Política antigua, política de hoy

La decadencia y caída de Roma como retórica vigente, todavía usada por políticos como Trump o Bukele

El historiador Edward J. Watts vuelve al ruedo con otro libro que compara la política del antiguo imperio romano con ciertos abusos actuales

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"La destrucción del imperio", por Thomas Cole (1836)

por László Erdélyi
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“Si cayó Roma, por qué no habría de caer...” es una frase habitual de café entre amigos. Invocar la decadencia y caída del Imperio Romano, aquel poderoso Estado que no tuvo igual, es un relato recurrente que describe una crisis terminal, quizá increíble para muchos. Porque Roma debía ser eterna.
El peligro aparece cuando ese relato sale del café y es invocado por personas con poder. Puede ser una retórica de consecuencias nefastas. Edward J, Watts, profesor de Historia en la Universidad de California, San Diego, cree que las retóricas sobre el Imperio romano llegan con mucha vigencia hasta nuestros días, y son utilizadas por cierta política populista.

Watts ya utilizó ese pasado político romano para explicar el presente en un libro anterior, cuando vio cómo los partidarios de Donald Trump intentaron tomar de forma violenta el Capitolio en Washington D.C. el 6 de enero de 2021 para destruir la democracia norteamericana. Igualó esa crisis con la lenta destrucción de la república romana que finalizó en el año 44 a.C. con el asesinato de César. El libro se tituló República mortal, Cómo cayo Roma en la tiranía.

Ya en plena pandemia y tratando de entender este mundo incierto que se abría, Watts vio cómo revivían las retóricas de la decadencia de Roma. En charlas casuales con colegas apareció cierta inquietud porque algunos miembros de la extrema derecha de Estados Unidos, como también blancos supremacistas preocupados por la supuesta “decadencia” de la América blanca, trataban de justificar los ataques a la inmigración del siglo XX amparados en hechos ocurridos en el Imperio Romano de los siglos IV y V. Otra vez “la retórica de la decadencia romana, la promesa de la renovación, y la identificación de los culpables” explica Watts. Entonces volvió a escribir. Ahora llega otro libro, La decadencia y caída de Roma, La clave para entender el mundo de hoy, en buena traducción de Jesús Cuéllar.

César sabía. Esta retórica es utilizada por políticos más o menos escrupulosos, como también por dictadores y tiranos de izquierda, derecha o el signo de conveniencia. La idea es identificar a “otros” como culpables del declive e iniciar así una restauración, rescatando viejos valores. Lo hizo Trump en su discurso inaugural del 2017 con tono apocalíptico. Lo hace Bukele, instigado por el inefable Tucker Carlson, en una entrevista en YouTube.

Watts cuenta en este magnífico libro, escrito con lenguaje sencillo, cómo la retórica de la decadencia nació en la propia Roma, y cómo fue utilizada por líderes y emperadores a lo largo de muchos siglos, desde la república que terminó matando a César hasta la caída de Constantinopla, año 1493, considerada el final de Roma.

El propio Julio César creía que la república estaba decayendo porque Roma ya no se basaba en la ley, sino en la violencia (esa eterna enemiga de la república, en cualquier época). Cicerón comprobó cómo ya no se protegía a los ciudadanos ni se controlaba a los violentos. El caldo perfecto.

Watts lo analiza siglo a siglo. Identifica a los romanos inescrupulosos con citas de sus discursos, y describe el contexto en el cual lanzaron esas retóricas de la decadencia. También el saldo de división y muerte que provocaron, algo que siempre se ocultó. Claro, era “inapropiado” hablar de muertos, mujeres violadas, niños asesinados y pueblos enteros esclavizados tras tantos hechos “heroicos”; la gloria no lo permita. En su meta por conquistar o mantener el poder, sea por avidez o avaricia, todo era válido. Eso fue Roma, muchas, muchísimas veces.

Lo fue Augusto, el primer emperador, tan visionario y hábil político para administrar la codicia de otros, como también un líder despiadado. Los cuatro emperadores siguientes (Tiberio, Claudio, Calígula y Nerón) trajeron estabilidad. Ninguno, hasta la muerte de Nerón, apeló a la retórica de la decadencia y la renovación. Luego Trajano hizo uso de ella para zafar de una época de inestabilidad, corrupción y violencia, una donde la delación se consideraba un acto heroico.

Más tarde aparecen cinco buenos emperadores “sabios y piadosos”, entre ellos Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio. Pero, “lo bueno entonces era ser emperador. Para casi cualquiera que no lo fuese era una época bastante mala”. Ni que hablar de los esclavos, las mujeres, o los judíos, sometidos a sangre y fuego en dos revueltas. Ésta es la virtud del libro de Watts, pues deja en evidencia que la retórica es sólo eso, retórica, carece de humanidad, de rostro humano. Oculta el sufrimiento que provoca.

Otro aspecto que hace atractiva la lectura es que Watts recorre toda la historia del Imperio sabiendo, como se sabe con el diario del lunes, que un buen día cayó de forma shakespeariana. Con hitos clave, por ejemplo cuando Roma se hizo cristiana sin abandonar esta retórica de la decadencia, aunque con un cambio importante pues ya no se hablaba de restauración sino de un nuevo orden social. Uno cristiano, mejor que el anterior, pero para algunos, no para todos. Sucedió con esa lección divina que es La ciudad de Dios de San Agustín (426 d.C.), de una poderosa e innovadora retórica, que fue puesta a prueba ante el asedio de godos y vándalos, ya que el imperio se estaba achicando y muchos morían de la forma más atroz. Algunos obispos huyeron; otros se quedaron junto a su pueblo y sufrieron. San Agustín entendió que los cristianos de buena fe no debían temer a la muerte. Escribe en una carta que “más temible es... que la pureza de la fe perezca que las violaciones de mujeres”.

La peste. Describir la decadencia para luego restaurar es una retórica política que tiene vigencia hasta hoy, “y no es menos peligrosa”, advierte Watts. Puede utilizarse para dividir y traer más violencia sembrando la discordia, culpando a alguien, recriminando y asesinando. Pero siempre está la opción que tomó el emperador Marco Aurelio, la de fomentar la cohesión y la colaboración para resolver los graves desafíos que se les presentaban. Por ejemplo la de aquella espantosa peste de viruela que los azotó, devastadora, ya que murió el 10% de la población del Imperio. Pudo haber sido muchísimo peor si la buena política, la que construye comunidad en paz, sin retóricas artificiales, no hubiese prevalecido.

LA DECADENCIA Y CAÍDA DE ROMA, de Edward J. Watts. Galaxia Gutenberg, 2023. Barcelona, 382 págs.

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Edward J. Watts

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