Poéticas de Milán

La eterna pregunta, ¿hay libertad sin conciencia crítica?

Una pregunta para este tiempo desmoralizador.

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Eduardo Milán
Eduardo Milán
(foto Leonardo Mainé - Archivo El País)

por Eduardo Milán
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Parece que pedir conciencia crítica resulta un deber ser o una imposición de una moral extraña. Este es un tiempo desmoralizador. Pero esa palabra tiene algo de desmoronamiento. Es una palabra perfecta para calificar lo que le pasa a alguien que se protege en su propia petrificación luego de ejercer el poder de petrificación sobre todos los demás. Un búnker se deshilvana entre los dedos, el búnker de uno mismo. Una cosa es bancar el envejecimiento y la degradación del cuerpo —que no es un acto desmoralizante ni un desmoronamiento. Otra pagar un deber ser como deuda por ser lo que uno es. En los años sesenta en Uruguay era difícil decir que uno escribía poesía. Pero era casi imposible decir “Soy poeta”, contestando algún tipo de pregunta fácil, de esas obligadas, del tipo de “¿y vos qué hacés?”. Nadie pregunta en el Concurso del Ser “¿y vos qué sos?”. El ser se traduce en el hacer como un pragmatismo derivado y encadenado: la pregunta “¿Y vos qué hacés” no termina con la respuesta verdadera o falseada de lo que uno hace. El “¿y vos qué ha-cés” es una suspensión que termina en una dilatación más alejada del punto del hacer que es “Qué hacés para la sociedad” o “para tus semejantes”. A este predicado intenta escapar el arte, muy especialmente la poesía moderna: Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé. Baudelaire en su ruptura obvia: basta ver su obra de 1848 Las flores del mal. “Hipó-crita lector-mi semejante-mi hermano”, dice al terminar el “Umbral” de Las flores del mal, en un verso-frase de los más discutidos de la historia. Porque ¿quién si no es un flâneur o un bohemio o un paseante puede leer que no sea un burgués, ese posicionado tan admirado por Marx? Rimbaud es contundente: “Hay que ser absolutamente moderno” (1871). Y el moderno es entregarse a lo nuevo, a lo que sobrevendrá. No hay nada que pagar: la modernidad no pide pago, pide entrega. Y Mallarmé en el prefacio a Un golpe de dados (1887), con un cierto pudor que es una radical certeza dice que ese poema es “nada o casi un arte”. Pero el arte que inaugura más allá de la forma y más allá del abate Brémont que patentó la idea es un artepurismo o arte por el arte, expresión máxima de libertad —aunque se lleve por delante la conciencia crítica. Y ahora la pregunta: ¿hay libertad sin conciencia crítica?

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