uruguayo Gustavo San Román —profesor de la Universidad de St. Andrews, la más antigua de Escocia— es una biografía literaria en inglés del autor de Ariel, y un excelentemente realizado proyecto, que salva con creces el examen cuando se lo juzga de acuerdo con su finalidad principal y declarada: servir de apoyo en el estudio de Rodó a nivel terciario en el mundo de habla inglesa.
El proyecto propone, a lo largo de más de 500 páginas, una revisión general de vida y obra del montevideano, y cumple bien con unas cuantas funciones simultáneas. Primero, brinda una revisión y exposición del conjunto de los temas y problemas clásicos que vertebran la reflexión de Rodó. Segundo, pone en contexto histórico y político esos problemas de modo competente —si bien luego marcaremos algunas observaciones al respecto. En tercer lugar, San Román anuncia que someterá a examen un par de percepciones establecidas sobre Rodó: la supuesta falta de compromiso político del montevideano, y la relevancia de un aspecto religioso en su mirada, el que a menudo se ha dejado a un lado. En cuarto lugar, al concentrarse en los grandes temas del discurso crítico “recibido” sobre Rodó, y reafirmarlos una vez más, muestra —creo que involuntariamente en este caso— cómo seguimos teniendo un Rodó monumentalizado y funcional a cierta visión “consensual” del Uruguay. Un Rodó que traza la continuidad de una visión mainstream sostenida primero por el batllismo y sus continuadores, luego por una zona mayoritaria de la cultura hegemómica local y global.
El libro en general, pues, acumula conclusiones acertadas —si bien raramente arriesgadas—, con carácter de resumen. Este ángulo afecta a todo el trabajo para bien y para mal. Hay una extensa bibliografía primaria y secundaria, y un competente manejo del difícil archivo rodoniano. Pero, al mismo tiempo, se ignoran algunos ángulos valiosos en la aproximación a Rodó, que siguen siendo incómodos para la imagen recibida.
Esta visión sigue intentando resumir al Uruguay bajo etiquetas de “pequeño país culto”, “excepcional en el continente”, “modelo de democracia”, etc. Estas miradas son aún muy del gusto masivo de la tradicionalmente autoelogiosa cultura media uruguaya, y han sido homologadas por cierta mirada externa mantenida en un monótono discurso único global contemporáneo. Pero a esta altura son difíciles de sostener en relación a hechos como el brutal abandono escolar y liceal uruguayo en comparación al resto del continente, el descaecimiento de la cultura letrada y crítica en el país, y la sustitución de una educación generalista y humanista por otra basada en la idea de “aprender a aprender” sin un adecuado componente de evaluación crítica de aprendizajes —eliminando excelencia y jerarquizaciones justificadas—, deconstruyendo y repudiando toda cultura meritocrática, amén de centrarse en la noción de “resolución de problemas”, entendido esto como instrumentalización de la educación y entrega a un especialismo y cientifismo acríticos. Todos movimientos que van en la dirección contraria a la prédica de Rodó.
De modo que, como primera observación de fondo, la estrategia de la obra sintoniza con una evaluación del país que, pese a que sea refrendada de adentro y de afuera, podría resultar hoy demasiado complaciente.
Hay un nuevo conjunto de lecturas sobre Rodó que entra en conflicto con la apropiación de Rodó por continuaciones de aquella visión sesentista, y que no se ven reflejadas adecuadamente en este volumen. Estas nuevas visiones están anticipadas en los últimos ensayos de Real de Azúa, y desplegadas luego en trabajos como el de Susana Draper (“Entre política de estado y crítica cultural: J. E. Rodó después de un siglo”: Latin American Literary Review 34.67 (2006): 50-74) —ignorado en este libro— o el de Helena Costábile (su estudio previo a la reedición de Motivos de Proteo en 2009) —mencionado mínimamente y al pasar, pese a que desarrolla mejor que nadie varias implicancias filosóficas de la obra rodoniana en un lenguaje actualizado—, aparte de los ángulos que surgen de la nueva recuperación de varias figuras y aspectos del '900, con investigaciones renovadas en la primera década del siglo veintiuno. El proyecto de San Román oscila a veces entre una y otra posibilidad de lectura, aunque en general elige descansar en la estructura de temas y problemas consagrada hace ya más de cincuenta años por la visión mainstream —de la que hace un resumen crítico impecable.
Pero, además, si su núcleo principal es el de un trabajo académico de enjundia, sus extremos —su Introducción pero, sobre todo, su capítulo décimo sobre el “Legado” rodoniano— caen en una poco justificada inscripción de ese legado en esquemas políticos contemporáneos, que resultan particularmente empobrecedores. Esa visión, que intenta ver una herencia viva de Rodó en un presente que apenas es capaz de disimular sus gafas ideológicas (panegírico a un supuesto arielismo de José Mujica y los tupamaros), es extraña a una obra de este tipo.
El libro pues, aun dando cuenta como daremos de todas sus virtudes sustanciales, ofrece en sus dos momentos de mayor peso “editorial” —es decir, la introducción y el capítulo sobre “Legado”— una dosis inesperada de ideologización abierta. Estos curiosos extremos inicial y final del libro resultan gratuitos —para decirlo con una cristiana y respetuosa reticencia que el maestro de las juventudes americanas creo que habría aprobado.
Americanismo y Rubén Darío
El volumen, luego de una introducción general donde intenta recabar una posible “actualidad” de Rodó como factor aun actuante en la cultura uruguaya de hoy, está subdividido en diez partes, que prolijamente repasan, siguiendo un orden cronológico, la vida y obra del escritor. El didactismo de Rodó, su afán enaltecedor o elevador de la juventud, su construcción de una conciencia americana, su generosa labor crítica con contemporáneos y antepasados ilustres —contribuyendo a la edificación de un canon intelectual latinoamericano— y, el principal, la defensa de la cultura letrada y la espiritualidad que con ella ha ido siempre enlazada —independientemente de las diversas confesiones religiosas—, surgen con claridad como hilos conductores de la lectura.
Dentro de ese esquema, luego de ubicadas y explicadas las referencias culturales del joven Rodó, el texto presenta un destacable estudio sobre la Revista de Literatura y Ciencias Sociales, construido sobre la base del de Etcheverry de 1950. Para observar en esta zona, digamos que el análisis que San Román propone sobre la relación del ensayista con Rubén Darío comparte cierto sesgo crítico que ha prevalecido en la recepción de Rodó, según el cual Rubén Darío termina quedando bajo influjo del uruguayo en materia de americanismo. Llevada a un extremo, se trata de una lectura de difícil sustento. Las cuatro páginas dedicadas al asunto incurren en un riesgo —la exageración y unilateralización de la noción de influencia, así como subestimar la conciencia continental autónoma de Rubén Darío— que podría haber sido evitado en una obra cautelosa como esta.
Batlle y Ordóñez
El análisis de los complejos vínculos entre la obra de Rodó y la política de su tiempo es tratado especialmente en relación a tres momentos mayores de la obra rodoniana: Ariel, Liberalismo y jacobinismo, y Motivos de Proteo. El asunto —y su tratamiento— debe juzgarse al menos en dos aspectos: en relación a la política uruguaya, y a la política internacional.
En lo que hace a su relación con la política uruguaya, el análisis de San Román es valioso especialmente para el período 1903-1916. Reconstruye de forma documentada el progresivo apartamiento de Rodó de los sectores más “jacobinos” del batllismo, y pone en su justo lugar el coraje intelectual del ensayista en el momento decisivo 1911-1913 en que debió jugar su posición enfrentando a Batlle y Ordóñez.
Acaso el período previo a 1903 habría quedado mejor iluminado si se observase renovadamente el lugar que Rodó ocupó en relación a sus coetáneos del campo intelectual. El volumen se habría beneficiado de una lectura más atenta de las investigaciones publicadas en el siglo XXI sobre varios de ellos, y sobre el ambiente anarquista y socialista de la capital uruguaya. Mientras que San Román casi reduce la relación con los modernistas (Herrera y Reissig, Carreras, Vasseur, Quiroga) a un episodio estético (en relación al adjetivo azul en una carta a Clarín), en estos y otros contemporáneos la figura de Rodó fue resistida desde antes de la publicación de Ariel por razones muy interesantes, expresadas en más de una ocasión —especialmente en correspondencia y en comentarios privados de esos coetáneos. Una revisión de todo ello enriquecería la mirada sobre los años de publicación de Ariel, mostrando que el tipo de latinoamericanismo idealista por el que Rodó abogó fue solamente una de las posibilidades intelectuales de la modernización, en lugar de ser una postura de consenso. Ella solo surgirá como tal postura de consenso después de la muerte de casi todos los actores fundamentales, allá por los años veinte, cuando ese tipo de idealización ya sea funcional a la elaboración de un discurso asimilador bajo un manto emocional.
Algunas de las críticas clásicas a Rodó elaboradas más tarde (Colmo, Lasplaces, Sánchez) tenían sustento en aquellas intuiciones fragmentarias de la misma generación del '900 ya ni positivista ni espiritualista, que representaban un intento de no condicionar el desarrollo material del subcontinente a menúes ideológicos importados —como lo fue el "panlatinismo" que informa el arielismo.
Esto conecta con el segundo aspecto de la “política de Rodó”, que es su conexión con la gran política y diplomacia atlántica del momento. Allí hay que rastrear los orígenes del panlatinismo en la ideología compensatoria adoptada por sectores nacionalistas franceses y catalanes ante la derrota de 1870, conectarlos con otras ideologías nacionalistas —y racistas— del fin del siglo XIX, y mostrar cómo esto fue usado por la política argentina para construir su posición ante las propuestas panamericanistas norteamericanas —con los costos de divisionismo, idealización y desvío de energías que toda ideología de ese tipo conlleva. En este rubro, el análisis de San Román queda corto, siendo que se trata de una clave para comprender qué motivó el discurso arielista en el contexto de la política real del momento.
El “último” Real a que referíamos como fuente pionera es el que está en "Ariel, libro porteño" y en otros ensayos incluidos en Historia visible e historia esotérica, colección publicada en la culminación de la trayectoria crítica de Real de Azúa, en 1975. Si bien ese volumen está citado genéricamente en la bibliografía, juega escaso rol en la estructuración de la mirada de San Román, quien prefiere remitirse a los trabajos de Real de Azúa de 1950, 1967, y a su prólogo a la edición 1965 de El mirador de Próspero.
Ese eje —la conexión entre concepciones muy concretas de la política regional y concepciones muy concretas del rol del escritor, el intelectual y el profesor— han generado aproximaciones recientes que articulan de modo renovado la posición de Rodó y su obra en relación a su época. Esta conexión, que en el trabajo de San Román —al igual que en la crítica recibida de Rodó— tiene un sitio marginal, formando parte de lo que justamente el Uruguay ha ubicado como su propio “punto ciego” en su recepción del '900. El enfoque de San Román elige estabilizar la visión de Rodó y su obra en torno a los ejes que, en cierto modo, la misma obra propuso. Es decir, la crítica de Rodó ha sido estructurada por conceptos del propio Rodó. Si se la estructura sometiendo a crítica esos mismos conceptos, se obtiene un punto de vista privilegiado para notificarse, también, de los puntos ciegos que el propio Rodó tuvo. Es lo que intenta pioneramente hacer Alfredo Colmo ya en ocasión del fallecimiento de Rodó. No es tanto lo que han hecho Luis Alberto Sánchez, ni Fernández Retamar, quienes a fuerza de intentar subvertir a Rodó, siguieron bajo su sombra.
Fernández Retamar probablemente se dio cuenta de la esterilidad de su inversión a última hora, mostrándose más rodoniano que Rodó mismo, pero esa voltereta solo confirma que siempre estuvo bajo la égida conceptual del arielismo, lo mismo que Sánchez. Para salir de él hace falta prestar atención a una reconstrucción de lo que en Rodó no es rodoniano —la realpolitik porteña, de los años '90 del XIX, o el rechazo de plano al tono y las prioridades de Rodó que hicieron figuras cabalmente antisistémicas en el '900.
A COMPANION TO JOSÉ ENRIQUE RODÓ, de Gustavo San Román. Tamesis, 2018. Woodbridge, 510 págs. En inglés.
El autor
Gustavo San Román (Montevideo, 1956) partió a Londres en 1978. Realizó un BA en la Universidad de Nottingham y luego un PhD en la de Cambridge. La literatura uruguaya ha sido su principal menester en la antigua y escocesa Universidad de St. Andrews: Juan Carlos Onetti, José Alonso y Trelles, Delmira Agustini, Cristina Peri Rossi, Horacio Quiroga y Rodó.