Rosario Peyrou
EL 2006 FUE un año duro para la literatura uruguaya. Se fueron varias figuras que habían ocupado la primera línea en el panorama cultural de la segunda mitad del siglo XX: en julio murió el escritor, crítico y notable profesor que fue José Pedro Díaz, en setiembre Ruben Cotelo, uno de los mejores críticos de su generación, y el 31 de diciembre, silenciosa como vivió, se fue Mercedes Rein. De ascendencia alemana, Mercedes había nacido en 1931, y dedicó su vida entera a la creación intelectual, con una versatilidad poco frecuente. Fue ensayista, narradora, dramaturga, traductora, y una figura central para el teatro independiente uruguayo. Era, antes que nada, una intelectual, una mujer inteligente y lúcida, de enorme sensibilidad, escondida tras una timidez que la mantuvo siempre algo alejada del ruido del ambiente. Su casa de la calle Cavia, llena de libros, era su ambiente natural. Allí -y tal vez también en su refugio de La Pedrera donde pasaba los veranos- trabajó en sus traducciones, críticas, novelas y cuentos, admirables por lo sostenido de su calidad.
Revisar su trayectoria implica sorprenderse por el amplio espectro de sus trabajos. Tenía una formación alemana, no sólo por el origen de su familia (su abuelo paterno era alemán, su padre, nacido en Montevideo, pasó su infancia en ese país europeo) sino porque parte de su educación la hizo en el Deutsche Schule, y en 1955 -ya estudiante de literatura en el Instituto de Profesores Artigas- consiguió una beca de un año en Hamburgo, lo que por cierto marcaría luego su carrera. Según ella misma le contó a Pablo Rocca en 1993 (ver Brecha No. 393) fue a raíz de esa experiencia que Carlos Real de Azúa, que era su profesor en el IPA, la invitó a escribir en Marcha un panorama sobre la literatura alemana contemporánea. Ese fue el inicio de una tarea crítica que, con interrupciones, desempeñó durante largos años y que originó libros como Julio Cortázar, el escritor y sus máscaras (1969), Nicanor Parra y la antipoesía (1979), Cortázar y Carpentier (1974), y una serie de trabajos sobre Antonio Machado, Florencio Sánchez, César Vallejo o Molière, entre muchos otros. Como crítica fue lúcida, abarcativa y finísima, en esa combinación de inteligencia poderosa y delicadeza que fue su marca de fábrica también en la vida.
EN EL TEATRO. Aquella beca estuvo además en el origen de su vinculación con el teatro independiente. Según le contó a Rocca, Mercedes hacía en Marcha algunas traducciones que ilustraban sus notas sobre literatura alemana. Por eso Ugo Ulive, compañero suyo del IPA y miembro de El Galpón, la invitó a hacer la adaptación de El Círculo de tiza caucasiano de Bertolt Brecht. Allí, en El Galpón, conoció a Atahualpa del Cioppo y a Jorge Curi, con quien iniciaría una colaboración y una amistad entrañable que duraría toda la vida. La calidad de sus traducciones la convirtió en una firma obligada cuando se trataba de obras en alemán. Suyas son las versiones de casi todo el Brecht que fue estrenado en Uruguay, y además tradujo a Dürrenmatt, a Schiller, a Max Frisch, a Goethe.
Pero el teatro independiente, con el entusiasmo que caracterizó al movimiento en aquellos años, la sedujo y la comprometió más allá de la tarea de traductora. Mercedes escribió teatro para niños, adaptó obras como Operación masacre de Rodolfo Walsh, y con Jorge Curi fue responsable de algunos de los mayores éxitos del teatro uruguayo. Nadie que la haya visto olvidará el impacto que produjo El herrero y la muerte (estrenada en 1981 en el Circular), que se convirtió, gracias a la sabia mano con que Curi y Rein refundieron a Tomás Carrasquilla y Ricardo Güiraldes, en un símbolo de la resistencia contra la opresión. Cuando el gaucho Miseria se enfrentaba con la muerte, la vencía, la dejaba en ridículo, y le recordaba al espectador que no hay tiempos malos que no terminen por acabarse, el espectador sabía que también se estaba aludiendo a la dictadura, que empezaba el ciclo de su final. Después vendría Entre gallos y mediasnoches, en el Galpón, refundiendo textos de Francisco Espínola. Y ya sola, Juana de Asbaje, sobre Juana Inés de la Cruz, para la Comedia Nacional, una obra de creación propia que dirigió Curi. Su Juana era también un grito contra la opresión, una reivindicación del coraje de esa mujer que se animó a la libertad. Porque Mercedes fue, como su generación, una artista tensionada en dos direcciones: entre el arte y la vida, entre el compromiso con la ética y la lealtad a la imaginación, dilema que ella analizó en su estupendo libro sobre Cortázar, y que resolvió en su propia obra aplicando a su trabajo el máximo de rigor y de libertad, sin que esa libertad fuera una evasión del mundo en que le tocó vivir.
En 1976 la dictadura la destituyó de sus cargos como profesora de Secundaria y asistente de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades. Antes, en 1974, había tenido que vivir el absurdo episodio del concurso de cuentos de Marcha. Recién salida del sanatorio y convaleciente de una enfermedad que la había dejado pesando 45 quilos, Mercedes integró con Jorge Ruffinelli y Juan Carlos Onetti el jurado de ese concurso, que ganó "El guardaespaldas" de Nelson Marra. Varios meses después, en febrero de 1974, el cuento ganador se publicó en Marcha, en los apuros de un cierre, sin que ni Quijano ni Alfaro lo leyeran, como había solicitado prudentemente Onetti. Horas después fueron apresados Hugo Alfaro, Nelson Marra, Carlos Quijano, Juan Carlos Onetti y Mercedes Rein (Ruffinelli estaba en Estados Unidos). Después de pasar tres días encapuchada, soportando insultos y sin comer, Mercedes se encontró en la Policía de Maldonado y Paraguay, con sus compañeros del semanario, que ya imaginaban que la historia desembocaría en la clausura de Marcha. Trasladados luego a la Jefatura de Policía, empezaron a llegar telegramas de protesta del mundo entero, condenando la prisión de cinco intelectuales sin filiación partidaria y por haber premiado un cuento. Absueltos por la justicia civil, continuaron sin embargo recluidos tres meses más por aplicación de Medidas de Seguridad. El autor del cuento, Nelson Marra, debió soportar cuatro años de prisión, hasta 1978.
LA NARRADORA. Durante la dictadura Mercedes Rein afianzó su talento como novelista. Destituida de la enseñanza, podía dedicarse a escribir con más dedicación, y eso fue lo que hizo. En 1967, cuando publicó su primer libro de cuentos, Zoologismos (1967), Angel Rama la había incluido en lo que él llamaba, parafraseando a Victor Hugo, "le frisson nouveau" de la literatura uruguaya. Señaló en ella el tratamiento de la experiencia "de una desordenada confusión donde viciosa, cancerosamente, se ramifica, desborda, retuerce, un mundo que parece condenado por una secreta connotación ética a su definitiva e inminente desintegración". Rama marcó su vínculo con el expresionismo alemán, "transmutado en rebusco farsesco, como se lo vio en el arte de Dürrenmatt". Esas palabras pueden ajustarse también al mundo que construyó en Casa vacía (1984), y Bocas de tormenta (1987) las dos novelas que luego refundiría en Marea negra (1996). Esos libros muestran las mejores virtudes de Mercedes Rein: la libérrima imaginación, el manejo maestro de las más variadas técnicas narrativas, la capacidad de construir personajes singulares, creíbles, el talento para encontrar metáforas y símbolos poderosos que trascienden lo puramente anecdótico, sin necesidad de subrayado alguno. En su tono farsesco y trágico a la vez, en el hallazgo feliz de una familia excéntrica que condensa la desintegración que sufre la sociedad toda, Casa vacía es una de las mejores novelas escritas en este país en esos años. Entre la realidad y el absurdo, como en Cortázar, lo fantástico surge aquí de lo cotidiano. Con una imaginación delirante pero manteniendo la rienda tensa sobre la estructura novelesca, Mercedes Rein pone un espejo cóncavo frente a lo real, y su reflejo deformado da con puntillosa fidelidad esa mezcla de tragedia y sainete que ha sido nuestra historia colectiva. Después vendrían los excelentes cuentos de Blues de los domingos (1987), y El archivo de Soto (1993), una novela histórica de indudable interés, pero donde Mercedes elige mantenerse fiel a la documentación de la familia Soto y Calvo, y sacrifica un tanto los fueros de su imaginación. Su muerte cierra un ciclo creativo que aún hay que explorar, en la convicción de que en sus libros se encuentra mucho de lo más valioso que se ha escrito en el Uruguay del último medio siglo.