Una ventana al agujero negro
El nuevo libro de Philippe Sands, que sigue al notable Calle Este-Oeste, pone el foco en la vida y el escape del criminal nazi Otto Wachter, y en su mujer Charlotte. Se titula Ruta de escape.
Es una historia de amor nazi entre Otto Wächter y su esposa Charlotte, pero no una común y corriente, al margen de las grandes circunstancias históricas. Otto fue un alto mando de las SS durante el Tercer Reich, gobernador de Cracovia con un rol destacado en la masiva deportación y asesinato de judíos en Polonia, hombre de confianza de Himmler, del gobernador general Hans Frank, y muy cercano a una promoción de nazis tremendos como Reinhard Heydrich, Kaltenbrunner o Seyss-Inquart. Un hombre que en la posguerra fue cazado como criminal y que logró escapar con el decisivo apoyo de Charlotte. Tuvo cierta notoriedad pública; luego quedó en el olvido.
Décadas más tarde el abogado y profesor británico Philippe Sands inició una investigación sobre la suerte de la familia de su abuelo, asesinada en Polonia, que derivaría en un libro complejo y brillante, Calle Este-Oeste (Anagrama), muy celebrado. Es una crónica, una indagación y también una novela sobre esos crímenes, como también sobre los juicios de Núremberg.
Durante la indagación reapareció el olvidado Otto Wächter. Era el responsable del asesinato de la familia del abuelo. Luego de publicar Calle Este-Oeste se centró en él y en su esposa Charlotte. La historia ahora llega con el título Ruta de escape.
El poder
Este nuevo libro se apoya en las cartas que Otto y Charlotte cruzaron durante años. Sands las edita y transcribe con pasión procesal buscando fundamentar la prueba, tal como lo hizo Edgardo Ettlin en su reciente libro sobre el presidente Juan Idiarte Borda (Sands y Ettlin son hombres provenientes del derecho). Charlotte y Otto aparecen entonces con voz propia, y crecen en el relato con todas las fisuras y trampas que impone la memoria, algo que Sands logra conjurar de forma magistral, pese a que Charlotte eliminó cartas y documentos comprometedores, y muchas contienen datos en clave, sobre todo de la época de posguerra, cuando la vigilaban.
No es una memoria cualquiera, sino una de amor sincero en el marco del amor que ambos poseían por la causa nazi, devoción que mantuvieron inquebrantable hasta la muerte años después de la guerra (él en 1949, ella en 1985). Eso es lo perturbador: son demasiado humanos para ser nazis. El investigador contó con el apoyo de uno de los hijos de Wächter, Horst Wächter, quien tras muchas idas y vueltas puso a su disposición el archivo de su madre. Horst fue un compañero de ruta curioso en la investigación, ya que el hijo insiste en exculpar al padre considerándolo un “nazi bueno”. Como contracara aparece el hijo de Hans Frank, Niklas, con un cable a tierra.
Las cartas revelan un mundo. Desde las primeras cuando se conocen, luego el largo noviazgo, la espera de Charlotte por una propuesta de casamiento que llegó tarde, la de ella como una máquina de parir y criar niños, como también de ejecutar abortos, las infidelidades de su esposo y las de la propia Charlotte, y la alegría maníaca que significó para ambos la invasión de Austria por parte de Hitler (el Anschluss, 1938), que los entronó como austríacos en una clase gobernante poderosa, soberbia y racista, luego tan asesina como ladrona. También están las internas de las SS, o entre las SS y el gobierno alemán civil de las zonas ocupadas, la constante búsqueda del favor de Hitler, el líder amado, y luego el apoyo de Himmler hasta el final de la guerra, porque si bien Otto no parecía demasiado brillante, sí era capaz de liderar y desplegar habilidades logísticas poco comunes, con esa racionalidad nazi que hizo posible la muerte industrializada en los campos de exterminio.
La que sorprende es Charlotte por su tenacidad y fanatismo, sus constantes apreciaciones antisemitas, sus declaraciones de amor por lo ario, lo puro (que incluían a Otto, claro), como también su rapacidad en el saqueo, porque cada nuevo puesto de su marido implicaba una mudanza y una nueva mansión confiscada a opositores o judíos (no siempre conseguían la mejor joya de la comarca, había nazis más poderosos). O la descripción en el libro de un “paseo” de Charlotte por un museo en Polonia para “tomar” piezas valiosas, cuadros, etc., que los camaradas de Otto recogían para alarma de los curadores. También están los detalles del manejo del personal doméstico, la crianza de los niños en manos de nanas o institutrices, en fin, el falso esplendor de la vida aristocrática de un Reich que quiso ser milenario. En ese sentido es escalofriante el registro que hace de los Wächter el italiano Curzio Malaparte en su libro Kaputt, tras conocerlos en una cena.
Roma
Tras el final de la guerra el relato cobra un renovado vigor, porque el poderoso nazi pasa a ser un fugitivo que vive en las alturas de los Alpes, cazado como criminal por polacos, judíos, soviéticos, norteamericanos e ingleses. No duerme dos veces en un mismo lugar, tiene compañeros de ruta (otros ex SS o simpatizantes de la causa), y que cuenta con Charlotte. Si bien ella está vigilada por la inteligencia norteamericana (el CIC), se las apaña para burlarlos y encontrarse con su esposo en las montañas cada dos o tres semanas, durante tres años. Todo está en las cartas: la ropa que va precisando, el calzado que se gasta y hay que reponer, los alimentos. Si él es tenaz para sobrevivir, ella lo es para no fallar a las coordenadas de cada siguiente encuentro, a esas fugaces noches de amor. Era gente que no dudaba.
Luego Roma y la red de apoyos nazis o fascistas que ayudaba a los criminales a huir hacia Argentina, Siria u otros destinos. Está la vida austera de Otto en una pieza calurosa y mugrienta de un convento, también el obispo católico Alois Hudal, figura clave en la asistencia a los grandes criminales nazis que escaparon vía Roma, y que acompañó a Otto en su lecho de muerte. En Roma había demasiados refugiados, criminales, espías, ex espías, y secretos. Sands logra revelar, con paciencia de peregrino y tenacidad de buen investigador, los detalles y nombres de cada uno de los contactos de Otto.
La red romana que Ruta de escape expone provoca escalofríos y es, en sí, otra caja de sorpresas. Muchos de estos criminales nunca fueron capturados, o terminaron colaborando con servicios de inteligencia occidentales. Por ejemplo Walter Rauff, oficial de las SS que fuera jefe de la policía secreta en Italia (de 1943 a 1945), que escapó a Siria, luego a Chile y terminó colaborando de forma estrecha con Augusto Pinochet. A nadie debería sorprender que en breve se sume un tercer libro de Sands.
Ruta de escape tiene, a su vez, un efecto curioso. El lector, tras finalizar, comentará la conmoción que le ha provocado. Es probable que se lo cuente a sus hijos, nietos, o a otros desprevenidos, y que éstos lo miren con cara de “¡ufff, otra vez con los nazis!”, mientras vuelven a sus rutinas de influencers y youtubers. ¿Acaso la generación de Sands y sus lectores será la última que guarde la memoria?
O quizá sí, hay esperanza. No hace mucho la hija de Horst, Magdalena, escribió en su perfil de redes sociales: “Mi abuelo fue un genocida”.
RUTA DE ESCAPE, de Philippe Sands. Anagrama, 2021. Barcelona, 554 págs.