Propiedad intelectual e inspiración

La inteligencia artificial y su intento por pensarse a sí misma, creando como seres humanos

En el arte hay una frontera que las máquinas no pueden traspasar, por el momento

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por Luis Fernando Iglesias
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Cuando recién aparecían las computadoras personales, el escritor argentino Osvaldo Soriano fue de los primeros en utilizar una para su trabajo. Varios colegas lo criticaron. Uno le llegó a decir que antes de abandonar su vieja máquina de escribir se cortaría una mano. Al tiempo, cuando la mayoría de escritores siguieron el ejemplo de Soriano, cada vez que el escritor argentino se encontraba con él observaba sus brazos para ver si había cumplido la promesa. Gabriel García Márquez fue otro de los pioneros en aceptar los avances de la tecnología. En una entrevista para El Tiempo, el autor colombiano decía en 1989 que “escribir en la computadora es como volver a escribir a mano, se puede romper, quitar, poner. Me río cuando mis amigos escritores hablan de su vieja máquina de escribir, de que escribir a mano es como ver fluir la sangre por las venas. La verdad pura y simple es que el mejor invento que se ha hecho para el escritor es la computadora. Si la hubiera tenido hace veinte años tendría el doble de libros escritos”. En otra entrevista reconoció que su productividad literaria había pasado de un libro cada siete años a un libro cada tres.

En la música la tecnología sirvió para crear nuevos instrumentos como los sintetizadores, y a fines de los setenta intentó sustituir intérpretes. La empresa Roland fue la primera que logró introducir al mercado, con eficacia y éxito, las llamadas cajas o máquinas de ritmo que se basaban en la programación de patrones de grupos limitados de compases que se reproducían y repetían hasta que se daba la orden de pasar a otro. En los ochenta, con el advenimiento de la tecnología digital, estos aparatos eran el sueño de los productores musicales que se ahorraban tener que contratar a un baterista. Nunca se iban de tiempo o de ritmo y solamente significaban una inversión inicial. Recuerda el músico Javier Villanustre que por aquellos años al baterista que tocaba muy bien lo elogiaban diciendo que era una “máquina”.

Al poco tiempo ese sonido comenzó a cansar. Faltaba el pulso humano, el eventual error y la sapiencia para generar un groove, que literalmente significa ranura o surco pero que en música es la expansión que genera el swing de la sección rítmica de una banda. La perfección de la máquina alejaba el sentimiento y aquellas canciones envejecieron mucho más rápido que las que tenían formidables bateros como Steve Gadd o Jeff Porcaro, por mencionar solo a dos. El ser humano continuaba en control de la creación y estos tímidos intentos por sustituirlo no dejaban de ser una anécdota. Hoy, con la consolidación de la Inteligencia Artificial en todas las áreas, las preguntas, dudas y temores se multiplican. Lo que hasta hace unos años era una herramienta que facilitaba y mejoraba la tarea de los creadores hoy reclama su lugar como protagonista, cuestionando la figura del autor y el concepto humano de inspiración o de originalidad.

El arte de contar. La película The Last Screenwriter (El último guionista) de 2024, que se encuentra disponible en YouTube, producida y dirigida por el suizo Peter Luisi, es la primera donde se sustituye al guionista humano por un programa de IA. Definida por su director como “un experimento de cineastas para cineastas” sin fines de lucro donde “queríamos saber si la IA podría escribir un largometraje... y cuan buena podría ser esta película”. Se empleó una versión avanzada del ChatGPT al que, a través de órdenes detalladas (prompts), se le solicitó una trama referida a un famoso escritor que acepta que un programa de IA (denominado ChatGPT 4.0) que comprende las emociones humanas, lo ayude a crear un guion. La película resultó mala, previsible en cuanto al desenlace y con una moraleja demasiado obvia. Se salvan algunos diálogos, pero bordea en todo momento el clisé, algo que suele ocurrir en obras musicales o literarias creadas por IA.

El productor de esta película otorgó el crédito como guionista al ChatGPT. En la promoción, el “autor” contaba que la película trataba sobre la intersección entre la tecnología y la creatividad de las personas planteando la pregunta “¿pueden las máquinas remplazar la experiencia humana en el arte de contar historias?” Iba a ser estrenada en el Prince Charles Cinema en Londres, pero una ola de protestas de guionistas y del sindicato que los representa, hizo cancelar la función. El primer reclamo era por pérdida de fuentes de trabajo. El segundo por la violación de derechos de autor sobre las obras de guionistas utilizadas para alimentar el proceso de creación de la Inteligencia Artificial Generativa (IAG).

La IAG se define como una rama de la Inteligencia Artificial que genera contenidos originales a partir de datos preexistentes y que “utiliza algoritmos y redes neuronales avanzadas” aprendiendo de “textos e imágenes” que se le proveen para generar contenidos nuevos a través del Deep Learning (aprendizaje profundo), un conjunto de algoritmos de aprendizaje automático. Los guionistas reclamaban que la utilización de sus obras no fue autorizada y que significaba una explotación económica de las mismas. Este punto, que se encuentra en plena discusión en el mundo, ha dado lugar a varios juicios que están, algunos de ellos, pendientes de resolución.

En 2023 The New York Times presentó demanda contra OpenIA y Microsoft al entender que los modelos de IA habían usado millones de artículos de dicho periódico para entrenar a sus chatbots (programa informático que simula la conversación humana con un usuario) sin pagar. De hecho competía contra el periódico. Reclamos similares surgieron en varias partes del mundo. En España más de ochenta medios de comunicación iniciaron demandas por una cifra superior a los seiscientos millones de dólares contra Meta. En la industria de la música existe un litigio iniciado por Sony, Universal y Warner Records contra IA Sumo y Udio, dado que los demandados explotan a una escala inimaginable las obras grabadas por sus artistas. El tema es muy complejo y las soluciones aún no se ven en el horizonte. En el reciente Perifoneo del Sodre sobre “Inteligencia Artificial y Cultura”, el músico Diego Drexler comentó una salida posible: generar un derecho de remuneración —un pago diferente al que se abona por derecho de autor— para los creadores por parte de dichas empresas ante el uso de obras protegidas para entrenamiento.

Las directivas europeas han tocado el punto diferenciando claramente el uso de datos para investigación científica del uso para explotación comercial. En Uruguay, en un interesante artículo publicado por la Universidad de Montevideo, la Dra. Beatriz Bugallo opinó que “el proceso de acceso y entrenamiento de los datos puede asimilarse a la inspiración como fenómeno psicológico y en sus efectos como fuerza creadora”, por lo que no habría reproducción ni explotación de obras protegidas, pues son utilizadas de la misma forma en que las lee un escritor para inspirarse y crear.

Protagonista. Otro punto en debate es quién es el autor de una obra realizada por IA. Para que una obra sea protegida por el derecho de autor tiene que ser original y creada por el dominio de la inteligencia, entendiendo por tal a la humana. El derecho latino y europeo le reconoce al creador un derecho moral sobre su obra como extensión de su propia personalidad. Ese derecho prohíbe que la misma sea reproducida o modificada sin su autorización y reconoce la paternidad sin plazo sobre su obra. Dante Alighieri siempre será el autor de La Divina Comedia. También tiene derechos patrimoniales que le permiten explotarla económicamente. Dichos derechos se extienden durante toda la vida del autor y en Uruguay setenta años después de su muerte. Luego de ese plazo las obras pasan al dominio público, manteniendo los derechos morales mencionados. En el presente, en la mayoría de los países del mundo, una obra solo puede ser protegida por el derecho de autor si es creada por un humano o por varios en el caso de obras colectivas. El tema no es menor ya que las obras creadas por IA crecen en forma incesante. Amazon resolvió tomar medidas ante la avalancha de libros escritos por el ChatGPT que pretendían ser comercializados en su sitio y limitó a tres por día los que el autor puede autopublicar. Llamar autor a alguien que solamente dio indicaciones de la obra al chatbot parece un exceso.

En el mismo sentido Spotify ha borrado miles de canciones generadas por la compañía Boomy que produce música a través de IA por la alerta que envió Universal Music de que una canción hecha por esa empresa parecía incluir voces de Drake y The Weeknd. La transformación de voces de artistas conocidos para generar experimentos, como por ejemplo colocar la voz de un Charly García joven en temas actuales, también significa una violación al derecho de imagen del artista dado que se utiliza un elemento identificable de éste, como la voz, manipulándola sin su autorización.

En el Perifoneo citado tanto Julián Ubiría (sector editorial), Diego Drexler (música) como Diego Fernández (Audiovisual) coincidieron en que una característica de las obras creadas por IA es su previsibilidad, su apego al clisé y al lugar común, la falta de sorpresa. O como Fernández remarca, la falta de alma. Algo similar a lo apuntado con las cajas de ritmos de los ochenta, todo suena prolijo y esperable. Hay que recordar que, como comentó Drexler, también se crearon máquinas de ritmo que simulaban errores. Las obras fundamentales en la cultura, esas que por sus características dejan una marca en quien la disfruta, tienen todavía un componente difícil de descifrar para las máquinas, aunque esta sentencia es provisoria. En la película Blade Runner (1982) dirigida por Ridley Scott y basada en el libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) de Philip K. Dick, existen humanos artificiales (replicantes) que se utilizan en trabajos peligrosos para ser “más humanos que los humanos”, aunque carecen de respuesta emocional o empática. En la escena final bajo un diluvio en la azotea del edificio Bradbury, Rutger Hauer (replicante) se enfrenta a Harrison Ford (policía). Allí Ford, a punto de morir, es salvado por el replicante, contradiciendo esa falta de empatía. Luego, y ante la mirada asombrada de Ford, el replicante recuerda fenómenos que vio en otros mundos a lo largo de su vida, algunos de ellos de una escala inimaginable para los humanos. Concluye: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”. Fue una frase inolvidable, improvisada por el propio Hauer.

Esos momentos convierten a la creación en una obra maestra. Como cantó el escritor y músico Leonard Cohen en “Anthem”, “olvida tu oferta perfecta, hay una grieta en cada cosa, es por donde entra la luz”.

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Rutger Hauer en la escena final de Blade Runner (1982)

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