Primeros impresores y libreros
En la Banda Oriental y en los primeros años de la república las librerías eran almacenes de ramos generales. Eso y más en la novedosa investigación de Pablo Rocca que llegó a librerías.
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Parecería, a ojos del neófito, que investigar los comienzos de la historia de la cultura escrita —en particular de la producción de publicaciones, de las imprentas que las manufacturaron y del universo laboral y creativo a su alrededor— fuera más fácil que pretender explicar y narrar otros hechos históricos que apenas se conocen. Esta impresión, sin embargo, se desvanece cuando se estudia la historia temprana del libro en territorio oriental en la primera mitad del siglo XIX, por la exigüidad de las fuentes con que se cuenta.
La reciente obra de Pablo Rocca, Historias tempranas del libro. Impresores, textos, libreros en el territorio oriental del Uruguay, 1807-1851, fruto de una investigación de más de una década, viene a llenar ese vacío y a descubrir un universo hasta ahora apenas vislumbrado. El período estudiado va de 1807, año del ingreso de la primera imprenta al territorio, hasta 1851, final de la llamada Guerra Grande; poco más de cuarenta años donde se suceden distintas configuraciones: la tardía colonización española y su declive; la revolución artiguista con su provincia oriental; la Cisplatina luso-brasileña; las luchas por la Independencia, la primera y tambaleante República y la Guerra Grande. Ante tanta variedad el autor elige como término aglutinante el de territorio, al que le agrega el ingenioso “oriental del Uruguay”, para mostrar cómo el fenómeno de los impresos también navegó a través de estas sucesivas oscilaciones.
Los precarios impresos en esta época fueron necesarios y requerían máquinas, personas e insumos, que fueron escasos; y más allá de la papelería oficial (boletas, decretos, hojas comerciales e invitaciones) resultaron imprescindibles culturalmente, comenzando por el desarrollo del periodismo y continuando con la difusión de la poesía y la narrativa.
El libro va mostrando, también, diversos tópicos que, aunque en un segundo plano, intervinieron definitivamente en el desarrollo de los impresos: la educación versus el analfabetismo, la presencia masiva de la poesía, la gauchesca, la aparición de la novela o la enseñanza de las lenguas extranjeras, hasta el lugar que tuvo la imagen como propaganda política.
Algunos antecedentes remotos y cercanos del análisis de estas cuestiones son considerados, como los aportes del jesuita argentino Guillermo Furlong, quien estudió en particular la cuestión de las primeras imprentas rioplatenses y sus artesanos en su monumental obra en cuatro tomos Historia y bibliografía de las primeras imprentas rioplatenses, 1700-1850. También la presencia como actor e informante de Andrés Lamas y los aportes de Juan E. Pivel Devoto.
Imprentas varias
La primera imprenta ingresa al territorio en 1807 con las Invasiones Inglesas. La Imprenta de la Estrella del Sur, en su efímero ejercicio, llegó a imprimir, más allá de alguna documentación gubernativa, los siete números del periódico bilingüe The Southern Star o La Estrella del Sur, que tenía cuatro páginas y salía los sábados. Más allá de los errores de traducción y tipografía, ya entonces los tipógrafos incorporaron la ñ a los tipos móviles.
Tras esta fugaz presencia —y al vaivén de la coyuntura— se van sucediendo distintos emprendimientos, como la Imprenta de la Ciudad de Montevideo (o Imprenta de la Carlota) en 1810, que imprimía la Gazeta de Montevideo, la Imprenta del gobierno oriental en 1815, la Imprenta del Cabildo en 1818, las de Francisco de Paula y Pérez y de Manuel de Torres en 1822, la Imprenta del Estado en 1823 o la Imprenta de la Caridad en 1825.
Una singular historia se cuenta en el capítulo “Letras y censura en la Cisplatina: Los Ayllones y Cía (1821-1825)”, que recuerda la presencia en Montevideo de los hermanos Ayllón (José Rosendo, fundidor de tipos móviles, y Valentín, relojero) originarios del Alto Perú, que llegaron en enero de 1821 desde Buenos Aires.
A pocos días de desembarcar, José Rosendo fabrica un nuevo tipo de letra para el sistema de la escuela lancasteriana y, pocos meses después, los hermanos fueron contratados por el Cabildo para refundar las letras que tenía la prensa.
Junto a la labor tipográfica, los Ayllón ingresaron en el negocio de la imprenta, fundando con la ayuda de un solitario inversor la “Imprenta de los Ayllones y compañía”, donde a la par de la calidad técnica de su manufactura, incorporaron el cuidado de los manuscritos así como la corrección de “los impresos en cuanto a puntuación, gramática y ortografía”, dando inicio así al oficio del corrector de estilo en Montevideo. La imprenta, que casi monopolizó el exiguo mercado entre julio de 1823 y de 1824, tiró periódicos, folletos, papelería oficial y hojas comerciales, experimentando una acelerada prosperidad, luego la caída y una amarga supervivencia.
El trabajo de los Ayllón era muy valorado, no solo por su eficacia sino también por la fineza y cuidado en los implementos tipográficos que utilizaban, como lo acredita un informe al Cabildo de Zenón García de Zúniga, donde consta “la delicadeza con que dichos individuos trabajaban”.
Amparados en la ley portuguesa de imprenta de 1821, que anulaba la censura previa de los manuscritos, los hermanos —quizás más compenetrados por sus ideas liberales que por sus necesidades materiales, según especula Rocca— realizaron un plan editorial que incluía diversas obras periodísticas y poético-políticas que, a la postre, les ocasionaría problemas.
Hay una singular pieza, el folleto La Plutónica. Oda dirigida a Plutón, el primer poema extenso en publicación unitaria realizado hasta ese momento en Montevideo (ocho páginas de 92 x 156 mm). Es un texto no considerado, hasta ahora, en las historias de la literatura uruguaya y que Rocca recupera y analiza, mostrando la destreza técnica, cultura clásica y conocimiento de la historia española que poseía su autor anónimo. El folleto, que atacaba la figura real, fue sancionado por su infracción a la Ley de Imprenta, lo que le valió a los hermanos la clausura por unos días. La necesidad hizo que el Cabildo volviera a encargarle impresos; los Ayllón le solicitaron al gobernador Federico Lecor el uso de la imprenta inactiva.
La coyuntura, no obstante, conspiró contra los hoy olvidados emprendedores. Mientras esperaban la demorada resolución de Lecor, a cien kilómetros de la capital la asamblea de los orientales, el 25 de agosto, declaraba la independencia. Un poco más lejos Simón Bolívar mandaba averiguar acerca del paradero de los hermanos, buscando que regresaran para apoyarlo con su reconocido trabajo de imprenteros.
Primera librería
Junto a las imprentas surgen las librerías, cuyo iniciador —aun en épocas de la administración española— fue José Fernández Cutiellos, quien vendía suscripciones de la Gazeta de Montevideo.
Los precarios informes demográficos de este período —que el libro se encarga de introducir en diversos momentos para poner en contexto las condiciones de producción— muestran, por ejemplo, que en 1843 había 35 mil habitantes en la Montevideo sitiada y solo existía la librería del valenciano Jaime Hernández, quien resultó ser, en pocos años, “el más notable agente cultural en toda la primera mitad del siglo XIX”.
Por lo exiguo de la oferta y lo reducido de la clientela, las primeras librerías ofrecían diversos productos, además de la suscripción a periódicos locales o extranjeros y la venta de folletos y libros. Eran, en sentido estricto, un comercio de ramos generales.
Jaime Hernández “casado y con profesión librero” llegó a Montevideo en 1832. Junto a su trayectoria en el ámbito de la imprenta, y su oficio de tipógrafo, instaló su casa de comercio y librería. Tras sus comienzos modestos trepó a una posición de supremacía siendo ya en 1837 el punto de venta más importante de los impresos creados en el Uruguay. Rocca conjetura que pudo haber sido la más importante del Río de la Plata tras el cierre obligado por Rosas de la librería de Marcos Sastre en Buenos Aires.
A pesar de las oscilaciones comerciales y coyunturales, la librería —que también ofrecía billetes de una rifa, chocolate, aceite de oso o, incluso, operaba de agencia de bienes raíces o de venta de esclavos— permaneció por tres décadas en el mercado, llegando a ser, además, la primera librería de libros usados del Uruguay. El librero e impresor, un emigrante laborioso e integrado, también se volvió editor de algunos folletos y libros de buena calidad.
Para conocer la oferta librera y la cantidad de lectores, resulta importante el Catálogo de los libros ecsistentes (sic) en la Librería de Jaime Hernández, Diciembre 4 de 1837, de 55 páginas, que el mismo librero imprimió como estrategia publicitaria para dar a conocer las abundantes y diversas existencias —más de medio millar de títulos.
A pesar del prestigio y las ganancias gracias al monopolio que ejercía de hecho, su situación económica era endeble. Tras el sitio de Oribe, Hernández permaneció en la Defensa, incluso participando militarmente como capitán de un insólito cuerpo militar, la Compañía de tipógrafos, que imprimía partes, decretos y órdenes. Su librería fue, también, lugar de encuentro de periodistas, políticos y soldados.
Rigor
Es un libro valioso. Rocca rastrea en diversos repositorios y brinda información hasta ahora desconocida de la producción material de las publicaciones; pero va más más allá de la recopilación anecdótica, pues aporta nexos, esboza explicaciones y sugiere hipótesis que explicarían el conjunto, el sistema de producción y a todos los integrantes de la cadena: autores, editores, tipógrafos, linotipistas, correctores, prensistas, traductores, ilustradores, encuadernadores y libreros; subraya el papel de los periódicos, también endebles, a quienes les cupo la responsabilidad de la creación de lectores y el fomento de la lectura; e introduce la presencia del lector que está surgiendo al amparo de la educación y la migración.
La mayor riqueza el libro, más allá de la rigurosa investigación, reside en la metodología creada por Rocca, al reunir distintas herramientas de análisis como la crítica literaria, la historia social y cultural, la economía y los estudios sobre la lectura. Eso le permite analizar el proceso de producción, los contenidos de los impresos y los lectores, ayudando a entender el panorama complejo de la creación y sus elementos conexos.
La investigación, aunque se ciñe al período comprendido entre 1807 y 1851 en el territorio oriental y el Uruguay, se sale de dichos límites trayendo a consideración elementos previos o posteriores o de otros lugares que favorecen una mejor comprensión de los procesos, incluso con referencias a la actualidad, como la descripción y análisis de los poetas que ofrecen a la venta sus impresos en el transporte público y que se hallan en el capítulo “Impresores y difusores de la literatura popular (la gauchesca y sus rastros)”. Ello permite seguir el itinerario filológico y político de la gauchesca y su ascenso en el impreso, donde en pocos años logra pasar de la hoja al periódico, desde allí al folleto y, finalmente, al libro.
Un valor adicional de este libro de Rocca estriba en que su aparición y lectura ocurre en un momento de grandes cambios, no solo de las artes gráficas con su inclusión de la impresión digital, sino con la publicación exclusiva en medios digitales (se prescinde del impreso). Un eco de estas variaciones, no exentas de nostalgia y preguntas, está en el recuerdo afectuoso que el autor hace de su experiencia infantil vinculada a la Imprenta Pettirossi Hnos., quienes introdujeron el sistema offset en el Uruguay.
En armonía con el contenido del libro —de prosa densa pero cordial, que incluye anexos y una generosa y actualizada bibliografía— merece apreciarse su propia y cuidada factura, tanto por el papel escogido para el interior como para la portada, como también por su diseño, por la tipografía recuperada, y la profusa inclusión de ilustraciones a lo largo del volumen.
HISTORIAS TEMPRANAS DEL LIBRO. Impresores, textos, libreros en el territorio oriental del Uruguay, 1807-1851, de Pablo Rocca. Linardi y Risso, 2021. Montevideo, 416 págs.
El autor
Pablo Rocca (Montevideo, 1963) es Doctor en Letras por la Universidad de São Paulo y profesor de Literatura egresado del Instituto de Profesores Artigas. Ha tenido una destacada trayectoria como traductor, ensayista, docente, investigador y periodista, con una extensa obra publicada.