Periodismo

La compañía rusa Wagner al desnudo: una investigación sobre los soldados de fortuna de la era TikTok

Dos expertos trabajaron sobre los rastros públicos que va dejando su operación en el mundo, incluso en América Latina

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Miembros del grupo Wagner
Miembros del grupo Wagner durante el motín contra Moscú, Rostov-del-Don, junio de 2023
(AFP/Archivo El País)

por László Erdélyi
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Los condotieros —soldados mercenarios al servicio de las ciudades-estado italianas de la baja Edad Media— fueron famosos por su falta de escrúpulos, su amor por la riqueza, la falta de patriotismo y la facilidad con que cambiaban de bando si dabas con el precio. Su arte, en realidad, era la guerra, auténticos expertos a la hora de matar y sembrar el caos de la forma más cruel. Los uruguayos veneran de forma indirecta a uno, Erasmo de Narni (1370-1443), conocido como Gattamelata, cuya enorme estatua ecuestre luce elegante en el cruce de las muy montevideanas Avenida Italia y Avenida Centenario (en la placa de bronce dice, por pudor, “general veneciano”). No lo veneran a él sino al artista que lo diseñó, ya que es una obra de Donatello —una escultura muy lograda— cuyo original se encuentra en la ciudad de Padua.

Hoy los mercenarios vuelven a tener protagonismo. Tras la invasión del 2022 a Ucrania en el bando ruso apareció el Grupo Wagner —mercenarios o paramilitares al servicio del Estado. Días atrás, y como parte de la nueva normalidad, Erik Prince, fundador de la compañía norteamericana Blackwater, hoy llamada Academi y considerada la mayor del mundo en venta de seguridad, ofreció públicamente sus servicios para derrocar a Nicolás Maduro en Venezuela a un costo de mil millones de dólares. Si alguien lo paga, ejecutan la tarea y entregan el pedido sin rendir cuentas, porque en su universo no hay Convención de Ginebra ni tratados que los obliguen.

Son ejércitos privados de soldados pero también de hackers informáticos y granjas de trolls, porque hoy la guerra no solo es la mugre de las trincheras y el olor a carne humana quemada sino también el mundo de TikTok, Twitter y Facebook con sus influencers, sus mentiras y tácticas para sembrar el caos. En el caso ruso, de dónde sale el dinero que los financia es algo que la investigadora Lou Osborn y el periodista Dimitri Zufferey han abordado en el libro Los señores de la guerra, Qué es Wagner y cómo actúa el aparato paramilitar ruso.

Todos los ojos. Investigar este universo violento y secreto tiene sus bemoles. Osborn y Zufferey explican, de entrada, que se nutren de fuentes públicas, es decir, del rastro que van dejando estas compañías al pagar impuestos, sus registros de propiedad, los nombres que se reiteran, la ruta solicitada de un avión de carga, el lugar donde se tomó una selfie o la mención de un sitio en un blog. También la fuga de datos, las llamadas Wagner Leaks; un día recibieron de forma anónima el listado de ocho mil nombres de combatientes que estaban actuando en África y Siria, con su nacionalidad y organización de origen (la mayoría rusos). Son datos que deben ser cruzados con otros para ser verificados. Son indicios que siempre dejan a las puertas de algo grande, oscuro, donde los rastros suelen perderse, o no. Hay colectivos de periodistas e investigadores que vienen trabajando sobre los crímenes de guerra de Wagner desde hace años, como All Eyes on Wagner (Todos los ojos sobre Wagner), porque lo que ofrece el universo digital es gigantesco. La propia universidad californiana de Berkeley ha publicado un protocolo para lidiar con la OSINT, la Open Source Intelligence (inteligencia de origen pública). Este protocolo de investigación para periodistas e investigadores se llama Berkeley Protocol on Digital Open Sources Investigations. Es el camino que siguen para comprender “la nebulosa Wagner”, como la llaman los autores.

A pesar de lo fragmentario, el libro Los señores de la guerra logra armar un relato, y ese relato pone al lector frente a una realidad terrorífica. A alguien no habituado a leer sobre estos temas le puede provocar paranoia, porque ese mundo secreto y oscuro parece invadirlo todo, las redes, las cuentas privadas, lo más íntimo, incluso en América Latina. No le parecerá descabellado imaginar, por ejemplo, a un par de aviones de carga Antonov aterrizando en el Aeropuerto de Carrasco con 500 mercenarios y un par de blindados para provocar un desastre en nuestro pequeño, pacífico y bello país. Pero no, Uruguay carece de atractivos para estas compañías porque buscan países políticamente inestables, con instituciones débiles y vastos recursos minerales y energéticos para explotar y vender. Es lo que está haciendo Wagner en África en países como la República Centroafricana, Malí o Sudán. La pérdida de influencia de las antiguas potencias coloniales, sobre todo Francia, trajo inestabilidad que fue aprovechada por los rusos para vender seguridad y extraer recursos. Si África soñaba con un mundo poscolonial libre y autodeterminado, algunos eligieron un socio con otras ambiciones. Y siempre con muchísimo dinero en juego. En Venezuela el libro aporta unos pocos datos sobre la presencia de Wagner sosteniendo a Maduro, ya que el régimen venezolano le debe a Putin 13 mil millones de dólares.

Cayó el avión. En junio de 2023 los mercenarios de Wagner se amotinaron y marcharon, con tanques y todo, contra Moscú. La cara visible de esta revuelta fue Yevgueni Prigozhin, líder y fundador de Wagner, un individuo conocido por su audacia y crueldad que vociferaba ¡traición! en redes, ya que sus hombres estaban siendo masacrados por el ejército ucraniano. El motín se desactivó, los mercenarios volvieron a sus bases, y una semana más tarde Putin recibió a Prigozhin. Todo pareció volver a la normalidad. Pero en Rusia la traición se paga. El 23 de agosto, dos meses después, un avión privado propiedad de Prigozhin se estrelló entre Moscú y San Petersburgo. El Kremlin anunció rápido que allí viajaban Prigozhin y sus socios principales. El asunto parece turbio, pero en los hechos Putin recuperó el control de la que quizá fue la peor de las pesadillas.

Una pesadilla que el Ministerio de Defensa ruso y el FSB, el Servicio Federal de Seguridad, ya habían advertido. Por definición, una tropa mercenaria está integrada por extranjeros que van a actuar en otro territorio, no en el propio país que los contrata. Wagner terminó operando en Ucrania (ya habían intervenido en la invasión de Crimea del 2014, y luego los mandaron a Siria). Era una situación peligrosa; los críticos entendían que podían convertirse en “decenas de miles de Rambos incontrolables (que) utilicen armas contra el gobierno”. Y sucedió. Pero eran necesarios para los planes de expansión de Putin. El líder ruso, definido como “un experto en el control narrativo de la ideología”, podía encargar a privados la defensa de los intereses nacionales en diferentes regiones del mundo minimizando los efectos negativos. Entre otros, que los caídos no vuelvan en ataúdes como ocurrió en las guerras de Afganistán o Chechenia.

El libro Los señores de la guerra describe las actividades de Wagner a lo largo de más de una década. Es “un vasto proyecto de enriquecimiento de los miembros del sistema gracias a la corrupción endémica de Rusia en el reparto del mercado y el negocio de las contrataciones públicas”. La biografía del propio Prigozhin, un emprendedor, es ilustrativa de sus vínculos con la elite rusa desde que estuvo en prisión por robo hasta poseer los restaurantes más caros y exclusivos de San Petersburgo donde recibía a Putin, para obtener luego los contratos más fabulosos. En 2015 le cobró al Estado ruso 850 millones de euros. “La vida de Prigozhin es un cuento con personajes de Rabelais: ladrón, preso, comerciante, comisionista del zar, traidor”.

Los sueldos de los mercenarios han variado a lo largo de los años. En la primera guerra de Ucrania (2014) los soldados contratados podían recibir entre 1.400 y 3.100 euros por mes. Si entraban en combate con el ejército ucraniano, ganaban un bono extra de 1.050 por semana. Podían llegar a ganar hasta 7.000 euros al mes. Los separatistas ucranianos que combatían junto a ellos apenas ganaban 260 euros por mes. El libro aporta a lo largo diferentes capítulos las cifras salariales de los contratados para África, Siria, y también para la actual guerra en Ucrania.

Pero la verdadera fuerza de Wagner, aclaran los autores, no está en los campos de batalla, sino en Internet, porque es “capaz de hacer que la gente cambie de opinión e influir en los acontecimientos”. Una vasta red de hackers, granjas de trolls e influencers asalariados, tuvieron un papel decisivo hace años en la preparación de la opinión pública rusa para lo que se venía, también atacando a opositores y a la prensa. E interviniendo en otros países, como ocurrió en las elecciones de Estados Unidos, creando divisiones de opinión. Hoy lo siguen haciendo. “Las granjas de trolls fueron sancionadas 814 veces por (Google) durante 2022 por el ‘uso coordinado e inauténtico’ —la definición de operaciones de influencia en línea— de los productos de Google. En YouTube y en algunos blogs, las granjas de trolls de Prigozhin trabajan para hacer creer a los rusos que Ucrania es nazi”. La nebulosa incluye medios de prensa, radios, agencias de noticias, y hasta productoras de cine (la Wagner Cinematic Universe, WCU, de similar sonoridad al Marvel Cinematic Universe) con rodajes caros que imitan al cine de acción de Hollywood. Cuando cayó el avión de Prigozhin, esos influencers y las granjas de trolls callaron. O fueron silenciados por los servicios de seguridad. Los autores describen al detalle estos momentos de incertidumbre. A las 24 horas volvieron a funcionar “como si nada hubiera pasado”, y a los meses “la máquina de influencia vuelve a ponerse en marcha”. La “reorganización” de la nebulosa sigue. La cuenta de Twitter @alleyesonwagner ofrece información actualizada sobre quién estaría hoy a cargo.

Arte y guerra. La belleza de la escultura de Donatello en Montevideo es paradójica: un mercenario, Gattamelata, es elevado a la inmortalidad por un excelso maestro renacentista. El artista Buck Ellison (San Francisco, 1987) también exploró esas paradojas en la Bienal del Whitney Museum del 2022. Presentó fotografías gigantes que recrean de forma imaginaria la vida íntima de Erik Prince tal como debía aparecer en su rancho de Wyoming en 2003, el año en que Blackwater recibió sus primeros contratos en Estados Unidos para participar en las guerras de Iraq y Afganistán. Ellison escenifica todas las fotografías, contrata actores e investiga sus lugares de filmación. “Erik Prince”, dijo Ellison, “a menudo es presentado en los medios como un criminal de guerra, como una figura política que actúa desde las sombras, como un monstruo”, en especial después de la masacre de 17 civiles iraquíes en 2007 por Blackwater en la plaza Nisour de Bagdad. En las fotos de Ellison, Prince aparece relajado, afable, solo le falta acariciar un pequeño gatito.
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Al sacar al monstruo de su contexto, ese donde lucen traje de ejecutivo o de fajina, e instalarlo en una normalidad cotidiana, doméstica, familiar, expone su artificialidad y su heroísmo de cartón. El mismo mundo de Prigozhin antes de caer al vacío.
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LOS SEÑORES DE LA GUERRA, de Lou Osborn y Dimitri Zufferey. Altamarea, 2024. España, 362 págs. Trad. de Antón de Blas Martínez.
 

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Lou Osborn
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Dimitri Zufferey

Un mundo cruel
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“El precio a pagar si decides abandonar Wagner es el de una muerte violenta a golpes de maza. El sábado 12 de noviembre de 2022 por la mañana, entre el café y los croissants, descubrimos el video de la ejecución de Yevgueni Nujin, un ex recluso de cincuenta y cinco años, con la cabeza apoyada en una piedra. Además de la imagen del aventurero, del soldado inspirado o de la franca camaradería, la marca Wagner es también la imagen de la barbarie”.
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(tomado de Los señores de la guerra)

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